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I.
Históricamente hablando, los funerales políticos se han asociado a los regímenes autoritarios. Rodeados de un aura de santidad, que incluso los regímenes brutalmente opresivos se han resistido a suprimir –con excepciones, por supuesto, como demostró el Estado israelí durante el cortejo fúnebre de Shireen Abu Akleh el pasado mes de mayo–, los funerales políticos han actuado a menudo como válvulas de escape de la disidencia pública, cuando otras formas de protesta no están disponibles. La asociación, sin embargo, pasa por alto una importante condición previa: la concepción del duelo y del luto como ritual colectivo. Una perspectiva de este tipo puede ayudar a comprender nuestra lamentable situación actual. El eclipse gradual de los funerales políticos no señala, de ninguna manera, el eclipse del autoritarismo. Indica, en realidad, otro viento de cambio, que ha atravesado regímenes autoritarios y liberales por igual: la transformación del luto en un asunto privado.
En contra del espíritu de su época, el funeral de Gáspár Miklós Tamás celebrado en Budapest en enero de 2023 ha sido inequívocamente político. No sólo reunió a familiares y viejos amigos. La inmensa mayoría de los que se dirigieron al cementerio de Farkasrèti aquella fría tarde de martes no conocían personalmente a Gáspár. Con la excepción de un puñado de partidarios del gobierno de Orbán (algunos de los cuales vinieron, tal vez, para ver con sus propios ojos lo que un periódico húngaro anunció tras la muerte de Gáspár: el fin del marxismo húngaro), esta multitud maravillosamente entremezclada de jóvenes y viejos, de autóctonos y visitantes, estaba allí porque su dolor por la pérdida de un intelectual público no era un asunto privado.
II.
Gáspár nació en 1948 en lo que históricamente se ha considerado la capital de Transilvania, en una ciudad que los húngaros llaman Kolozsvár y los rumanos Cluj. En 1974, al hilo de los intentos de Ceaușescu de incrustar su gobierno en las mitologías nacionalistas, se añadió Napoca, la denominación prerromana de la ciudad, conformando así su nombre contemporáneo, Cluj-Napoca. Con independencia de las diferencias lingüísticas y los mitos nacionales, todas estas denominaciones describen un «castillo dentro de un espacio cerrado». Las ruinas del castillo Turnul Croitorilor permanecen en los aledaños del casco antiguo, pero el resto del nombre nunca ha sonado verosímil. El sentimiento de pertenencia nacional de la ciudad, permanentemente suspendido, la convertía en una ciudad más abierta que cerrada: los amplios horizontes intelectuales y geográficos de Gáspár dan fe de ello.
Con historias de vida cuajadas en los años turbulentos previos, coincidentes y posteriores a la Segunda Guerra Mundial, sus padres, Gáspár Tamás (1914-1978) y Erzsébet Krausz (1907-1977), comunistas internacionalistas comprometidos, ejercieron una fuerte influencia sobre Gáspár en esta misma dirección. Aunque muchos familiares judíos por parte de su madre fueron asesinados en Auschwitz, ella se libró de la deportación, porque ya estaba encarcelada como «agitadora bolchevique» por la dictadura militar de Antonescu, aliada de los nazis. Su padre, en prisión desde 1938 por actividades comunistas, vio abreviada su condena al ser reclutado forzosamente para incorporarse al frente, regresando a Cluj en 1944 con una lesión que le obligó a caminar con muletas el resto de su vida.
Sus trayectorias tras la guerra reflejaron el destino de gran parte del movimiento revolucionario aplastado por el estalinismo y el nacionalismo. Muchos de sus compañeros, que habían sobrevivido a la tortura a manos de los servicios secretos rumanos y húngaros o de la Gestapo, regresaron de los campos de concentración nazis sólo para ser detenidos de nuevo por las autoridades. Contrariamente a la apologética estalinista, fue la firme lealtad al proyecto emancipador lo que convirtió a esas personas en disidentes contra los nuevos regímenes «socialistas». En su infancia y adolescencia, los padres de Gáspár transmitieron a su hijo sus conocimientos y experiencias: junto a la música, la poesía y la filosofía y la necesidad de un estudio riguroso para comprender de modo específico cada una de ellas, le enseñaron técnicas para soportar la tortura a la espera de la llegada del coche negro de «su» Partido.
