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Industria alimentaria
Apicultores valencianos exigen ayudas para la producción y distribución de miel autóctona
Javier Molins llega a las puertas de su almacén unos minutos pasada la hora acordada. El espacio se sitúa en los límites entre las localidades de Rocafort y Godella, en una tierra que no parece de nadie, y sin embargo, es transitada a cada minuto por coches en direcciones paralelas. Allí guarda todo lo necesario para fabricar miel: colmenas, láminas de cera, maquinaria de extracción, buzos, ahumadores y decenas de utensilios más que va enseñando mientras pasea por una sala donde el aire se estanca y entremezcla con el olor a pintura. “Perdonad el desorden”, balbucea.
Las paredes, las estanterías y las colmenas del almacén son de un tono gris apagado. En una esquina guarda una serie de fotos, aún sin enmarcar, de las que un día fueron sus colmenas situadas en el monte de Bejís. El año pasado iba a ser el año en el que Javier diera el paso definitivo por completo a la apicultura, pero los incendios en los bosques del sur de Castellón llegaron hasta su prado y le causaron grandes pérdidas económicas y materiales. Ahora, su futuro como apicultor también lo ve gris.
Javier se sienta en el taburete, no sonríe ante la cámara pero tampoco se incomoda por la foto. Bromea con que está acostumbrado a los focos. Recuerda con orgullo la instantánea que le situó en portada de muchos medios a finales de febrero. Es uno de los apicultores que se “bañó en miel” durante las manifestaciones frente a la Conselleria de Agricultura como símbolo de malestar de los apicultores valencianos frente a la nueva Política Agraria Común (PAC, 2023-27), aprobada por la Comisión Europea en enero y que, aseguraron, pone mayores trabas a la apicultura valenciana.
“Estamos en la comunidad autónoma donde nació la apicultura, las pinturas de la cueva de la Araña reflejan la relación primordial que el ser humano ha tenido siempre con las abejas”, cuenta Enrique Simó desde su despacho en Montroy. Es biólogo y veterinario en ApiADS de profesión y apicultor por pasión. Es una de las caras más conocidas en la lucha por la dignificación de la profesión. En la foto de la manifestación que muestra Javi, Enrique Simó es quien le vierte la miel en la cabeza.
Frente a la sequía extrema, los cambios estacionales y a una legislación que perciben como un inconveniente para su labor, los apicultores se declaran “al borde de la extinción”
La apicultura valenciana desciende cada año en profesionales y censo de colmenas, en parte por las consecuencias del cambio climático y la muerte acelerada de las abejas, pero también por la falta de ayudas para la producción y distribución de la miel autóctona. Frente a la sequía extrema, los cambios estacionales y a una legislación que perciben como un inconveniente para su labor, los apicultores se declaran “al borde de la extinción”.
Legislar contra natura
Reunirse con Francisco Martínez, Pedro Arnedo y Teresa Barqués por videollamada no fue fácil, estaban en plena campaña del azahar y ocupaban sus días en las colmenas. “Nos quedan 15 días para empezar la marcha”, comenta Barqués sobre el fin de la floración del naranjo. Los tres forman parte de la cooperativa valenciana Miel Azahar, que cuenta con alrededor de 26 miembros y desde hace trece años se dedica a “comprar y vender desde la empresa”, como explica Francisco Martínez, presidente de la organización.
Ellos también participaron en las manifestaciones apícolas por la gestión institucional del sector en València. El motivo fue la regulación económica del sector; una lacra que, según indica Enrique Simó, “hace veinticinco años” que protagoniza los debates con la administración pública valenciana. Los apicultores del territorio denuncian las desigualdades económicas nacionales que generan “competencia desleal” en el sector, como indica Pedro Arnedo, vicepresidente de Miel Azahar.
2. Verano. Colmenas en zonas de montaña: brezo, cantueso. También cultivos frutales: cerezo, melocotonero, aguacatero. Zonas de Ademuz, Chiva y Montanejos.
3. Otoño. Colmenas en zonas costeras o de baja altitud. Cultivos cítricos como naranjos, limoneros y mandarinos. Zonas de Sagunto, Gandía y Cullera.
