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Agricultura
Por qué la agricultura intensiva aumenta el riesgo de inundaciones
La agricultura ha sido uno de los sectores de la economía más dañado por la dana que azotó el sureste peninsular. Sergio de Andrés Osorio, director general de Agroseguro, la ha calificado como la “tormenta más dañina en la historia del seguro agrario en España”.
Las inundaciones, el viento y el granizo han afectado a 25.500 hectáreas (50.000 parcelas) y han destruido 650 millones de kilos de alimentos. Más de 10.000 agricultores han reportado daños en sus explotaciones. “Las pérdidas económicas superan los mil millones de euros”, ha calculado la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja).
Además de “víctima” de los impactos de este fenómeno meteorológico extremo, la agricultura intensiva, aquella que pretende sacar el máximo provecho económico de las tierras de cultivo, cada vez más extendida en España, es, a juicio de expertos en materia hídrica, también “responsable” de inundaciones cada vez más destructivas.
¿Cuál sería la explicación? Pues que la maximización de la producción implica la eliminación de la cobertura vegetal natural de los suelos. Esta falta de vegetación deja a la tierra desprotegida y susceptible a la erosión y a la escorrentía. Cuando llueve con mucha intensidad, el agua se desplaza rápidamente hacia las zonas bajas, llevando sedimentos y agravando el riesgo de inundaciones.
Julia Martínez explica que los suelos tienen un coeficiente de infiltración. Si este número es igual a cero, el 100% de una precipitación se transforma en escorrentía. Las zonas agrícolas, con sus prácticas intensivas, han modificado este coeficiente
Por este motivo, La Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA), formada por los científicos hídricos más prestigiosos de España, ubica a la agricultura intensiva como una de las ocho causas que explican el aumento de los daños de las inundaciones. “La agricultura industrial y la expansión de regadíos intensivos están incrementando la escorrentía y el arrastre de sedimentos por la práctica general de mantener los suelos desnudos, sin la protección de la cubierta vegetal, y en ausencia de prácticas de conservación. Se incrementan los daños aguas abajo porque el agua llega en menos tiempo, en mayor cantidad y cargada con más sedimentos”, ha explicado esta entidad en un comunicado publicado tras la dana.
En diálogo con El Salto, Julia Martínez Fernández, doctora en Biología y directora técnica de la Fundación, profundiza sobre un “factor que suele estar oculto” a la hora de poner la lupa en los motivos de las inundaciones. Explica que los suelos tienen un coeficiente de infiltración. Si este número es igual a cero, el 100% de una precipitación se transforma en escorrentía. Las zonas agrícolas, con sus prácticas intensivas, han modificado este coeficiente aumentando “de forma notable” el escurrimiento del agua. “Es decir, con la misma lluvia, cada vez la escorrentía aumenta más en muchas zonas agrícolas. ¿Por qué? Por prácticas que maximizan la producción y reducen costes. Estamos hablando de toda la agricultura intensiva, regadíos y también zonas de secano”, detalla Martínez.
La agricultura tradicional del Mediterráneo tomaba medidas para conservar los suelos y retener el agua. “Ahora, todo lo contrario: se busca expulsar el agua de los cultivos. En muchas zonas de regadío intensivo no interesa que llueva”, afirma.
Pone un ejemplo: el Campo de Cartagena, en Murcia, donde los cultivos están roturados a favor de la pendiente. “No es por ignorancia. Las empresas tienen muy buenos técnicos agrícolas. Saben que favorece la erosión y la pérdida de sedimento. Pero quieren hacer eso. Quieren que en sus fincas el agua esté el menos tiempo posible. Quieren aumentar la escorrentía y evacuar el agua. La necesidad hídrica la cubren a través del riego por goteo y de los sistemas localizados”, describe.
“La expansión de la agricultura intensiva está generando cada vez más suelos desnudos e inertes, suelos que tienen muy poca materia orgánica, que ya no funcionan como esponjas”, explica Celsa Peiteado
Los sistemas de riego avanzados para aumentar la producción en áreas con escasez de agua han aumentado de forma considerable en las últimas dos décadas. Según los datos del propio Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco), la superficie de regadío alcanza 3,8 millones de hectáreas, lo que supone alrededor del 23% de la superficie total cultivada. Entre 2010 y 2019, esta área se ha incrementado un 14%, mientras que la superficie cultivada total se redujo un 1,3%.
Andalucía es la comunidad con una mayor superficie regada con 1.117.900 hectáreas (29,2% del total). Le siguen Castilla-La Mancha (572.300), Castilla y León (463.100) y Aragón (413.500). Entre estas cuatro regiones suman el 67% de la superficie regada del país. Al poner la lupa sobre Castilla-La Mancha, se dimensiona la expansión de los cultivos que necesitan riego. En 1996, según datos oficiales de esta comunidad, había 353.801 hectáreas de regadío. En 2021 (último dato), la cifra ascendió a 582.767 hectáreas, un 65% más.
El País Valencià, la comunidad más afectada por la dana, no se queda atrás. En 2022, la superficie de cultivo de regadío ascendió a 307.269 hectáreas, superando por séptimo año consecutivo a la superficie de secano (282.921 hectáreas). La superficie de regadío con respecto al total de las tierras de cultivo ha pasado del 38,1% en 1985 al 52,1% en 2022.
