Una confrontación global en diversos escenarios y con múltiples actores es, esta semana, un poco menos improbable. La pérdida de apoyos de Benjamin Netanyahu en el interior de Israel —por su incapacidad de conseguir la liberación de los rehenes— y en el exterior —por una posición insostenible tras la masacre de la delegación de World Central Kitchen— ha llevado al presidente israelí a la siempre recurrida salida hacia delante, en este caso, provocar un ataque de Irán que obligue a Occidente a posicionarse sin matices con Tel Aviv.
Mientras, en Europa y Palestina, informar sobre el conflicto y protestar contra el genocidio se han convertido en tareas de alto peligro.