Laboral
Adrián Todolí: “Los autónomos deberían incorporarse al derecho del trabajo y tener protección laboral”

El profesor de Derecho del Trabajo defiende que una buena regulación laboral es la mejor forma de aumentar la productividad económica al mismo tiempo que el bienestar social.
Adrian Todoli 1
Adrián Todolí, profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Valencia. Mathias Rodríguez

@EconoCabreado

Coordinador de la sección de economía

12 mar 2022 07:00

En economía a menudo se dan por buenas afirmaciones por la cantidad de veces que se repiten más que por su demostración empírica. Más mantras que estudios y análisis serios. Y, en los múltiples puntos donde el derecho laboral y la economía se cruzan, no son una excepción. “La desregulación es buena para la creación de empleo”, “las políticas de igualdad van en contra del beneficio empresarial”, “los trabajadores indefinidos se acomodan y no son productivos”, “los autónomos son empresarios”... son afirmaciones mil veces repetidas pero que no se adecuan al actual mundo del trabajo y que no pasan un examen demostrado con datos reales.

Adrián Todolí es profesor titular de Derecho del Trabajo en la Universidad de Valencia. Tanto su blog como en su cuenta de Twitter son fuentes de información de lo más fiable en temas de actualidad laboral como los falsos autónomos, regulación o de análisis de sentencias judiciales en este campo. Recientemente ha publicado el libro Regulación del trabajo y política económica. De cómo los derechos laborales mejoran la economía (Aranzadi, 2021). Un texto que no pretende convencer a los convencidos, sino que muestra empíricamente que la regulación laboral es buena también para el empresario y que, incluso, propone una nueva definición de trabajador donde también cabe el autónomo.

En tu libro afirmas que “la intervención en el mercado de trabajo y los derechos laborales mejoran la eficiencia, la productividad y puede ayudar a la creación de empleo”. ¿Cómo hemos llegado a que el imaginario social y empresarial piense exactamente lo contrario?
Esto se crea sobre todo a partir de los años 80, desde el Consenso de Washington, cuando se da forma a una narrativa en la que se dice que cualquier intervención del mercado por parte del sector público o de la administración es mala, perjudica y va a acabar provocando lo contrario, ineficiencia. Esta narrativa cala y cala en la sociedad, probablemente más a base de repetición que a base de estudios empíricos que lo demuestren.

Hemos estado empeorando la economía por falta de intervención y liderazgo de las administraciones públicas

En el libro demuestras, o por lo menos pones encima de la mesa, un montón de esos estudios empíricos. ¿Cómo los podrías resumir?
Lo que pretendo es precisamente señalar que contra esa narrativa, incluso este imaginario colectivo o lo que piensa mucha gente, desde un punto académico se demuestra más bien lo contrario. Y, de hecho, ya hay organismos internacionales, que abrazaban esta tesis del Consenso de Washington, que ya están empezando a dar la vuelta a su discurso. Porque los datos demuestran otra cosa. Es decir, en el fondo hemos estado empeorando la economía por falta de intervención y liderazgo de las administraciones públicas. Y, por lo tanto, es necesario retomarla desde la perspectiva de intervención del mercado en general, pero concretamente en el mercado de trabajo.

Se le atribuye a Henry Ford aquella frase de “tenemos que hacer coches que los puedan comprar nuestros trabajadores”. Ya has citado el Consenso de Washington en los años 80, pero ¿cuándo se produce ese desacoplamiento? ¿Cuándo crees que los empresarios deciden romper esa afirmación que parecía tan lógica?
Creo que es precisamente en esa época. Es decir, antes se vivieron los mejores años del capitalismo y fue cuando más se mejoró la economía. Es cierto que hay algunos problemas en la crisis del petróleo, en los años 70, en el que hay problemas de inflación. Se le echa la culpa a las demandas de subida salariales. Entonces se intenta romper eso a través de impedir que los sindicatos puedan mejorar sus salarios con el objetivo de que no hayan aumentos salariales. Y ahí es donde, no solo los empresarios, sino cultural o políticamente, se intenta reducir el espacio que había ocupado el Estado en todos los ámbitos. Ahí se incluye también la parte de la regulación con el eje de Thatcher y Reagan.

