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República Democrática del Congo
Quartier Matadi: cuando los ‘kinois’ construyen desde abajo
En un suburbio de Kinshasa se quiere demostrar al Gobierno que con poco presupuesto se pueden mejorar muchas vidas.
Vendedoras ambulantes de fruta y verdura acompañan a los mecánicos autodidactas de un quiosco de reparación y reventa de aparatos electrónicos. En una esquina de la misma calle, un barbero afeita y corta el pelo a los hombres por menos de un euro en un tenderete improvisado. A pocos metros, docenas de jóvenes juegan al fútbol en un espacio que sirvió durante años como vertedero descontrolado.
El latido cotidiano no varía tanto de un vecindario a otro en una ciudad como Kinshasa, donde una cantidad tan elevada como el 75% de los ‘kinois’ (adjetivo para los oriundos de la capital congoleña) reside en barrios empobrecidos. Pero estamos en Matadi, uno de los cuarenta y dos vecindarios de la comuna de Masina, y aquí el tejido social le ha puesto un compás diferente al crecimiento urbano de la capital de República Democrática del Congo. Las vecinas y vecinos se han movilizado y han empezado a trabajar para mejorar la habitabilidad del trocito de ecosistema urbano que habitan.
La megaurbe de Kinshasa, establecida por los colonos belgas en 1890 en la orilla sur del río Congo y a pocos kilómetros de distancia de su gemela afrancesada, Brazzaville, alberga hoy a una población estimada de 12 millones de habitantes. Aunque ya es una de las ciudades más pobladas del continente todo parece apuntar a que podría subir al podio de las megaurbes para 2075 y convertirse en la ciudad más poblada del mundo con más de 58 millones de habitantes. Pero cantidad no es calidad, y eso podría significar un empeoramiento de la vida para las enormes bolsas de pobreza urbana existentes.
“Nuestro principal desafío es la suciedad. Es una fuente de enfermedades y de contaminación”, cuenta el chef de Quartier Matadi, el señor Seraphin Manisa
En Quartier Matadi, habitado hoy por unas 50.000 personas, no se imaginan cómo será la Kinshasa del futuro, pero sí son conscientes de los retos que vive la mayor parte de la ciudad a día de hoy y de que será decisivo paliarlos para hacer la ciudad más habitable. “No podemos empezar a trabajar en toda la ciudad. Es inabarcable. Pero creemos que podemos aportar un ejemplo práctico de cómo generar grandes cambios en los suburbios con muy poco presupuesto, y transformarlos en mejores lugares para vivir”, cuenta Aline Ngoboka Furaha, arquitecta del Programa participativo de mejora de barrios marginales de Kinshasa, un proyecto piloto que ONU Habitat ha desarrollado en diferentes ciudades de República Democrática del Congo desde 2010.
“Nuestro principal desafío es la suciedad. Es una fuente de enfermedades y de contaminación”, cuenta el chef de Quartier Matadi, el señor Seraphin Manisa, desde su pequeño y polvoriento despacho. Bajo su cabeza, un rótulo pintado en la pared dice: “La urgencia se ha ido. Cededle la plaza a la tolerancia. Comprendednos tal como somos. Y nosotros os comprenderemos. Por favor”. Una máxima que según Seraphin es esencial para la convivencia en una ciudad que es reflejo de un país fragmentado y desconectado, con más de veinte años de convulsiones económicas y políticas a sus espaldas.
“Matadi fue declarado barrio en 1989. Es como un pueblo para quienes viven en él. Sus residentes son personas que viven con muy pocos recursos. Aquí la población se las ingenia con la agricultura o la venta ambulante”, cuenta el anciano, uno de los pocos que se ven por la ciudad. Y es que la esperanza de vida en República Democrática del Congo no llega a los 60 años. Además, más de tres cuartos de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Es decir, con menos de un dólar al día.
