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Ciencia ficción
Lisa Yaszek: “La ciencia ficción es idónea para romper con los lugares comunes”
Yaszek, nacida en 1969 en Wisconsin, se dio a conocer en el ámbito de la ciencia ficción con Galactic Suburbia: Recovering Women’s Science Fiction (2008), estudio sin precedentes sobre las escritoras de ciencia ficción norteamericanas en activo desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el advenimiento del feminismo de segunda ola y el auge de las autoras del género más reconocidas a fecha de hoy.
Su segunda obra, coordinada junto a Patrick B. Sharp, es Sisters of Tomorrow: The First Women of Science Fiction (2016), una recopilación espectacular de relatos, poemas, ilustraciones y ensayos creados por las predecesoras cronológicas de las anteriores, pues su arco temporal abarca desde principios de siglo XX hasta la Segunda Guerra Mundial y el espíritu de los trabajos recogidos está vinculado, por tanto, a las proclamas de la Nueva Mujer y el feminismo de primera ola.
En 2018 llegaba su trabajo más relevante hasta la fecha: The Future Is Female! 25 Classic Science Fiction Stories by Women, from Pulp Pioneers to Ursula K. Le Guin, que ha publicado en España la editorial Almadía en tres entregas tituladas Mundos alternos (2022), Retrofuturismos (2023) y Futuros distópicos (2024). The Future Is Female! es otra recopilación, en este caso de veinticinco relatos de escritoras caracterizadas de forma expresa por su talante visionario y feminista, desde las grandes damas del pulp hasta las representantes de la ciencia ficción New Wave.
El volumen tendría continuación con The Future Is Female! Vol. 2: The 1970s: More Classic Science Fiction Stories by Women (2022). En el entretanto, Yaszek alumbraba en colaboración con Isiah Lavender III un ensayo colectivo, Literary Afrofuturism in the Twenty-First Century (2020), publicado durante la pandemia, en el que ellos mismos y numerosos colaboradores trazaban una cartografía del afrofuturismo literario desde el siglo XVIII hasta hoy. Investigadora, divulgadora, profesora y ensayista, embarcada en la genealogía feminista del género con sus escritos y antologías, Lisa Yaszek es hoy por hoy una figura pública de considerable peso específico en lo que se refiere al análisis de la ciencia ficción desde perspectivas diversas y de género, aunque insiste siempre en que su vocación tiene un origen íntimo y personal: sus padres han sido siempre fans del género.
Diego & Elisa: Te interesa mucho, como a nosotros, la genealogía de la cultura popular y, en particular, la de la ciencia ficción, es decir, la red de conexiones y circunstancias que ha dado forma en otras épocas a este género literario y ha propiciado en mayor o menor medida los aportes de las autoras. La genealogía permite comprender mejor a nuestro juicio el pasado y el presente del género y sus perspectivas de futuro. Es significativo que, también en tu caso, todo provenga de una genealogía que podríamos calificar de personal: recoges el testigo del amor por la ciencia ficción de tus mayores.
Así es. Mis padres eran lectores ávidos de ciencia ficción y fans fatales de series como Star Trek, la original. Durante mi infancia y juventud el género tuvo mucho que ver en mi educación intelectual y emocional, en las relaciones con los míos y con mis amistades: intercambiábamos lecturas y recomendaciones, estábamos al día de las novedades, las compartíamos y debatíamos. Por desgracia, luego vino la universidad y perdí diez años de vida en el universo de la posmodernidad literaria [risas]. En un momento dado me dije a mí misma, todo esto es un poco distópico, no ofrece demasiadas salidas existenciales cuando a mí lo que me importa es la proyección de futuro, qué se puede hacer con el mundo y por el mundo. Eso me devolvió de cabeza en el periodo de entresiglos a la ciencia ficción y, en particular, la ciencia ficción escrita por las mujeres.
