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Hemeroteca Diagonal
Novosvetlovka o el pequeño Stalingrado
Novosvetlovka es el paradigma de la operación antiterrorista lanzada por la junta de Kiev contra las repúblicas de Lugansk y Donetsk. En esta población, a escasos 13 kilómetros de Lugansk, confluyeron a mediados de agosto varias formaciones de Kiev. El objetivo lógico era cortar la principal carretera que une Rusia con el territorio rebelde. Se practicó todo de lo que se acusa al enemigo: fusilamientos, torturas, violaciones, robos y utilizar a la población como escudos humanos. 70% de los edificios quedaron afectados, 70 inmuebles fueron destruidos el balance provisional de víctimas es de 126 civiles muertos sobre una población de 5.000. Muchos siguen en los jardines enterrados de mala manera. Una caravana de ayuda humanitaria de Rusia tuvo que dar un pequeño rodeo para llegar a Lugansk.
“Vinieron muy deprisa, no nos dio tiempo a irnos”, comenta una anciana que pasó dos semanas en su sótano. “No nos dejaban salir a la calle. Después nos llevaron a la iglesia, nos quitaron los documentos y nos tuvieron allí dos días de rodillas. Mientras tanto, desvalijaron nuestras casas”, añade.
El día 13 de agosto se encontraron aquí una columna que vino desde el aeropuerto y otra de Lutúgina para cerrar el cerco a Lugansk. Obligaron a la población a hacer trincheras para los tanques, fusilaron a algunos, torturaron a otros. “Así que eres separatuja”, acusaron a un refugiado de Lugansk que vivía en casa de una amigo, cuya cinta de San Jorge adornaba el coche que se encontraba en ese momento en el garaje, “le golpearon, le tuvieron colgado de un brazo, le dispararon en un pie, le apuñalaron un costado...”. Ahora se recupera en el hospital de Krasnodón. Los torturadores eran miembros del batallón Aydar, supuestamente mercenarios del presidente del partido radical Oleg Liashkó, al que Cruz Roja ya ha señalado por sus actividades represivas y parapoliciales.
“Ahora vivimos como animales, no tenemos ni luz, ni agua, ni gas... y muchos ni casa. Los niños tienen miedo de todo, al mínimo ruido, mi hijo se va gateando al sótano”, cuenta una madre angustiada. “Muchas gracias a Vladimir Vladimirovich (Putin)”, dice una segunda mujer en referencia a la ayuda humanitaria.
“Los chicos del Ejército regular eran muy jóvenes, decían que no querían guerrear, que les obligaron con amenazas, algunos rezaban con nosotros en la iglesia. Uno me cambiaba las vendas del brazo cuando los de Aydar no me dajaban ir al hospital. Después murió en un bombardeo. A mí me hirieron en uno de los primeros bombardeos con un cohete que tiraba como pelotas (bomba de racimo), tenía que salir a darles agua a mis vacas... Esos chicos intentaron rendirse a las milicias, pero los de Aydar les cortaban el paso”, explica una habitante de la ciudad.
“Aquí estamos reconstruyendo. Esto es el fascismo, y si no para aquí, llegará a vuestro país”, dice Igor, quien añade que “quería un fusil, pero tengo seis dioptrías en cada ojo, se me rompieron las gafas en un bombardeo y llevo éstas que no son las mías... El comandante me dijo: 'Igor, anda, tú sigue trabajando... a ver si le vas a dar a uno de los nuestros'. Así que me pasé estos días en los sótanos con las mujeres. No nos dejaban salir, tuvimos que enterrar a algunos muertos en los jardines. Una noche, cuando el bombardeo se hizo insoportable, decidimos irnos. Llegamos al primer control de los de Aydar y dijeron que nos iban a fusilar, pero nos enviaron a otro control, donde también nos dijeron que nos iban a fusilar, pero pensaron algo mejor: nos enviaron hacia las milicias. No sabíamos nada, uno de Aydar nos escoltaba y de repente desapareció... comprendió que ya estábamos a tiro de las milicias. Pero los milicianos no nos dispararon, ya conocían ese juego. Evacuaron a mucha gente”.
Para las milicias también el ataque fue por sorpresa, dos de sus tanques fueron abatidos sin previo aviso cuando patrullaban. En uno de ellos, unas flores y una cruz recuerdan los nombres del comandante y el artillero; el conductor se salvó, como los milicianos del segundo tanque.
Los ucranianos dispusieron sus blindados entre las casas, por lo que para las milicias era difícil desalojarlos sin destruir el pueblo. Sin embargo, el fuego de apoyo que recibían los ucranianos desde el aeropuerto cada día provocaba nuevas víctimas civiles y estaba reduciendo el pueblo a escombros. Eso y la evacuación progresiva de gran parte de la población decidió el asalto de las milicias: la casa de la cultura y algunos edificios aledaños fueron arrasados por fuego de mortero; dos blindados y un camión cargado de explosivos fueron destruidos por impactos directos. Al mismo tiempo, una maniobra envolvente por el norte provocó el pánico entre los ucranianos: los de Aydar se hicieron con coches y huyeron con lo que habían saqueado, destrozando los blindados que abandonaban. “Joder, se llevaron hasta mi Volga, de más de 20 años", cuenta un labrador. Quienes intentaron retirarse de forma ordenada con el material militar fueron alcanzados y abatidos por las milicias. Muchos soldados de reemplazo cayeron prisioneros; como de costumbre, se llamó a sus padres por teléfono: “¿Que vaya a buscar a mi hijo a Lugansk? Si está haciendo la mili en Jarkov”.