Agua y alcantarillas
Siguiendo la definición que la Agencia de la ONU para los Asentamientos Humanos hace de los barrios marginales, las acciones de este programa han ido encaminadas a facilitar el acceso a agua potable asequible, mejorar o construir servicios de saneamiento e infraestructura básicos como inodoros y alcantarillas, promover la construcción de vivienda asequible, segura y levantada con materiales duraderos capaces de proteger a sus habitantes de condiciones climáticas extremas y evitar el hacinamiento (tres o más personas viviendo en una misma habitación). Con un matiz que ha caracterizado este proyecto piloto: fueron los vecinos y vecinas quienes decidieron, por medio de diferentes talleres participativos, aquello que más les preocupaba de Quartier Matadi y lo que querían mejorar de él.A partir del comienzo del proyecto en 2010 se reunió a a todos los vecinos y vecinas para explicar la voluntad de trabajar conjuntamente para mejorar los espacios comunitarios y convertirlos en un paradigma para el resto de la ciudad. La comunidad escogió a diferentes representantes, se organizaron elecciones y se creó un comité de barrio en 2014. “Hicimos varias encuestas para definir las problemáticas que más preocupaban a los habitantes y después de un taller participativo trazamos un plan de acción impulsado por la propia población del vecindario”, cuenta Aline.
Hoy hay más de 25.000 niños y niñas viviendo en las calles de la capital, a consecuencia de la falta de recursos de padres demasiado jóvenes que no se pueden hacer cargo de ellos
“Se decidió construir letrinas públicas al lado del mercado e instalar grifos de agua potable para poder tener acceso a ella sin tener que salir de la barriada o tener que pagar por su transporte. Se priorizó la protección y formalización de tierras ante posibles desalojos forzosos o usurpación ilegal por parte de otros propietarios a través de la revisión y validación de contratos de alquiler y de arrendamientos. Y se pavimentó la calle principal para evitar inundaciones en época de lluvias”, explica la coordinadora.
Cruce de caminos
Además, el plan de acción puso las bases para dos proyectos comunitarios muy importantes a nivel social. El primero, el carrefour des jeunes (cruce de caminos de los jóvenes, en francés) quiere ser un centro de formación dirigido a los jóvenes para la prevención de la delincuencia juvenil. La juventud, frustrada con la precariedad laboral, las condiciones socioeconómicas y la falta de representación política, ha protagonizado sangrientas manifestaciones en los últimos meses, frecuentemente reprimidas con mano dura. Hace un año, en una manifestación contra el gobierno de Kabila, al menos 50 jóvenes fueron asesinados en la capital.Paul Kimbolo, representante de los jóvenes de Quartier Matadi, lo tiene claro: “Lo que pasa en nuestro barrio nos afecta de forma mucho más directa que cualquier asunto político que afecte a nivel nacional. Y lo que queremos con este centro, como jóvenes, es vernos reflejados en nuestro propio entorno y generar un espacio de confianza”. En su interior, los chicos del barrio planean hacer un cibercafé y dar cursos de iniciación informática. Aunque, mientras tanto, ya se han organizado para crear brigadas de limpieza por las calles.
“Si estamos juntos y tenemos objetivos, es mucho más sencillo poder incidir en la prevención de embarazos precoces o de enfermedades de transmisión sexual como el sida, un tema que debe preocuparnos mucho. Un servicio adecuado de planificación familiar es esencial en barrios como el nuestro”, explica Paul. En Kinshasa, la prevalencia estimada del sida es de un 1,6 % en general (un 2,6 % para las mujeres y un 0,3 % para los hombres).
Hoy hay más de 25.000 niños y niñas viviendo en las calles de la capital, a consecuencia de la falta de recursos de padres demasiado jóvenes que no se pueden hacer cargo de ellos. Las niñas se encuentran en una situación de vulnerabilidad extrema. Las ONG que se dedican a la infancia en la ciudad advierten de que la mayoría de ellas acaban siendo trabajadoras sexuales o empleadas domésticas en condiciones laborales muy precarias. Por ello, el segundo proyecto de Matadi se dirige a las mujeres y chicas del barrio. El objetivo final es la construcción de un centro —la Maison des femmes— que impartirá alfabetización a mujeres y adolescentes.
Paul Kimbolo, representante de los jóvenes de Quartier Matadi, cree que el motor que ha hecho virar la situación social en el barrio es que “la población se ha reencontrado y ha podido construir el espacio que habita”. El hecho de participar en la toma de decisiones o de sentirse apoyado para poseer los derechos a su parcela, ha empoderado, según él, a los residentes de Matadi. Pero, además, les ha hecho querer más el lugar en el que viven. Christian Mpoyo, otro de los representantes de la juventud, sentencia: “Poco a poco se está cambiando la mentalidad del vecindario. Se ha entendido que no se trata de lo que recibimos, sino de lo que damos”.