Gitanas feministas que luchan contra los prejuicios

Cinco voces explican las luchas por la igualdad de las mujeres gitanas en ámbitos diversos como la música, los derechos de las personas trans, la inclusión social, el papel de las mujeres romaníes durante la Guerra Civil y la experiencia institucional. 

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El Salto País Valencià De izquierda a derecha: Beatriz Carrillo, vicepresidenta del Consejo Estatal del Pueblo Gitano; Alexandra da Fonseca, presidenta de la Asociación Gitana Feminista Arakerando y Jenifer Escobedo, transexual gitana.

Según el último informe sobre “Discriminación y comunidad gitana”, editado por la Fundación Secretariado Gitano, las mujeres romaníes sufren discriminación en el acceso a bienes y servicios con base en el prejuicio de que roban, pero también en el acceso a la educación al ser víctimas de chistes y burlas en los centros escolares. Por otra parte, en el acceso al empleo el prejuicio más común es que son problemáticas y carecen de hábitos. Este estudio también desvela que las mujeres gitanas tienen una tasa de empleo del 16%, mucho más baja que la de los hombres gitanos 34% y, a gran distancia del resto de las mujeres españolas.

La principal causa de esta imagen negativa, según el informe, está en la reproducción de estos prejuicios y estereotipos por parte de los medios de comunicación, que tanto en los relatos periodísticos como en las series de ficción y entretenimiento, generalmente ofrecen un discurso homogéneo sobre ser mujer y gitana. Aquí les traemos cinco formas diversas de ser gitana menos visibilizadas.

La tocaora sexodiversa

Noelia “La Negri” es consciente de ser, sino la única, una de las pocas mujeres gitanas que toca la caja y afirma que cuando no la contratan, es por ser mujer. “Esto también pasa con la guitarra”, dice, “quieren que nosotras cantemos o bailemos porque supuestamente es lo normal”. Tiene 37 años y hace ocho que vive sola, porque considera que para ser feminista “hay que ser independiente, predicar con el ejemplo” y salir del patriarcado “que ya es aplastante en la sociedad mayoritaria”, pero aún más acentuado “entre la población gitana”.

Noelia recuerda, al menos, tres situaciones de rechazo vividas a lo largo de su carrera como tocaora. La primera ocurrió cuando la dueña de un tablao de Madrid le pidió que se fuera “porque no quería mujeres percusionistas en el escenario”. En otra ocasión se negaron a contratarla porque, a juicio de los dueños de la compañía, “rompía con la estética del escenario, ya que todos los músicos eran y debían ser hombres”. En otro suceso distinto, llegó a una audición con su cajón bajo el brazo y le dijeron que “las audiciones de cante y baile eran a otra hora”, relata.


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Noelia “la Negri”, tocaora del cajón flamenco El Salto País Valencià



La tocaora afirma que se enamoró del cajón flamenco desde que tuvo “uso de razón”. Aprendió de manera autodidacta y recuerda haber tocado “hasta con los pupitres del colegio”. A su padre no le gustaba verla tocar este instrumento porque la postura “de estar sentada con las piernas abiertas” era un asunto de hombres. Siempre soñó con recibir un cajón para el día de Reyes o para su cumpleaños, pero fueron unas amigas quienes le regalaron uno, por primera vez, cuando cumplió 20 años.

Noelia también es cantaora. Uno de los momentos que recuerda con mayor alegría fue haber hecho un concierto el pasado “Día del Orgullo” de Madrid en la plaza de Colón. Le gusta versionar canciones como “A quien le importa” de Alaska o “Ya no quiero ser la misma de ayer” de la Niña Pastori, porque la conectan con la libertad que todas “debemos tener para amar, sin importar a quien”. Para Noelia, lo más duro es que por su orientación sexual haya quien quiera excluirla de su gitanidad, “como si alguien tuviera un gitanómetro para decidir quien es más o menos gitano, de acuerdo a con quien se va a la cama”, sentencia.

El ejemplo de Córdoba

Jenifer Escobedo vive en el Sector Sur de Córdoba y en una de las fachadas está su foto mural. El pasado mes de julio ganó un concurso convocado por la Casa de la Juventud, para “concienciar y dar voz a las y los jóvenes que están en situación de exclusión social y son un ejemplo a seguir”. Aquel evento tuvo impacto mediático y le permitió pasar a formar parte de asociaciones LGTBI como la Adriano Antinoo, con la que ahora colabora para “ofrecer información sobre la transexualidad, porque gran parte de la discriminación que sufrimos, es por el desconocimiento que existe”, afirma.
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A la izquierda, Jenifer Escobedo, la transexual gitana cordobesa que es un ejemplo para su comunidad. El Salto País Valencià

Desde muy pequeña escuchaba comentar a miembros de su familia: “este niño va a salir mariquita” o “es muy afeminado”, pero Jennifer dice que desde muy pequeña “sabía que era una niña”. A los doce años, después de visitar diferentes especialistas junto a su madre, un psicólogo les confirmó el diagnóstico. “El único miedo que tuve fue el de que mi familia me rechazara, pero me mi madre los reunió, les dijo que yo había nacido en el cuerpo equivocado y que comenzaría mi proceso de transición para cambiar de sexo”, comenta. Al principio les costó asimilarlo, pero con el tiempo lo aceptaron y le apoyaron.

