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Opinión
'Sin límites' o cómo repetir las narrativas convencionales sobre la primera vuelta al mundo
El 6 de septiembre se conmemoró el V centenario de la llegada de la nave Victoria a Sanlúcar de Barrameda, tras dar la primera vuelta al mundo tres años después de su partida desde el mismo puerto. Como suele ser habitual en este tipo de conmemoraciones, durante estos años se han producido todo tipo de actividades culturales para rememorar la travesía.
Si hacemos un ligero recorrido por las páginas web de las instituciones promotoras se comprueba que, en lugar de ahondar en la complejidad histórica de los hechos, casi todas las propuestas se han dedicado a engrandecer más a sus héroes, en especial ―o únicamente― a sus líderes, Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, e insistir en los relatos convencionales que continúan fortaleciendo todo tipo de narraciones heroicas, patrióticas o identitarias. Lamentablemente, esta manera de contar la historia, que se escribe sobre todo a partir de las biografías de reyes y actores individuales, neutraliza la importancia de los hechos sociales y olvida que, más allá de las gestas particulares, había unas condiciones políticas, económicas y materiales que determinaban la existencia de las personas y las razones de su participación en los acontecimientos.
Una gran parte de los eventos finales de la conmemoración se han celebrado en Sevilla y la gran mayoría han seguido los cánones habituales de este tipo de celebraciones, incluido —faltaba más— el enésimo espectáculo de la Fura del Baus que, en esta ocasión, con su parafernalia usual, presentaba una gran sirena de 500 kilos, embajadora de la sostenibilidad y del planeta azul (no podía faltar algún gesto a la retórica verde). Además, el Ayuntamiento de la ciudad, en un alarde de falta de imaginación política, también denomina “Magallanes” a su nuevo centro cultural, un histórico edificio del siglo XVIII con 20.000 metros cuadrados disponibles en la antigua Fábrica de artillería, de alto interés arquitectónico y, actualmente, en vías de rehabilitación. Respondiendo a muchos de los objetivos requeridos por las actuales políticas culturales europeas y sus estrategias económicas, el equipamiento se destinará —como no— al “Emprendimiento de las Industrias Culturas y Creativas”. Es como si les hubiera dado vergüenza aceptar el nombre original, “Fábrica de artillería” —de gran potencia semántica— porque el propio enunciado les obligaría a aplicar políticas culturales capaces de reflexionar con más atrevimiento y perspicacia política, ética y estética sobre los retos que supondría atender al sentido histórico de la denominación y a las actuales condiciones sociales de vida en la ciudad y en el mundo.
Seguro que habrá habido excepciones a la hora de volver a contar aquellos hechos históricos―sobre todo en el entorno académico― pero la norma ha sido la repetición de clichés y convenciones narrativas. Hace tres años, en el inicio de las celebraciones, ya escribí en mi blog Revolver la historia de héroes y naciones, donde exponía que este tipo de eventos siguen enmarcándose en una concepción romántica y heroica de la historia, haciendo caso omiso de su complejidad y de las implicaciones en la actual configuración del mundo.
La norma ha sido la repetición de clichés y convenciones narrativas a la hora de volver a contar hechos históricos
Así ocurre también en una de las producciones audiovisuales que más repercusión ha tenido en los medios de comunicación, la serie Sin límites: Hacia los confines del mundo, estrenada el pasado mes de junio y producida por TVE, la única pública de ámbito estatal, y Amazon Prime Video. En seis capítulos se describen los avatares de la expedición y las tramas se centran sobre todo en las peripecias personales de Magallanes y Elcano. La serie redunda en esa concepción mitológica de la historia que nos cuenta la vida y milagros de los principales protagonistas y deja prácticamente de lado la trascendencia política, social, económica y cultural de aquellos sucesos a la hora de representar el mundo actual.
Para empezar, el mismo título de la serie encierra una afirmación que insiste en determinada concepción “eurocéntrica” del mundo. Es decir, un planeta donde hay un “centro” del mundo conocido, predominante, y otra parte en los confines de la tierra, lejana y desconocida “periferia” dominada. Una visión imperialista y colonial iniciada por Carlos I de España, nombrado así tras la reunión de las coronas de Castilla, Aragón y Navarra. Este rey, también emperador del Sacro Imperio Romano y Germánico, fue el principal impulsor de aquel proyecto de navegación con el objetivo de encontrar la mejor ruta para poder ampliar el mercado de especias, la apropiación de tierras, la extracción de bienes naturales y humanos, y de ese modo ampliar la influencia de su poder. Como ya nos contó con detalle I. Wallerstein en su monumental El moderno sistema mundial aquellos viajes, denominados “descubrimientos” o “vueltas al mundo”, se inscribieron en el marco de un conjunto de grandes travesías marítimas y expediciones comerciales que durante los siglos XVI y XVII fortalecieron las monarquías absolutas; después iniciaron la consolidación de los estados nación europeos que, a su vez, a su imagen y semejanza, reconfiguraron los mapas de las tierras conquistadas; y abrieron el camino a un nuevo orden económico, el capitalismo, en el que predominaba la explotación de los recursos materiales y la explotación humana de las colonias y el intercambio de bienes, más en beneficio de unos y en perjuicio de los otros.
