Feminismos
Feminismos y maternidad: un manifiesto contra el simplismo

En el duelo idiota entre las ‘No Moms’ y las ‘Helicopter Moms’, en el ingenioso dilema entre las madres de caldo casero y las madres de caldo de tetra brick, parece que de momento solo van ganando las revistas de tendencias y el sentido común capitalista.
Sarah Babiker
8 mar 2022 06:00

A mi abuela Teresa le hubiera gustado ser periodista, pero la clase social, el género y el momento histórico en el que nació cuajaron en un destino distinto. Trabajó muy joven, después se casó, y después tuvo siete hijos. Entre criar a tanta gente, y cuidar a tanto nieto, se le pasó la vida. Pienso que, por un lado, mi abuela Teresa, eficiente, constante, sobria y rigurosa, hubiese sido una gran periodista. Por otro lado, siento que la vida no le pasó en balde, que el trabajo en su casa cuidando de tantas vidas, sacándolas adelante, tiene mucho más valor que muchos otros trabajos, incluidos el de muchos periodistas.

Pero lo importante aquí no es lo que yo piense. Lo importante es si ella sintió que su vida estaba limitada, si sufrió por ello. Si mi abuela y tantas otras abuelas vieron sus existencias mermadas por el mandato de cuidar solas y, por encima de todo, y también si aquello fue justo. Hace mucho tiempo que los feminismos concluyeron que no, que los estrechos cauces por los que transcurrían las vidas de las mujeres eran opresivos y violentos. Destrozaban y destrozan las vidas de muchas mujeres, pues la división sexual del trabajo permanece como esa bomba latente que acaba de explosionar tras el primer parto, o las primeras necesidades de cuidados en las familias, aún un siglo después de que mi abuela naciera.

Con esta premisa es normal que los feminismos tuvieran en lo alto de la lista de opresiones a combatir esa maternidad negadora de la individualidad, que vieran la no maternidad como una liberación, que quisieran ensayar otro tipo de familias. Hasta ahí todo lógico. Solo que ha pasado ya mucho tiempo y hay varias cosas que no se pueden negar: la maternidad sigue existiendo, los feminismos siguen existiendo y hay algo ahí que no acaba de fluir. Por encima de la experiencia (y también las frustraciones) de muchas madres feministas, prevalece, me temo, un recelo a las maternidades que trasciende la imprescindible crítica feminista y cae un simplismo perezoso que todo lo caricaturiza, funcional al juego de las batallas culturales en las que quemamos energías en el discurso sobrevolando la experiencia y lo material.

La maternidad es un espacio goloso para los binarismos identitarios: como si tener o no tener hijos —especialmente entre las mujeres— fuese un rasgo de la personalidad, una comunidad ideológica, o un bando de no se sabe bien qué cruzada mediática

Y es que, como casi todo en este mundo de #hashtag, la maternidad es un espacio goloso para los binarismos identitarios: como si tener o no tener hijos —especialmente entre las mujeres— fuese un rasgo de la personalidad, una comunidad ideológica, o un bando de no se sabe bien qué cruzada mediática, de esas que cazan clicks en las redes, e invitan a posicionamientos firmes sobre realidades que se desconocen. ¿Qué tipo de madre eres? Te preguntan las páginas web, juguetonas. El tipo de madre que no descansa suficiente, grita cuando no puede más, paga con estrés y culpa lo insostenible de acoplar las demandas del mundo del trabajo y el mundo de los cuidados,  y apenas llega a fin de mes. Curiosamente, esa opción nunca viene en los test de las revistas de estilo. Esa opción, que es una realidad que atraviesa a tantas maternidades, es un desafío político que sigue necesitando una mirada feminista, pues palpita en la raiz de la explotación y la violencia que sufren tantas mujeres.

Y sin embargo, en lugar de hablar de esto, de la violencia que supone para las familias (sobre todo las madres) haber asumido que se podían sostener confinamientos de niños y niñas sin bajas laborales, de la pobreza que acecha a quienes deciden separarse, del abandono institucional que acecha a quienes crían solas, nos quieren enredadas en batallitas identitarias que confunden más que aclaran. Un caso práctico reciente: ¿eres una madre de caldo casero o de caldo de tetra brick? Algo así se planteaba en un artículo ubicado en una revista femenina, de ambiciones feministas, pero que contiene en su nombre la palabra Moda. Se entreveían dos formas de entender la maternidad: el caldo casero de nuestras poco cariñosas madres o abuelas, y el caldo emocional que damos las madres que no tenemos tiempo de cocinar caldo porque somos muy modernas. Parece que también hay bandos generacionales.

