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Hang in there while we get back on track
La línea 6 del metro de Madrid no tiene cobertura entre Oporto y Príncipe Pío. Tampoco la línea 3 entre Legazpi y Almendrales. Son los puntos ciegos de mis rutinas. Y me asusta la precisión con la que sé dónde mi teléfono dejará de estar conectado, me alarma lo que ello implica: que siempre entro en esa parte del camino cotidiano con el teléfono en la mano, observo las barritas ascendentes desaparecer, devolviéndome a los límites físicos y temporales de un vagón de metro en el subsuelo de la ciudad, y siento una mezcla de ansiedad y liberación. Mi mirada sale al patio de la cárcel de la conectividad. Donde no sé cómo ni por qué lleva unos años recluida.
A pesar de tener una memoria deficiente, siempre me acuerdo de un breve relato de Cortázar. Se llama “Instrucciones para dar cuerda a un reloj”. Venía a contarte que, cuando te regalan un reloj, te regalan una prolongación de tu cuerpo que no es tu cuerpo, un aparato que modificará tu forma de caminar por la ciudad, que te exigirá alimento y atención, que acotará el tiempo y el espacio. Decía que, cuando te regalan un reloj, eres tú el regalado. Me negué toda la vida a tener relojes, pero acabé teniendo un smartphone. Me hubiese gustado que Cortázar llegara a conocer los smartphones. Le diría: “Mira Julio, te parece esclavo un relojito de cuerda, a ver cómo te las apañas con un iPhone”. Quién sabe lo que pudiese haber llegado a escribir Cortázar inspirado por una terminal móvil con cuatro redes sociales, notificaciones clamorosas, aplicaciones interminables, laberintos de hipervínculos, wassaps amistosos y telegrams políticos. Quién sabe si tamaña distracción le hubiese permitido escribir tanto.
Durante años me negué a comprarme un móvil, me aprendía los números de memoria, entregaba todas mis monedas (primero de 100 pesetas y luego euros enteros) a las cabinas de teléfono, y así con todo, tendía a quedarme colgada. Mi resistencia numantina se derivaba del autoconocimiento, era una medida preventiva frente a un triplete mortal: mi gusto por la satisfacción inmediata, mis dificultades para la autorregulación, y una tendencia a la procrastinación desmedida. La agencia de noticias para la que empecé a hacer unas prácticas no se conmovió ante mis esfuerzos por preservarme y me obligó a hacerme con mi primer móvil. Donde la publicidad prometía libertad, el mercado de trabajo exigía disponibilidad.
Aquel aparato emitía llamadas, recibía mensajes, me despertaba por las mañanas y tenía linternita. No era muy amenazante. Mirado con perspectiva, era perfecto en sus limitaciones, funcional y poco sexy. Leí por ahí que ahora hay una corriente que apuesta por volver a este tipo de móviles. Parece que yo no era la única con debilidad por la satisfacción inmediata, dificultades para la autorregulación y tendencia a la procrastinación. Parece que mucha gente se siente un poco así, con la mirada intermitentemente secuestrada por una pantalla táctil que le tira estímulos, la aturde con la promesa de información sin límite, le susurra, quédate un poco más, tengo tantas cosas que contarte.
Este mal común, este desasosiego social, esta sed de conectividad que nos somete a los móviles, podría conducirnos a un debate sobre la sociedad en la que vivimos: la aceleración de los tiempos, el estímulo constante, la desconexión con el aquí y el ahora, la dependencia a cada vez más cosas que nos prometían autonomía. Una mirada crítica, que trascendiese las experiencias individuales para analizar el marco estructural en el que nuestras miradas son secuestradas, quién se beneficia de esto, qué relaciones de poder consolida y refuerza. Pero las cosas no van por ahí, somos gente pragmática: ya tenemos las herramientas necesarias para enfrentar todos los males. 1. La patologización, el problema lo tienes tú, que eres un adicto, en concreto un “nomófobo.” Le tienes fobia a quedarte sin móvil: búscate ya un tratamiento. Y hablando de eso: 2. El solucionismo: Puede ser un tratamiento, una cómoda app o una terapia. Págale al mercado el rescate de tu mirada.
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Una vez leí que el escepticismo exacerbado es la religión de la burguesía. La experiencia paradójica de leer este relato en el tlfno me ha provocado la misma sensación de vacío, culpa, miedo y parálisis; que al final justifica la omnipotencia del presente consumado y mi participación culpable. Cristianismo.
Después de pensarlo un poco, me parece que la patología no está en la tecnología, sino en la exacerbación. El ansia exacerbada de poder es la que aprieta el botón. Desear que no exista la máquina no apacigua a la voluntad de poder, solo la enjaula. Es desear un tutelaje que no soy capaz de imponerme solo. La libertad implica la autogestión del deseo. Se trata de una paradoja; agudiza la sensibilidad y exacerba las sensaciones pero exige control. El juego está en encontrar la medida sin sistema métrico universal, y no tanto en la exacerbación del morbo primero y después de la culpabilidad... Libertad y felicidad no coinciden tanto como parece...
http://insurgente.org/fernando-buen-abad-entre-la-falsa-conciencia-y-la-conciencia-de-lo-falso-como-se-las-ingenia-el-capital-para-convencernos-de-que-el-capital-por-encima-de-lo-humano-es-lindo/