Opinión
La corrosión y el colapso

La colapsología se basa en que el colapso es el resultado de crisis globales interconectadas como el cambio climático, la escasez de recursos naturales, la explotación capitalista, la desigualdad económico-social o la pérdida de biodiversidad.
Montaña y basura
Fotografía: Ananya Bilimale en Unsplash

Profesor titular del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de València. Autor de La condición global. Hacía una sociología de la globalización (2005), Sociología de la globalització. Anàlisi social d’un món en crisi (2013) o Ante el derrumbe. La crisis y nosotros (2015).

11 jun 2023 06:30

 “Esta es la historia de una sociedad que se derrumba, y según va derrumbándose se repite sin cesar, para tranquilizarse: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien… Pero lo importante no es la caída, sino el aterrizaje”

El odio, película dirigida por Mathieu Kassovitz (1995)

No se puede negar lo evidente

A estas alturas, debería estar claro que negar irracionalmente el colapso ecosocial de la civilización capitalista termoindustrial no tiene demasiado sentido para el bien común, más allá de no querer reconocer las evidencias. Es cierto que existen múltiples justificaciones para la práctica contemporánea del negacionismo del colapso, todas ellas orientadas al mantenimiento a ultranza de un sistema que se derrumba. Sin embargo, dicha reacción negacionista no va a evitar el derrumbe, sino que puede acelerarlo. De modo que se impone, necesariamente, un conocimiento exhaustivo de la realidad del colapso como primer paso para comprenderlo y abordarlo en su enorme complejidad.

La colapsología es un marco emergente de conocimiento interdisciplinario que tiene como objetivo entender en profundidad el colapso y encararlo de forma resiliente. Su propósito principal es captar las causas subyacentes del proceso y proponer alternativas y formas de adaptación. La colapsología se basa en la idea de que el colapso es el resultado de una serie de crisis globales interconectadas y retroalimentadas entre sí, como el cambio climático, la escasez de recursos naturales, la explotación capitalista, la desigualdad económico-social, la pérdida de biodiversidad y la inestabilidad política. Todas estas crisis emergen como consecuencia de la contradicción fundamental entre las aspiraciones del sistema capitalista al crecimiento permanente y los límites impuestos por la realidad biofísica del planeta.

Medio ambiente
Análisis El capitalismo del colapso
Las elites capitalistas son conscientes de que el colapso del sistema global capitalista actual es inevitable, pero no están dispuestas a perder su condición de minoría privilegiada.

Si bien existen diversas aproximaciones, enfoques y matices en la colapsología a la hora de definir el colapso, hay cierto consenso en destacar que este se caracteriza por una reducción drástica, profunda y relativamente rápida (en términos históricos) del nivel de complejidad de una sociedad. El capitalismo globalizado ha agotado seriamente los recursos y ha alterado profundamente los fundamentos materiales sobre los que se apoyaba, como el clima, el territorio y los ecosistemas, hasta el punto de dañar peligrosamente las condiciones que antes permitían su expansión y que hasta hoy garantizaban su estabilidad y supervivencia. Esto implica no solo el hundimiento civilizatorio, sino también el desplome de grandes instituciones y organizaciones, como corporaciones y estados, que ya no pueden satisfacer las necesidades básicas de las poblaciones. Todo esto va acompañado de una creciente fragmentación social, el retroceso de los flujos centralizadores, la quiebra de las ideologías legitimadoras y la caída de las múltiples redes materiales e inmateriales que sostienen el orden existente.

El colapso no conoce fronteras, ya que sus causas son inherentes a la lógica que sostiene el sistema. Es aquí precisamente donde el concepto de corrosión se vuelve relevante

No obstante, es importante señalar, como lo hace Carlos Taibo, que el concepto de colapso en sí mismo posee una cierta dimensión etnocéntrica, ya que en el mundo rico damos por descontado, ingenuamente, que aún no estamos experimentando dicho colapso. Sin embargo, este no es siempre una realidad futura y posible, ya que para muchos seres humanos es la realidad presente. Como defiende Stephan Lessenich, la externalización capitalista de todos los costes negativos que sostienen el “modo de vida imperial” del centro del sistema ha llevado desde hace mucho tiempo a una situación de degradación integral de las periferias, que bien podría definirse como un colapso endémico, hasta ahora contenido y en gran medida invisibilizado. Pero el colapso no conoce fronteras, ya que sus causas son inherentes a la lógica que sostiene el sistema. Es aquí precisamente donde el concepto de corrosión se vuelve relevante.

La naturaleza corrosiva del capitalismo

En su célebre ensayo La corrosión del carácter (1998), Richard Sennett introduce en el análisis sociológico la importancia de la corrosión como metáfora de toda una época, la del neoliberalismo salvaje. El autor sostiene que el capitalismo tardío corroe el carácter de las personas, ya que en él prevalecen el valor de la flexibilidad y la precariedad en la vida laboral, así como los imperativos de fluidez y agilidad en un entorno altamente competitivo. Como consecuencia, la ambigüedad, la incertidumbre y el riesgo dominan en todas las esferas de la vida, lo que conlleva un carácter, o más bien una personalidad, vulnerable emocionalmente y propensa a la depresión y la enfermedad mental, mientras que esta corrosión del carácter se oculta y se impone la máxima de que cada individuo es responsable de lo que le sucede. Desde nuestro punto de vista, la reveladora corrosión del carácter expuesta por Sennett al caracterizar el capitalismo tardío apunta a que el mecanismo corrosivo es intrínseco al propio desarrollo histórico del capitalismo y, en última instancia, responsable de los procesos que conducen al colapso del sistema.