Durante la década de 1980 muchos disidentes, entre ellos Gáspár, comenzaron a pensar que “los intentos de superar el sistema de corte soviético desde la izquierda estaban condenados al fracaso”
A Gáspár le llegó el turno en la madrugada de una amarga mañana de febrero de 1974. El motivo no fue lo que había hecho, sino lo que se había negado a hacer: escribir una valoración estúpida del nuevo «código moral» de Ceaușescu para la revista literaria Utunk, en la que trabajaba. Ello le costó el puesto y, poco después, llegó el coche negro, inaugurando un periodo de intensa intimidación. Cuando las «invitaciones» periódicas de la policía secreta rumana se hicieron insoportables y la sentencia a una pena de prisión sólo era cuestión de tiempo, sus padres le conminaron a que abandonara el país, lo cual hizo en 1978.
Podría haberse instalado en Francia: un tío suyo trabajaba en la fábrica de Renault próxima a París. En lugar de ello, optó por Hungría, inspirado por el creciente movimiento de oposición existente en ese país. Su mala reputación le precedió, sin embargo, y fue recibido por la policía secreta de un sistema tan «mendaz, estúpido, brutal, represivo y traicionero» como el que había dejado atrás. Su trabajo como profesor de Filosofía en la Universidad de Budapest también se vería truncado por su compromiso con el movimiento disidente. Cuando, tras el golpe de Jaruzelski perpetrado en Polonia en 1981, publicó su apoyo a la oposición polaca bajo su propio nombre, fue, una vez más, despedido.
III.
Hoy se olvida con demasiada frecuencia que la revuelta de los trabajadores de la construcción de Alemania Oriental de junio de 1953, los consejos obreros surgidos en Hungría en 1956 o el levantamiento de 1968 en Checoslovaquia se hicieron en nombre de la autogestión proletaria, no de la libertad de mercado. La red disidente de Gáspár también planteó una crítica del régimen desde la izquierda. Sin embargo, aunque inspirados por las posiciones antiestalinistas de Socialisme ou Barbarie o de Karl Korsch, durante la década de 1980 muchos disidentes, entre ellos Gáspár, comenzaron a pensar que «los intentos de superar el sistema de corte soviético desde la izquierda estaban condenados al fracaso» (véase su «Where We Went Wrong», 2009). Cada vez más convencidos de que poner fin a la dictadura significaba «pagar el precio del capitalismo», estos intelectuales disidentes comenzaron a buscar una justificación teórica para su cambio de postura. La época encontró a Gáspár ocupando diversos puestos docentes en Occidente: sus amplios conocimientos y su genio lingüístico –hablaba más que fluidamente muchos idiomas– le permitieron enseñar en universidades como Columbia, Oxford, la École des Hautes Études en Sciences Sociales, Chicago, Yale y la New School of Social Research. Durante esos años, su profunda decepción y rabia por la opresión de los regímenes «comunistas» se fundieron con un espíritu de los tiempos (neo)conservador.
Su colapso fue acompañado por el auge de la esperanza colectiva y la imaginación política. Gáspár se apresuró a volver a participar en esa coyuntura. Pero el desmantelamiento del aparato estalinista vino acompañado de «un agujero negro económico, un desempleo galopante y desigualdades de tipo tercermundista» (véase la entrevista concedida a la NLR «Palabras desde Budapest», 2013). Presidente de la Alianza de Demócratas Libres-Partido Liberal (Szabad Demokraták Szövetsége, SZDSZ) y elegido en las filas de la oposición tras la transición, Gáspár se sintió implicado en el desastre histórico durante el cual, en un país de 10 millones de habitantes, se evaporaron 2 millones de puestos de trabajo mientras el Parlamento se pasaba meses discutiendo sobre el escudo republicano. «Nuestro liberalismo ingenuo –reflexionó más tarde– puso una democracia naciente en manos de políticos de derecha irresponsables y llenos de odio, contribuyendo al restablecimiento de un mundo social provinciano, deferente y resentido, que tenía reminiscencias con el existente antes de 1945». Lo que pretendía ser una «liberación de la coerción centralizada» se tradujo finalmente en un «debilitamiento del poder social complejo».