Jenifer relata que su padre estuvo unos años sin hablarle durante la adolescencia, mientras que su madre le arropaba y protegía. En el Instituto la gente se reía de ella y hacía comentarios ofensivos, pero la orientadora junto al equipo de profesores se encargaron de acompañarla en su proceso y la acercaron al resto de compañeros. “Cuando intentaban acosarme, yo les ignoraba porque soy muy fuerte. Cuando veía una oportunidad de entrar en un grupo en el recreo o en los baños, lo hacía. En segundo de la ESO todo cambió cuando les dije que no quería que me llamaran por mi anterior nombre, entonces me preguntaron: ¿cómo quieres que te llamemos?. Hicieron una lista con mis posibles nombres de mujer, no me quedé con ninguno de ellos, pero a partir de allí me aceptaron como una chica”.

La cordobesa considera que aquellos momentos vividos durante su adolescencia “fueron muy duros”, porque en la calle “también sentía el rechazo en las miradas y en las frases de odio que escuchaba”. A eso se sumó el divorcio de sus padres y el inicio del tratamiento hormonal. También vivió algunos episodios de depresión, una situación común de acuerdo al estudio científico “Salud mental de los jóvenes transgénero”, por lo que el apoyo familiar, social y el acompañamiento profesional son imprescindibles en estos casos.

En enero de 2016 le hicieron la cirugía genital después de estar siete años en lista de espera. “La operación era mi sueño. En la transición mi imagen cambió de manera radical y esto fue el cierre del proceso, porque tus genitales coinciden con como te sientes”. Expresa haber perdido toda su adolescencia y una pequeña parte de su vida esperando ese momento. Ahora quiere impartir charlas en centros educativos y difundir el ejemplo de mujeres romaníes que estudian y tienen aspiraciones más allá de casarse y tener hijos. Hay vida más allá de eso y “podemos hacer todo lo que nos propongamos en la vida”.

Hacer mucho con poco

Alexandrina da Fonseca es una educadora social que dirige la Asociación Promoción Gitana Arakerando, desde hace 18 años. Su labor de acción social junto al colectivo de mujeres romaníes es anterior. Durante la década de los 90 participó en la elaboración de un proyecto de realojamiento de 300 familias gitanas, que pasaron “de vivir en chabolas a ocupar viviendas dignas”. Afirma que, con el tiempo, Arakerando se ha convertido en una asociación de mujeres, porque “los hombres no se sentían cómodos”. Fonseca explica que el mayor problema al que se enfrentan es la falta de financiación y recursos.

Detalla que en esta organización alicantina tienen dos formas de trabajar, a partir de una oferta formativa propia y de un trabajo de articulación con otras instituciones. Los cursos incluyen el graduado de la ESO, la preparación del grado medio, el acceso a la universidad, informática o la obtención del carnet de conducir. También ofertan formación sobre imagen personal para la búsqueda de empleo, salud sexual y reproductiva o el acompañamiento en la educación de los hijos e hijas.

“Yo he pasado de ver mujeres que pasaban el tiempo cosiendo en los espacios de la asociación, a verlas montar su propio grupo de teatro. Las obras son escritas y dirigidas por las participantes y las representan el Día de la Mujer”. Lo importante, para Fonseca, es que las mujeres romaníes que acuden a Arakerando, tengan un día de comida de grupo, acudan a una manifestación feminista y reciban “formación impartida por profesionales”. También cuentan con un espacio de cuidado para sus niños y niñas mientras están en los cursos.

Las gitanas en la guerra civil

Mucho se ha escrito sobre la Guerra Civil, pero poco se ha investigado sobre la situación de las mujeres romaníes en esa época de la historia contemporánea española. Una afirmación que hace Eusebio Rodríguez, investigador de la Universidad de Almería y autor de un libro sobre mujeres gitanas represaliadas en la provincia de Granada desde 1936 hasta 1950. Eusebio detalla que cinco fueron condenadas a muerte, treinta y dos a prisión, seis fueron absueltas, ocho casos fueron archivados y diecisiete  sobreseídos. Entre las asesinadas hay que incluir a una menor de edad, Agustina Dragón, que contaba con 15 años en el momento de su ejecución.

La investigación se realizó por petición de la Asociación de Mujeres Gitanas Romi de Granada y su directora, María Dolores Fernández, realizó las entrevistas. Rodríguez explica que, en principio, la población gitana sentía que el conflicto le era ajeno, hasta que el el bando franquista amenazó el estilo de vida seminómada de los romaníes, con medidas de control social que les impedían ir con total libertad de un lugar a otro, tal y como estaban acostumbrados hasta entonces.

