Guerra en Ucrania
Zelenski, de actor cómico a protagonista principal de la tragedia ucraniana

‘Make Russia Great Again’ es la obsesión de Putin, reconstruir la Gran Rusia de antaño, y EE UU, la OTAN y la UE con su agresiva e irresponsable política expansionista le ha ayudado a justificar una invasión que cambiará el escenario geopolítico mundial.
28 feb 2022 11:57

En la ficción, Volodimir Zelenski enfrentaba hace pocos años como ‘presidente’ de Ucrania constantes problemas de todo tipo, pero siempre lograba salir airoso de ellos. Llevaba adelante una gran cruzada contra la endémica corrupción política de su país y hasta se enfrentaba con metralleta en mano un ataque al Parlamento.

Ahora, como presidente real, debe enfrentarse a una muy real invasión territorial de su país de miles de soldados, tanques, aviones y barcos de guerra de una de las fuerzas armadas más poderosas del mundo, la rusa y como comandante en jefe dirige una tenaz resistencia armada a pesar de la gran desigualdad militar.

Tras años como guionista, productor y actor de cine, Zelenski, rusoparlante, nacido en el sureste de Ucrania, fue de 2015 a 2019 el guionista y protagonista principal de la exitosa serie de televisión Servidor del Pueblo.

Esta comenzó precisamente poco después de la caída y huida del presidente Viktor Yanukovich, también originario del Este del país, que terminó exiliándose en Rusia.

Miembro del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) durante la última década de la URSS y devenido oligarca tras su atomización y la independencia de Ucrania, Yanukovich se desdijo en 2013 de su acuerdo para iniciar el proceso de asociación de su país a la Unión Europea.

Yanukovich optó por anular ese compromiso, optando en cambio por una relación más estrecha con Rusia, lo que dio lugar a protestas callejeras inicialmente espontáneas de jóvenes europeístas, inmediatamente después alentadas irresponsablemente por la UE y EE UU, y que terminaron siendo copadas por fuerzas políticas y milicias ultraderechistas cada vez más violentas.

Algunas de esas milicias neonazis compuestas no solo por ucranianos sino también por croatas y ultraderechistas de otros países, como Svoboda, Pravy Sector y otras, terminaron integrándose posteriormente en las fuerzas de seguridad regulares ucranianas. Hoy son parte del Regimiento Azov de Operaciones Especiales de la Guardia Nacional ucraniana, dependiente del Ministerio de Asuntos Internos de Ucrania.

A estas fuerzas hace alusión Putin cuando dice que su propósito es desnazificar Ucrania, aunque no tengan en realidad presencia real entre los altos mandos de las fuerzas armadas ni en el Gobierno.

Al utilizar el fantasma del nazismo en el país vecino Putin sabe que logra provocar el odio y el miedo en la población rusa que sufrió más que ningún otro país el horror nazi. Veinticinco millones de soviéticos murieron por el nazismo.

Putin recurre torticeramente a la memoria histórica para presentar al actual Gobierno de Zelenski —hijo de padres judíos y nieto de un miembro del Ejército Rojo— como un heredero de aquella parte de ucranianos que colaboró activamente en los años 40 con la ocupación hitleriana.

Olvida recordar la otra cara de esa ocupación, que de 1941 a 1944 murieron también cinco millones de ucranianos, casi un tercio de ellos judíos. Se olvida también que tras ese periodo la república de Ucrania siguió formando parte de la URSS —como lo era desde 1922— hasta la desintegración de esta en 1991.

‘Servidor del pueblo’ pasó de ser una serie de televisión popular a un partido político que debe gestionar la mayor crisis en Europa desde la II Guerra Mundial

Hasta 2018 Zelenski solo actuaba en ruso tanto en su país como en varias ex repúblicas soviéticas, pero los nuevos tiempos, con la rusofobia que se expandió por la Ucrania occidental con la guerra desatada contra las regiones separatistas orientales prorrusas de Donetsk y Luhansk, comenzó a actuar en ucraniano.

Con miembros de su productora, Kvartal 95, decidió transformar su serie de humor Servidor del Pueblo en un partido político y presentarse él mismo como candidato presidencial para las elecciones de 2019.

El anuncio asombró a la clase política y concitó grandes expectativas en buena parte de la opinión pública, descontenta con el Gobierno de Petro Poroshenko, el oligarca pro occidental —tan corrupto como Yanukovich—, que había triunfado en esas irregulares elecciones del convulso 2014 tras la huida de este.

Zelenski trasladó a su personaje de televisión a la vida real; el principal punto de su programa electoral era también la lucha contra la corrupción, como en la pantalla chica. Prometió luchar por la paz y la unidad en Ucrania e hizo guiños también a los poderosos oligarcas sin cuya luz verde pareciera imposible llegar al poder en ese país.