Se dio la casualidad añadida de que la Universidad de Wisconsin, donde andaba por entonces, estaba cerca de donde se celebra desde 1977 la Wiscon, la primera y creo que más importante convención de ciencia ficción feminista del mundo. En la Wiscon tuve la oportunidad de encontrar a mujeres receptivas hacia el feminismo y hacia mis esfuerzos por imbricar la ciencia ficción en los estudios académicos. Allí conocí a autoras que admiro como Judith Merril y Ursula K. Le Guin y a otras que empezaban en aquel entonces, como Nalo Hopkinson… En esa época descubrí además Mujeres y maravillas, la recopilación pionera que hizo Pamela Sargent en 1975 de relatos de autoras de ciencia ficción en sintonía con el feminismo de segunda ola, y se publicaron dos antologías a cargo de Sheree R. Thomas, Dark Matter I y II (2000-2004), que se centraban en la literatura fantástica producida por escritores de ascendencia africana. Estos títulos hicieron que prendiera en mí la idea de continuar su trabajo, de reivindicar la ciencia ficción literaria del pasado desde un punto de vista feminista y diverso.
¿Y cómo pudiste materializar ese interés? Es complicado, incluso en la actualidad, que este tipo de proyectos, que exigen tiempo y medios para investigar, gestionar derechos etc., salgan adelante.
Tuve la suerte de que cuando me ficharon en la Georgia Tech no consideraron ninguna locura que la ciencia ficción pudiera formar parte de los estudios universitarios, da igual si como materia o como constructo intelectual para abordar otras disciplinas. Al contrario, mi predecesor en la asignatura de la que me tenía que ocupar dejó un fondo en la universidad de siete mil libros de y sobre ciencia ficción que, con el tiempo, hemos ampliado hasta los diecisiete mil. La paradoja estriba en que, cuando me puse a dar clase, era natural pensar que el pasado diverso de la ciencia ficción pasaba por autoras feministas como Joanna Russ o autores afroamericanos como Samuel R. Delany, con los que estaba además familiarizada desde pequeña. Pero enseñar el género obliga a indagar en su genealogía, y, para mi sorpresa, cuanto más investigaba, más autoras y autores fuera de la norma encontraba. Además, hallé entre los libros que había donado mi predecesor algunas antologías realmente curiosas de relatos de ciencia ficción producidos entre los años cuarenta y cincuenta, entre los que había bastantes escritos por mujeres.
De ese interés surge mi ensayo Galactic Suburbia: Recovering Women’s Science Fiction, en el que abordo por supuesto a Carol Emshwiller, Anne McCaffrey y Judith Merril, pero también a figuras menos conocidas, pero con una producción amplia e interesantísima, como Alice Eleanor Jones o Doris Pitkin Buck. El libro es muy bien recibido, la verdad, y despierta la curiosidad acerca de la obra de estas autoras por lo que, pasado un tiempo, mi editor me plantea la posibilidad de realizar una antología con sus mejores relatos. De ahí viene Sisters of Tomorrow: The First Women of Science Fiction. No os voy a engañar, el trabajo de recopilación fue laborioso, en primer lugar, porque antologar supone una responsabilidad, tiene tanta importancia lo que incluyes como lo que dejas fuera, hay que pensar muy bien lo que haces y por qué; y, en segundo lugar, porque en aquel entonces todavía no existían los archivos digitalizados, no se habían normalizado las comunicaciones online, y hablamos de relatos y de autoras olvidados en muchos casos, que escribieron en su momento para publicaciones periódicas desaparecidas o inencontrables.
Si no hubiera contado con la infraestructura que me proporcionaba el entorno académico y la buena voluntad de bibliotecas y la comunidad del fandom de la ciencia ficción, habría tenido muy difícil concretar la antología. Las antologías posteriores han sido menos problemáticas en este aspecto porque los contenidos de bibliotecas públicas e institucionales se han volcado online y los aficionados al género han hecho un gran esfuerzo para recuperar y digitalizar muchas de aquellas viejas revistas.
