Macrogranjas
La carne de macrogranja española que deforestó un pedazo de Amazonía

El informe ‘Con la soja al cuello’ analiza cómo la cadena de suministro de los piensos para ganadería intensiva e industrial comienza con la deforestación de los bosques tropicales.
Macrogranjas Segovia - 2
Macrogranja de cerdos en Segovia. Álvaro Minguito

Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo

18 ene 2022 11:00

Los impactos de la ganadería intensiva parecen no tener límites. Si en España el debate se centra ahora mismo en los efectos de las macrogranjas en lo referente a contaminación de suelo y acuíferos, nitratos, consumo de agua, olores y efectos sobre el turismo y la despoblación, a nivel global las prácticas de esta industria tienen unos efectos mucho más negativos, según llevan años denunciando organizaciones locales de los países afectados y ecologistas. Hablamos de la destrucción de ecosistemas que produce la industria del pienso al utilizarla para cultivos destinados a producir pienso para ganado.

La soja, alimento milenario clave por su aporte proteico, ha dejado de tener como principal uso la alimentación humana. Como señala Mar Calvet, una de las personas detrás del informe Con la soja al cuello, presentado este 18 de enero por Ecologistas en Acción, “solo el 6% de la producción global se destina a alimentación humana, mientras que el resto se utiliza para la industria”. El negocio de los piensos para animales, en primer lugar, y el uso de esta para biocombustibles, en segundo, se han convertido en el destino de las habas que produce la codiciada planta.

“Nuestro territorio es una maquila cárnica, donde se reciben grandes cantidades de materias primas extranjeras baratas, para ser transformadas en productos de mayor valor, que son nuevamente exportados a terceros países”, denuncia Isabel Fernández

Los datos que aporta la investigación de la confederación ecologista señalan que la torta de soja, el principal subproducto de esta industria, supone el 70% del uso de este fruto a nivel global. En España, ese mercado está controlado por un puñado de compañías: Nutreco, Grupo Fuertes, Coren, Vall Companys, bonÀrea y Costa Foods. El abastecimiento de esta cadena depende, además, de tan solo dos multinacionales principalmente: Bung y Cargill, que cubren la cadena de producción desde América hasta España.

Soja barata, pienso industrial

Esta leguminosa oleaginosa, importada principalmente de Sudamérica, se incorpora a los piensos mayoritariamente en forma de rota o harina de soja, un subproducto que contiene más de un 45% de proteína, lo que hace que sea utilizado como fuente preferente de proteína para piensos. “El elevado contenido proteico de la soja y su importación a bajo precio para piensos compuestos ha sido determinante para la implantación de la ganadería industrial en la Unión Europea”, señala el informe.

En España, el aporte de proteínas para consumo humano a través de fuentes tradicionales y autóctonas es aún menor: tan solo un 2,2%. De hecho, según denuncia Isabel Fernández Cruz, cocoordinadora del informe, el territorio español “es una maquila cárnica, donde se reciben grandes cantidades de materias primas extranjeras baratas, para ser transformada en productos de mayor valor, que son nuevamente exportados a terceros países”.

España se ha convertido en el mayor productor de piensos compuestos de Europa: 37 millones de toneladas en 2018

Así, la investigación señala que la importación masiva de soja a bajo precio, junto con la creciente producción de cereales, fuertemente subvencionados en Europa en detrimento de los cultivos proteicos, ha sido determinante para el desarrollo de la industria de los piensos y la expansión de la ganadería intensiva.

El desarrollo de este negocio ha sido tal que, con cifras de 2018, España se ha convertido en el mayor productor de piensos compuestos de Europa: 37 millones de toneladas en dicho año. Solo en 2019, se importaron 6,1 millones de toneladas de soja.

“La UE solo puede autoabastecerse en un 3% de la demanda de soja que tiene”, indica Mar Calvet, y las necesidades de a industria han hecho que “el Estado español se haya convertido en un punto estratégico de la entrada de soja en Europa”.

En paralelo, el país produjo en 2019 siete millones de toneladas de carne, una cifra muy lejana a los dos millones de toneladas que se consumen anualmente dentro de sus fronteras. Estos números hacen de España el segundo productor de carne europeo, tan solo por detrás de Alemania, una nación que le dobla en población. No en vano, el calificativo de ‘granja de Europa’ se ha hecho ya común.

Es por ello que Calvet resalta que la elevada producción de carne española “no responde a la demanda de la población, sino a las demandas de los mercados internacionales”.

“La UE es el segundo importador mundial de deforestación tropical y emisiones asociadas, y responsable por lo menos del 16 % de la deforestación ligada al comercio internacional, con un total de 203.000 hectáreas y 116 millones de toneladas de CO2”, denuncian los autores del informe

Asimismo, España también se ha convertido en el primer exportador de productos de cerdo a China, en un contexto marcado por un descenso de la producción local del país asiático debido a los brotes de peste porcina africana en sus granjas intensivas.

