Laboral
Holanda, un Dorado sediento de trabajadores ‘low cost’

Un verano más, trabajadores que viajaron a los Países Bajos atraidos por la amplia oferta de empleo, se han topado con una realidad muy distinta a las que las ETT les prometen.
Aeropuerto de Manises  coronavirus
El valenciano aeropuerto de Manises, desierto durante el estado de alarma por el coronavirus Gabriel Rodríguez
23 ago 2022 07:21

Cuando estás lejos de casa y dependes de una empresa con la que apenas puedes hablar, y que además se encarga de designar dónde duermes y en qué lugar y por cuántas horas trabajarás, te vuelves vulnerable. Y en esa situación de vulnerabilidad es posible que salgas perjudicado. Esto es lo que constataron una veintena de trabajadores y trabajadoras españolas hace unas semanas.

A. y J. son pareja, viajaron a finales de junio a Holanda en el coche de A. “La ETT con la que viajamos se llamaba Hobij y al principio todo fue superbien”, cuenta A. a El Salto. Con superbien se refiere a que tenían un bungalow de camping muy pequeño para las cuatro personas que lo compartían: “Pero el lugar era bonito”, explica. “Comparado con las residencias de otros compañeros que hemos visto, de verdad que tuvimos suerte”, afirma realista J. Fue en el camping donde conocieron a una veintena de compañeros con los que compartieron sus desavenencias con la empresa.

Cada año, miles de personas parten a trabajar a los Países Bajos. Si introduces trabajar en Holanda en tu buscador te salen decenas de páginas en las que te explican que es posible y accesible obtener un empleo con alojamiento en el país, incluso sin saber hablar inglés o neerlandés. Trabajos no cualificados en restaurantes, de limpieza o en almacenes copados en muchos casos por españoles.

En 2020 un informe elaborado por la Fundación 1º de Mayo de CC OO, explicaba cómo la práctica de reclutar miles de trabajadores, sin apenas filtros, que habilita un stock de mano de obra disponible para las necesidades y picos de las empresas, y prescindible en caso de resultar claramente excedente, se estaba asentando en Holanda como una especie de experimento laboral amparado por las políticas europeas. La articulación entre ETT de diversas categorías era fundamental para sustentar un ecosistema laboral con una flexibilidad basada en la necesidad de trabajar de miles de personas alojadas en campings, hoteles low cost, etc, y llegados al país con el único propósito de sumar horas remuneradas.

El nombre de Hobij, la empresa con la que estos 20 españoles llegaron a Holanda, aparece ya en 2018 vinculado con malas prácticas. En concreto fue señalada por Izquierda Unida, junto a otras del mismo tipo por, una vez llegados los trabajadores a Holanda, hacerles firmar un contrato sin un mínimo de horas, el famoso contrato de cero horas. Desde el ministerio de empleo del país se ha anunciado en varias ocasiones que estarían trabajando para eliminar esta modalidad contractual,  tras años siendo objeto de denuncias por parte de trabajadores y trabajadoras que, al tener que abonar el alojamiento y los suministros a la empresa, junto a los gastos de transporte y el seguro, no sacan ningún rédito a su estancia en el país por no trabajar las horas suficientes.

A., J. y sus compañeros estaban tranquilos por haber firmado un contrato de 38 horas. Así lo explican por Zoom. También cuentan cómo su tranquilidad no duró mucho: mientras la pareja ha vuelto ya a España e intentan recuperar dinero que se les debe, sus compañeras han tenido que buscar nuevas soluciones en el país del Norte. Y es que, aunque el contrato cero horas ya no exista, la flexibilidad sí: poder disponer de los y las trabajadoras para trabajar en cualquier horario, desplazarlos de puestos de trabajo, y cambiar el contenido mismo de la actividad, sigue siendo la norma. 

El grupo trabaja, a través de la ETT, en una empresa dedicada a la limpieza. En general estaban conformes con su trabajo. Pero un día la ETT llama a A. y les ofrece un cambio de ubicación, pasaban de trabajar en Europark, donde se ubicaba su camping, a un hospital a 50km de su alojamiento. La ETT le dice a A. que, pese a existir coches de empresa, use su propio vehículo para desplazarse al lugar, llevando a varios de sus compañeros. Ella acepta como medida temporal, después de que le aseguren que le pagarán gasolina, parking y las horas extra entregadas en calidad de driver. Las cosas empiezan a complicarse cuando llega el pago y no le incluyen nada de lo prometido.

No solo faltaba ese dinero compensatorio para ella, todo el camping cobró 100 euros menos de lo que esperaban. “Nos habían eliminado un día de trabajo por un error que hubo. Entonces hicimos como una huelga y nos plantamos en el lugar de la empresa diciendo que queríamos hablar con un superior de la ETT”. A. también recordó que se le pagaran los gastos generados por ir con su propio coche particular al puesto de trabajo. Por aquellos días el vehículo acometió su propio paro, un piloto encendido convenció a A. de que no podía usarlo para su trabajo diario. El coche de la compañía finalmente llegó varios días después. Días durante los que no tuvieron transporte, por lo que no fueron a trabajar. Pero con el coche, retoman el trabajo.

Hasta que tienen un nuevo problema poco compatible con los términos del trabajo: A. se pone enferma pocos días después. Sus compañeros dependen de ella para que los conduzca al hospital donde trabajan. La coordinadora con la que hablan, después de muchas llamadas, les da dos días libres ante la imposibilidad de que accedan al centro de trabajo. 