Nos interesa mucho lo que comentas en torno a los lugares comunes y las lagunas que tuviste que sortear para que tus investigaciones tuvieran verdadera razón de ser. A nosotros nos ha pasado en varias ocasiones, en el caso de la ciencia ficción y las mujeres creadoras con Supernovas: Una historia feminista de la ciencia ficción audiovisual (2019): lo más problemático no siempre es adentrarse en lo desconocido, sino desenmarañar los tópicos y los prejuicios establecidos en el campo de que se trate para poder avanzar.
Sí, es muy duro. Yo llevo trabajando veinte años en la genealogía de la literatura estadounidense de ciencia ficción y sus autoras, y sigo topándome con gente que tiene una idea establecida de cómo fue la historia del género y lo que aportaron a la misma las escritoras, y no se baja de ahí por mucho que te esfuerces en mostrarles datos novedosos que indican que las cosas fueron de otra manera. Me ha pasado hace poco con un joven investigador que me entrevistó para un trabajo que estaba realizando, y después de explicarle mis propias investigaciones… ¡malinterpretó por completo todo lo que le había dicho! [risas]. Concluía que no habían existido prácticamente escritoras de ciencia ficción antes de los años setenta, que tradicionalmente había sido casi imposible para las mujeres abrirse paso en ese ámbito… y yo era como, ¿pero has leído alguna vez algo de lo que he escrito, me has escuchado?
Lo peor es que no es la primera vez que me sucede, gente afín al tema del que estamos hablando, formada, que habla conmigo o lee lo que escribo, luego saca conclusiones que no tienen nada que ver. Mostrarles las cosas de otra manera, ir más allá de la idea que ya se han hecho, es tan difícil como desintoxicar a alguien de la heroína.
Creo que esto se debe a que la gente se siente a gusto en los lugares comunes que no crean fricción, y más si se acomodan a sus ideas preestablecidas. La única esperanza que me queda es que, de tanto repetir otras ideas, la gente empiece a asimilarlas y a sentirse cómoda con ellas, e ir rompiendo así poco a poco con estereotipos y lugares comunes, algo que puede ser más efectivo en nuestros tiempos al poder actuar de manera global, desde varios frentes. Lo lógico es que lo que estoy investigando yo, lo que investigáis vosotros y vuestras colegas desde España o lo que está investigando por ejemplo Regina Kanyu Wang sobre las nuevas generaciones de autores y autoras de ciencia ficción china se abra paso antes o después en los discursos establecidos sobre la materia.
Resulta curioso en cualquier caso que ámbitos como el de la ciencia ficción y la investigación feminista, que podríamos pensar invitan a tener la mente abierta, en la práctica suscitan actitudes cerriles, lo que va contra la esencia misma del género: descubrir a viejas y nuevas autoras y autores te va a aportar una cantidad de perspectivas diferentes sobre ti mismo, sobre el mundo y sobre el futuro que nos espera. A veces encuentro de hecho más receptivos a las lectoras y lectores jóvenes que a mis colegas de universidad o los lectores veteranos; la juventud descubre de pronto en esos relatos de hace tanto tiempo, de escritoras invisibles hasta hace nada, visiones imaginativas de las cosas que tienen más que ver con sus propios retos vitales de lo que pensaban, y se entusiasman, les incita a leer más.
En tus ensayos, tus artículos y tus introducciones tú sueles describir las sorpresas con que te topas a menudo mientras investigas y cómo te fuerzan a cambiar una y otra vez la perspectiva sobre el objeto de estudio.