En las elecciones de 2019, Zelenski arrasó; en la segunda vuelta obtuvo el 73% de los votos, no pocos de ellos provenientes del Donbás, la región oriental fronteriza con Rusia, dentro de la cual se encuentran las rebeldes Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, con dos millones y un millón y medio de habitantes respectivamente.

El actor-presidente mantuvo un discurso moderado ante Moscú: “Somos diferentes, pero eso no es motivo para ser enemigos”.

Zelenski dijo que no quería que su país fuera ni “el socio pequeño de Rusia” ni el “socio corrupto de Occidente”, pero también manifestó públicamente su voluntad de preparar a Ucrania para que en 2024 ya hubiera cumplido todas las condiciones que se le exigen a cualquier país para poder pedir tanto el ingreso en la UE como en la OTAN. En estos días pidió a la Comisión Europea que acelerara el proceso de admisión de su país a la UE.

Esa confirmación sobre sus objetivos estratégicos hizo que los separatistas del Este del país apoyados económica, política y militarmente por Putin abandonaran cualquier expectativa con respecto a una salida negociada del conflicto abierto.

Nadie respetó los Acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, ni se desmilitarizó la zona, ni se retiraron las milicias mercenarias de uno y otro bando, ni se convocaron elecciones locales

Las provocaciones de un lado y otro de la línea de frente han sido constantes, un goteo interminable de muertos que se suman a los 14.000 que se produjeron en los dos primeros años de la guerra, entre 2014 y 2015.

El alto el fuego se rompió una y mil veces. Putin sólo ve los ataques militares que reciben las repúblicas populares y los califica de ‘genocidio’, justificando con ello su “operación especial” para impedirlo.

Una y otra parte, Ucrania, la UE, la OTAN y EE UU por un lado, y los separatistas de Donetsk y Lugansk y Rusia por el otro, se vienen acusando mutuamente de no haber respetado los Acuerdos de Minsk (Bielorrusia), pero cada bloque cuenta nada más que los compromisos que había asumido el otro, no los suyos propios.

Ucrania no cumplió con el compromiso de convocar elecciones locales y aceptar un estatus especial de autonomía real a las zonas orientales rebeldes, y desmilitarizar esas regiones.

Por su parte, las repúblicas rebeldes y Rusia no cumplieron con el compromiso de retirar el armamento pesado y respetar que sea el Gobierno ucraniano el que controle esas fronteras exteriores fronterizas con Rusia y sean monitorizadas por la OSCE (Organización de Seguridad y Cooperación en Europa).

Ni uno ni otro tampoco respetó la condición de mantener una franja desmilitarizada de 15 kilómetros de cada lado, ni la condición de retirada inmediata de sus respectivas fuerzas mercenarias, con presencia de miles de efectivos tanto de un bando como del otro.

Las negociaciones de Minsk las llevó a cabo el Grupo de Contacto Trilateral sobre Ucrania, del que participaban tanto representantes de Ucrania, de Rusia como de la OSCE y una representación de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk.

Ni la UE, ni la OTAN ni EE UU participaron oficialmente en esas negociaciones, pero sin embargo estuvieron siempre omnipresentes.

Aunque para estas repúblicas rebeldes el objetivo fundamental de su lucha era y sigue siendo obtener la independencia de Ucrania y lograr una eventual asociación o integración a la Federación de Rusia, lo que está en juego desde hace años en Ucrania es algo que trasciende en mucho este conflicto y que unos y otros instrumentalizan.

EE UU y la OTAN rechazaron tras el fin de la Guerra Fría consensuar con Moscú un Nuevo Orden Mundial; aprovecharon la disolución de la URSS para ampliar la Alianza y estrechar el cerco a Rusia

EE UU, la UE y la OTAN instrumentalizan a Ucrania para conseguir cerrar aún más el cerco a la Federación de Rusia, un cerco que comenzó desde el mismo momento en que la Unión Soviética estalló por los aires y se desmembró en numerosos pedazos.

Europa ya había desechado años antes la idea de Casa Común Europea que venía proponiendo Mijail Gorbachov desde 1985 para intentar crear un espacio de seguridad común exclusivamente europeo, sin armas de destrucción masiva y con una coordinación euroasiática entre la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) y su homólogo de Europa oriental, el Consejo de Ayuda Mutua (COMECON) de la URSS y los países del Este bajo su órbita.

Europa, todo el continente europeo, perdió así una oportunidad para ensayar otra vía, para adelantar años y de forma menos traumática el fin de la Guerra Fría.

Nunca sabremos si aceptar en ese momento el desafío hubiera permitido o no el inicio de un verdadero Nuevo Orden Mundial, con una Europa no dependiente de EE UU, y que hubiera permitido evitar las guerras de los Balcanes, de Georgia, Moldavia y la actual de Ucrania.