Dices que es culturalmente. Parece que ahí es cuando el liberalismo se da cuenta de que esto es una batalla cultural.
Sí, efectivamente. Es lo que explica Robert J. Shiller. el economista que publicó el libro Narrativas económicas. Cómo las fake news y las historias virales afectan la marcha de la economía (Deusto, 2020), que escribe el texto poniendo ejemplos como la curva del Laffer, etc. Explica que se busca meter mensajes sencillos para convencer a la población de que las mejores políticas son las de desregulación, aunque luego eso no venga apoyado con datos fuertes, sino más bien con tesis que se pueden escribir en una servilleta de papel, como solía decir Galbraith. Por lo que no es solo una guerra cultural, sino que es un tema de convencer a la población de cuál es la tesis correcta. Ahí han utilizado técnicas de narrativa para simplificar al máximo durante mucho tiempo los mensajes y convencer con ellos. Yo creo que la otra parte, la que mantenía otras tesis, pues o no han conseguido convencer o no han conseguido hacer que calen ese tipo de mensajes o porque se han rendido un poco… pero no ha habido una contraposición realmente fuerte a ese discurso predominante.

El pacto de rentas entre márgenes empresariales y salarios debería partir de un punto de que los salarios empiezan con entre un 5 y un 15% menos

Ahora mismo estamos también en una de esas épocas de alta inflación y ya se empiezan a oír las voces esas que piden que no se aumenten los salarios porque puede provocar una inflación de segunda ola. ¿Qué opinas?
Obviamente siempre hay que ir con cuidado con que esto puede ocurrir. Lo que pasa es que hay que tener en cuenta que la productividad laboral ha aumentado entre el 5 y el 14% en los últimos 20 años, dependiendo de diferentes fuentes, pero, como señalaba hace poco el Financial Times, los salarios reales en España han decrecido un 1%. Es decir, hay un margen entre el 5 y el 15% que se lo ha llevado la parte empresarial. Entonces, teniendo en cuenta ese punto de partida donde los salarios no han aumentado mientras sí que lo han hecho los márgenes empresariales, ese ‘apretarse el cinturón’, que sería el pacto de rentas entre márgenes empresariales y salarios, debería partir de un punto de que los salarios empiezan con entre un 5 y un 15% menos. A partir de ahí, algo hay que hacer con la inflación de segunda vuelta, pero teniendo en cuenta el punto de partida.

De hecho, ahora los empresarios hablan mucho de enlazar los salarios, no a la inflación, sino a la productividad. Y creo que puede ser una buena opción. De hecho, anteriormente a este, yo he escrito un libro que se llama Salario y productividad (Tirant lo Blanch, 2016), en el que defiendo la relevancia que puede tener vincular los salarios a los beneficios empresariales o a la productividad. Lo que pasa es que no se puede hacer desde hoy en día. Hay que tener en cuenta que llevamos 15 años en los que la productividad ha aumentado un 15% y los salarios se han reducido un 1%. Si los queremos enlazar, hay que ver esa perspectiva, no desde hoy en día y olvidándonos todo lo que ha pasado anteriormente.

Antes se repartía mejor esa producción entre empresario y trabajador.
Claro. Hasta los años 80, los salarios aumentaban exactamente lo mismo que la productividad laboral. Y hablamos de la productividad laboral, que luego están la productividad del resto de factores como la productividad del capital, que se la lleva la quien invierte el capital. Incluso la teoría marginal de los salarios, que es neoclásica, dice que los trabajadores se tienen que llevar toda la productividad laboral. Y eso pasaba hasta hasta los años 80. A partir de esa década ha habido una divergencia muy grande en el que la parte empresarial no solo se lleva la propia del capital, sino que también se está llevando la productividad del trabajo. Y eso hay que corregirlo.

Has citado el pacto de rentas. Ahora, con la subida de la inflación y la guerra, Pedro Sánchez ha propuesto ese pacto de rentas. ¿Qué quiere decir y cómo crees tú que debería ser ese pacto de rentas?
El pacto de rentas históricamente ha sido utilizado como un acuerdo entre patronal y sindicatos con el objetivo de no provocar inflación de segunda vuelta. En este, las demandas de los salarios de los trabajadores se retardaban hacia el futuro. Cuando se utilizó creo que estábamos en una inflación del 15 o del 20%. Entonces, en vez de pedir un aumento salarial del 20%, se pide uno menor para que así no se provoque una inflación de segunda vuelta. Y luego, eso si, te compensaremos en el futuro con mejoras salariales para compensar el poder adquisitivo que ahora mismo has perdido.