Para esta bióloga, urge, por tanto, “ambientalizar toda la agricultura”. Explica que, hasta no hace mucho tiempo, la agricultura tradicional incluía prácticas diseñadas para conservar el suelo y el agua, como las cubiertas vegetales, la rotación de cultivos, el cultivo en terrazas y la gestión de barreras naturales.
Lamenta que en los imaginarios colectivos “siga calando la imagen del pequeño agricultor, que nada tiene que ver con las grandes empresas que dominan el sector y que promueven esta intensificación”. “Necesitamos replantear el modelo. Son muchas las facturas ocultas que pagamos toda la ciudadanía. Las administraciones no pueden seguir mirando para otro lado”, concluye.
Suelos desnudos e inertes
Celsa Peiteado Morales es responsable de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural y Alimentación Sostenible de WWF España. Coincide con el diagnóstico de Martínez. A su juicio, es clave diferenciar la agricultura intensiva —que emite muchos gases de efecto invernadero y que lastra las capacidades de adaptación ante fenómenos climáticos extremos— del otro modelo, minoritario, de alto valor natural y social, que secuestra carbono y ayuda a mitigar los impactos.
“La expansión de la agricultura intensiva está generando cada vez más suelos desnudos e inertes, suelos que tienen muy poca materia orgánica, que ya no funcionan como esponjas. Entonces, frente a lluvias intensas, el agua se desliza con más volumen e intensidad. No hay barrera natural de retención”, explica. La experta agrega que las prácticas intensivas han “simplificado los paisajes”. En otras palabras, se han eliminado todos los elementos que limitaban las escorrentías: los linderos que separaban una finca de otras con vegetación natural, los muretes de piedra secas y los árboles y arbustos, entre otros.
“En España, el 20% de los beneficiarios de la PAC acaparan el 80% de las ayudas. Grandes fincas de regadío son las grandes beneficiarias de las ayudas públicas”, retrata Peiteado
Como ejemplo pone Doñana, donde muchas explotaciones de regadío intensivo canalizan arroyos en lugar de dejar espacios de inundación natural. “Si seguimos intensificando la agricultura por encima de la capacidad de los ecosistemas vamos a agravar el cambio climático, vamos a disminuir nuestra capacidad de adaptación y vamos a disminuir la producción de alimentos”, alerta Peiteado.
Lamentablemente, afirma, el modelo tradicional, que ayuda en la mitigación y en la adaptación, es el que recibe menos ayudas públicas y el que, por precios, está al margen de los mercados. “En España, el 20% de los beneficiarios de la PAC acaparan el 80% de las ayudas. Grandes fincas de regadío son las grandes beneficiarias de las ayudas públicas. Las fincas familiares, en cambio, reciben migajas”, retrata.
En esta nueva realidad climática, son cada vez más los agricultores que, ante la seguidilla de impactos, buscan prácticas agroecológicas para sus explotaciones. Peiteado aclara que “sin políticas y sin mercados que ofrezcan precios justos, el sistema obliga hoy a intensificar o a abandonar la actividad”. ¿Puede el sector seguir ocultando su insostenibilidad? “Guste o no guste, el cambio climático pondrá a la agricultura en su sitio”.
Paisajes de retención hídrica
Muchas de las explotaciones agrícolas que esta semana quedaron inundadas en Málaga por la nueva dana que azotó a la península arrastraban una sequía crónica de casi dos años. Para estos territorios, que sufren períodos de escasez hídrica con grandes trombas de agua, David González Sánchez, licenciado en Ciencias Químicas, máster en Ciencias Agroambientales y máster en Energías Renovables, recomienda “los paisajes de retención hídrica”, una herramienta “muy eficaz” en la regeneración de suelos.
“Son los sistemas que todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad han trabajado para lograr una mayor y mejor infiltración de las lluvias. No es nada nuevo”, explica. Los beneficios, enumera, son muchos: reducen las escorrentías, redirigen el agua al lugar adecuado, favorecen la recarga de acuíferos, incrementan la materia orgánica y la humedad de suelo, aumentan la biomasa y la biodiversidad, y crean conexiones fértiles.
“Tenemos herramientas a nuestro alcance para que la agricultura ayude a mitigar los impactos de las inundaciones de las últimas semanas. Pero necesitamos cambiar de modelo”, apunta David González
Gónzalez señala que, por el cambio climático, el régimen de lluvias es cada vez más corto y se concentra en momentos puntuales en formas de trombas. Estos eventos “generan fenómenos erosivos muy graves si las parcelas no se encuentran preparadas para ello”. Por otro lado, agrega, períodos largos sin lluvias, unido a prácticas que reducen el carbono en el suelo —y por tanto su capacidad de almacenamiento de agua—, hacen que los cultivos dispongan de menor cantidad de agua.
El experto expone como una de las soluciones el diseño hidrológico conocido como “Keyline-Línea Clave”, una técnica agrícola para poder diseñar un paisaje de retención. “Se trata de una técnica que permite gestionar el agua en escorrentía en la parcela de manera eficiente y aumentar la fertilidad del suelo. Para ello, se realiza un diseño adaptado a la topografía del terreno que permite movilizar el agua de lluvia y retenerla para el aprovechamiento de los cultivos por medio de curvas con un desnivel apropiado que garantiza una distribución adecuada del agua sobre la parcela”, describe.
González, para finalizar, señala: “Tenemos herramientas a nuestro alcance para que la agricultura ayude a mitigar los impactos de las inundaciones de las últimas semanas. Pero necesitamos cambiar de modelo”.