Las sorpresas son continuas, sí. Una de las primeras y más grandes con la que hube de lidiar es que las autoras previas a la New Wave y el feminismo de segunda ola escribían sobre los temas que interesaban a los hombres —ciencia, tecnología, escapismo, especulación— a su altura, lo que indica que estaban plenamente familiarizadas con las claves del género y las disfrutaban; y, al mismo tiempo, aportaban algo que brillaba por su ausencia en sus colegas masculinos, y es la ciencia ficción aplicada a los escenarios cotidianos. Porque, no vamos a engañarnos, la mayoría de nosotros no va a viajar a la velocidad de la luz ni a toparse con monstruos alienígenas; pero sí fantasea o piensa sobre la naturaleza de la realidad cotidiana que nos rodea, y se hace preguntas sobre ello.
Las escritoras digamos clásicas de ciencia ficción se preocupaban por esos escenarios —el hogar, el colegio y el hospital, la calle— y sus posibilidades especulativas, sin duda porque constituían una parte importante de sus vidas pero, también, por una capacidad de observación que contribuyó a expandir las fronteras del género. Es interesante además que los hombres que empezaron a aproximarse a esos escenarios por curiosidad, ante los estupendos efectos literarios que causaban en los relatos de las escritoras, adoptaron poco a poco en su ciencia ficción un talante más feminista, más atento a la posición de las mujeres en el mundo, como les sucedió a Ray Bradbury o Donald A. Wollheim.
Otra sorpresa importante para nosotros son los motivos por los que las mujeres escribían ciencia ficción y la elección de seudónimos o siglas para firmar sus relatos.
Exacto, lo mismo me sucedió a mí. Y resulta que no se trata tanto de que los hombres que escribían ciencia ficción o el fandom fuesen contrarios a las mujeres —que, en ocasiones, lo eran— sino básicamente por una cuestión de respetabilidad, de patriarcado, pero en un sentido más amplio: la imagen social de las mujeres durante los dos primeros tercios del siglo XX estaba ligada a una idea de lo que era digno o no para ellas que ponía trabas psicológicas a su participación en determinados ámbitos culturales precarios y sin prestigio, como el de la ciencia ficción. Escribir bajo seudónimo o con siglas era un modo de eludir problemas en otras esferas de la escritura de las que formaban parte o, más crudo aún, de evitar que las despidieran de sus puestos de trabajo como oficinistas o educadoras.
El espacio de la ciencia ficción era por tanto para las autoras sinónimo de libertad, dentro y fuera de las páginas, y lo mismo podría decirse del fandom queer. Estamos descubriendo en los últimos años que los lectores gays y las lectoras lesbianas eran asimismo muy receptivos a la ciencia ficción por la libertad que percibían en las historias, y las dinámicas del género y del mundillo editorial y de aficionados circundante les sirvió como inspiración para desarrollar sus proyectos alternativos y contraculturales de autogestión, como los fanzines y el periodismo de guerrilla LGTBQ, algo que puso de manifiesto por ejemplo Lisa Tigrina Ben con Vice Versa, su boletín para las mujeres lesbianas de Los Ángeles.
Aquí me gustaría destacar que era fundamental el apoyo de las comunidades dentro de la ciencia ficción, los grupos de mujeres que se apoyaban por sus ideales feministas, por ser lesbianas o por ambas cosas, y que se animaban así a poner en marcha iniciativas antisistema; eso empezó a ocurrir entre los años sesenta y setenta, con los movimientos contestatarios de entonces, pero no puede decirse que sucediese antes incluso aunque algunas escritoras de ciencia ficción de principios de principios del siglo XX estuvieran implicadas en el sufragismo u otras manifestaciones del feminismo de primera ola.
El sentimiento de comunidad fue por tanto fundamental para articular un discurso político vinculado a la ciencia ficción. Previamente, como os decía, hubo escritoras de ciencia ficción, hubo escritores sensibles a la condición de ser mujer por curiosidad o por tener relaciones amorosas o de amistad con lectoras partícipes del fandom y autoras, y hubo también lectores y lectoras, más de los que podríamos pensar, que preguntaban en las cartas enviadas a las publicaciones o en las primeras convenciones por qué no había más mujeres escritoras, por qué no había más diversidad en el género. Pero eran opiniones desarticuladas, no existía una conciencia derivada de conocerse, debatir, interactuar, sentir que compartes los mismos problemas y que estás en el marco idóneo para expresarlos. Es lo que me pasó a mí, sin ir más lejos, cuando empecé a acudir a la Wiscon.