Beneficios para pocos, impactos para el resto

“Este modelo trae consigo graves impactos socioambientales, tanto en los lugares de cultivo de la soja, como en los territorios rurales ibéricos: contaminación del agua, el aire, pérdida de biodiversidad, etcétera, así como una despoblación progresiva de las zonas rurales donde se instalan macrogranja”, denuncia Isabel Fernández. Se trata de un contexto, en el que, tal como denuncian los ecologistas —y avalan las cifras del Ministerio de Agricultura, con 21.000 pequeñas y medianas explotaciones cerradas en solo una década— “se pierden las granjas tradicionales familiares y todos los servicios ecosistémicos asociados a sistemas ganaderos más tradicionales, extensivos y sostenibles”.

Ganadería
Ganadería industrial El ‘Atlas de la carne’ denuncia que las emisiones de esta industria suponen hasta un 21% del total global
La fundación Heinrich Böll y Amigos de la Tierra publican el 'Atlas de la carne', una investigación que retrata la responsabilidad de la industria cárnica en la emergencia climática y afirma que el 75% de las tierras agrícolas del planeta se utilizan para cultivar pienso para alimentar al ganado o para criar animales.

Las empresas dedicadas a la industria del pienso convergen además en uno de los usos que está proliferando en el campo español: los sistemas integrados de gestión en los que los productores locales se limitan engordar a los animales durante una fase de su crecimiento, recibiendo mano de obra, productos, animales y materiales de la matriz, para luego recoger la empresa integradora los animales para su procesado, comercialización y probable exportación.

La deforestación que provoca la UE

Todo este proceso industrial e intensivo supone amplias consecuencias en los países de origen y por extensión, en la salud del planeta, ya que afecta especialmente a zonas tropicales, consideradas el pulmón de La Tierra y uno de los principales sumideros de carbono que frenan la crisis climática. “La UE es el segundo importador mundial de deforestación tropical y emisiones asociadas, y responsable por lo menos del 16 % de la deforestación ligada al comercio internacional, con un total de 203.000 hectáreas y 116 millones de toneladas de CO2”, denuncian los autores del informe. 

“Solo la soja representa el 47% de la deforestación importada que está haciendo la UE relacionada con productos agrícolas y ganaderos”, señala Isabel Fernández. De hecho, tal como recuerda la portavoz, “la propia Comisión Europa estima que en 2030 la expansión del cultivo de soja en países como Brasil legará a 48 millones de hectáreas, no solo de la Amazonía, sino también ecosistemas como la sabana de El Cerrado”.

Mar Calvet resalta que la elevada producción de carne española “no responde a la demanda de la población, sino a las demandas de los mercados internacionales”

Así, tal como explican los responsables de la investigación, el cultivo de la soja está vinculado a la deforestación de zonas muy ricas en biodiversidad en Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay, así como a emisiones de gases de efecto invernadero, contaminación por el uso de agroquímicos y el desplazamiento forzado de comunidades indígenas y campesinas.

Biocombustibles
Combustión a soja como motor de la deforestación

El informe Soja: ¿la nueva palma de los biocombustibles?, elaborado por Carro de Combate y Ecologistas en Acción, denuncia el auge del biodiésel de soja tras la prohibición de la palma, un fenómeno que provoca deforestación, pérdida de biodiversidad y un aumento de emisiones.

De hecho, la creciente presión pública ha hecho que la estrategia comunicativa de la industria se haya centrado en frenar esta imagen, creando sellos de calidad. Sin embargo, Ecologistas en Acción denuncia en su informe que “la presencia de sellos certificadores en los productos finales induce a error a los consumidores, dando la impresión de que un producto certificado es ‘verde’ cuando es, en realidad, “una herramienta más de impacto comunicativo que contribuye a invisibilizar la problemática”.

Soluciones

Por todo ello, los responsables de la investigación urgen a las autoridades a que “desarrollen medidas legislativas efectivas que frenen la importación de materias primas vinculadas a la deforestación”, y a que “regulen las acciones empresariales, con el objetivo de prevenir, penalizar y responsabilizar de los impactos que causan a nivel ambiental y social”.

España produjo en 2019 siete millones de toneladas de carne, una cifra muy lejana a los dos millones de toneladas que se consumen anualmente dentro de sus fronteras

“Se debe trabajar en políticas que reduzcan drásticamente los impactos negativos del sistema alimentario sobre los bosques y otros ecosistemas”, proponen desde la confederación ecologista como método para frenar la deforestación.

Además, como remarca Tom Kucharz, cocoordinador del informe, “todo ello debe ir acompañado de un cambio estructural en la forma de consumir y producir alimentos, que requerirá la adopción de políticas que impulsen la reducción de la producción y el consumo de carne y lácteos, apostar por los cultivos de legumbres autóctonas para alimentación humana y transitar a sistemas ganaderos extensivos y ecológicos, adaptados a los recursos y particularidades de cada territorio”.

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