Opinión
Al borde del abismo

Cuando decíamos «Socialismo o barbarie» queríamos decir internacionalismo o guerra atómica. Teníamos razón, aunque tener razón no sirva de mucho.
Manifestación Hamás Beirut - 8
Miles de personas se concentran en el centro de Beirut durante una protesta convocada por grupos islámicos y el grupo militante palestino Hamas en solidaridad con los palestinos de Gaza Bruno Thevenin
31 oct 2023 10:11

Tras el pogromo del 7 de octubre y el genocidio que Israel ha desatado durante las tres semanas siguientes, Occidente está entrando en una crisis de pánico. La despiadada guerra que comenzó ese día está polarizando al Sur global contra la alianza que se autodenomina (con cierta ironía) el mundo libre. Comienza una guerra caótica: en Occidente, una población de ancianos angustiados corre el riesgo de verse rodeada por un mosaico de pueblos humillados durante siglos, que preparan una venganza sin estrategia y sin futuro. Cuando decíamos «Socialismo o barbarie» queríamos decir internacionalismo o guerra atómica. Teníamos razón, aunque tener razón no sirva de mucho.

Pogromo, genocidio, guerra caótica

El 7 de octubre puede perdurar en la memoria como el punto de transición a una guerra caótica en la que un conjunto de nacionalismos agresivos del Sur global se alinea contra el supremacismo de la minoría blanca occidental. La despiadada respuesta de Israel a la despiadada acción de Hamás ha provocado un aislamiento sin precedentes del país. Las universidades estadounidenses se movilizan por una Palestina libre. Erdoğan en la ONU, con voz airada, denomina a Hamás grupo de liberación, negando su condición de grupo terrorista. Las páginas más visitadas de la red (como las de los grandes influencers) se inundan con el eslogan Palestina libre. El estadio del Glasgow se llena inverosímilmente de banderas palestinas y de gritos contra Israel. Al mismo tiempo, el conflicto interno en Israel está creando las condiciones para la desintegración del país. Los gobiernos atlánticos se han posicionado ante estos acontecimiento de un modo un tanto nervioso, precipitado, quizá desquiciado. Alemania y Francia persiguen a quienes se atreven a cuestionar la campaña de exterminio de Israel. Incluso a los grupos judíos disidentes, que se manifiestan contra el bombardeo indiscriminado de Gaza, se les niega el derecho a expresarse.

La agonía de Estados Unidos debe considerarse en el contexto del declive generalizado de Occidente: declive demográfico, declive económico y declive geopolítico

El escenario que se dibuja es el siguiente: el supremacismo terso e implacable del Norte posee armas mortíferas, pero la cohorte rencorosa y vengativa del Sur global invierte sus recursos en producir esas mismas armas mortíferas, que el Norte ya no posee en exclusiva. No se trata de un frente, sino de un mosaico heterogéneo de pueblos y Estados que han sufrido la opresión colonial y que ahora están involucrados de formas diferentes y divergentes en un enfrentamiento mortal contra el bloque blanco, minoritario y en declive, pero decidido a no renunciar al botín acumulado durante cinco siglos de explotación de los recursos ajenos. El acontecimiento del al-Aqsa Deluge está revelando un paisaje diferente del que solíamos contemplar. Por muchos palestinos que pueda asesinar, por mucha destrucción que pueda sembrar, Israel ya ha perdido, pero, ¿quién gana?

El 11 de septiembre de 2001 el genio táctico de Osama bin Laden llevó a los estadounidenses a una reacción suicida. Invadieron Afganistán como habían hecho los soviéticos, pero el resultado no fue mucho más brillante. La Unión Soviética había colapsado tras su penosa retirada de ese mismo país, Estados Unidos se partió en dos y, como un monstruo enloquecido, se debate desde entonces en una psicótica guerra civil. Estados Unidos también invadió Iraq, alegando razones que demostraron ser falsas, pero tuvo que abandonar el país cuando estalló el terrorismo islámico, transfiriendo la hegemonía sobre la región a Irán, que había permanecido expectante ante estos acontecimientos. Bush cayó en la trampa de Al Qaeda y el efecto de las guerras emprendidas por los fanáticos neoconservadores estadounidenses dio sus frutos en 2016, cuando Donald Trump ganó las elecciones.

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Réquiem por el mundo libre

La agonía de Estados Unidos debe considerarse en el contexto del declive generalizado de Occidente: declive demográfico, declive económico y declive geopolítico, acompañados del horror moral en el que se debate la clase política occidental. Emmanuel Macron promete el renacimiento de la coalición del mundo libre, pero el mundo libre está acoquinado, temblando de miedo acurrucado en un rincón. Al mismo tiempo, se multiplican los países que fusionan economía ultraliberal y represión autoritaria: los BRICS es el organismo que intenta coordinar este mosaico, pero sin transformarlo (por ahora) en un frente político homogéneo. Esta coordinación económica antioccidental constituye sólo un aspecto del terremoto que sacude la dominación blanca sobre el mundo. Colapso climático, migraciones incontenibles y creciente agresividad nacional de los países del Sur.

La doctrina Biden (si queremos utilizar este pomposo término) es hipócrita hasta el ridículo: el mundo libre se bate unido contra el autoritarismo. En realidad, el mundo libre es un frente que defiende los privilegios del colonialismo. En 1965, el maoísta Lin Biao declaró que en el futuro las periferias del mundo estrangularían a las ciudades. Periferias, ciudades y estrangulamiento no son conceptos ligados a la lucha de clases, pero si queremos entender la guerra caótica que se delinea ante nuestros ojos, debemos reconocer la fractura que recorre la línea de la humillación, un concepto que tiene poco que ver con el marxismo, pero bastante más con Frantz Fanon.

Humillación y venganza

La minoría blanca que solemos llamar Occidente (pero no es cierto que sea realmente blanca y no es cierto que esté toda en Occidente) ha dominado el mundo gracias a su superioridad tecnomilitar y al monoteísmo económico. Gracias a esta superioridad tecnomilitar se ha apoderado de los recursos, ha sometido al resto del mundo a una explotación esclavista y ha rezado a su dios blanco para que la abundancia durara para siempre. Pero tal vez el dios blanco se ha cansado de proteger a gente tan horrenda, mientras las agrupaciones de los dioses de color se desbocan, presagiando un espectáculo que no será agradable contemplar (y mucho menos de sufrir), porque sólo el internacionalismo obrero podría haber proporcionado un terreno común para los movimientos de los pueblos oprimidos. A falta de internacionalismo, la voluntad de venganza se organiza en forma nacionalista, fascista. Véase, por ejemplo, el caso de la India de Narendra Modi.

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El abominable pogromo del 7 de octubre marca el comienzo de la venganza, razón por la cual está suscitando tanto interés. Venganza es la otra palabra clave, que se articula con la palabra humillación. La venganza no es algo bueno, no tiene mucho que ver con la justicia, la libertad y todas esas cosas agradables consustanciales a los valores progresistas. Se está redefiniendo todo, pero lo único que me parece que emerge con claridad es que sin internacionalismo no nos cruzaremos con muchas caras simpáticas por ahí.

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