Laboral
Liderazgos feministas en el sindicalismo: del ¡escúchame! a la portavocía compartida

Las centrales sindicales llevan más de 25 años tratando de construir organizaciones feministas, un proceso largo que va más allá de cuotas paritarias. LAB apuesta por el reparto de la proyección pública como clave para minimizar el impacto personal y diversificar los perfiles de mujeres que acceden a participar en órganos de decisión.
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De izquierda a derecha, de arriba a abajo: Nagore Iturrioz, Montse Sánchez, Garbiñe Aranburu, Isabel Galvín, Loli García, Ainhoa Etxaide, Isabel Vilalba, Ana Pérez y Amaia Muñoa. Sancho Somalo

“¿Llorar yo? No, no. ¡Yo hice llorar a todo el auditorio! Llevo ya dos congresos haciéndoles llorar. ¡Ja, ja, ja!”. La risa de Ainhoa Etxaide es espontánea y contagiosa. Es una líder. Te hace llorar y, luego, reír. O al revés. Es mujer, lesbiana, antaño joven y proviene del sector laboral de los cuidados. “Con 13 años era interna. No vengo de una fábrica, no conocía los procesos de negociación colectiva. Para mí no es un problema, si lo es para ti, ¡pregúntate porqué!”, repetía a los compañeros que cuestionaban su currículum. Llegó al sindicato LAB en 1996, el año en el que la organización decidió que tenía que abrirse a mujeres y jóvenes. Desde 2008 a 2017 ocupó la secretaría general, su equipo paritario politizó el concepto de trabajo y trabajador —“una trabajadora de cuidados es una trabajadora”, apostilla—. Y en 2018 la relevó del cargo otra mujer: Garbiñe Aranburu. Pero en esta historia no hay que correr tanto y los nombres importan lo justo. 

El Salto ha entrevistado a nueve sindicalistas. De ahora y de antes. Vascas, gallegas, catalanas y madrileñas. Vienen de los sectores de los cuidados, de la industria, del campo y de la educación. Unas ocupan el cargo más alto, otras son sectoriales o territoriales. Pero todas tienen muy claro cómo han llegado a dinamizar espacios de responsabilidad: gracias a las mujeres que las precedieron y al movimiento feminista. Han respondido a dos preguntas: ¿Cómo ha sido el proceso colectivo y personal de construcción de su liderazgo?

“Es un proceso largo que sigue en marcha porque supone un rompimiento de una cultura sindical, de un lenguaje y de legitimar liderazgos de mujeres feministas”, Isabel Galvín

El sindicalismo es un espacio históricamente masculino, con todo lo que ello comporta en cuanto a dinámicas patriarcales conscientes e inconscientes. Resulta adecuado observar primero qué decisiones tomaron las ejecutivas enteramente masculinas de esas organizaciones mixtas para adaptarse a una realidad innegable —que las mujeres trabajan, que las mujeres son más precarias, que los sindicatos consolidaban marcos patriarcales—, reconocer que esas decisiones forzaron cambios en materia de afiliación y en paridad en órganos de decisión, pero que aún quedó dentro de la cacharrería un elefante dando bandazos, intentando romper autoestimas de mujeres bregadas y firmes —perfil habitual en los liderazgos feministas—. 

Evitar el coste personal que asumen las mujeres en espacios de liderazgo es el objetivo en el que se centran ahora las centrales que más han avanzado en convertirse en un sindicato feminista, después de más de 25 años caminando.

Aseguran que un liderazgo feminista no se puede mantener con una sola mujer, exige de un equipo con perspectiva de género que la sostenga

Un poco de historia

Comisiones Obreras tomó la decisión de adoptar cuotas paritarias en órganos de dirección en 1996 y, posteriormente, “transversalizó” el área de la mujer, incorporando políticas feministas “a todas las políticas internas”, señala Loli García, secretaria general en Euskadi. Desde Madrid, su compañera Isabel Galvín, secretaria de Educación, insiste —como todas ellas— que este es “un proceso largo que sigue en marcha porque supone, en muchos casos, un rompimiento de una cultura sindical, de un lenguaje y de legitimar liderazgos de mujeres feministas, algo que no es sencillo”.

Asegura que ha tenido que “vivenciar de manera intensa la hegemonía masculina en el poder”, la cual cuestiona “tu palabra, tus prácticas, tu manera de actuar”. Personalmente, para Galvín fue un antes y un después el lema que lanzó en los años 2000 el movimiento Marea Verde: “Acertamos juntas o nos equivocamos juntas”. Esta es la clave para muchas de las sindicalistas entrevistadas: las alianzas feministas dentro de sus propias organizaciones. Aseguran que un liderazgo feminista no se puede mantener con una sola mujer, exige de un equipo con perspectiva feminista que la sostenga.