Gáspár se convirtió en un ávido lector del operaismo italiano y de la escuela alemana de la Wertkritik, desarrollada por autores como Moishe Postone y Robert Kurz
Como respuesta a todo ello, Gáspár «volvió a la escuela» y resurgió, una vez más, como disidente. Además de a Marx, Gáspár volvió a las tradiciones del comunismo consejista y del anarcosindicalismo que, en su opinión, habían comprendido la coyuntura de «un modo mucho más pertinente que muchos teóricos famosos y brillantes en tanto que habían entendido que por muy merecida que fuera la derrota terminal del bloque soviético […] esta constituía al mismo tiempo un desastre histórico, que presagiaba la desaparición del poder de la clase obrera y la preeminencia de la cultura antagonista, así como el fin de dos siglos de benéfico miedo sentido por las clases dominantes». Gáspár se convirtió en un ávido lector del operaismo italiano y de la escuela alemana de la Wertkritik, desarrollada por autores como Moishe Postone y Robert Kurz, así como de los escritos de Robert Brenner y Ellen Meiksins Wood. Guy Debord se convirtió en uno de sus pensadores favoritos. Estos recursos intelectuales, unidos a su observación del proceso de transición que había desatado el «poder más destructivo del capitalismo», prepararon el terreno para sus posteriores contribuciones, dotadas de una enorme profundidad, a la teoría crítica radical, que giraron en torno a la reconceptualización del comunismo como la abolición emancipadora del capital, el Estado, la nación y la clase. Aunque la mayoría de sus escritos sobre estos temas se hallan escritos en húngaro, un número significativo de ensayos y entrevistas fueron redactados, concedidos y/o publicados en inglés, francés y alemán. (Y como confirmaron recientemente sus jóvenes camaradas, en un futuro próximo se publicarán muchos más de estos trabajos en inglés).
IV.
Gáspár escribió y se posicionó profusamente sobre asuntos relativos a Europa Central y Oriental. En numerosas entrevistas (cuya elocuencia las hace de igual valor que sus escritos), los años de la disidencia previos al colapso del mundo soviético y la transición al capitalismo de mercado fueron temas centrales de las mismas, al igual que lo fueron los acontecimientos posteriores acaecidos en la región. Uno de sus textos más influyentes, On Post-Fascism (2000), es ampliamente considerado como el análisis profético de lo que ahora se ha convertido en el fenómeno tan familiar del populismo «autoritario» o «de derecha». Para Gáspár, el término «posfascismo» era más apropiado.
Estas intervenciones contribuyeron a crear una imagen de Gáspár como analista experto de la región y un pronosticador fiable de su giro autoritario. Aunque halagadora, esta visión es en cierto modo engañosa. Fue su análisis de las tendencias universales presentes en las relaciones sociales capitalistas y su propensión hacia (y su compatibilidad con) el autoritarismo lo que sobre todo impulsó su pensamiento, más que el conocimiento especialmente íntimo que pudiera tener de Rumanía o de Hungría. On Post-Fascism comienza, después de todo, pulverizando cualquier insinuación de que lo que se dispone a describir sea específico de una determinada región. Tras identificar «un conjunto de políticas, prácticas, rutinas e ideologías susceptibles de ser observadas en la totalidad del mundo contemporáneo», la principal preocupación de Gáspár era explicar en detalle lo que había de pos- en las tendencias fascistas contemporáneas. En lugar de basarse en un movimiento de masas violento, en escuadrones de la muerte e incluso en la suspensión ocasional de la función social y del poder político de la burguesía, el autoritarismo contemporáneo se acomoda de hecho muy confortablemente en el seno de las democracias electorales de corte occidental y en el marco del libre mercado. En ausencia de un movimiento obrero radical y comunista (cuya erradicación fue la tarea histórica del nazismo), ya no había necesidad de militarizar el conjunto de la sociedad. Militarizar la policía parecía ser suficiente.
