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Elecciones
Soledad y democracia
Me adhiero a las filas de lo políticamente incorrecto y proclamo que me acerco peligrosamente a la abstención, y lo hago como una elección política, como un esfuerzo por participar en la estructura de gobierno del país en el que vivo, diciendo, de la única manera que se me ocurre, que esto no es una democracia real.
Necesito escribir. Y más que escribir, ser leído. Me resulta hoy insoportable la sensación de soledad en el espacio de la opinión publicada, la impresión de que los análisis políticos no llegan apenas a vislumbrar la profundidad del hastío político que ahora me invade. Si el ostracismo es una de las sutiles torturas, ahora mismo me siento torturado por los medios de comunicación. He buscado el desahogo en las conversaciones privadas, en el encuentro con ciudadanía políticamente anónima, sin vinculación con ningún partido, entre personas que no se dedican en sus momentos de ocio a lo que llaman “el juego de la política”. En esos espacios me he encontrado con la desafección política que me ronda, con la abstención, los votos en blanco o el voto a partidos sin opción de gobierno, como símbolo del desencanto y el enojo y, desde luego, como opción legítima de voto en unas elecciones.
Y necesito gritarlo en las redes, que se cuele entre las proclamas que ensalzan la democracia y llaman al voto, al que sea, al voto útil, al voto aunque sea con “la nariz tapada”. Me adhiero a las filas de lo políticamente incorrecto y proclamo que me acerco peligrosamente a la abstención, y lo hago como una elección política, como un esfuerzo por participar en la estructura de gobierno del país en el que vivo, diciendo, de la única manera que se me ocurre, que esto no es una democracia real. Y no lo digo como proclama fácil de rebelde con multitud de causas, se que existe el espacio formal para la democracia: las urnas y los plazos, los recursos y el espacio en el calendario ciudadano; pero no existe la cultura real de la democracia, y ni desde los poderes públicos ni desde los privados se busca o se fomenta el respeto a la opinión disidente. Más al contrario, se apartan, se anulan, o se ignoran en caso de no poder deshacerse de ellas y de sus representantes.
No recuerdo haberme abstenido en ninguna elección, y sí recuerdo haber votado con ilusión alguna vez. Y supongo que finalmente votaré, pues me niego a identificar este tiempo y a la clase política más visible con la verdadera democracia. Lo haré a un partido pequeño, cuyo objetivo sea claro y me sienta orgulloso de apoyar, en este tiempo tan opaco. Y tal vez ahora no pase nada distinto de otros años, de otras elecciones, tal vez siempre ha habido temas que se han tratado con tanto simplismo como se tratan en los medios los temas de salud o educación, no digamos el caso de Venezuela o el llamado tema catalán; tal vez otras veces también se ha insultado a los votantes de un partido como se insultó a los de Podemos y hoy se insulta a los de Vox o a los de Trump. Pero esta vez me duele más. Será la edad, o la ilusión que tuvimos hace unos años pensando en que los nuevos partidos venían con ganas de instalar de verdad culturalmente la democracia y han resultado ser, como mínimo, iguales, cuando no peores por la frustración que nos han generado. Esta estulticia de los mensajes y los posicionamientos de lo que llaman la clase política y sus filiales en los medios, me supera. Me niego a apoyarles con mi voto en las generales. Y me niego porque creo que ninguna de las opciones mayoritarias cree realmente en la democracia. No confían en la ciudadanía, ni siquiera en sus propios simpatizantes. Existe la democracia formal y se ejecutan sus formas, pero en el parlamento hay pocas personas demócratas y muchas publicistas, mucho liderazgo carismático que identifica a las personas con los mensajes, que utiliza el mesianismo como reclamo publicitario.
La política no es eso. En política no hay “puñaladas”, no hay “estrategia para posicionarse”. Eso existe en las relaciones humanas. Son temas de sujetos, y la política es una reflexión sobre un objeto. Y esto debería quedar muy claro para discernir quiénes son profesionales de la política y quienes son aficionados con pocas habilidades para relacionarse. La política en democracia trata del “cómo” nos organizamos y ese debate está actualmente fuera del Parlamento, fuera de los partidos políticos, permanentemente ocupados en cuestiones relacionales. Ese debate lo encuentras ahora en la calle, entre la ciudadanía, cuando ésta se atreve a decir lo que piensa sin repetir sentencias escuchadas en el prime time o en las noticias. En ese espacio te encuentras el debate de verdad y te explicas los aparentes “bandazos ideológicos” del arco parlamentario. Te explicas por qué un negro de Detroit vota a Trump y porqué un votante de Podemos es ahora interventor de Vox en su localidad. Pero no están para bajar a escuchar a la ciudadanía, pues no encaja la inquietud ciudadana en su estructura maniquea de izquierdas y derechas, de listos y tontos, de justos y egoístas; o, peor aún, porque mueve los límites de lo que ahora es legal o les interesa que sea legal, como si la democracia no hubiera sido ilegal hace pocos años, como si las conquistas en materia de derechos sociales no se hubieran conseguido rompiendo los márgenes del orden establecido. Como decía aquel, la tercera guerra mundial vendrá de la mano de lo políticamente correcto.
Termino mi confesión con un desahogo en forma de “quiero”. Quiero que la democracia sea real en las elecciones, que se ceda sincera y humildemente la elección de representantes a las personas votantes, sin campañas, sin mítines sonrojantes para persuadir y crear presión sobre los contrincantes. Quiero que la jornada de reflexión dure un mes y que no se permitan gastos de publicidad en ese tiempo y en ningún caso con dinero público. Quiero que saquen las técnicas de venta de los departamentos de comunicación de los partidos y los medios, las técnicas que piensan que nosotros sabemos lo que les conviene a los demás y debemos unirnos para acercarles la verdad. Tantos años, siglos de pensamiento político y social, para terminar convirtiendo la democracia en una asignatura del grado de Marketing. Quiero que no se menosprecien las opciones ajenas, que no se las lleve a juicio ni se les haga un cordón sanitario porque sean políticamente incorrectas o nos parezcan de otro tiempo. Y me niego a votar a unas opciones solo para que no salgan otras, porque no me sentiría representado y porque considero que las otras opciones son legítimas, porque entre las otras está mi hermano, y está mi tía, y está mi cuñada y mi sobrino, que son personas maravillosas. Y tienen tanto derecho como yo a ver satisfechas sus expectativas de gobierno. Si realmente creemos en la democracia: ¿que sentido tiene agruparnos para que no salgan otras opciones?
Y llegarán las elecciones, y ganará la abstención y el rechazo a la clase política más visible; y los grandes análisis volverán a enfrentar las tendencias en términos de marketing, de izquierdas y derechas, de buenos y malos, ese bipartidismo que no terminan de ver que está caduco. Y volverán las encuestas condicionando la respuesta, como si las respondiese Groucho: “Si no les gusta mi respuesta, tengo otra”. Y los volveré a leer mientras recuerdo el cuento sobre el necio que buscaba de noche sus llaves bajo una farola porque donde se le habían caído no había luz.
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