Para la industria cultural es mucho más fácil insistir en ciertas convenciones narrativas porque resulta más cómodo pensar que la historia se reduce a simplificaciones míticas de fácil consumo
Para la industria cultural es mucho más fácil insistir en ciertas convenciones narrativas porque resulta más cómodo pensar que la historia se reduce a simplificaciones míticas de fácil consumo. Sin embargo, desde mi punto de vista, las instituciones públicas que tanto recursos han dedicado a esta conmemoración, podrían haber aprovechado la ocasión para, parafraseando a Sandro Mezzadra en Estudios postcoloniales, ensayos fundamentales, intentar rememorar los hechos a partir de una amplia pluralidad de lugares geográficos y de experiencias históricas, en el cruce entre una multiplicidad de miradas que desestabilizara y descentrara los intentos de imponer una sola visión de la historia universal y nos permitiera liberarnos de determinados estereotipos coloniales. Lejos de las narrativas hegemónicas, como nos recuerda Chimamanda Ngozi Adichie en El peligro de la historia única, la historia ya no se puede escribir desde la totalidad, sino desde los múltiples centros que configuran el mundo, puesto que no hay uno solo desde donde se pueda imponer alguna.
Lamentablemente en esta ocasión tampoco ha sido así. Todo lo contrario, se han vuelto a resaltar los clichés de la retórica historiográfica convencional. El punto de vista de la dirección artística de la serie insiste en situar el foco de la narración en las embarcaciones que, en cierto sentido, funcionan como un plató-representación del centro del mundo, metáfora naval del espíritu heroico de la metrópoli conquistadora. El resto de los territorios y paisajes, que a penas se muestran, pasan a ser meros espacios exóticos, lugares secundarios de la trama e insignificantes políticamente. Por el contrario, en la serie se subraya constantemente la importancia militar y estratégica de la expedición que se expande sin límites (un planeta que puede ser explotado ilimitadamente, concepción narrativa que vuelve a remarcar determinada teoría sobre la historia global, del origen del capitalismo extractivista y del colonialismo).
El personaje secundario de Beatriz de Barbosa es casi la única mujer de la serie, seguramente, cumpliendo así el papel de mínima cuota femenina en el reparto
Esa es también la razón principal por la que los únicos seres con condición humana que aparecen en la serie son los jefes de la expedición y sus hombres, junto a los protagonistas de la nobleza que quedaron en la corte castellana, entre las que se encuentra la esposa de Magallanes, embarazaba y, como no, compungida por la ausencia de su marido. El personaje secundario de Beatriz de Barbosa es casi la única mujer de la serie, seguramente, cumpliendo así el papel de mínima cuota femenina en el reparto. Lo más preocupante, desde el punto de vista político, es que el resto de las personas, como los lugares que habitan ― tanto unas como otros, casi siempre innombrados― son meros accidentes del guion. Mucho peor aún, hombres y mujeres sin voz, ni palabra, representados como amenazantes guerreros invisibles, salvajes asesinos, esclavos significados como negra masa anónima, enjaulados como animales, cuerpos de mujeres sexualizadas o idealizadas mediante truculencias amorosas que únicamente proyectan una concepción romántica —aparentemente consentida— de las relaciones entre extraños, así como de los procesos de adaptación “voluntaria” a la cultura, la religión y costumbres de los navegantes (la escena de algunos indígenas comulgando es, en este sentido, un excelente ejemplo de la forma en la que se banaliza históricamente la colonización religiosa, el largo proceso de hibridación cultural y el mestizaje). Con este tipo de narraciones simplificadoras se insiste en remarcar que las periferias coloniales y sus habitantes son espacios desconocidos cerrados, siempre intactos, étnicamente puros y culturalmente tradicionales, lo que Claude Levi- Strauss llamaba “las viejas zonas de la historia”.
Según Mary Louise Pratt, en La modernidad desde las Américas, ese es el momento histórico en el que comienza la gran “aventura euro-imperial” y el encuentro con la diferencia. Cuando los europeos del Viejo Mundo se toparon por primera vez con los pueblos y culturas del Nuevo Mundo en el siglo XV se hicieron una pregunta, que no fue precisamente: ¿Acaso no sois hijos o hermanos; no sois hijas o hermanas?, sino: ¿Son realmente seres humanos?; ¿pertenecen a la misma especie que nosotros?; ¿han surgido de otra creación? De es modo se planteó por primera vez la cuestión de la diferencia racial y de la teología originaria del poder de la cristiandad en el discurso occidental moderno. Durante siglos, la ambición era establecer una línea de distinción binaria en el sistema clasificatorio entre dos creaciones de la raza humana excluyentes entre sí y la preponderancia de la religión cristiana en la configuración de las normas morales.
Las representaciones nunca son inocentes, siempre implican puntos de vista que determinan formas de subjetivación dominantes, perpetuadoras de imaginarios reaccionarios
Las representaciones nunca son inocentes, siempre implican puntos de vista que determinan formas de subjetivación dominantes, perpetuadoras de imaginarios reaccionarios. Aunque, afortunadamente, cada vez hay más trabajos que ponen en cuestión ese tipo de narratividad, blanca y occidental (por citar algunas recientes, Zama de Lucrecia Martel o Exterminad a todos los salvajes de Raoul Peck) -la mayoría suelen ser resultado de las investigaciones llevadas a cabo en el marco de las prácticas artísticas - todavía hoy la industria del cine, en muchas de sus producciones, insiste en extender la larga sombra de la mirada colonial, racista y patriarcal. También las imágenes de Sin límites en las que aparecen indígenas tienden a legitimar un relato eminentemente paternalista y xenófobo, muy semejantes a las descripciones históricas que contaron los primeros encuentros de los europeos, blancos y civilizados, con “el otro, contribuyendo de ese modo a configurar lo que Stuart Hall denomina el triángulo funesto de la raza, la etnia y la nación.