Pensamiento
“El capitalismo encoge cuando superamos la lógica de la mercancía”

La ciudad, flujos de capital y organización de base. Una conversación con David Harvey.

David Harvey
El escritor y pensador David Harvey Andrés Gómez Tarazona
Edición: José Mansilla
23 jul 2017 09:55

David Harvey estuvo de visita en Suecia para dar una charla titulada “Visualizando el capital”. La Universidad de Uppsala, que fue esta vez su anfitriona, no es un destino ajeno al geógrafo británico radicado en Estados Unidos. Por el contrario, el profesor fue investigador posdoctoral de dicha Universidad en los años 60 y aún conserva amistades de aquella época. Su disertación se produjo en una sala repleta de estudiantes, profesores, activistas e interesados en general en el contexto de las charlas anuales que organiza el Instituto de Investigación Urbana y de la Vivienda (IBF, por sus siglas en sueco). Aprovechando tal ocasión, hablamos con él de todo un poco.

¿Cómo te identificas más, como geógrafo o como un personaje público?
Bueno, yo soy un profesor, me gusta enseñar incluso si la audiencia no ha tenido la fortuna de obtener acceso a la educación. Por eso me gusta escribir y hablar de una forma en que, pienso, es accesible para todos sin importar si el público está compuesto de geógrafos o no. Lo que intento hacer es mostrar cosas que se encuentran a nuestro alrededor. Por supuesto que el mundo es un sitio bastante geográfico y, por lo tanto, no hay forma en que pueda decir cosas sin referirme a esto. Por ejemplo, la forma en que las ciudades están organizadas, cómo se produce en ellas la segregación o por qué hay partes en la ciudad en donde la gente pareciera vivir extremadamente mejor que otras zonas de esa misma urbe. Por qué ciertas partes de la ciudad tienen mejores accesos a servicios públicos mientras otras se quedan atrás. Al mismo tiempo, intento hablar sobre cómo la inequidad se produce y se reproduce a través del sistema social en que el vivimos, que es el capitalismo.

¿Cómo nos deshacemos del capitalismo?
El capitalismo es una forma de producción, distribución y consumo muy bien organizada. No se puede pensar en el fin del capitalismo como un proyecto que incluya una suerte de evento revolucionario catastrófico, lo cual ha sido la fantasía del pensamiento anticapitalista. A lo que me refiero es que, considerando que al capitalismo le ha tomado al menos un par de cientos de años emerger desde el feudalismo, acabar con este tomará también un largo proceso de transición. El elemento fundacional del capitalismo es la mercancía y aún existen cosas que no han sido mercantilizadas, a pesar de que estamos en una etapa en donde lo que no es mercancía, ha terminado siéndolo. Entonces, lo que se necesita es una política que consista en devolver cosas que han sido incorporadas al mercado a su valor de uso. En este sentido, no creo que la educación deba ser una mercancía, como tampoco la sanidad, a pesar de los procesos de los últimos treinta o cuarenta años, en los que todo ha sido privatizado. Por lo tanto, creo que la forma de salir de este sistema es parte por parte.

¿Cómo se llega a ese proceso?
Mediante políticas de desmercantilización. En la misma manera que la privatización se ha instalado abrumadoramente, necesitamos de manera creciente profundas políticas de desmercantilización y desprivatización. De esta forma, mientras más cosas podamos remover del poder que tiene el capital para determinar lo que ocurre con ellas y moverlas hacia el poder de las organizaciones sociales, más podremos hacer, más podremos alejarnos de la dominación del sistema capitalista. De hecho, mientras más rápido podamos movernos en esa dirección, el poder del capital disminuye. Porque si bien es cierto que el capitalismo parece enorme en este mismo momento, se encoge cuando muchos elementos y ámbitos de la vida ya no se encuentran supeditados a esta suerte de lógica de la mercancía y la escasez, y la lógica de la inequidad que el sistema capitalista produce.

¿Cuál es el papel, en todo este proceso, de las organizaciones de base?
Este proceso no se puede llevar a cabo si no es desde las organizaciones locales de base.

¿Y qué efectos crees que pueden tener en esta dinámica la aparición de los partidos y las políticas populistas?
Una de las cosas que han ocurrido en los últimos treinta o cuarenta años es que, gradualmente, hemos ido creando una sociedad tremendamente desigual, donde la política es una mercancía más y donde los políticos no responden a las necesidades de la gente, sino a las de la clase dominante. Nos han hecho creer que las políticas de mercado, el libre mercado y la privatización significan gran eficiencia y acceso, que todos íbamos a mejorar. Pero todos sabemos que ha sido una mentira y muchos no están mejor. Incluso todas las medidas objetivas al respecto muestran que la población no está en absoluto mejor. Entonces la gente queda –ahí suelo usar la palabra alienación– alienada, alienada de los procesos que los rodean y de la política.