4. Invierno. Colmenas en zonas protegidas del frío. Zonas boscosas y de colinas bajas donde las abejas se pueden resguardar. Zonas de Bétera, Albuixech y Casinos.
“El presupuesto que ponen Castilla La Mancha o Castilla y León puede multiplicar por cuatro al presupuesto valenciano”, sentencia Francisco Martínez. Las subvenciones a la apicultura son uno de los puntos débiles del País Valencià. Estas se convocan anualmente y se detallan en la Orden 10/2020, del 22 de abril, de la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica. Entre las medidas subvencionables se encuentra la “racionalización de la trashumancia”, que cubre el 65% del gasto en material de manejo de colmenas o en sistemas de extracción de miel, entre otros. Se quedan fuera de la lista las subvenciones a los vehículos de transporte, al combustible y a los productos para la alimentación de las abejas. Los apicultores que pueden acceder a este tipo de ayuda económica deben, entre otros requisitos, llegar a una producción media de diez kilogramos de miel por colmena.
“Nosotros tenemos que pagar primero todo lo que necesitamos en verano y después cobramos la ayuda en noviembre o diciembre”, explica Teresa Barqués. Javier Molins, apicultor de Rocafort, denuncia en esta línea que en otras comunidades se subvenciona a los apicultores con “treinta euros por colmena y nosotros recibimos cinco”. Unas diferencias que confirma Barqués, que tiene abejas en València y León. La Conselleria de Agricultura, por su parte, ha defendido que las ayudas por panal son menores en territorio valenciano por la histórica infrafinanciación. En cualquier caso, para Francisco Martínez la cantidad que se ofrece en el territorio valenciano es “una limosna”, porque no se equilibra el gasto que hacen los apicultores en gasoil, envases o alimentación.
“La apicultura valenciana tiene la misma regulación que la estatal y la europea, pero con la excepción de que tenemos la resolución de la pinyolà”, indica Isaura Navarro. La pinyolà es un conflicto legal que enfrenta desde 1993 a apicultores y citricultores por los huesos (pinyols) que crea la polinización cruzada de las abejas en algunas variedades de cítricos. “Han hecho un injerto de naranjo, clementinas sobre todo, que es fácil a la polinización”, indica José Pascual, apicultor de La Vila Joiosa (Alicante). Las mandarinas con huesos no se compran en el mercado, como explica Isaura Navarro, por lo que en 1993 se estableció el decreto de la pinyolà, que prohíbe la instalación de colmenas a menos de cinco kilómetros de los naranjos. Rechazar las variedades con “pinyol” no obedece a causas naturales sino a la adaptación del mercado al gusto de los consumidores. Si la naturaleza no es más que un producto, su valor disminuye y su precio aumenta.
“Los que salen ganando con el decreto de 'la pinyolà' no son los pequeños agricultores, sino las grandes explotaciones frutícolas”
Apicultores como José Pascual, Javier Molins, Pascual del Valle o Enrique Simó coinciden en que “los que salen ganando con este decreto no son los pequeños agricultores, sino las grandes explotaciones frutícolas”, como explica Molins. Todos se plantean si el verdadero conflicto es “con los agricultores o con la Conselleria”, como expresa José Pascual.
La Conselleria sigue estudiando las variedades de mandarina afectadas por polinización cruzada a través del IVIA (Institut Valencià d’Investigacions Agràrires), y esperan impulsar la plantación de mandarinas que no se vean afectadas por las abejas. Mientras tanto, el decreto de la pinyolà se renovó para el 2023 y se ha reducido el área para establecer colmenas a cuatro kilómetros desde las plantaciones de cítricos, únicamente durante la época de su floración (entre el 13 de marzo y el 31 de mayo). Para Pascual del Valle, presidente de la sectoría apícola de AVA-ASAJA, esto implica ir contra natura, “el pinyol ha estado siempre y la polinización también”, sentencia el apicultor por llamada desde la orilla portuguesa del río Guadiana, a 770 km de su casa en Bunyol, donde espera producir gran cantidad de polen.