“Venía de trabajar en la banca y con 26 años, en el año 2000, era tesorera de ELA, eso no es natural”, Amaia Muñoa

Los principales sindicatos vascos, ELA y LAB, territorio industrial, avezado en grandes huelgas y donde el movimiento feminista marcaba el paso desde los años 70, también adoptaron en 1997 y 1996, respectivamente, sendas resoluciones para reconfigurarse. “Venía de trabajar en la banca y con 26 años, en el año 2000, era tesorera de ELA, eso no es natural”, reconoce Amaia Muñoa, secretaria general adjunta. “Un cambio así requiere de una determinación muy fuerte por parte del comité ejecutivo, por entonces 100% masculino, y activar debates en la militancia, mayoritariamente masculina. Con la vista de ahora, aquellos debates tendrían deficiencias, pero fueron sinceros en la apuesta colectiva de que en la siguiente ejecutiva debían entrar mujeres”. Entraron tres de doce.

El proceso de cambio profundo se inició más tarde, en 2014, y lo tutoriza una persona externa, la feminista Natalia Navarro, que les ha obligado a autodiagnosticarse: desde cómo se negocia y qué negocian los delegados y delegadas, hasta cómo funcionan internamente los órganos de más responsabilidad. Promover la equidad de género y su práctica es uno de los cinco ejes de su sindicato marcados en el último congreso, tan importante como los otros cuatro.

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“Creo poco en los liderazgos individuales, creo en los procesos colectivos”, Isabel Vilalba

Feminismo en el campo gallego

En el Estado hay un sindicato pequeño y sectorial que llama la atención y ejemplifica que, donde hay voluntad política, hay sindicato feminista. Se trata del Sindicato Labrego Galego. Desde hace treinta años, el secretariado general lo ostenta una mujer. Isabel Vilalba es la tercera que lo ocupa, desde 2012. Lo primero que hizo la organización fue cambiar las cuotas económicas para adaptarlas a los ingresos de los proyectos agrarios y ganaderos, para instar a que las mujeres se afiliaran a título propio, en vez de escuchar de oídas lo que se cocía, en calidad de esposa de afiliado, y garantizar vía estatutaria la paridad territorial y sectorial —leche, carne y vino—. Ahora las granjeras representan algo más del 50% de la afiliación y desde hace más de tres décadas, el sindicato realiza formaciones feministas permanentes, celebrando un encuentro anual. Vilalba insiste: “Creo poco en los liderazgos individuales, creo en los procesos colectivos”. 

Ella tampoco se ha librado de asistir a reuniones con representantes de la administración y del mundo agrícola en la que “era la única mujer de 24 personas”. Defiende tres cosas: relación constante con el movimiento feminista, que en el sindicato haya espacios fuertes no mixtos capaces de trasvasar su trabajo a los espacios mixtos y el sentido del humor. “Hay mil y una formas de tratarte con cierto paternalismo que debes contrarrestar con mucha capacidad de trabajo y, hasta cierto punto, con sentido del humor para seguir adelante. Porque hay que seguir adelante, el retroceso siempre está ahí, con el aliento pegado a tu espalda”.

“Me aprendí de pe a pa los estatutos y la burocracia interna para sentirme fuerte si un compañero cuestionaba mi expresión ‘emocional’”, Montse Sánchez

Saber más que tú

Aprender y saber más que los compañeros varones es otra respuesta repetida. El conocimiento como parapeto y legitimador de la voz. A Montse Sánchez, la secretaria general de CGT Catalunya, la despidieron de un establecimiento hostelero cuando se quedó embarazada por primera vez. Denunció y ganó el juicio, pero perdió el trabajo igualmente. Se fue a la industria para poder conciliar y enlazó contratos temporales vía ETT durante ocho años en varias fábricas. Tras comunicar su segundo embarazo, fue la única operaria no renovada de 30 compañeros. Dice que lo suyo ha sido luchar contra la discriminación de forma autodidáctica, que cuando llegó a este sector, mucho más organizado que el hostelero, se afilió a CNT pero que finalmente cambió a CGT porque la ayudó en su segunda demanda judicial, que también ganó. “Pero la readmisión fue durísima: la empresa no me dejaba entrar y cada día tenía que llamar a los Mossos para que levantaran acta”. 

