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Antifascismo
Las palabras no se las lleva el viento
Las palabras no se las lleva el viento, ojalá. Se quedan pegadas como el chapapote a una roca, se nos pegan profundamente y nos contaminan. El lenguaje racista y fascista del mismísimo odio, ha calado, ha contaminado y ahora ocupa 52 escaños. No está mal decirle a alguien que lleva chapapote pegado en el zapato. Le ayudo a quitarlo y seguimos caminando.
Las palabras no se las lleva el viento, ojalá. Se quedan pegadas como el chapapote a una roca, se nos pegan profundamente y nos contaminan.
Pudiera parecer inofensivo un trocito de galipó pegado en la planta de nuestros pies, pero si todas las personas que llenamos una playa un día de verano, al llegar a casa nos notáramos el alquitrán, quizás la cosa se tornara preocupante. Quizás la playa estaba más contaminada de lo que parecía, por muy cristalina que fuera su agua y por muchos reconocimientos en forma de banderas que tuviera.
Las palabras también contaminan, pero no rocas, contaminan sociedades. Hace un tiempo parecían un grupo de fascistas trasnochados diciendo burradas y pisoteando los derechos humanos. Total, si son cuatro, ¿no?. Ahora resulta dar miedo. Esas palabras que se han permitido en espacios públicos, esos discursos que se han permitido en los medios de comunicación y que se han normalizado, ese lenguaje racista, machista, xenófobo, homófobo y fascista del mismísimo odio, ha calado, ha contaminado y ahora ocupa 52 escaños.
Lo que ha sucedido en el congreso es un estrellarse un petrolero en toda regla. Dejando a un lado las alegorías, quiero señalar que el lenguaje es importante.
Dicen que una buena manera de hacernos conscientes de las cosas que hacemos es llevar a cabo un registro, algo así como un diario. Por ejemplo, si queremos observar si nuestra alimentación es adecuada, o no, podemos hacer un diario de lo que vamos comiendo durante el día a lo largo de una semana. Si queremos observar si tenemos cierta intolerancia a algún alimento, vamos anotando cómo nos sienta, o directamente anotamos cuando nos sienta mal o regular: qué he comido hoy, acompañado por qué otra cosa y a qué hora.
Yo hago eso mismo con el racismo, que sí que me resulta indigesto, y por desgracia mucho más fácil de recoger en un diario ya que ocurre a todas las horas del día todos los días de la semana. Me diréis exagerada, os animo a probar. Veamos algunas frases racistas cotidianas: “hacer el indio”, “huele a gitano”, “trabajo de chinos”, “comer en mesa como las personas civilizadas”, “me vas a comparar a Dios con un gitano”, “hablar a lo indio”, “trabajar como un negro”, “no seas judío”… ¿Sigo? Creo que ya os hacéis una idea de por dónde voy. Por si había dudas, estas frases son racistas. Me entristece tener que nombrar ejemplos para ilustrar de qué estoy hablando, pero es que, aunque el agua parezca estar limpia, hay chapapote por todas partes.
El racismo está tan apalancado y es tan estructural que no lo notamos. Las blancas, claro. Nos cuesta verlo, nos cuesta reconocerlo y nos cuesta sacar estas palabras de nuestro uso cotidiano. Pero hay que sacarlas, no todo vale y no todo se puede tolerar. A menudo escucho a la gente afirmar que ya no hay racismo, que eso ya no existe. Es más, incluso escucho a muchas presumir de vivir en una sociedad “abierta y tolerante”. Pues ojalá, pero creo que es una apreciación alejada de la realidad. Tener una placa de Ciudad de los Valores, hacer fiestas multiculturales alrededor de la comida o sonreír a un mantero amablemente no te convierte en persona antirracista, lo mismo que las banderas azules de las playas no siempre garantizan su limpieza.
Hay que hacerse notar, hay que señalar las frases racistas, ¡No pasa nada! ¡Que nadie se enfade! No es algo personal, no es una crítica a ti, ni se te acusa de ser un mal bicho, es algo estructural que tenemos el deber de cambiar entre todas.
Cuando este lenguaje racista se normaliza y seguimos hablando del otro, del negro, de las gitanas, con toda la impunidad, haciendo referencia a estereotipos racistas, también damos legitimidad para hacerlo a otras personas con otros discursos, más notorios desde nuestra blanquitud. Porque que alguien sea abiertamente racista, agrediendo o insultando, nos parece una atrocidad, pero que de mientras nosotras hablemos así nos parece como de toda la vida.
De toda la vida ha sido el fascismo y ahora algunos medios de comunicación lo llaman movimiento nacional blablablá. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. En este todo vale le abrimos la puerta al lobo, y perdonadme pero yo me niego. Me niego a que el insulto, como está camuflado, es de toda la vida y encima a mí no me toca – siendo ingenuas– se normalice. Me niego.
Volviendo al mar…aunque el agua sea cristalina nos queda mucho chapapote por limpiar. Y no está mal decirle a alguien que lleva chapapote pegado en el zapato. Le ayudo a quitarlo y seguimos caminando.
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