Estamos hablando de literatura, es tu especialización como investigadora, pero la ciencia ficción tiene desde hace tiempo una vertiente audiovisual que ha modificado sustancialmente la comprensión del género.
Sí, cierto, y tengo sentimientos encontrados al respecto. Ya os he contado que Star Trek tuvo un gran impacto en mí, y creo que franquicias audiovisuales como Los juegos del hambre o el Universo Cinematográfico de Marvel han sido fundamentales en el siglo XXI para que la ciencia ficción gane nuevos adeptos y tenga más presencia en la esfera social y cultural. Las imágenes además tienen un gran poder a la hora de concienciar a la gente sobre la importancia de la diversidad de género, racial o sexual: las películas de Guardianes de la Galaxia son fantásticas para hablar sobre la cooperación entre personas muy diferentes en pro de un bien común.
Al mismo tiempo, las franquicias audiovisuales mainstream tienen el peligro, volvemos a algo ya comentado, de repetirse y anular los efectos de novedad, de maravilla y especulación, lo que es contrario por definición al espíritu de la ciencia ficción. Nunca se me olvidará una reflexión de Harlan Ellison, que como sabéis tuvo sus más y sus menos con el director James Cameron por una cuestión de plagio; Ellison contaba que no le veía ningún sentido a plantear una y otra vez la misma historia, rehacerla de forma más o menos disimulada, cuando había tantas historias originales sin adaptar y tantos autores y autoras desconocidos con buenas ideas a los que ningún productor hacía caso. Esa opinión de Ellison se trasladaba maravillosamente a su ciencia ficción, siempre estimulante y siempre imprevisible.
Esto no quiere decir desde luego que no pueda darse una ciencia ficción igual de estimulante en el cine o la televisión de ciencia ficción mayoritarios. Ahí tenemos el caso reciente de Interstellar (2014), de Christopher Nolan, una superproducción llena de ideas y con mucho éxito en taquilla, y a nadie se le ha pasado por la cabeza hacer una franquicia Interstellar, un multiverso Interstellar, una serie de Interstellar, una narrativa transmedia con Interstellar. Al menos por ahora [risas].
Sin salir del ámbito literario, en Sisters of Tomorrow: The First Women of Science Fiction tú tratabas la importancia de las ilustraciones —portadas, interiores— para la acogida de la ciencia ficción. Las imágenes han sido siempre un añadido esencial para alentar la imaginación de lectoras y lectores.
Estoy colaborando ahora mismo en un proyecto sobre Margaret Brundage, ilustradora de ciencia ficción activa entre 1933 y 1938 en la revista Weird Tales y muestra evidente del impacto de las ilustraciones para el éxito de la ciencia ficción, en especial a partir del boom de las publicaciones pulp estadounidenses durante los años treinta del siglo pasado. Las ilustraciones de Brundage eran tan populares que importaban poco los contenidos de la revista para la que hacía la portada, su trabajo bastaba para vender el número.
Su estilo además era único, centrado en los cuerpos y la sensualidad, y ha servido como ejemplo a muchas ilustradoras y autoras de cómic posteriores. Es divertido comprobar que colegas suyos como Frank R. Paul estaban celosos de ella; en una entrevista, Paul llegó a quejarse de que por su formación en diseño gráfico industrial los editores solo le encargaban portadas con naves espaciales, laboratorios y robots, aunque él también sabía dibujar cuerpos humanos y no se le daba la oportunidad de hacerle la competencia a Brundage. Lo cierto es que la figura humana no le salía nada bien [risas], en su campo Brundage era imbatible y sus dibujos de mujeres exuberantes no fueron solo ornamentales, simbolizaban a personajes fuertes que se correspondían con el activismo de su autora en los círculos bohemios de Chicago.