Entró en la secretaría feminista, un grupo no mixto, y decidió aprenderse “de pe a pa” los estatutos y la burocracia interna para poder contestar sin perder firmeza cuando un compañero cuestionaba sus formas “emocionales”. Pero aquellos compañeros que aún cuestionan las emociones y tratan de rebajar la legitimidad de una mujer por cómo se expresa se están quedando obsoletos. Muchos compañeros, además de compañeras, la animaron a postularse para optar al cargo que ostenta desde el último congreso de CGT.

“Cuando nombras una conducta patriarcal, incomodas a muchos hombres y también a mujeres, y tú eres la que lo ha nombrado”, Nagore Iturrioz

“Te desestabilizan”

Del patriarcado no se libra ni la educación, un sector feminizado. “Vengo de militar en el movimiento feminista, estoy acostumbrada a intervenir en público y sentir legitimidad. Eso me ayudó a identificar las formas con las que se deslegitima sistemáticamente la voz de las mujeres en los espacios mixtos“. Le ocurrió en una negociación sindical con interlocutores mirando el móvil, haciendo como que no la escuchaban. ”Te desestabilizan y tienes que recomponerte”, relata la portavoz del principal sindicato educativo del País Vasco, Steilas, Nagore Iturrioz. Y luego viene la segunda parte: poner encima de la mesa conductas patriarcales no es disruptivo, es problemático. “Cuando nombras una conducta patriarcal, incomodas a muchos hombres y también a mujeres, y tú eres la que lo ha nombrado”. Advierte de que “el no es para tanto” sigue funcionando.

Su predecesora fue Ana Pérez, la cual compartió portavocía con Amaia Zubieta. Como Vilalba, alerta sobre la importancia de insistir e insistir, porque “si aflojas un poco, retrocedes. Tenemos que ocupar espacios, hay que tener mucha conciencia feminista para hacerlo y mucho empeño, porque los hombres no se mueven de ahí”, advierte. Como el Sindicato Labrego Galego, Steilas lleva más de treinta años con mujeres feministas en la portavocía.

“Siempre me decían: te aplaudo con las orejas, pero jamás me pondría en tu sitio”, Ainhoa Etxaide

Lamer las heridas

La fortaleza que nombran, con unas palabras u otras, es la que mencionó Ainhoa Etxaide cuando clausuró los dos últimos congresos de LAB e hizo llorar al público. Ella ya se había “quitado la mochila” que tanto pesaba y que le generó heridas que tuvo que “lamerse, estudiarlas y cerrarlas”. “Siempre me decían: te aplaudo con las orejas, pero jamás me pondría en tu sitio”. Ella asegura que ocupó el secretariado general durante ocho años por “inconsciencia”, “empeño” y porque su generación era “política”: “Estabas donde querías estar y eso tenía un coste que se materializaba en tu cuerpo”. Y lo asumió.

Garbiñe Aranburu la relevó en 2018. Puso el cuerpo sola durante cuatro años, hasta que en 2022 anunció que Igor Arroyo la acompañaría en las labores de portavocía. El sindicato estableció en sus estatutos que, a partir de entonces, habría siempre dos portavoces y que, al menos uno, sería una mujer. “Creo que Garbiñe ha acertado. Estábamos haciendo que un tipo muy concreto de mujer ocupara el cargo, cuando lo que queremos es que se pueda poner cualquiera”, concluye Etxaide. 

“Tenemos identificado lo que no queremos ser, pero es más difícil identificar qué caminos debemos seguir”, Garbiñe Aranburu

Aranburu resalta que el cambio “me ha resultado fácil porque creo profundamente en él, aunque no sabíamos cómo iba a percibirse desde fuera, ¿se entendería?”. Tanto ella como su sindicato tienen identificado “lo que no queremos ser, pero es más difícil identificar qué caminos debemos seguir” para crear “un modelo mucho más feminista que rompa barreras y haga reflexionar”. 

Cuando Etxaide alcanzó el cargo, puso en la agenda del sindicato los cuidados, retiró financiación a la industria y la repartió en sectores feminizados. Su sino ha sido forzar conflictos. “Reivindico la necesidad del conflicto, pero la gestión siempre debe estar ligada a un acuerdo. Vas forzando topes y situaciones, generando y construyendo, te mueves en el provocar y liderar acuerdos, para dejar atrás realidades y transformar el presente”. Ahora trabaja en el área de formación de su sindicato. Su bagaje no se perderá.

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