Pero no se ha inventado nuestra generación el cariño, la escucha o el apoyo, no ha aflorado de la nada en páginas web. Tampoco nos hemos liberado por tener caldo en brick de ser quienes llevan la carga de los cuidados, de planificar las comidas o las citas al pediatra. Podremos ser periodistas, pero seguimos siendo las cuidadoras principales, nuestras abuelas quizás se levantaban a las seis de la mañana para tenerlo todo listo para toda la familia, nosotras nos levantamos a las seis de la mañana para trabajar un par de horas antes de llevar a los niños al colegio.

Y es que los feminismos tienen razón, la maternidad es un repositorio inmenso del patriarcado. Basta pasear por los cumples infantiles, las reuniones de los coles, las salas de espera de los pediatras, el transporte público después de las nueve de la mañana: hay ahí todo un mundo de mujeres, madres, que no necesitan artículos sobre el caldo, ni ranciómetros que mesuren cuánta opresión es culpa suya. Madres que forman parte del sujeto político transversal que ha de luchar contra el capitalismo y el patriarcado si es que les queda un puto rato libre al día. Así que en el duelo idiota entre las No Moms y las Helicopter Moms, en el ingenioso dilema entre las madres de caldo casero y las madres de caldo de tetra brick, parece que de momento solo van ganando las revistas de tendencias y el sentido común capitalista.

Hay todo un mundo de mujeres, madres, que no necesitan artículos sobre el caldo, ni ranciómetros que mesuren cuánta opresión es culpa suya. Madres que forman parte del sujeto político transversal que ha de luchar contra el capitalismo y el patriarcado si es que les queda un puto rato libre al día

Un sentido común capitalista que desdeña los cuidados (no mediatizados por el consumo). Y es que es llamativo que sea calificado de rancio o machista tener caldo en la nevera para tus hijos, pero sin embargo sea súper cool ser una foodie que elabora Tataki de atún. Mal pasar una tarde de domingo cocinando para gente dependiente que no sabe cocinar, bien pasar la tarde del sábado cocinando un arroz caldoso para un tío o una tía random del Tinder.

Tener hijos o no tenerlos no define a nadie, no es una cuestión de identidad, no te convierte en integrante de un club. Sin embargo, la maternidad, los cuidados, evidencian cuestiones muy interesantes para todas las feministas: que hay cosas que hay que hacer por otras personas tengas o no ganas, te vengan bien o no, que no eres el centro, que hay gente que depende de ti. Podemos jugar a hacer que las cosas que no nos gustan no existen, no ser responsables de nadie, no sacrificar nada. Pero quizás la palabra sacrificio, apropiada por la iglesia y sucia de patriarcado y abnegación, se merezca una reconsideración. No en defensa de lo impuesto, desde un enfoque esencialista y asquerosamente machista, como algo connatural a las madres. Pero sí como una habilidad de la especie para poder autorregularse, garantizar la supervivencia de los débiles, hacer el ego a un lado para encargarse de quien lo necesita, adaptar la existencia a realidades que desbordan tus elecciones o expectativas.

Porque hasta ahora, la ficción de que los cuidados no exigen sacrificio solo se ha podido sostener externalizando la abnegación en otras personas, la mayor parte de ellas mujeres y migrantes, en abuelas a las que no se permite envejecer en paz. El sacrificio algo se ha repartido por razón de género, pero mucho más se ha desplazado hacia abajo en las jerarquías de clase. La caricaturización de las maternidades, las abstracciones simplonas, no solo se despegan de las experiencias de la gente sino que nos hurtan de hablar de lo importante, de por qué hay que atravesar la maternidad de feminismo, sí, pero también de por qué hay que deconstruir unas miradas feministas que se dejan arrastrar a tontas batallas culturales, o caen aún en la trampa de un feminismo de la igualdad que, o desdeña los cuidados, o los convierte en una abstracción.

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