Aunque había precedentes de driver enfermos y trabajadores compensados por los días de trabajo perdidos por no haber podido llegar al centro de trabajo, A., J. y sus compañeros no tuvieron suerte. “La coordinadora, hablándome de una manera muy maleducada el viernes me llama y me dice que tanto J. como yo estamos despedidos por falta de trabajo en la empresa”. En total son siete las personas despedidas. “El lunes nos sentamos allí y hablamos con el jefe de la empresa de limpieza. Nos dijo que no había falta de trabajo, que estaba muy contento con todos y que no entendía qué había pasado. Entonces llama a Hobij, y la ETT le dice que nosotros, los siete, hemos rechazado el trabajo”.

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Llegan al país engañados, les alojan en campings o residencias conviviendo con desconocidos, y les cambian de ubicación siempre que una empresa así lo considere necesario. Muchos de ellos terminan el mes debiendo dinero a la ETT holandesa.

Les cuesta volver a hablar con la ETT, que les ofrece en último término otra alternativa de trabajo. Se trata de trabajar en una cámara frigorífica, una empresa con mala fama a la que no quieren ir. No se molestan en hablar individualmente con cada persona afectada, es a A. a quien preguntan por una decisión colectiva.

Se mantienen firmes en su negativa y días después les llega una última oferta. A. manifiesta dudas, y además les pide que contacten directamente con los compañeros afectados en lugar de preguntarle a ella. “Pues eso se lo tomaron como un no por parte de todos”, resume A. Les dieron 24 horas para abandonar su bungalow en el camping.

Mientras A. y J. intentan recuperar su dinero desde España, V., otra de las personas despedidas, optó por quedarse. “He peleado, le dije a Hobij que les iba a denunciar en España y Holanda, y me ha devuelto mi empleo, pero me ha cambiado de zona. En el nuevo piso no tenemos intimidad. Vivimos dos personas en un salón, en cuatro paredes”.

V. paga 111 euros semanales por ese alojamiento.  Está muy enfadada, pues considera que les ha tocado pagar el error de la coordinadora, “venimos sin saber inglés, por lo menos yo, sin saber absolutamente nada. No voy a rechazar un trabajo cuando aquí no tengo nada. Llevamos tres semanas sin trabajar. Hoy ha sido el primer día que hemos trabajado”.

B. se fue de la empresa por las condiciones, las laborales, pero también las residenciales, pues compartía un baño con 25 -30 personas. Gracias a un contacto B. encontró un trabajo mejor. Como sus antiguos compañeros, B. cuenta que se le deben las horas extras. “Le insistí a mi coordinador que si tenía que hacer solo 38 horas, me tenían que pagar las otras. Todo esto casi sin saber hablar inglés, que ellos saben esto, quién habla inglés y quién no. He trabajado 46 - 48 horas a la semana y he cobrado siempre 38”. No es la única queja que tiene: “Los dos primeros días me dieron la llave de un coche, me dijeron ‘te van a llevar’, nadie apareció, me mandaron una dirección por wassap, y tuve que ir yo, me hicieron pagar el parking de mi bolsillo, 56 euros por dos días. Llevo un mes y medio reclamándolo y a día de hoy todavía no me lo han pagado”.  Y es que no es fácil comunicarse con la ETT, aducen las personas afectadas. Prácticamente no contesta y responde lenta a denuncias y peticiones. Por otro lado, no les han facilitado documentos como la carta de despido: “Dan largas o te ignoran directamente”.

La primera vez que B. llegó a Holanda, el pasado septiembre, lo hizo con un contrato de cero horas. Fue una mala experiencia que no le mereció la pena económicamente. Meses después las problemáticas se perpetúan de otras formas. “Esta vez, la realidad no coincidía en nada de lo que me ofrecieron. No coincidió ni el trabajo, ni la ubicación, ni la casa”, explica B.

“Mandaba a mi coordinador mis horas semanalmente, daba igual. O sea, cobraba las 38 aunque hiciera 48”

A. recuerda, respecto a su contrato, que se sabía cuando empezaba a trabajar pero no hasta qué hora. Ambas se dedicaban a registrar sus horas en una tabla excel para contrarrestar la dejadez de la ETT. “Mandaba a mi coordinador mis horas semanalmente, daba igual. O sea, cobraba las 38 aunque hiciera 48”. No era la única disonancia con el contrato, que, por ejemplo, estipulaba que las trabajadoras no podían desplazarse a más de 50km de la zona de alojamiento. V. denuncia que, en su caso, han rebasado ampliamente este límite. Pero, como ya ha dicho antes, hasta que aparezcan mejores oportunidades, necesita trabajar.

Las personas entrevistadas reconocen que iban un poco a ciegas, sin ser conscientes de las condiciones que podían encontrar en el país. El pasado abril el propio Ministerio de Exteriores instaba a las personas que buscaran trabajo en Holanda de estar alerta ante las ETT que facilitaban empleos en estas latitudes. Bajo el título “Cuidado con las ofertas de empleo a través de empresas de trabajo temporal en los Países Bajos” daba una serie de pautas para prevenir abusos.

En julio, la ministra holandesa de Empleo, Karien van Gennip, apuntaba a incentivar la contratación de españoles y franceses, los primeros por las cifras estructurales de paro, y los segundos para ofrecerles trabajo fuera de las banlieu, ante las dificultades para encontrar mano de obra local. Las críticas no se hicieron esperar, por un lado por quienes cuestionaban las condiciones laborales detrás de esa dificultad para encontrar trabajadores y por otro, por una ultraderecha escandalizada con importar trabajadores de la banlieu francesa, todo ello enunciado con un lenguaje estigmatizante. 

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