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Educación
Vega Martín: “Los niños y las niñas ponen en evidencia la vida que los adultos estamos construyendo”
Cuando a principios de los noventa Vega Martín (Castro Urdiales, 1969) conoció a Miguel Castro y el trabajo de Arno Stern, decidió trasladar las condiciones de la Educación Creadora a los aprendizajes en el aula de la escuela en la que trabajaba como maestra de Educación Infantil. Para establecer una comunicación fluida con las familias, comenzó un ejercicio de observación a partir del cual comprobó que los contenidos del currículum para esta etapa coincidían en gran parte con los aprendizajes y actividades que las niñas y niños realizaban de manera espontánea en su juego diario.
A finales de esa misma década, dejó el trabajo en la escuela para dirigir, junto con Miguel Castro, Diraya, espacio donde ofrecen las condiciones para el juego en los talleres de pintura, arcilla y movimiento. Diraya es un centro de formación de referencia a nivel nacional, en Educación Creadora.
Uno de sus intereses constantes es la comunicación y las relaciones. En este sentido, desde los años que estuvo en la escuela trabaja con grupos de madres y padres, y llevó durante cinco años sesiones de contar historias en colaboración con una asociación de inserción social en Bilbao. Sigue profundizando en este trabajo para el que ha sido crucial su encuentro con Pilar de la Torre, del Instituto de Comunicación No Violenta.
Desde hace veinte años, que tuvo a la primera de sus dos hijas, se reconoce en contradicción consigo misma, tomando decisiones con las que no siempre está de acuerdo. Esta vivencia le ha permitido establecer una constante reflexión en la que confronta su experiencia como madre con el ideal marcado por lo que antes de ser madre consideraba que “debía ser”.
Desde los primeros momentos de este encierro, salieron numerosas propuestas tanto culturales como de mantenimiento físico. Una amplia oferta online, para todas las edades, gracias a la cual podemos organizar nuestro tiempo y estructurar nuestro día. ¿Consideras estas propuestas necesarias?
La sensación que tengo, por mi experiencia personal y por lo que me llega de la gente con la que hablo estos días, es que al principio muchas personas no nos atrevíamos a decir que estábamos bien, que estábamos contentas. Por un lado porque nos daba miedo y nos preocupaba la situación, conscientes de lo que empezaba a suceder y conscientes también de que esta vivencia personal no es la misma que las vivencias de otras personas.
Pero sí compartía con gente cercana, y me llega de muchas personas, que en aquel momento pensamos “ahora puedo hacer cosas que siempre he querido hacer, ahora puedo cambiar el ritmo”. Esto ha sido algo que, quienes hemos podido, insisto en esto consciente y agradecida, lo hemos disfrutado.
A medida que pasan las semanas, ¿seguís disfrutando con el cambio de ritmo?
Lo mismo que hace un tiempo tenía conversaciones con personas que hablaban de la tranquilidad, la serenidad, ahora tengo la impresión de que las mismas personas estamos entrando en un estado de intranquilidad. Pienso que tiene que ver con que estas propuestas seguían estando fuera, creemos que llenan nuestros vacíos, pero se agotan, y puedes terminar consumiendo productos en casa a la misma velocidad que cuando lo hacías fuera.
Llevamos tanto tiempo moviéndonos por lo que viene de fuera, que encontrarse en ese lugar en el que tienes que construir tú, asusta. Es una hoja en blanco donde nadie te va a decir qué tienes que poner. Me parece que la única manera de encontrarlo es sosteniendo ese vacío, y no es fácil.
Si yo me levanto por la mañana con desasosiego, pero tengo doscientos correos, un montón de cosas urgentes que hacer, lo tapo. Pero el vacío sigue ahí.
¿Qué hacemos si, además de soportar el propio vacío, hemos de acompañar el vacío que pueda tener una criatura con la que ahora convivimos las 24 horas?
Puede haber situaciones que nos superen tanto que no da para sostener ni el propio vacío ni el de otras personas, pero a veces, cuando tienes un poco de energía, el hecho de acompañar a otro, genera más fuerza y posibilita salir del propio bucle. Podemos creer que sostener a otras personas desgasta, sin embargo, dada nuestra naturaleza y dependiendo de las condiciones en las que lo hagamos, acompañar a otros cuida de nuestra necesidad de pertenecer.
A propósito del vacío, en distintos contextos nos encontramos con que niñas y niños lo verbalizan con “me aburro”. Ahora, en las casas puede ser una expresión que se oiga a menudo, ¿Cómo podemos sostener y acompañar ese “me aburro”?