Siendo otras las causas de la inflación, la lógica nos debería llevar a que se ataque esas causas de los aumentos de la inflación y no los salarios

Pero ahora esa inflación no viene por lo salarios. Actualmente es una inflación que nos viene por la guerra, por la subida de energía… entonces este pacto, ¿quiere decir que nos bajemos todos el salario?
El problema en parte es esto. Siendo otras las causas de la inflación, la lógica nos debería llevar a que se ataque esas causas de los aumentos de la inflación y no los salarios, porque los salarios no son los que han provocado la inflación de primera vuelta y, por lo tanto, es probable que tampoco provoquen la inflación de segunda vuelta.

Entonces el pacto de rentas no tiene mucho sentido en este contexto.
El pacto de rentas puede ser una herramienta más, pero no puede ser la única.

También has escrito y dedicas parte del libro a cómo están afectando las nuevas tecnologías al mundo laboral. ¿Nos encontramos en un escenario en que esa divergencia que acabas de citar, ese desacoplamiento entre productividad y salario, puede acrecentarse debido a las tecnologías?
Sí, efectivamente. La digitalización hace principalmente dos cosas. Una es lo que se llama automatización, donde la tecnología sustituye puestos o tareas, y por lo tanto sustituye mano de obra por tecnología. Y otra es la digitalización, donde la tecnología se vuelve un elemento esencial, aunque no sustituya a los trabajadores. En ambos casos, lo que acaba significando es un aumento del poder de negociación de los propietarios de la tecnología y una reducción de negociación de los trabajadores y trabajadoras.

Esto es algo histórico, que viene desde la revolución industrial. El dueño de la maquinaria tenía todo el poder y ya sabemos que significaba eso: salarios por debajo de los salarios de supervivencia, condiciones laborales en las fábricas muy deplorables, etc. Ese tipo de cosas se regulan para intentar reequilibrar ese poder entre trabajador y empresario. Pero si volvemos a lo mismo con la digitalización, lo que puede provocar es una reducción, como hecho históricamente, del poder de negociación. Conforme más importante o más esencial es la tecnología y más productiva la tecnología, menor es el poder de negociación del que solamente tienen su trabajo para poner en el mercado.

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Adrián Todolí, profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Valencia. Mathias Rodríguez

Las cadenas logísticas globales y la externalización de los costes laborales en otros países que nos vendieron con la globalización, ahora parece que hacen aguas y que podemos ver sus costuras. Ya no es tan fácil y barato traer cosas de Asia, están creciendo los precios energéticos y en esos países los trabajadores se están empezando a organizar y a pedir más derechos laborales. ¿Cómo va a afectar estos nuevos escenarios en el tema laboral a un país como España?
Bueno, todo depende. En principio, la reindustrialización que se está planteando, si se hace de manera estratégica, se hace con inversión pública y se hace de manera liderada por la administración, puede acabar provocando mejores empleos e incluso que haya más y nuevas posibilidades de creación de empleo. Es cierto que esto también podría encarecer ciertos productos, pero, claro, ese sería el coste a cambio de tener elementos estratégicos aquí. Quiero decir que si hacen falta respiradores en un momento dado de crisis no tengas que comprarlos a China, donde los están vendiendo a precios carísimos porque en ese momento es el único qué está produciendo.

Ahora mismo estamos viendo que es lo que las líneas de abastecimiento se pueden cortar en cualquier momento, que incluso la estabilidad de paz mundial que teníamos hace cinco años ahora mismo parece que está sujeta a inestabilidades. Entonces, tener garantías de control en tu propio país o dentro de Europa de ciertos elementos esenciales puede tener externalidades positivas.