Mientras que en el año 36 las provincias de Almería, Alicante y Valencia estaban del lado republicano, “en Granada ya gobernaba la dictadura”, apunta Rodríguez. El papel de algunas mujeres gitanas “fue el de apoyar a la guerrilla como colaboradoras, suministradoras de información y alimentos, pero también dando cobijo y hospedaje. Esta fue su forma de revolución”.

Muchas de las mujeres fusiladas fueron acusadas de ser espías. Rodríguez relata que por su condición de seminómadas, las romaníes iban de un lado a otro y hacían unos recorridos periódicos por diferentes pueblos, donde trabajaban en la recolección de olivas o trigo. Conocían a gente en cada lugar y tenían una red de fidelidades basada en la confianza. Esto permitió que trasladaran "mensajes escritos, documentos o información concreta de las retaguardias franquistas, a los puestos de mando del ejército republicano. No fue espionaje al estilo Matahari”.

Los vínculos de los clanes romaníes permitieron la supervivencia de muchas mujeres y sus familias, cuando los hombres fueron encarcelados. Rodríguez dice que para garantizar ingresos que les permitieran mantener a sus hijos, algunas se prostituyeron y otras se dedicaron a montar espectáculos en tabernas ubicadas en las cuevas granadinas, “allí está el origen de lo que hoy conocemos como tablaos”, un legado cultural de aquella época.

Para Rodríguez, es importante darle contexto a la época. Para aquel momento, los pocos logros conseguidos por las mujeres durante la República, que pasaron del mundo doméstico a tener una mayor presencia pública, sufrieron un retroceso. A ello se sumó una situación de analfabetismo generalizado, que era del 63% entre las mujeres de la etnia mayoritaria y alcanzaba el 78% entre las gitanas, según una muestra de 1939. Rodríguez aclara que ese estudio tomó como referencia única, “que las mujeres supieran leer y escribir, un nivel intelectual básico”.

La investigación dirigida por Rodríguez implicó el análisis de 13.000 expedientes judiciales de la época, que podían contener entre 30 y 1.500 folios, cada uno. “Este trabajo me tomó tres años de revisión de la documentación de los 212 municipios de la provincia de Granada de entonces”, confiesa. Rodríguez revela que desde la Universidad de Alicante le han pedido iniciar una investigación similar. Ha rechazado la oferta porque es un trabajo que requiere mucho tiempo y el investigador se jubilará en abril de 2018.

Gitana en las instituciones del Estado

Beatriz Carrillo es la primera mujer de origen romaní que ocupa la Vicepresidencia del Consejo Estatal del Pueblo Gitano, un organismo adscrito al Ministerio de Sanidad. Desde este ente se deciden las políticas transversales y específicas de inclusión de esta población en todas las instituciones del Estado español. Su nombramiento es reciente y le esperan cuatro años en el cargo. “Hay mucho trabajo porque todavía arrastramos datos escandalosos en comparación con la etnia mayoritaria”.

Carrillo señala que en los espacios de decisión del Estado español, la presencia de gitanos es anecdótica. “Falta voluntad para que tengamos una representación institucional en los lugares donde se decide qué políticas se van a aplicar”. En la actualidad no existe representación romaní en ningún parlamento autonómico o en el Congreso de los Diputados, “aunque en el pasado hemos tenido alguno”. Carrillo afirma de que esta es una demostración clara de que los gitanos y gitanas están en la “cola del vagón de la sociedad”.
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Beatriz Carrillo, vicepresidenta del Consejo Estatal del Pueblo Gitano El Salto País Valencià

Los datos en el ámbito de la educación arrojan que la tasa de fracaso escolar entre las gitanas es de 64,7%, mientras que entre los gitanos se ubica en el 64%. Los mismos datos para el resto de la población española se ubican en 15% para los chicos y 11,5% para las chicas, de acuerdo a un informe de la FSG. Carrillo señala que “la gran dificultad es que las competencias son autonómicas, lo que ha implicado aplicar medidas desagregadas que han resultado ineficaces”. El 2,2% de los romaníes cuenta con estudios superiores, una cifra que alcanza el 21,5% en el resto de la población.

La salud es otro aspecto en el que la población gitana “presenta peores resultados que el conjunto de la población de España”, de acuerdo a la Segunda Encuesta Nacional de Salud. Hay indicadores que evidencian mejoría como las prácticas preventivas de las mujeres, que han mejorado en los últimos 10 años. En cambio, la esperanza de vida de la población romaní es entre 10 y 15 años menor que el resto. Carrillo indica que “aunque hay avances, la situación de empobrecimiento, estigmatización y discriminación, impide que se alcancen los mismos niveles que el resto de la sociedad”.

Sobre el feminismo gitano, la antropóloga destaca que es mucho lo que seha logrado "si se compara con las generaciones anteriores, aunque está muy vinculado a los niveles socioeconómicos intraétnicos". Añade que hay una multiplicidad de asociaciones que han visibilizado una “imagen nueva de las mujeres romaníes, porque han permitido que dejen de considerarnos víctimas de nuestra propia cultura, para convertirnos en agentes activos de la lucha feminista y de los cambios que implica”.

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