Tenemos miedo a la palabra “aburrimiento”. Culturalmente es malo aburrirse. Pero, ¿a qué llamamos “aburrirse”? En algunos casos puede ser un concepto creado. Que un niño, una niña diga “me aburro” cuando no está haciendo nada, posiblemente es porque lo ha escuchado a su alrededor: si no haces nada, es que te estás aburriendo. Hay niños que están pensando, no se están aburriendo. Me acuerdo de una madre que contaba que su hijo pasaba mucho tiempo tumbado en el sofá, con música y a ella le parecía que no estaba haciendo nada. Luego se dio cuenta de que se había aprendido todas las canciones: algunas en euskera, otras en castellano y otras en “su propio inglés”.
Parece haber dos opciones: o hacer muchas cosas o aburrirte. Y esta idea ya la hemos generado pronto en los niños. La expresión “me aburro” a veces no viene de un aburrimiento real. ¿Qué es el aburrimiento? El aburrimiento es “no sé qué hacer” y ¿qué ocurre si no sabes qué hacer? En realidad no ocurre nada.
¿Hay alguna vida sin momentos en los que una persona no sabe qué hacer? Ahora estamos en una situación en la que muchas personas, en momentos puntuales, no sabemos qué hacer, aquí y ahora; otras no sabemos qué hacer con nuestra vida. Pero esto, lo veamos o no, está presente en toda vida humana: la crisis, el no saber qué hacer, tener que elegir o no saber siquiera por dónde seguir.
Esto, lo veamos más o menos, está presente. Y en las niñas y los niños también.
¿Sería cuestión de sostener ese vacío para encontrar un interés propio?
¿Qué sucede si media hora al día decidimos que no existan ni deberes, ni pantallas, ni nada que llene el vacío? Unos minutos de vacío al día. Pero sostenidos, un día tras otro, cada día. Igual media hora puede ser un mundo, pero diez minutos, o cinco. Empezar por algo.
No se trata de tener a los niños quietos en la silla meditando. Estoy hablando de un vacío que suponga un espacio en el que no haya propuestas ajenas y que no esté la pantalla, que no deja de ser otra propuesta, pero que sí pueda utilizar lo que tenga alrededor. Me puedo imaginar a un niño muy pequeñito que abre el armario y saca las cazuelas, las apila, las mete unas dentro de otras; o a otra niña, un poco más mayor, que empieza a construir un barco con una caja de zapatos y papel, o que encuentra el tiempo para ver o leer ese libro que le ha llamado la atención siempre y que está en la estantería.
Y cuando vemos que conecta con algo de lo que le rodea, ¿qué hacemos?
Para contestar a esto, voy a situar lo que entendemos por juego desde el trabajo que hacemos en Diraya, en los talleres de Educación Creadora, y que podemos extender a cualquier contexto y cualquier actividad.
Cuando trabajaba en la escuela e intentaba transmitir a las familias lo que quería empezar a hacer, me servía mucho colocar a las madres y padres en esa situación, en la que todos nos hemos encontrado alguna vez, de estar haciendo algo y, al momento pensar “¿y esto?, qué tontería, ¿para qué lo estoy haciendo?” y ahí es donde acaba, cuando lo juzgas. Pero antes de que haya llegado ese juicio, resulta que has estado haciendo algo para nada. Sin utilidad.
¿Te refieres a momentos en los que nos dedicamos a una actividad improductiva, sin objetivo ni finalidad?
El juego es eso, ese momento en el que no te estabas juzgando, que estabas haciendo algo que no es productivo, que no responde a ninguna finalidad, y que a su vez tiene enormes consecuencias, la fundamental es el placer que podemos reconocer. Qué serenidad cuando te has puesto a hacer algo y se te ha ido el tiempo completamente. No había ningún objetivo a la vista, y sin embargo conlleva enormes conquistas.
Nos damos cuenta de que nos implicamos con todos nuestros sentidos, ya sea una actividad más física, o más intelectual.
El juego, entonces, ¿responde a una necesidad de cualquier persona?
A esto nos referimos cuando hablamos de juego. Y nos pertenece a todas las personas. A las pequeñas y a las adultas.
Otra cosa es que cada vez lo veamos menos, que a medida que cumplimos años creamos que esto no tiene que ver con nosotras, y que los niños cada vez más temprano crean que eso ya no toca. Cuántas niñas, cuántos niños de diez, once años piensan que jugar es cosa de pequeños.
