La elección de Ursula von der Leyen en el Parlamento Europeo en el pasado mes de julio ha contorneado la época. La primera y crucial victoria de la extrema derecha es que se ha aceptado la premisa de que hay una “invasión” en curso y que las diferencias políticas solo discurren acerca de cómo abordar ese problema. Desde ese momento, la cuestión pasa a girar en torno a lo que
Anton Jäger ha definido como la principal oferta que despliega la extrema derecha del siglo XXI: el de la “protección frente a las hordas poscoloniales”.
Se trata de palabras. No es difícil establecer una continuidad en el tratamiento de la cuestión migratoria en lo que llevamos de siglo. Cada presupuesto o proyecto de la Comisión Europea se ha basado en más vallas, más dinero invertido en armamento y dispositivos de fronteras, más Frontex. Pero las palabras son importantes en cuanto acompañan al espíritu de los tiempos, convierten en ideología lo que se planteaba como simple gestión eficiente. Es muy posible que sin el genocidio de Gaza no se estuviera produciendo esa renovación de la gramática del control de fronteras.
Una palabra funciona hoy como fetiche de esa oferta de protección de la población blanca: “deportación”. La usa Trump y
la aplican los demócratas; la desarrollaba Rishi Sunak y los laboristas prometieron deportar más y mejor. Esta semana ha pasado a formar parte del vocabulario de Pedro Sánchez (antes se deportaba, pero no se exhibía el palabro).
La socialdemocracia ha reaccionado hasta ahora en términos de competición, es decir, asegurando de manera cada vez más explícita que también es capaz de llevar a cabo esa misión de protección, a través de la (otra palabra mágica) gestión de los flujos migratorios. Lo ha hecho Olaf Scholz y la jerigonza en el Gobierno en Alemania reaccionando a un atentado horrible con la deportación de presos afganos que nada tienen que ver con los
sucesos de Solingen. Medidas a golpe de titular con la vista puesta en las elecciones regionales de este fin de semana. Un mensaje poco sutil: el Estado puede vengarse mejor del otro extranjero que las bandas racistas.
Abordaje violento en alta mar
La doctrina del shock se aplica estos días en torno al debate sobre las migraciones. La respuesta soft, no obstante, se sitúa en las mismas coordenadas utilitaristas y neocoloniales. En su viaje a Gambia y Mauritania, Sánchez ha prometido más acuerdos de migración circular. El plan es escoger el número preciso de personas que requiere el sistema económico para funcionar en los términos de explotación de mano de obra que se consideran adecuados, sin las externalidades negativas de las oleadas de ataques racistas y su potencial inseguridad.
El viaje de Sánchez también le ha llevado a Senegal, un país inmerso en un momento esperanzador de cambio, después de la renuncia forzada de Macky Sall y de la llegada de Bassirou Diomaye Faye a la presidencia (sobre ello hablé con Serigne Mbaye hace unos meses en una entrevista que resiste a la campaña electoral que la motivó). Diomaye Faye, hasta ahora, ha mantenido el compromiso de no aceptar las deportaciones de nacionales que migraron, un modo de extorsión llevado a cabo por los países europeos. Por eso, en Dakar, Sánchez no abordó públicamente el gran asunto de la “devolución de irregulares”, o sea, sobre la deportación.
Pero, aparentemente forzado por la presión del PP, el presidente del Gobierno ha defendido después de ese encuentro la expulsión de migrantes porque manda un “mensaje desincentivador, nítido y claro y contundente a las mafias y a quienes se ponen en sus manos”. Como un eco de ese mensaje contundente que prometía Sánchez, esta semana se han publicado las imágenes de una lancha de la Guardia Civil pasando por encima de una embarcación con cuatro personas a bordo.
El giro de Sánchez se corresponde con los hechos, con lo que ya había —España es el quinto país que más personas expulsa de la Unión Europea— pero ese mensaje no se corresponde con la realidad: los propios reportes de las personas que migran minimizan el peso que esas “mafias” tienen en el proceso migratorio. No hay estudios oficiales sobre este fenómeno que, sin embargo, genera abundante literatura que se transmite oralmente desde todas las instituciones y los gobiernos europeos como el mito del sacamantecas. La pregunta es, si todo se basa en la lucha contra las mafias, por qué no sabemos nada de esas mafias, por qué, en cambio, de las únicas de las que oímos hablar es de aquellas que explotan a la población migrante en los territorios de llegada (en los campos, en las cocinas de los restaurantes, en la trata, en residencias).
Hay muchas posibilidades de que se siga intensificando la migración de personas a medida que se producen fenómenos de desplazamiento vinculados a la explotación del territorio y los fenómenos de desertificación y sequía. Porque, como es imprescindible recalcar, en la historia no hay pasos atrás. La idea, tan manoseada por la izquierda, de que la migración se contiene mejorando las condiciones de vida de los países de origen, olvida, o no se detiene demasiado, en el pasado colonial de dominación y en su perpetuación hoy por medio de los acuerdos comerciales. Incluso si se consiguiera desandar ese camino —algo que tiene rasgos de ucronía— debe quedar intacto el derecho de las personas a migrar y a hacerlo no por las necesidades de los países del norte sino por las necesidades o deseos propios de esas personas. Tal y como reconoce la declaración universal de los derechos humanos.
La enunciación de cualquier solución que no respete ese último derecho, nos sitúa en el marco del miedo que la derecha y la extrema derecha impulsan para sostener la actual implantación de sus programas en todo el mundo; también en aquellos países con Gobiernos que agitan el miedo a la extrema derecha como principal reclamo electoral.
(El cuadro que se reproduce arriba es Grupo familiar ante un paisaje, c.1645-1648, un retrato de familia del pintor neerlandés Frans Hals que forma parte de la exposición La memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza, que se exhibe hasta el 20 de octubre).
Próxima entrega: 30 de septiembre