La gente reacciona a esto con pasividad, sin que pase nada, pero luego también están los que reaccionan con ira. Por ejemplo, esto lo encontramos de manera patente en las ciudades cuando ocurren estallidos y revueltas en los suburbios, lo cual es frecuentemente el reflejo de un pueblo alienado. Y si esa ira se vuelve improductiva, entonces tenemos una entrada para el populismo, que puede ser populismo de derechas o de izquierdas. Donde vienen a decir “todo esto es basura así que voten por mí”. Es lo que vemos en Trump, pero también un poco era de lo que se trataba la propuesta de Bernie Sanders. Lo mismo en el caso francés con Mélenchon por la izquierda y Le Pen por la derecha, quienes están captando muchísima de esa rabia y esto es algo que se repite en Europa, en Latinoamérica y en todas partes. Entonces esto provoca, y lo ha provocado en mí también, esta idea de que “quiero ser anti-Trump, pero no quiero serlo de manera que restituya Clinton y el neoliberalismo”.

Y el gran problema hoy es que mucha de esta oposición a Trump está siendo cooptada por el aparato político de Clinton, que intenta restablecer ese poder. Por tanto, cuando te enfrentas a esa opción, te encuentras pensando, “bueno, qué podemos hacer que no sea reintegrar a Clinton” y ahí es cuando muchos se vuelcan a las acciones de calle; lo cual tiene que ver con la actual emergencia de un movimiento popular que empezará a encontrar cada vez más un espacio político desde donde construirse.

¿Cómo definirías la aportación de los partidos de izquierda a este contexto?
Los partidos de izquierda, voy a hablar del caso de EEUU pero que aplica en todas partes, tienen sus raíces en el movimiento sindical y en las instituciones de la clase trabajadora. Sin embargo, durante el asalto contra el poder de estas instituciones que empezó en los 70, un re-alineamiento político radical, atribuido a Reagan y Thatcher, fue el que desempoderó a las instituciones de la clase trabajadora y a sus partidos políticos. Así, entre el cambio tecnológico y la desterritorialización de la producción, los partidos buscaron otros grupos sociales para seguir con sus actividades políticas.

En EE UU, la esencia de Clinton fue no contradecir las políticas neoliberales, sino asegurarlas prestándole menos y menos atención a los sindicatos. Clinton llegó con la promesa de sanidad universal y terminó haciendo una reforma punitiva de las estructuras del Estado de bienestar. Nos dejó una reforma de la justicia penal que envió a muchos jóvenes negros a las cárceles. Nos dejó el NAFTA, que fue firmado sin ningún representante de los trabajadores en una habitación con tan sólo miembros del capital transnacional.

Clinton también desregularizó las finanzas. Pensábamos que con Reagan la cosa había ido mal, pero luego vino Clinton, pretendiendo estar al lado de los trabajadores, pero fue mucho, mucho peor. Por lo tanto, tenemos partidos socialistas que no son socialistas, que se han desacreditado a sí mismos y que han perdido sus raíces. Esto es algo que realmente tiene que estar en nuestras agendas, tenemos que encontrar la forma de crear partidos fuertemente anticapitalistas, con una base sólida en esos segmentos de la población que están alienados y que no tienen una vía política a la que acceder.

Como has dicho, esta fantasía de que el capitalismo es el mejor sistema y que no hay nada más allá de este, ha sido su principal éxito. Por ejemplo, las expectativas de la gente que ha comprado un piso y que de pronto ve que el barrio se pone de moda, que este piso puede llegar a valer más y que ellos también podrán obtener un beneficio. De tal modo, parece que esta lógica del mercado ha calado y permeado, lo que hace tremendamente difícil poder superar el capitalismo.

Sí, el tema de la vivienda es un área muy interesante, ya que la vivienda siempre había significado simplemente tener un lugar donde vivir, un techo sobre tu cabeza, un buen lugar, rodeado de gente agradable. Pero, nuevamente, durante los últimos cuarenta años la vivienda se ha convertido en una inversión financiera. La gente ya no compra casa para tener un lugar donde vivir, sino que busca una ganancia de capital que los lleve a incrementar la riqueza.

Sin embargo, esta búsqueda de beneficio es una ilusión, ya que una vez que vendes tienes que encontrar otro lugar donde ir y descubres que todos esos otros lugares están, a su vez, cada vez más caros. Por lo tanto, no estás mejorando tu posición económica. A menos que, teniendo una propiedad en un lugar de altísimo valor para el mercado, la vendas y te mudes a un lugar remoto, al campo o algo así.

Existe la idea de que la especulación no está confinada a los agentes inmobiliarios y se ha propagado entre la gente. Durante los noventa, en Gran Bretaña la gente empezó a comprar casas para simplemente tenerlas ahí. Las arreglaban un poco, las arrendaban y se convertían en un activo que también era una forma de ahorro, algo que le dejas a tus hijos empezando a incluir a las estructuras familiares en ello. Así que cuando preguntas qué es una casa y para qué sirve, hemos variado desde un buen lugar para vivir a todas estas otras situaciones que cada vez son más significativas. Llega hasta el punto en que si alguien está pensando en mejorar una casa, viene un profesional y le dice qué tipo de arreglos tiene que hacer para incrementar el valor de la propiedad, y te explican que, si agregas un baño más, la casa sube de valor.