Uno de sus textos más influyentes, On Post-Fascism (2000), es ampliamente considerado como el análisis profético del populismo autoritario
Por esta razón, la frecuente descripción del autoritarismo como una peculiaridad de Europa Central y Oriental (y de Gáspár como su crítico local) constituye, en última instancia, una mistificación. Los gobiernos polaco y húngaro no ocultan su desprecio por aspectos clave de la legislación de la UE, ni tienen reparos en presentar sus posiciones racistas, contrarias al universos LGBTQ y opuestas a la izquierda como la defensa de la civilización cristiana occidental. Pero fue un presidente francés quien declaró que la existencia de un «Estado de derecho» hace «inaceptable» cualquier discusión sobre la represión o la violencia policial, mientras su policía militarizada mutilaba con total impunidad a cientos de manifestantes de los gilets jaunes [chalecos amarillos]. Y fue en Grecia donde los servicios secretos interceptaron a periodistas de investigación y donde el dogma de la ley y el orden propugnado por el Gobierno coexistió con numerosas pruebas de colaboración de la policía con la mafia. La insistencia de Gáspár en que era un error analizar el autoritarismo contemporáneo a través de la lente de Europa Central y Oriental no recibió, por desgracia, la atención que merecía. Incluso muchos en la izquierda que, por lo demás, se niegan a normalizar las tendencias autoritarias presentes en las democracias liberales occidentales, siguen describiendo su aparición como un proceso de «orbánización» .
V.
Gáspár también fue pionero en la elaboración del concepto de etnicismo («una práctica apolítica y destructiva opuesta a la idea de ciudadanía»), que él contraponía a un nacionalismo cívico-democrático, que llegó a proclamar como el único «principio de cohesión que queda en un capitalismo desprovisto de tradición». Sin embargo, en los últimos años Gáspár se mostró cada vez más escéptico sobre el potencial universalizador de la ciudadanía nacional: enterrada bajo las políticas antigitanas vigentes en Europa del Este o bajo la violencia sistemática de la UE contra los migrantes, la ciudadanía se había convertido en un arma para justificar la exclusión. Cuando algunos sectores de la izquierda se unieron a este coro y aceptaron la exclusión de los migrantes como un requisito previo para restablecer el Estado del bienestar nacional, Gáspár no sólo vio en ello una forma de «nacionalismo de izquierda banal», inspirado en concepciones pasadas de la socialdemocracia. También percibió en tales posiciones la vergonzosa afirmación de una paradoja contemporánea en la que la igualdad, por primera vez en la historia, se presenta como «una idea elitista».
También le entusiasmaba la idea de terminar un texto sobre cómo «la resistencia a la guerra había convertido a los jóvenes Lukács, Bloch [y] Benjamin en revolucionarios»
Reconocer esta regresión no significaba, sin embargo, que Gáspár viera la igualdad como el objetivo final de la transformación radical de la sociedad. En uno de sus análisis más penetrantes, «Telling Truth About Class» (2006), exploró las formas en las que la trayectoria histórica de la izquierda se había dividido entre la demanda de igualdad y reconocimiento de la clase trabajadora y el llamamiento a su abolición. Por un lado, Gáspár constataba una afirmación «rousseauniana» de la clase: frente a la proyección burguesa de la clase obrera como bárbara e inculta, una turba «atada al vicio y la corporalidad», el socialismo inspirado en Rousseau proyectaba a la inversa la superioridad cultural y la naturaleza «angelical» de la clase obrera. En el otro lado extremo se hallaba el linaje derivado de Marx, que había identificado el potencial histórico de transformación revolucionaria presente en la existencia miserable y alienada de un proletariado que no tiene «nada que perder salvo sus cadenas». Los llamamientos a la inclusión más igualitaria y democrática de los trabajadores y trabajadoras podían ser nobles, pero ignoraban la constitución de la clase obrera mediante el modo de producción capitalista. Citando los Grundrisse, Gáspár recordaba a sus lectores que «el trabajo mismo se ha convertido en un momento del capital»; por esta razón, aunque los llamamientos a la igualdad atacaban (con razón) los persistentes sistemas de privilegio y casta, no identificaban la importancia de las relaciones sociales capitalistas en la producción y el mantenimiento de la sociedad de clases. El comunismo debería ser la abolición de la sociedad de clases, no un reconocimiento equitativo de sus partes constituyentes.