El trabajador indefinido es más productivo que el temporal y por eso es bueno para un país que la mayoría de sus trabajadores y trabajadoras sean indefinidos

Incluso las instituciones supranacionales como el FMI o la Comisión Europea señalan directamente el tema de la temporalidad como un problema. Parece bastante lógico pensar que si la gente no dura mucho en una empresa se pierde su conocimiento adquirido y su experiencia, que es exactamente lo que dicen estas organizaciones ahora. ¿Por qué todavía hay una gran resistencia por parte de las patronales y empresarios a que se luche contra la temporalidad?
Creo que es también un tema de imaginario colectivo erróneo o al menos no acompañado con los datos. Es decir, muchas veces el empresariado piensa que el trabajador temporal le otorga dos cosas: una flexibilidad para poder despedirlo en cualquier momento sin consecuencias y, por lo tanto, la temporalidad le permite una flexibilidad muy grande de elegir en cada momento cuál es el nivel de mano de obra que tiene. Y el otro es que se considera que el trabajador fijo es menos productivo que el temporal, porque está muy acomodado la empresa. Es esta mentalidad de que el trabajador temporal tiene muchas ganas de ser indefinido y por lo tanto se esfuerza muchísimo más. Lo da todo por la empresa y por tanto es más productivo. Y aquí los datos lo desmienten, porque lo que indican es que el trabajador indefinido es mucho más productivo. ¿Por qué? Porque por mucho que en apariencia el trabajador temporal lo dé todo, le haga mucho la pelota al jefe o haga muchas horas extras, en el fondo no conoce suficiente la empresa y el trabajo como para poder ser más productivo. El indefinido sí. Porque en esas horas extras lo que está haciendo el nuevo es aprender cómo funciona la empresa, mientras que el trabajo indefinido además de conocerla, puede aportar sugerencias, etc. en la propia empresa para mejorar su eficiencia. Por eso los datos apuntan hacia lo contrario del imaginario colectivo. Y es que el trabajador indefinido es más productivo que el temporal y por eso es bueno para un país que la mayoría de sus trabajadores y trabajadoras sean indefinidos.

Hemos visto un aumento exponencial en este último mes de los contratos indefinidos tras la reforma laboral. Pero también hay mucha gente que dice si despedir cuesta lo mismo, entonces no sirve de mucho.
Esta es una de las cuestiones claves a partir de ahora. Obviamente el concepto indefinido es importante, pero lo realmente importante y que hay que valorar el número de contratados respecto a los despedidos. Es decir, la rotación. Ese es el dato que actualmente nos dirá si ha servido de algo. Si las empresas contratan indefinidos, pero a los seis meses te echan a la calle, entonces sigue habiendo una rotación alta que hace que esos contratos indefinidos no cambien nada.

O sea que tendremos que esperar como seis meses o un año para ver si los contratos indefinidos realmente son indefinidos y la reforma ha tenido efecto.
Claro, porque ahora, obviamente, habiendo una restricción a contratar de manera temporal, los empresarios están contratados de manera indefinida. La pregunta es si realmente los empresarios los mantienen como indefinidos o los despiden como si en el fondo fueran temporales y por tanto, habremos mejorado alguna cosa, pero no habremos mejorado lo que realmente es importante, que es reducir esa rotación. El criterio de la rotación es el que habrá que tener en cuenta.

Las sociedades igualitarias son la que tiene una mayor movilidad social, tienes más incentivos para esforzarte y, en general, la sociedad será más eficiente

Algo de lo que hablas bastante en tu libro es esa dicotomía entre eficiencia económica e igualdad. Hay voces contra la igualdad que defienden que esas políticas igualdad va en contra del beneficio empresarial.
En los años 70 apareció un estudio de Arthur M. Okun, que es el que normalmente cita la mayoría de esa gente, que establecía que las sociedades más igualitarias eran más ineficientes. A partir de ahí se dijo que la igualdad es ineficiente. Pues bueno, ahora el Fondo Monetario Internacional, que es una institución que históricamente ha apoyado la desregulación, publicó en 2014 un informe con muchos más datos que los que utilizó Okun en su momento aquel informe y llega a la conclusión contraria. Las sociedades más igualitarias son más eficientes. Esto responde precisamente a la propia idea de meritocracia, de merecer lo que recibes. Es decir, si estamos en una sociedad en la que, por mucho que te esfuerces, no vas a obtener los rendimientos de ese esfuerzo, los incentivos para esforzarte serán muy bajos. Para qué me voy a esforzar si total no voy a poder ascender socialmente o no voy a poder mejorar económicamente y mejorar mi vida. En las sociedades desiguales pasa eso. Por mucho que te esfuerces, no sales de tu estatus social o de tu clase social. Las sociedades igualitarias son la que tiene una mayor movilidad social, tienes más incentivos para esforzarte y, en general, la sociedad será más eficiente.