Miel con pasaporte
Javi enseña cómo etiqueta uno de los tarros, bajo la luz de la lámpara encendida. En la mesa hay una taza de café vacía, cables, una caja metálica y varios montones de papeles. En la etiqueta se puede leer: “Monte de Bejís”. Es miel ecológica: según cuenta Javi, las dos grandes diferencias entre esta miel y la que no es ecológica son la alimentación de las abejas y el tratamiento de las plagas. Las abejas que producen miel ecológica se alimentan únicamente de sustancias naturales, como el polen, la jalea real o la propia miel. Si un invierno es duro y las abejas no encuentran alimento, Javi extrae de las celdas parte de la miel para que las abejas sobrevivan. En la apicultura no ecológica, el problema se soluciona mediante azúcar y jarabe de levadura de cerveza y de otras procedencias.
“En cuanto haces estas cosas, la miel pierde calidad. Si tienes colmenas en el monte, las abejas se alimentan de las flores de alrededor y no mezclas la miel que obtienes, esta miel será buena. Así que si quieres buena miel, hazla de manera ecológica”, argumenta. La apuesta del apicultor por este tipo de apicultura es firme, a pesar de que él mismo reconoce que le cuesta ser optimista. Sólo son tres los apicultores que, en toda la comunidad, siguen estos preceptos, y a él le cuesta creer en una marca de miel valenciana, tal y como proponía la ex consellera Isaura Navarro. “Si se quiere hacer marca, primero habría que apostar por la producción ecológica, porque no toda la miel que se produce aquí es necesariamente buena”, sostiene.
Cada tarro de miel de los que produce Javi, lo vende por diez euros. Mientras tanto, en las grandes superficies un kilo de miel cuesta entre seis y siete euros de media
Otro de los grandes problemas a los que se enfrentan los apicultores es el de la miel importada. Cada tarro de miel de los que produce Javi, por ejemplo, lo vende por diez euros. Mientras tanto, en las grandes superficies un kilo de miel cuesta entre seis y siete euros de media. “Para el consumidor medio es difícil estar concienciado sobre esto, porque al final hay una miel que cuesta tres euros y una que cuesta diez y eso es lo que se mira, qué es lo más barato… la economía no llega”, explica el apicultor. No se equivoca: en Mercadona, un bote de medio kilo de miel milflores cuesta 3,36€; en Consum, un bote de un kilo cuesta 4,95€; en Lidl, 2,99€ el de medio kilo.
¿De dónde viene esta diferencia de precios? La clave está en que gran parte de la miel que se consume en España es importada desde otros países: desde enero hasta octubre de 2022, España importó 33 millones de kilos de miel. Los países de origen son China, Argentina, Uruguay y los países del este de Europa. “A través de lo que se conoce como ‘puertos amables’, la miel entra en la Unión Europea y se mezcla con porcentajes muy pequeños de miel europea, en países como Bélgica o Portugal”, explica Enrique Simó. “A partir de ese momento, la miel pasa a considerarse un ‘producto europeo’ y así aparece en los etiquetados, que no especifican qué porcentaje de la miel viene de cada país”, continúa.
Gran parte de la miel que se consume en España es importada desde otros países: desde enero hasta octubre de 2022, España importó 33 millones de kilos de miel
Esta miel, como explica José Pascual, “no es miel, sino sucedáneos de miel, porque se adultera con azúcares”. O dicho de otra manera por Simó, “de miel sólo tiene la ‘m’”. Para ocultar las mezclas, además, se utiliza el método de la ultrafiltración: se eliminan los restos de polen para que no se conozca su trazabilidad y sea imposible identificar el origen del producto. “Y de todas maneras -explica Simó- una analítica para analizar miel adulterada es muy cara, y las adulteraciones cada vez se disimulan mejor”.