VI.
Hace unos años me invitaron a Hamburgo para unirme a Gáspár en una mesa redonda, que pretendía criticar el nacionalismo de izquierda y las nociones de soberanía haciendo hincapié en la cuestión de la migración. La suerte quiso que los organizadores nos alojaran en la misma casa; no tardamos en decidir prolongar nuestra estancia unos días, que pasamos dando largos paseos por esta ciudad alemana excepcionalmente hospitalaria, probando salchichas, bebiendo vino y hablando insaciablemente. En ese momento y lugar nos hicimos, me atrevería a decir, amigos.
Desde entonces, mantuvimos un contacto regular, utilizando el correo electrónico para los preparativos logísticos (le trajimos a Berlín para un debate público sobre nacionalismo y migración, un acto que tuvo lugar bajo la pesada sombra de la masacre de Hanau, ocurrida el día anterior) y cartas manuscritas para intercambios más comprometidos. La terrible noticia de su cáncer intensificó nuestra correspondencia. Entre otras cosas, le prometí que, una vez venciera esa horrible enfermedad, encontraría una pequeña datscha cerca de Berlín para él y su hija Hanna. Acogió la idea como algo que podría «ayudar a nuestro estado de ánimo y darnos una apariencia de supuesto futuro».
Las fluctuaciones de su enfermedad y la situación del mundo en general no contribuyeron a aplacar su pesimismo. Hace dos años me escribió: «Es una ardua lucha defenderme de los sentimientos de repugnancia, desprecio y odio cuando contemplo este mundo». Pero las expresiones de desesperación eran, a pesar de todo, la excepción. Falto de aliento pero lleno de vida, se preguntaba en su última carta si podría «aventurarse en un viaje de ocho horas en tren a la ciudad donde nací». También le entusiasmaba la idea de terminar un texto sobre cómo «la resistencia a la guerra había convertido a los jóvenes Lukács, Bloch [y] Benjamin en revolucionarios». Lamentablemente, no le respondí. El miedo a enviar una carta que nunca sería recibida me paralizaba.
VII.
Cuando nos encontramos por primera vez en Hamburgo, le regalé a Gáspár un ejemplar de Orrore familiare de Paolo Virno, un texto con el que llegó a identificarse mucho. En él, Virno evoca la dialéctica entre Heimlich/Unheimlich (familiar/siniestro), que prevalece en nuestros tiempos, llamando la atención sobre las ominosas apelaciones hipermodernas a la tradición y a la Heimat. «Cada vez que se intenta decir país, comunidad o vida auténtica, gritos penetrantes y aterradores se oyen por doquier», escribe Virno, sugiriendo en cambio que la búsqueda de la familiaridad es una «apuesta histórica, no una propiedad ya garantizada». En una línea similar, Gáspár respondió a la acusación de que el comunismo es insensible al «hogar» declarando inequívocamente: «Sí que se muestras sensible, ya que se preocupa por los sin techo». Su última intervención pública fue un texto en el que defendía a los sin techo de los nuevos ataques que sufrían en Hungría. «No se debe vivir en la calle», escribió, «hay que protestar en ella». Quizá no haya legado más apropiado que éste.
Véase Gáspár Miklós Tamás, Palabras desde Budapest, NLR 80.
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Que erudito marxista tan interesante, la verdad que desconocía de su existencia, más allá de marxistas como Imre Nagy y demás. Su acentuada crítica al bruocratismo soviético era muy acertada, así como el carácter comunista de las protestas en las repúblicas socialistas. Pero, como acabo comprendiendo, con el capitalismo no se logra libertad ni igualdad alguna, sino dominación del mercado y sus dueños sobre todos los medios y riquezas. El comunismo real es el que lleva al trabajador a la propiedad de la producción.