Todo esto nos lleva a preguntarte tu opinión sobre las facetas estrictamente literarias, estéticas del género. En tu primer libro, The Self Wired: Technology and Subjectivity in Contemporary Narrative (2002), anticipas tu especialización posterior en la literatura de ciencia ficción al hablar de una “escritura cíborg” que se deduce en la contemporaneidad del relato de la identidad y el mundo que nos rodea a través de la creciente intrusión en nuestras vidas y nuestra escritura de la tecnología, lo que da lugar a expresiones inéditas del lenguaje, a una retórica especulativa.
Tenemos una tendencia, yo la primera, a hablar de la ciencia ficción, y la ciencia ficción que han escrito y escriben las mujeres, desde el punto de vista de los argumentos; nos preguntamos hasta qué punto son diferentes los temas que abordan a los que tratan los hombres, etcétera. Y es verdad, he podido constatarlo a lo largo de estos años de lecturas e investigaciones. Ya hemos hablado de cómo las escritoras de ciencia ficción han prestado más atención a lo cotidiano, a la realidad, y de cómo de ello han deducido nuevas posibilidades para el género, y hoy en día eso se ha multiplicado exponencialmente: una autora puede desarrollar una gran historia de ciencia ficción a partir de sus experiencias en cualquier suburbio africano, a plena luz del día, no es necesario un escenario cool, lleno de oscuridad y neones, con reminiscencias japonesas [risas]... Las autoras de ciencia ficción reivindican una ciencia ficción para todos y para todas; para cada visión particular del mundo y sus perspectivas de futuro.
Por otro lado, y esto no es nuevo, a mi juicio las escritoras son mejores a la hora de caracterizar a los personajes, de darles una entidad, quizá porque lo han echado a faltar durante mucho tiempo en el género, sobre todo por lo que respecta a los personajes femeninos pero no solo: en la ciencia ficción clásica lo importante eran la ciencia, la tecnología y la aventura, y los personajes masculinos tan solo eran transmisores de ese entusiasmo, eran planos, pura masculinidad sin matices, lo que proyectaban a su vez en personajes femeninos que no pasaban de ser la hija atractiva del científico, la novia atractiva del héroe, hasta la alienígena atractiva pese a tener un solo ojo y membranas entre los dedos [risas], que siempre ha de ser domesticada de un modo u otro.
Desde muy pronto, las escritoras de ciencia ficción dicen no a estos esquematismos, y le dan la vuelta a las representación con ingenio, con humor, con un ánimo subversivo. Hay un ejemplo muy bueno de todo ello que podéis leer en Retrofuturismos, el segundo volumen en castellano de The Future Is Female! El relato en cuestión se llama La conquista de Gola, lo escribió Leslie F. Stone en 1931. Stone imagina un matriarcado alienígena cuyas integrantes son criaturas monstruosas desde el punto de vista humano. Ellas sin embargo están orgullosas de su configuración anatómica mientras que encuentran repulsivos a los hombres humanos que se presentan a invadir su planeta. Stone dedica varias páginas a describir casi con crueldad el cuerpo humano, y en concreto el de los hombres, así como sus actitudes beligerantes, desde una perspectiva diferente, de modo que cuando nuestras protagonistas repelen su invasión no cabe sino aplaudir… Las escritoras, por lo tanto, no solo se adaptaron con facilidad a los tópicos de la ciencia ficción, sino que supieron darles también con facilidad la vuelta.
¿También entonces por lo que se refiere al estilo? Suele afirmarse que hasta la llegada de Ursula K. Le Guin, Octavia Butler o Joanna Russ el panorama era desalentador.