Además, las sociedades más igualitarias permiten aprovechar mejor el capital humano, porque una sociedad que discrimina, por ejemplo, a las mujeres, va a despreciar muchísimo capital humano, que en el fondo va a mejorar la sociedad. En el tema de educación pasa lo mismo. En una sociedad que no es igualitaria hay personas que a lo mejor podrían haber mejorado mucho la sociedad gracias a sus invenciones, a sus ideas, pero que directamente ni siquiera reciben educación. Existe un gran desperdicio de capital humano en las sociedades que no son igualitarias. Todos estos argumentos apoyan a que en realidad las sociedades igualitarias, donde hay impuestos progresivos, donde el Estado de bienestar es fuerte, donde hay una regulación que permite la meritocracia de verdad, mejoran la eficiencia.

Con la digitalización se ve una atomización del empleo donde se complica mucho el sindicalismo. Estamos viendo ejemplos como los riders, que están haciendo un trabajo que a mí me parece encomiable. Pero, ¿cómo ves tú la situación del sindicalismo en las próximas décadas?
De alguna manera se está reinventando. El sindicalismo necesita reinventarse para adaptarse a las nuevas formas de organización. Pero creo que también estamos volviendo al siglo XIX en algunos aspectos. Los empresarios con los falsos autónomos o los autónomos están ante un mercado totalmente desregulado. Porque si tú contratas autónomos significa es que el derecho al trabajo no se aplica. No hay derecho a vacaciones, no hay derecho a sindicación, no hay nada. Es decir, estamos justamente como antes de que aparecía el derecho del trabajo como reequilibrador. Entonces, ¿qué ocurre? Que estas personas que están sin ningún tipo de protección por parte de la legislación, necesitan de nuevo asociarse y más incluso que los que están dentro del derecho del trabajo, porque es la única manera. Esos autónomos no tienen el poder de negociación suficiente como para poder enfrentarse de igual a igual al empresario. Es decir, es repetir exactamente la historia del siglo XVIII, cuando los trabajadores de la fábrica, en un mundo totalmente desregulado, sin regulación laboral, se daban cuenta que por sí solos, individualmente, no podían hacer nada, que no tenían ningún tipo de derecho, no tenían salario mínimo. Tenían salarios por debajo del salario de supervivencia y entonces necesitaron unirse. Ahí se dieron cuenta de que unidos no solo podían negociar colectivamente con el empresario, sino también con el Estado. Negociar hacia una regulación que los defienda. Así es como nace del derecho del trabajo.

Ahora vemos lo mismo. Los riders se han unido y han podido mejorar sus derechos laborales. Pero a la vez también han podido ir a la Inspección de Trabajo, denunciar para que el Estado les ayude. Han podido incluso negociar con el Estado una mejor regulación, aunque no sea todo lo buena que ellos quisieran, pero tengamos en cuenta que el proceso de construcción del derecho del trabajo duró casi ciento y pico años y los riders han conseguido estas mejoras en cuatro o cinco.

De hecho tú defiendes en tu libro que deberíamos dejar de tratar al autónomo como un empresario y tratarlo como un empleado.
Efectivamente. El derecho del trabajo tiene dos partes: cuando eres trabajador laboral y el resto. Divide el mundo en dos. O eres trabajador o no lo eres. Y si no lo eres, da igual que seas un gran empresario o que seas un pequeño autónomo, no se te va a aplicar el derecho de trabajo. Claro, eso viene de los orígenes del derecho al trabajo, en el 1900, cuando se hace la definición del concepto de trabajador y a quién se va a aplicar en un momento dado en el que, efectivamente, sólo existían los trabajadores de la fábrica y el empresario dueño de la fábrica. Claro, ahí tenía sentido que el dueño de la fábrica no necesitaba ningún tipo de protección, porque él precisamente como capitalista tenía el capital para protegerse, mientras que los trabajadores necesitaban la seguridad social pública.