Analizarlo ahora es hacer ciencia ficción.

El COMECON desapareció tras la desintegración de la URSS al igual que se desarticuló el Pacto de Varsovia, la alianza militar de la URSS con los países de la Europa del Este, pero la OTAN no se disolvió a pesar de que su principal objetivo inicial declarado era servir de contención a un eventual plan hostil y expansionista soviético.

Fue durante la Administración de Bill Clinton cuando se decidió no solo mantener en pie la OTAN sino también cómo y cuándo ampliarla, pero al mismo tiempo el secretario de Estado estadounidense, Warren Christopher, advertía en 1993: “El Gobierno ruso debe evitar la tentación de reconstituir la URSS”.

No se aprovechaba aquel momento histórico de fin de la Guerra Fría y desaparición de una de las dos superpotencias mundiales para crear un Nuevo Orden Mundial consensuado sino todo lo contrario. Se utilizaba la debilidad económica, política y militar de la Federación de Rusia tras la disolución de la URSS.

A pesar de los debates en el seno de la OTAN sobre su futuro —que hasta incluyó la posibilidad de proponer a Rusia ser miembro— Estados Unidos logró imponer su criterio: la OTAN debía ampliarse y reforzarse.

A pesar de las protestas de Rusia, en pocos años y en distintas tandas se fue invitando a varios países a integrarse, fundamentalmente a los que antes integraban el Pacto de Varsovia.

Y fue así que en 1999 se incorporaron Polonia, la República Checa y Hungría, a las que en 2004 se sumaron Estonia, Lituania, Estonia, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia y Rumanía; en 2009 Albania y Croacia, permaneciendo aún como candidatas Bosnia-Herzegovina, Georgia y Macedonia del Norte.

Serbia, Finlandia y Suecia siguen debatiendo internamente si integrarse o no. Putin ha advertido a Suecia y Finlandia estos días de las “duras consecuencias” que les supondría su adhesión a la OTAN.

La OTAN ha pasado de sus 12 miembros iniciales de 1949 a los 30 miembros de la actualidad, más Colombia, el único país latinoamericano que desde 2017 fue aceptado como “socio extracontinental”.

La expansión y agresividad de esas sucesivas ampliaciones de la OTAN han provocado cada vez más alarma por parte de Rusia.

En los últimos 20 años, coincidiendo con los años que Putin lleva en el poder, la OTAN ha desplegado parte de su escudo de misiles antimisiles e importante armamento pesado en bases de esos países fronterizos con Rusia y miembros de la Alianza.

Rusia, por su parte, aunque no es hoy una potencia significativa a nivel económico sí lo es a nivel militar. Putin se ha ocupado en la última década de hacer una fuerte inversión en tecnología militar —más de 60.000 millones de euros solo en 2021— dotando a las fuerzas armadas de un poderoso arsenal que compite en varias áreas con el material más avanzado de la OTAN.

Y Putin no solo ha reaccionado de inmediato ante cualquier intento de revoluciones de colores pro occidentales en los países que considera su ‘patio trasero’ sino que también ha mostrado músculo militar en Siria y otros países.

Moscú, siendo un país que ha reprimido siempre brutalmente los movimientos autonomistas e independentistas en su propio territorio, se presenta ante el mundo como el defensor de la minoría rusoparlante de Ucrania y de otros países.

Rusia, que reprime duramente todo tipo de oposición política y mediática en su país —ha llegado a prohibir ahora a los medios utilizar el término ‘guerra’ o ‘invasión’— y persigue a minorías como a la comunidad LGTBI, se erige también en el defensor de las libertades democráticas de otros países.

La invasión de Ucrania solo puede ser justificada por aquellos que mantienen una visión campista, aquellos que siguen la máxima de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Son los que ensalzan el nacionalismo autoritario neoliberal de Putin y su cohorte de oligarcas rusos presentándolos como heroicos antiimperialistas mundiales herederos de la Revolución Rusa y los bolcheviques de un siglo atrás.

Putin ató las manos de EE UU, la OTAN y la UE, no podrían enviar tropas a Ucrania sin provocar una conflagración mundial, y sus sanciones, aunque duras, serían parciales para no sufrir un efecto bumerán

La política agresiva e imperialista de EE UU y la OTAN y la sumisa UE no puede legitimar en ningún caso otra acción de carácter expansionista e imperialista, la invasión con una fuerza militar apabullante de un país vecino.

Putin planificó mucho su acción.

+ Sabía que haciendo un ultimátum a EE UU y la OTAN para que se comprometieran por escrito a que nunca aceptarían la integración de Ucrania en la Alianza pedía un imposible. El propio tratado fundacional de la OTAN como el de cualquier órgano internacional impide aceptar semejante chantaje.

