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Antimilitarismo
Por un antibelicismo de clase
Antimilitarista miembro de Gerrarik ez
@juan_ibarrondo
En las guerras de hoy, son las mujeres y hombres de la clase trabajadora, una vez más, quienes soportan en sus cuerpos, en su economía y en sus condiciones de vida, el mayor impacto del daño causado. Porque las guerras no son entre naciones, ni entre culturas, sino entre intereses, fundamentalmente de orden económico: la guerra no es un método de resolución de conflictos, sino un arma de sojuzgamiento de las personas y expolio de los pueblos.
En la actualidad, la guerra es inherente al sistema neoliberal capitalista, que expolia el planeta e impone desigualdades cada vez mayores entre los seres humanos. La economía de guerra, global y permanente, supone –entre otras calamidades– el aumento de la transferencia de la riqueza de las mayorías a las élites, como estamos viendo con los obscenos beneficios declarados de las multinacionales y los menos conocidos del complejo militar-industrial, que se convierte en uno de los sectores más rentables de una economía capitalista alicaída que, como vemos, recurre a la muerte y la destrucción para mantener al alza las tasas de beneficio de las élites.
La guerra no es un método de resolución de conflictos, sino un arma de sojuzgamiento de las personas y expolio de los pueblos.
Por todo ello, en este Primero de Mayo, la clase trabajadora hemos reivindicado, además de las exigencias clásicas de la señalada fecha, también el cese de las hostilidades armadas y la no colaboración con quienes alientan, legitiman y ordenan las matanzas. Hemos reivindicado, a la vez, la reconversión de la industria armamentística para fines de carácter civil y medioambiental.
Sin embargo, desde cierto sindicalismo cada vez más corporativista –incluidos muchos de los sindicatos que aún se proclaman de clase– se sigue poniendo como prioridad el mantenimiento del empleo por encima de cualquier otra consideración.
Se nos dice desde estas fuerzas sindicales –y también políticas–, que sería suicida para sus intereses corporativos invocar cualquier cambio que pueda suponer poner en peligro los puestos de trabajo, incluida la conversión de la industria militar. Hay quien recurre al viejo argumento de las famosas condiciones objetivas, que según dicen no se dan en este momento para reivindicar este tipo de cosas –que el pobre obrero no entendería…– para acusar de utópicos a quienes las defendemos.
Hay quien recurre al viejo argumento de las famosas condiciones objetivas, que según dicen no se dan en este momento para reivindicar este tipo de cosas –que el pobre obrero no entendería…– para acusar de utópicos a quienes las defendemos.
En realidad, esto no es ni mucho menos novedoso. Una parte del movimiento obrero siempre se ha alineado con sus Estados-nación correspondientes, priorizando su adscripción nacional a su pertenencia de clase en situaciones de guerra, con los mismos argumentos falaces que se esgrimen ahora.
Quizá no sea tan conocida esa otra parte de la clase trabajadora organizada que se opuso firmemente al belicismo, incluso declarando huelgas en las fábricas de armas y llamando a la deserción de los soldados-obreros en las guerras interimperialistas, como la que vivimos ahora mismo, o frente a las guerras imperialistas contra los pueblos oprimidos.
El movimiento espartaquista alemán o los Industrial Workers of the World en los Estados Unidos, así como el anarcosindicalismo ibérico. se posicionaron claramente contra la guerra, y dejaron bien claro el origen capitalista-imperialista de guerras a las que se opusieron con todas sus fuerzas
También el feminismo anticapitalista se adscribió pronto a la lucha contra las guerras, y el congreso de La Haya contra la Primera Guerra Mundial inició un camino de feminismo antimilitarista que aún perdura.
De manera que quienes ayer y hoy defienden, desde la izquierda, la industria militar como factor de desarrollo y creación de puestos de trabajo, en realidad están comprando sus argumentos al enemigo de clase y al patriarcado, que es quien sale realmente favorecido de la economía de guerra.
Quienes defienden, desde la izquierda, la industria militar como factor de desarrollo en realidad están comprando argumentos al enemigo de clase y al patriarcado
La guerra en primera línea la libra mayormente la clase trabajadora, con armas fabricadas por la clase trabajadora, bajo las órdenes de gobiernos votados, en ocasiones, por la misma clase trabajadora que la sufre. Nos matamos siguiendo las órdenes y acatando decisiones políticas emitidas desde cómodos despachos alejados de los lugares de destrucción.
Nos matamos siguiendo las órdenes y acatando decisiones políticas emitidas desde cómodos despachos alejados de los lugares de destrucción.
La clase trabajadora mayormente es la que compone las masas de personas refugiadas expulsadas de sus vidas y trabajos, convertidas en exiliadas forzosas o en carne de cañón. Los ejércitos, las armas, no garantizan la paz y la seguridad, sino todo lo contrario. Por ello nos oponemos al comercio y al envío de armas a cualquier país, así como a los envíos de fuerzas militares a los escenarios bélicos.
Por otra parte, respecto al incremento del gasto militar aprobado en los parlamentos e impuesto por la OTAN, no podemos sino rechazarlo, y proponer que esa ingente cantidad de capital se destine a fines sociales (pensiones, sanidad, educación, etc.) junto al apoyo social e institucional a insumisos y desertores de todas las guerras.
No hay ninguna ley económica que niegue la posibilidad de la conversión de la industria militar en civil, por lo menos si tenemos una concepción saludable de la economía como la fórmula para mantener el sustento de la humanidad y no como una teología de mercado en beneficio de los poderosos.
Existen numerosos ejemplos de conversión. Por ejemplo, a principios del siglo pasado, se dio la exitosa conversión de parte de la industria armera vasca en fábricas de bicicletas, como la prestigiosa marca ORBEA, cuando alguien se dio cuenta de que su experiencia en fabricar tubos para escopetas y revólveres podía servir igualmente para fabricar bicicletas o carritos para niños.
La industria militar se ha de reconvertir en civil como cuando ORBEA pasó de fabricar tubos de escopeta a bicicletas
La creatividad humana es perfectamente capaz de llevar a cabo la conversión de la industria militar si hay voluntad para hacerlo. La ciencia económica y la política deberían dedicarse a facilitarla y posibilitarla en vez de poner obstáculos y excusas para no llevarla a cabo.
Hace tiempo que deberíamos ser conscientes de que no se trata solo de repartir la riqueza y el trabajo, sino que también hay que cuestionar para qué sirve ese trabajo y esa riqueza. ¿Para la muerte o para la vida?
Si quieres la paz prepara la paz, no la guerra. La paz es la revolución mundial del proletariado.
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Hay que abolir las naciones, al menos tal y como se las conceptúa a día de hoy. Poner a las naciones bajo una gobernanza global que prohíba la guerra. La guerra no puede ser el derecho de ninguna nación, como el homicidio no es el derecho de ningún ser humano. Igual que el Estado niega esa libertad al ciudadano, un Estado global debería negar ese derecho a cualquier nación. La industria del armamento debe ser cancelada en su mayoría, los ejércitos deben ser desmantelados. Con una pequeña fuerza de paz, para evitar matanzas entre colectivos (por ejemplo, religiosos), bastaría. Que en plena crisis ecológica global, estemos despilfarrando recursos valiosos en la guerra (más los efectos colaterales, globales, que nos muestran, otra vez, que estamos interconectados), es un crimen estúpido, que representa el pensamiento estúpido que nos extinguirá.