Ruido de sables. Este mes hemos publicado varios textos que alertan de lo mismo. Los líderes de la Unión Europea comienzan a difundir la idea de que debemos prepararnos para la guerra con Rusia. Ángel Ferrero ha publicado uno en el que explica cómo en Centroeuropa se habla de un periodo de cinco a ocho diez años para la confrontación (los alemanes creen que no será dentro de sus fronteras, sino en el este). Suecia ha entrado este mes definitivamente en la OTAN, terminando con una historia de neutralidad que se remontaba a 1814. Su ministro de Defensa ha dicho que “podría haber una guerra” en territorio sueco. Además, tanto Suecia como Dinamarca han renunciado a seguir su investigación sobre la voladura del gasoducto Nord Stream II, un tubo que conectaba la geopolítica europeo con Rusia. Se abandona el rastro de un hundimiento del que el principal beneficiario ha sido Estados Unidos, que en el año del atentado aumentó un 119% sus exportaciones de gas natural licuado a la Unión Europea.
El giro belicista, entonado a favor de la seguridad del continente, se extiende a la macroestructura económica de la Unión Europea. El 26 de febrero, la flamante presidenta del Banco Europeo de Inversiones, Nadia Calviño, anunció que su institución quiere “driblar” la normativa que impide que el BEI invierta en la industria armamentística. De este modo, en los próximos tres años está previsto que a través de ese juego de piernas se muevan 6.000 millones desde la I+D hasta la tecnología militar. ¿Europa en armas o solo pista de aterrizaje para la reproducción del capital? Hagan sus apuestas (la industria armamentística ya ha hecho las suyas).
Será porque se cumplen dos años de la guerra en Ucrania o porque los halcones de la Unión Europea han decidido pasar página, el caso es que mientras en Europa miles de personas siguen saliendo a la calle para detener el genocidio que está llevando a cabo Israel en Gaza, el debate entre los líderes europeos orbita en torno a la amenaza rusa.
Este lunes se reunieron en París. De esa cita salió Macron diciendo que
no es descartable la entrada de tropas de países europeos en Ucrania.
Por cierto, el último encuentro de los líderes europeos para discutir sobre la solicitud (el verbo exigir no se conjugó en esa ocasión) para un alto el fuego en Gaza se remonta al mes de diciembre.
Hay un juego de espejos. En la sociedad española no hay ningún indicio, ningún temor, hacia ninguna guerra posible. ¿Es un exceso retórico o una forma de tirarse el pisto advertir de algo que muy posiblemente no va a pasar (la guerra en suelo europeo)? ¿Tenemos derecho a alertar sobre esta escalada como si fuese algo más que el recubrimiento que se le pone a un momento de acumulación militarizada?
Quizá no sirva de nada dar la voz de alarma, pero sí hay que tener en cuenta el factor militar cuando hablemos del aumento del fascismo y la extrema derecha. Si las sociedades se acostumbran a permitir todo en nombre de la seguridad y la defensa, si el propio sistema de fronteras está basado en esos conceptos, el cambio del discurso hacia una disputa por el futuro entre “ellos” y “nosotros” se convierte en la victoria de la extrema derecha.
(La foto de arriba, de la manifestación propalestina del 24 de enero en Madrid es de Manuel del Valle).