El capitalismo tardío corroe el carácter de las personas, ya que en él prevalecen el valor de la flexibilidad y la precariedad en la vida laboral, así como los imperativos de fluidez y agilidad en un entorno altamente competitivo

Físicamente, la corrosión es un proceso gradual de descomposición o degradación de un material debido a factores ambientales o químicos. Metafóricamente, la corrosión puede referirse al debilitamiento progresivo o la decadencia a lo largo del tiempo. Se trata de un mecanismo de erosión, agotamiento o debilitamiento continuado que implica pérdida, reducción, desintegración o desgaste. La corrosión puede abrasar, mermar, agotar, descomponer, agrietar, corromper, envenenar, horadar o disolver. En general, la metáfora de la corrosión se utiliza para describir cualquier proceso persistente y gradual de deterioro y final destrucción que afecta a aspectos cruciales de las sociedades, el mundo y la vida.

El problema radica en que la corrosión ha estado intrínsecamente ligada al desarrollo del capitalismo, con un factor agravante: el capitalismo ha combinado de manera intensiva los cuatro motores que a lo largo de la historia han tendido a corroer la simbiosis entre la humanidad y la biosfera. Estos motores son el antropocentrismo (que sitúa al ser humano como centro y sujeto dominante del planeta), el androcentrismo (que establece el patriarcado como referencia para la organización social), el etnocentrismo (que postula la supuesta superioridad del Occidente blanco) y el egocentrismo (que apela al ego individual o de clase como entidad propietaria y beneficiaria de ganancias, concibiendo la vida como una lucha por el poder).

De esta manera, el capitalismo ha impulsado, estimulado y llevado a su máxima expresión las fuerzas corrosivas presentes arquetípicamente en el inconsciente colectivo humano. Estas fuerzas se han desatado culturalmente, promovido económicamente, gestionado institucionalmente y legitimado jurídicamente. La naturaleza corrosiva del capitalismo es la principal responsable, en última instancia, de los procesos que conducen al colapso ecosocial. A medida que el capitalismo despliega, intensifica y acelera la capacidad de corrosión que le caracteriza, se entra en un ciclo destructivo de retroalimentación que resulta casi imparable. Porque la destrucción no creativa de un capital entregado a sus más sórdidas pulsiones acaba por desbordar y superar sus capacidades de permanente reinvención y adaptación.

La naturaleza corrosiva del capitalismo es la principal responsable, en última instancia, de los procesos que conducen al colapso ecosocial

El colapso como resultado de la corrosión

En este contexto, el término corrosión se refiere al proceso gradual y continuo de deterioro de los sistemas ecológicos y sociales causados por el capitalismo, que muy probablemente lleva al colapso sistémico. Ello significa que este no sucede como evento repentino e impredecible, sino que más bien es el resultado de un proceso de deterioro progresivo y sostenido, perfectamente detectable tanto desde una perspectiva científica verdaderamente crítica como desde la toma de consciencia filosófica y espiritual de la situación.

El colapso ecosocial como resultado de la corrosión puede verse como el desmoronamiento causado por un movimiento degenerativo que no siempre es fácil de identificar en su potencial destructividad, pues aunque los sistemas ecológicos y sociales pueden parecer o pretender parecer sólidos y estables, en realidad están experimentando una serie de cambios graduales que eventualmente los llevan a un punto de no retorno. Efectivamente, el proceso corrosivo suele pasar desapercibido para la sociedad en su conjunto, ya que se desarrolla de una manera constante y silenciosa, bajo la apariencia de solidez, desarrollo y progreso.

Solo nos queda aceptar que el colapso ya está aquí y aplicar en consecuencia una estrategia resiliente

Existe, además, un aspecto diferencial que debe tenerse en cuenta. Durante un largo período, específicamente en lo que podríamos llamar Alta Modernidad (1770-1970), la corrosión del capitalismo tuvo lugar en un contexto de abundancia material y energética, donde predominaba la mentalidad de conquista, la priorización de la producción y el consumo, el objetivo de un crecimiento constante, el fortalecimiento del Estado y la práctica sistemática de la externalización capitalista, con los consiguientes colapsos regionales, limitados a las periferias. Sin embargo, la entrada en la Baja Modernidad a partir de 1970 implicó que la corrosión se desarrollara en un contexto de escasez, decadencia y crisis interconectadas. Esto significaba que, mediante una inesperada combinación de efecto boomerang y justicia poética, la corrosión finalmente alcanzaba el propio núcleo de la modernidad capitalista, definiendo una nueva era marcada por la destructiva globalización de la corrosión y el colapso.

El colapso en curso se revela entonces como el resultado natural de una corrosión intensificada a través de la gestión capitalista, que aborda el colapso sistémico desde una perspectiva catabólica. Esto abre la puerta a una posible transición hacia el catabolismo como nuevo modo de dominación, entendido como un sistema estacionario y parasitario posterior al colapso, en el cual la prioridad de obtener beneficios característica del capitalismo (ampliar el capital) sería reemplazada por la necesidad de supervivencia caníbal en condiciones de privilegio (asegurar el poder), buscada a cualquier precio por parte de unas élites que se devoran unas a otras, engullendo de paso los restos del naufragio por ellas inducido. Frente a esta deprimente situación, el pensamiento crítico transformador y sus expresiones políticas se enfrentan a un gran desafío, ya que, como ha sostenido Manuel Casal Lodeiro, ese ecosistema político-ideológico conocido como “la izquierda” será barrido por el propio colapso si sigue negándose a reconocerlo en sus términos reales. Por lo tanto, solo nos queda aceptar que el colapso ya está aquí y aplicar en consecuencia una estrategia resiliente, que consistiría en la paradójica, subversiva e intersticial corrosión de un sistema altamente corrosivo.

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