En absoluto, también se aprecia desde las primeras autoras del siglo XX un interés por la experimentación formal mayor que en los autores, cuyos escritos tienden a la exposición enunciativa de la idea que sostiene el relato, algo por otra parte comprensible: la ciencia ficción tuvo en su origen un carácter divulgativo y de entretenimiento, que obligaba a los escritores, si querían que las revistas comprasen sus relatos, a ir al grano y salpicar a cada tanto la narración con detalles fantasiosos. La mayor parte de las autoras también se ciñó a esos condicionantes, pero incluso en las más pragmáticas se percibe una subjetividad y una inestabilidad narrativa que enriquece lo contado, y, además, si sus protagonistas son hombres estos adquieren a lo largo de su aventura una cierta conciencia feminista o, al menos, una visión más compleja de sus compañeras a través del flujo de conciencia, la plasmación por escrito de sus pensamientos. Esa atención por el interior de los personajes, por sus procesos mentales, es indisociable de una mayor sofisticación en la escritura, y en la ciencia ficción se da antes en las autoras que en los autores.
La cuestión del lenguaje, dentro y fuera de las páginas, nos parece importante porque tenemos la impresión de que la propia ciencia ficción, literaria y audiovisual, ya no es a estas alturas un género con unas claves expresivas determinadas sino un constructo comunicativo, una herramienta que nos permite comprender el mundo de la forma más idónea en los tiempos distópicos que vivimos.
Coincido al cien por cien, la ciencia ficción ya es un lenguaje global, un medio para intercambiar a través de países y culturas diferentes nuestras inquietudes acerca de nuestro presente y nuestras perspectivas de futuro. Y su papel en este aspecto es fundamental: se habla continuamente, y es cierto, de que vivimos en sociedades muy polarizadas, que cada cual está atrapado en su burbuja de sesgos y prejuicios, sin escuchar al que piensa diferente, y resulta que hablar de ciencia ficción rompe de inmediato con todas esas barreras y fronteras, es algo maravilloso. La función que antes encomendábamos a la comida o los deportes, unirnos aunque fuese circunstancialmente con extraños y practicar la empatía con ellos, ahora le corresponde a la ciencia ficción. Cuando dos personas opuestas en el espectro ideológico ven Star Wars y ambas se sienten identificadas con los rebeldes que luchan contra el Imperio, se produce una colisión apasionante de perspectivas y surgen de inmediato las dudas, la curiosidad, acerca de por qué cada cual tiene esa visión, y qué significa de cara a quien tiene enfrente.
Cuando preparaba con Isiah Lavender III el ensayo colectivo Literary Afrofuturism in the Twenty-First Century nos sorprendió mucho ver hasta qué punto los primeros compiladores de narrativas y ensayos afrofuturistas habían podido reunir a autoras y autores de todo un continente sin demasiado esfuerzo, pues a todos les hermanaba más allá de sus nacionalidades y sus culturas el amor por el género. Ha sucedido lo mismo con CoFUTURES, una iniciativa de la Universidad de Oslo centrada en los potenciales del género a nivel de academia, tecnología y cultura, y que ofrece incluso respaldo a proyectos transmedia de ciencia ficción con origen en la literatura, el cine o los videojuegos; el entusiasmo internacional ha sido inmediato, hay ya un montón de gente implicada en diversas comunidades dentro de CoFUTURES.
Y todo esto que hablamos vale también para la ciencia ficción escrita en el pasado: vencer la pereza y aproximarse a ella supone siempre descubrir que sus planteamientos están mucho más cerca de nosotros de lo que podríamos esperar. La investigación basada en la genealogía es, en ese aspecto, esencial, y no solo para entender el pasado en lo que fue realmente, sino para entender nuestros tiempos. La ciencia ficción, en definitiva, tiene el poder de salvar las barreras entre hombres y mujeres, atravesar las fronteras entre culturas y nacionalidades y romper con los lugares comunes en torno al pasado, el presente y el futuro.