Eso que se inventó en aquel momento y que podía ser válido, hoy en día es muy distinto, porque ahora mismo tenemos a muchísimos autónomos que no son el señor Burns de Los Simpson. No es una persona que tiene capital, lo pone en juego y puede autoprotegerse. Tenemos muchos autónomos que por sí mismos no pueden protegerse y que aunque funcionen con libertad, horarios, etc. eso no les convierte en un empresario.

El empresario teórico, al inicio, era aquel que tenía un capital importante para ponerlo en el mercado y que ganaba dinero por su capital, no por su prestación de servicios. Ahora tenemos muchos trabajos autónomos que en el fondo ganan dinero por su mano de obra, por lo que aportan trabajando. Tenemos una definición anticuada, pensanda en un mundo distinto.

Mi propuesta es que los autónomos deberían incorporarse al derecho del trabajo y tener protección laboral. Ellos mismos no pueden protegerse y necesitan protección del Estado. Se ha ido haciendo. Al principio los autónomos no tenían seguridad social, pero en los últimos diez o quince años se han ido incorporando cada vez más protecciones, incluso protecciones para el desempleo que hace cinco años no tenían. Pero es que no es solo una cuestión de protección en materia de seguridad social, sino también una protección en derecho a vacaciones, a salarios mínimos, posibilidad de negociación colectiva, posibilidades de huelga.

¿Va el el derecho del trabajo muy por detrás de la realidad?
Sí, yo creo que sí. Hay que partir de la idea de que el derecho al trabajo es una de las cuestiones más debatidas. Lo hemos visto ahora. Hacer una reforma, y si además quieres que sea consensuada, cuesta muchísimo tiempo. Solo hay que ver lo que pasó en el Congreso para aprobar esta reforma laboral. Es decir, suelen ser una de las cuestiones más contestadas. A veces se modifica el Código de Comercio o el Código Civil y la gente no se entera. Pero para cambiar el derecho del trabajo siempre hay problemas, bien sea de la patronal o los sindicatos. Esto implica que modernizar o adaptar el derecho del trabajo a la sociedad cueste, precisamente porque el legislador muchas veces teme cualquier reacción. Y ese es el problema, aunque casi todos los años haya alguna modificación, no son modificaciones profundas.

Se habla mucho últimamente de la posibilidad de reducir la jornada laboral, los cuatro días o las 32 horas, sin reducir el salario. ¿Cómo lo ves? ¿Es una posibilidad en un futuro?
Sí. Hay que partir de que la la reducción de la jornada ha sido una constante desde los inicios del capitalismo.

Sí, pero se paralizó hace 100 años.
Claro, esto en el fondo es lo que hemos hablado respecto a la divergencia entre salarios y productividad laboral. Es decir, si se aumenta la productividad laboral pero no se han conseguido subir los salarios, es muy difícil que esos mismos trabajadores vayan a luchar para conseguir reducciones de jornada. Si ni siquiera puedes mantener tu poder adquisitivo, es difícil que busques una reducción de jornada, sobre todo si esa reducción de jornada implica una reducción de salario.

La reducción de jornada laboral es central ante el reto de la automatización, sobre todo si conseguimos repartir mejor los beneficios que la automatización y la tecnología va a provocar en la sociedad

Entonces va a ser clave, pero por otra razón. Hay un ejemplo de un estudio que señala que la introducción de un robot en una fábrica en Estados Unidos elimina seis empleos, mientras que esa misma introducción en una de Alemania solo elimina dos puestos. Esto es porque en Alemania los sindicatos tienen una mayor fuerza de negociación y han conseguido que el beneficio de ese aumento en la productividad gracias a la tecnología se reparta entre los trabajadores aumentando sus sueldos o reduciendo sus jornadas. Mientras que en Estados Unidos el beneficio de la productividad va directo al empresario. Entonces, mientras en Estados Unidos seis trabajadores se van a la calle, en Alemania solamente dos trabajos se van a la calle y el resto de trabajadores trabajan menos horas.

La reducción de jornada laboral es central ante el reto de la automatización, sobre todo si conseguimos repartir mejor los beneficios que la automatización y la tecnología va a provocar en la sociedad. No será así mientras tengamos un modelo de desregulación como es el de Estados Unidos. Sí los tendremos en otros modelos más regulados o con un mejor reparto entre el empresario y el trabajador mediante la reducción de jornada.

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