Son varias las consecuencias de esta situación. En primer lugar, que “a largo plazo, la apicultura ha dejado de ser un oficio rentable”, porque no es posible competir con los precios de esas mieles importadas, como explica Francisco Martínez. En segundo lugar, que las grandes superficies, tal y como argumenta Pascual del Valle, “deciden abaratar costes yendo a buscar las mieles más económicas, aunque no tengan las mismas propiedades que las que son mejores”. En tercer lugar, y también en palabras de Del Valle, que “una cuarta parte de la miel que producimos no se consume en España, sino que se exporta a otros países, como Alemania”. Y con el polen, según explica, pasa lo mismo. Además, la miel que se produce fuera de España y se importa “no poliniza nuestros ecosistemas, y su transporte provoca una huella de carbono salvaje”, argumenta Simó.
Y continúa: “La normativa sobre el etiquetado está hecha a la carta para las grandes multinacionales y los grandes importadores”. Un conjunto de circunstancias y consecuencias del libre mercado que acaban perjudicando a los productores a pequeña escala. “El sector apícola se enfrenta a problemas como la mortalidad de las abejas por el cambio climático u otras problemáticas como el comercio internacional, que a menudo está adulterada… están compitiendo con un mercado más global pero es algo que pasa con otros sectores”, señala Isaura Navarro. “Hemos pedido a la Comisión Europea que se regule mejor la normativa de etiquetado para que aparezca señalado el origen mayoritario de las mieles”. Estas medidas, de todas maneras, son aún una petición y no una realidad.
En medio de estas circunstancias, el consumidor puede intentar optar por un consumo sostenible, pero teniendo en cuenta que éste siempre será más caro. “El carro de combate del consumidor es el carro de la compra: seleccionar los productos locales, que ayuden a los productores a subsistir y a mantener sus explotaciones, y que además ayudan a mantener el equilibrio del ecosistema”, explica Simó.
Abejas en peligro de extinción
Pascual del Valle es el representante de la sectoría apícola de AVA-ASAJA, la Asociación Valenciana de Agricultores. Hace más de dos décadas que se dedica a la apicultura, un lapso de tiempo suficiente para haber visto las devastadoras consecuencias del cambio climático en sus colmenas. La subida de las temperaturas y la alteración del ecosistema es uno de los mayores adversarios a los que se están enfrentando los productores de miel.
Del proceso de producción se encargan las abejas obreras, que convierten el néctar en miel comiéndoselo y pasándoselo entre ellas. Cuando las celdas rebosan de este producto las abejas crean una capa fina de “opérculo de cera” que conserva la miel en buen estado. Sin embargo, la cría es lo más importante para la supervivencia del grupo. La reina, “madre de todas las abejas”, pone entre 2.000 a 3.000 huevos diarios desde el centro hacia los laterales del panel. Las larvas de reina, que se sitúan en las celdas reales con aspecto de “bellota”, son alimentadas con jalea real pura; mientras que las larvas de obrera se alimentan con una papilla de miel, polen y agua y se sitúan en las celdas hexagonales. A los 21 días nace la abeja obrera, a los 16 la reina y a los 24 días los zánganos, que son los machos que se encargan de la reproducción y de dar calor a la colmena mediante el aleteo. Una colonia puede criar hasta más de cincuenta reinas pero solo una “subsiste” en la colmena. Esto produce luchas entre ellas hasta la muerte o la migración de la reina antigua, llevando consigo un ejército de obreras, a lugares refugiados en busca de una nueva colmena, se forma así un “enjambre natural”.
“El año pasado fue seco, pero éste año aún más, y la abeja es un insecto, no una oveja que le echas comida y puede comer más o menos, es un insecto y es muy frágil”. Ya en octubre de 2016, los investigadores Feliu López i Gelats, Virginia Vallejo Rojas y Marta Guadalupe Rivera Ferre, con el apoyo del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, publicaron un informe titulado Impactos, vulnerabilidad y adaptación al cambio climático de la apicultura mediterránea. El objetivo principal era abordar, con una visión cara al futuro, las consecuencias del cambio climático en la labor de los apicultores del territorio peninsular limítrofe al mar Mediterráneo.
Los autores investigaron el alcance de los desajustes derivados del cambio climático: las interacciones entre plantas-polinizadores, fruto de años de coevolución, se veían abocadas al cambio a una velocidad alarmante. La subida de las temperaturas es la causa de una “deficiencia en la disponibilidad de polen para las plantas y una escasez de comida para los polinizadores”, según indica el estudio. Es decir, las abejas se están muriendo de hambre.
