Hemeroteca Diagonal
Caszely y las sombras del Nacional

El Estadio Nacional, donde la selección de Chile, campeona de la Copa de América 2015, ha disputado sus partidos como local, fue un campo de concentración durante la dictadura de Pinochet.

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7 jul 2015 17:52

Un encuentro sin rival. Un gol sin oposición. Un estadio vacío en cuerpo y alma. Es el 21 de noviembre de 1973. La selección de Chile gana por la mínima en el partido de repesca para el Mundial de 1974 que se celebraría en la República Fede­ral de Alemania. Vence por incomparecencia. El cuadro chileno debía enfrentarse a la Unión Soviética, pero ésta decide renunciar alegando cuestiones políticas y de seguridad. Son los primeros tiempos de la dictadura militar de Augusto Pinochet.

“Fue el show futbolístico más burdo que me tocó vivir. El teatro de lo absurdo”, recordaba Carlos Caszely en una entrevista concedida al diario Marca en 2013. Caszely está considerado como uno de los mejores jugadores chilenos de todos los tiempos, un delantero de los que ya no quedan y viva imagen de la oposición al régimen pinochetista. La FIFA no supo reaccionar y permitió la celebración del encuentro en el Estadio Nacional, el histórico feudo donde La Roja ejerce de local, inaugurado el 3 de diciembre de 1938.

El mismo estadio que ha vibrado en el presente con el combinado chileno que ha conquistado la Copa América, fue otrora un improvisado campo de concentración. Parte importante del fútbol chileno descansa en las gradas del Estadio Na­cional. En todas, menos en un sector. Un fondo de madera, sin publicidad, con rejas y presidido por la frase “Un pueblo sin memoria es un país sin futuro”. Una estremecedora cita que sirve para recordar a las 20.000 personas recluidas en un estadio reconvertido en campo de concentración tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

La amnesia histórica no se ha apoderado de la sociedad chilena y la condena roza la unanimidad. Fruto de este consenso nació el proyecto Estadio Na­cional-Memoria Nacional. El vomitorio número 8 fue el elegido para un pequeño museo que honra a aquellos presos que de modo ingenuo intentaban vislumbrar a la desesperada a sus familiares. Las paredes del habitáculo conservan las marcas que hacían los presos para intentar contar los días que llevaban retenidos, reos de distintas nacionalidades. Uno a uno eran sometidos a crueles interrogatorios. Des­pués eran colocados en dos filas: la de la vida y la de la muerte. La primera línea menguaba cada día. Al final ésta se hizo tan delgada que acabó por desaparecer.

Con la sangre todavía fresca, la selección chilena asumió compungida en 1973 la eliminatoria frente a la Unión So­viética, rival ideológico del nuevo régimen. Apenas 15.000 personas acudieron a un Estadio Nacional que seguía tomado por las fuerzas militares. Fran­cisco ‘Chamaco’ Valdés Mu­ñoz, uno de los grandes ídolos del Colo-Colo, fue el encargado de anotar el gol de la vergüenza. No hubo celebraciones posteriores. “Nadie se imaginaba que esto iba a transformarse en 17 años de dictadura. Éramos futbolistas, sólo queríamos ir a un Mundial. Pero, con el paso del tiempo, uno quizás pudo negarse a jugar en esas condiciones”, afirmó Leonardo Véliz, otro de los componentes de aquella selección.

Mundial de 1974

Augusto Pinochet, en su afán por controlar toda la vida social del país, decidió despedir personalmente a la expedición chilena que partió a República Federal de Alemania para disputar el Mundial de 1974. Carlos Caszely se convirtió de modo definitivo en sospechoso tras aquel acto. La leyenda chilena dice que se negó a saludar al dictador, quien obvió el de­saire, a diferencia de la prensa, donde empezó a conocérsele como el ‘rojo’ de La Roja. La aventura de Chile no pasó de la fase de grupos. En el encuentro inaugural, ante la República Federal de Alema­nia, Caszely ve la roja tras responder a las entradas de Berti Vogts. Chile pierde 1-0. La prensa oficialista se come al delantero. Le acusan de haberse borrado para el segundo duelo ante la República Demo­crática Alemana, “por estar bajo las órdenes del comunismo y no querer jugar contra sus hermanos rojos”.

Chile ha acogido de modo de­sigual la celebración de la Co­pa América. Las protestas estudiantiles han acompañado a los futbolistas desde la primera fase. Es el escenario idóneo para que las heridas supuren. Su­cedió en Brasil con el Mundial y vuelve a pasar con un torneo que la selección chilena espera conquistar por primera vez en su historia. Las mareas de aficionados combaten en una debate dialéctico con las extensas columnas de manifestantes que marchan por las calles de Santiago. Los botes de humo de las hinchadas se confunden con los gases lacrimógenos que utiliza la policía para disolver a los concentrados. Incluso, en la victoria, tres personas han muerto celebrando el triunfo. Y, en medio de este diálogo de sordos, fantasmas del pasado que han azotado al fino país latinoamericano.

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