Sí, hay incluso programas británicos de televisión que tratan sobre esto. 
Claro y son los que enseñan una forma de vivir, por lo tanto, las subjetividades y la conciencia de estas personas empiezan a moverse en estas otras maneras de entender la vivienda. El problema es que la gente se muda a un barrio que no es tan caro y de pronto todo empieza a subir de precio bastante rápido y toda la vida que caracterizaba al lugar desaparece. Yo conozco algunos barrios de Baltimore donde la gente pasaba las tardes de verano conversando de lado a lado de la calle, barrios con mucha vida social, que están ahora cerrados, aislados, con montones de BMW aparcados, sin vida social en absoluto. Lo mismo pasa con los negocios de esquina que son reemplazados por grandes cadenas y grandes marcas. De pronto, el barrio que te gustaba tanto y que querías preservar, simplemente ya no existe. Entonces los comentarios son: sabes, este barrio solía ser un buen barrio, ahora es un barrio aislado.

Por supuesto, dentro de este escenario, las administraciones han tenido un rol fundamental. Hay administraciones que creen que la gentrificación es buena, que aumenta el valor de las propiedades, por tanto, mejora sus bases impositivas ligadas al valor de las mismas. Tenemos entonces a las administraciones alentando estos procesos.

¿Deberíamos volver a los modelos de planificación centralizada, entonces?
No soy un nostálgico de algunas de las prácticas de la planificación modernista. Tampoco diré que estaba todo mal con ellas. Creo que el problema principal con este practicismo es que era un modelo implementado desde arriba, que no tenía nada que ver con la idea del barrio organizándose ni con la construcción de barrios.

Lo que me gustaría, sin desear un retorno de los planes urbanos de los años 60, es más organización de base y más toma de decisiones desde las bases. Hay sistemas, como el experimento que se está llevando a cabo dentro de Rojava y su estructura de asambleas, que no es nuevo, que han existido en otras partes del mundo como en El Alto, que se organizó en concordancia con ciertas tradiciones indígenas del lugar y donde la toma de decisiones se hacía en una estructura asamblearia. Así que lo que me gustaría ver es una reorganización de las ciudades alrededor de diferentes modelos, aunque lo distinguiría de lo que se suele entender por participación pública.

He visto estos sistemas de participación pública en Baltimore, en donde hemos estado en las reuniones con el ayuntamiento y donde el noventa por ciento de la gente ahí ha estado de acuerdo en que tal cosa no se debería hacer y el gobierno municipal ha respondido que sí, para la mañana siguiente hacerlo de todas formas. Por lo tanto, estos sistemas de participación pública son más una reunión informativa respecto a lo que sucederá independientemente de si a los residentes les gusta o no. Bueno, aunque quizás ciertos temas sí, como el alto de ciertas vallas, los juegos infantiles, etc.

Si bien no es completamente crítico al respecto, David Harvey no tiene muchas esperanzas con sistemas en discusión como el decrecimiento o la renta básica. Esto es simplemente porque no son verdaderas formas, según él, de desintensificar el flujo del capital dentro de su ciclo. Son útiles en cuanto podrían entregar recursos a las personas directamente, pero al mismo tiempo contribuyen a que el capital pase por los sectores pobres y termine nuevamente en los sectores más ricos. Ejemplifica esto a través de la situación de la vivienda. La renta básica podría dar pie a la subida de alquileres, entonces ese ingreso sería succionado por el capitalismo inmediatamente, ayudando simplemente a cambiar de manos el dinero circulante. La renta básica es un elemento peligroso, si sólo es visto como la respuesta única al capitalismo, pero tiene también efectos positivos, como en el caso de “bolsa familia” en Brasil.

¿Cuál sería, para ti, una solución más permanente?
Creo que la solución consistiría en la construcción de represas que mantuvieran el flujo mismo del capitalismo y que detuvieran la formación de aún más flujos de capital ficticio. Me gustaría ver la reconstitución de lo que tiene que ver con el ámbito de la distribución, por ejemplo en un ámbito que es absolutamente crítico como es el sistema de pensiones privado. Los fondos privados tienen la obligación legal de encontrar rentas para pagar nuestras pensiones e invierten, por ejemplo, en el acaparamiento de tierras en la Amazonía. Si el sistema fuera convertido en una especie de seguridad social, lejos de la orientación de mercado, al menos sería una forma de asegurar que no estamos contribuyendo a esos procesos, disminuiría el flujo de dinero hacía esas actividades y haríamos al capitalismo menos dominante en nuestras vidas.

Una versión breve de esta entrevista fue publicada en sueco en la revista Arbetaren

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