Este mismo informe preveía, para 2030, una disminución de las precipitaciones anuales de hasta un 50%, incremento de temperaturas, sequía, aumento de fenómenos meteorológicos extremos y desplazamientos estacionales. Éste nuevo panorama es la causa de la alteración de los ciclos vitales de las abejas. Unas consecuencias que los propios apicultores llevan observando y advirtiendo décadas en sus colmenas.
Enrique Simó, veterinario de ApiADS y apicultor, habla de una “emergencia apícola casi irreversible” a causa del cambio climático
Enrique Simó, veterinario de ApiADS y apicultor, habla de una “emergencia apícola casi irreversible” a causa del cambio climático. “La sequía está matando el ecosistema de flores que es necesario para las abejas. Todas las floraciones que se prevé que vayan escalonadas se están muriendo por la falta de agua, estamos ante un colapso hídrico”. Pascual del Valle ha reducido su número de colmenas en el 75% en los últimos años, porque sus abejas “ya no crían”. Lo explica de forma sencilla, pero el alcance del Síndrome de Despoblación de Colmenas ha ido en aumento año tras año. Las posibles causas son múltiples, pero aún no hay respuestas que pongan freno al fenómeno.
“A lo mejor llegas mañana a las colmenas, y en una que estaba bien, han desaparecido todas las abejas, y no se sabe el motivo; es el fenómeno de la despoblación”, explica Pascual. Como tantos otros profesionales, cree que la causa pasa por las alteraciones estacionales. El pasado invierno tuvo que alimentar a sus colmenas para que sobrevivan, porque el alimento natural ha sido insuficiente. Cada empresa o pequeño apicultor decide de qué forma y durante cuánto tiempo continuar alimentando una colmena cuando hay escasez de alimento para las abejas.
Algunos apicultores han tenido que alimentar a sus colmenas para que sobrevivan, y una alimentación artificial supone un gasto económico para el apicultor y un deterioro de la calidad de la miel
Una alimentación artificial con azúcares, cebada o propóleo supone un gasto económico para el apicultor y un deterioro de la calidad de la miel, además de ser una práctica que se emplea para conservar colmenas durante un determinado periodo de tiempo, pues con el tiempo y en estas condiciones, las abejas dejan de reproducirse y las colmenas se mueren. Pero la cuestión no está en la falta de rentabilidad económica; la muerte de las abejas supone un difícil reto para la supervivencia del ser humano. La abeja es el principal agente polinizador del planeta pues es responsable de, por lo menos, un tercio de la producción mundial de alimentos, polinizando el 85% de los bosques y el 70% de los cultivos agrícolas.
Se necesitan alrededor de dos millones de colmenas para garantizar la producción agraria en España. La abeja es un polinizador indispensable para la supervivencia del ser humano. “Cada apicultor que mantiene vivas sus colmenas está generando un beneficio, es el valor insustituible de la apicultura”, explica Enrique Simó. Se sabe que la muerte de las abejas traerá consigo la desaparición y reducción de una parte importante de la biodiversidad terrestre, pero más preocupante aún es el riesgo que corre la producción agrícola por la falta de polinizadores naturales. Se prevé que tendrá un importante impacto en la economía global, el mercado y el acceso a alimentos. En pocas palabras: el futuro del ser humano está comprometido a la supervivencia de las abejas.
Para los que se dedican a ello profesionalmente, el riesgo económico es alto y las dificultades legislativas y climáticas entorpecen el trabajo. “Se ha dicho siempre que el apicultor de una mil y de mil ninguna”, asegura Pascual del Valle entre risas. Es el escudo de optimismo que comparten los apicultores y que en cierta manera parece ser su sello de identidad. Enrique Simó lleva treinta años en el sector y aún se emociona cuando ve un enjambre colgado en un árbol: “La abeja es un ejemplo para el ser humano, por su cooperación, trabajo en equipo por el néctar de la vida”.