+ Sabía también que ni la OTAN ni ninguno de sus países miembros individualmente se atrevería a enviar tropas o bombarderos a Ucrania porque eso supondría enfrentarse a las fuerzas rusas y esto equivaldría a una declaración de guerra a un país con potencia nuclear como Rusia. Amenazó incluso con “gravísimas consecuencias” a quien se atreviera a acudir en auxilio de Ucrania. Anunció igualmente que ponía en estado de alerta a las Fuerzas de Disuasión de sus fuerzas armadas, las encargadas de controlar y operar las armas nucleares, no descartando utilizarlas de sentir a su país atacado.

+ Sabía también Putin que por más armamento que a última hora intentara la OTAN enviar a Ucrania sería imposible a las fuerzas armadas ucranianas frenar una ofensiva de 200.000 soldados rusos, con los mejores tanques, aviones, artillería y buques de guerra atacando por distintos flancos, ayudados para más inri por la vecina Bielorrusia. A pesar de ello las fuerzas de seguridad ucranianas y numerosos civiles están haciendo frente a las tropas rusas con más tenacidad de la esperada, lo que está ralentizando el avance sobre Kiev.

+ Sabía igualmente Putin que EE UU y la UE solo podrían aplicarle sanciones económicas duras, que le afectarán enormemente las transacciones comerciales y financieras, pero limitadas. Tras varios días de guerra las sanciones ni siquiera incluyen la paralización del flujo de gas y petróleo a Europa. Rusia cuenta con grandes reservas de oro, y cuenta con el reciente compromiso comercial, financiero y político de China con lo que puede compensar en gran medida las pérdidas que sufra.

Putin planificó mucho todo esto y ha logrado atar las manos a EE UU y la UE.

Es verdad que cuando acabe esta guerra, si acaba pronto y sin traspasar las fronteras de Ucrania, algo que aún es pronto para afirmar, todo el escenario geopolítico habrá cambiado.

A partir de ahora los países miembros de la OTAN probablemente acepten cada vez más la idea de aumentar sus presupuestos de Defensa —ya lo anunció Alemania— y su aportación a la Alianza como le viene reclamando EE UU desde hace años.

Es previsible también que los países fronterizos con Rusia acepten albergar más bases militares de la OTAN; plataformas de misiles de corto y medio alcance y artillería pesada para prevenir eventuales nuevas acciones hostiles rusas.

La OTAN podría reforzar ante esta nueva situación su unidad interna, y los debates en el seno de la UE sobre la necesidad de dotarse de un sistema europeo de defensa propio, con menos dependencia de EE UU, podrían quedar a un lado ante la actualización del peligro ruso y ver como más necesario que nunca el reforzamiento de la alianza con EE UU para poder frenar a una potencia nuclear como Rusia.

Todos estos cambios que hipotéticamente mostrarían que Rusia se convertiría en un paria mundial tras su invasión de Ucrania tienen sin embargo también otra cara.

Si Putin termina doblegando a Ucrania, y Zelenski —o el Parlamento si este es finalmente derrocado— acepta firmar alguna suerte de tratado comprometiendo que nunca solicitará el ingreso en la OTAN, habrá conseguido una gran victoria.

Habrá encontrado la vía para lograr lo que se propuso desde el principio y que exigió a EE UU y la OTAN y no consiguió.

Si además con esta guerra consigue consolidar la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y anexionarlas posteriormente a Rusia o al menos logra formar un corredor que las vincule a la Península de Crimea, la victoria sería aún más amplia y le redituaría además un apoyo en la propia población de Rusia como consiguió al anexionar a Crimea.

Putin habría logrado con esta peligrosa aventura militar, a costa de esta tragedia, de este horror que viven millones de ucranianos, el reconocimiento de Rusia como actor de primer orden en la escena mundial, a quien ya no se podrá ni ignorar ni acorralar.

Satisfaría así su sueño de la Gran Rusia. Putin, como Trump, no oculta que también quiere hacer ‘Rusia grande otra vez’.

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Desde 1991, como país soberano, y con una economía de libre mercado, tendría que haber elegido, ser una especie de estado intermedio y gestor de las relaciones UE, Rusia. Haber fortalecido su economía, gestionando inteligentemente esta, para no depender ni de un lado, ni del otro, pero beneficiándose de su posición geográfica y cultural. Querer entrar en la UE, con la manipulación y la destrucción de lo que le quedaba de industria, por los poderes de la Europa del capital, y su dependencia económica y sumisión a las grandes economías Europeas, fue ,y es un error de estrategia de estado, de política de altura. Europa usa Ucrania y otros paises cercanos, como instrumentos de freno y colchón estratégico político-militar, frente a Rusia, así como clientela para sus intereses. Ucrania debe apostar por una neutralidad estratégica, y de negociaciones económicas entre Europa y Rusia. Mendigar la entrada en la UE del capital, no le fortalece. Deseándole que pronto tenga la paz justa.

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