Pero también el juego evoluciona y no se concreta de la misma manera en una persona de dos años, en una de siete, una de diez, de cincuenta, de ochenta...
¿Cómo podemos acompañar esta actividad?
Volviendo al lugar de una madre, un padre que está al lado de un niño mientras juega, nosotros hablamos de una relación de asistencia.
La asistencia es tratar de cuidar de las necesidades que una persona puede tener en su acción, en su juego y que a la vez no entran en el contenido del mismo.
Por ejemplo, una niña quiere jugar a tiendas, sabe que puede coger lo que está en la despensa, y quiere trasladarlo desde la cocina hasta su habitación. Asistirla es sencillamente ayudarla en el traslado, bajarle los botes de garbanzos que, en la despensa, están arriba y no llega.
Describo cosas que podemos ver cuando observamos la actividad de un peque jugando. Esta misma niña quiere poner los precios y necesita folios. La asistencia: alcanzarle los folios, alcanzarle el bolígrafo, ponerla cómoda. Cosas que no entran en el contenido de su juego. Es una actitud desde la que no das ideas, no propones, te pones al servicio de sus necesidades.
La asistencia, ¿es una relación que podríamos establecer también con personas adultas?
Si pensamos en adultos, me viene a la cabeza un amigo que está construyendo. Primero ha partido de un modelo, una casita prefabricada a base de ladrillos; ha terminado, pero entonces compra más ladrillos y su casita se extiende más allá del modelo inicial. ¿Qué necesita esa persona? Igual que alguien le lleve un café mientras está absorto en esto, o que le vacíe la mesa, la limpie de restos que ya no va a utilizar.
Es algo sencillo, no es nada raro, ni nuevo. Son cuidados que podemos recibir cuando estamos absortos en una actividad, y llega alguien, hace un pequeño gesto, que puede ser el café que te trae, o bajar el bote de garbanzos. Cosas muy cotidianas que no entran en el contenido, pero que sí transmiten un “me importas. No tengo que aprobar lo que estás haciendo. Lo que estás haciendo es importante porque lo es para ti”.
Más que hablar de que un adulto y un peque tenemos juegos diferentes, yo hablaría de que tenemos motivos diferentes a los que jugamos, tenemos intereses diferentes.
¿Por eso es tan importante dar lugar a ese vacío del que hablábamos antes? ¿Para que puedan surgir este tipo de momentos?
De Arno Stern hemos aprendido la asistencia que una persona necesita cuando está pintando en el taller, pero cada nueva situación pasa por un vacío que da lugar a la pregunta “¿qué necesita?”.
Si veo a cualquiera de mis hijas empezar a hacer algo, no sé a priori qué va a necesitar de mí. Inevitablemente la asistencia pasa por un momento de no saber, de vacío. Sostener ese vacío y esperar es fundamental para no adelantarme y desviarla de lo que necesita.
¿Supone dejar al margen el control?
Sí, sí, absolutamente. Tiene que ver con no tener previsto lo que va a pasar. Con esto no quiero decir que no tenga que haber límites.
Cada persona tenemos nuestros propios límites. Puedo reconocer la necesidad de mis hijas de saltar, correr, trepar, con las manos y los pies a cada lado del pasillo, y cuando eran pequeñas no me generaba tensión que hicieran esto. Podía haber un colchón en casa para saltar y hacer volteretas, etc. Sin embargo, si se suben a mi piano y saltan, no. En concreto, para esta necesidad de movimiento dentro de cada, este es mi límite.
Visto así, supone un ajuste constante entre el reconocimiento de las necesidades de ellas, y el reconocimiento de tus necesidades.
Los límites tienen que ver con mis necesidades, y si convivo, con mis hijas o con cualquier persona, va a haber límites. Límites que yo tenga y límites que tenga la otra persona. La relación pasa por esta dialéctica: el reconocimiento de sus necesidades y las mías, en continuo cambio y evolución.
Pero dentro de los límites en los que convivimos, me parece importante buscar ese espacio para el juego, en el que sueltas el control de lo que está sucediendo para poder ver qué necesita, qué necesitan.
¿Podrías hablar un poco más sobre la diferencia entre juego y acompañamiento?
Puede haber cosas a las que juguemos con nuestros hijos, con nuestras hijas, con las que nos divirtamos de verdad. Pero lo que me llega de la mayoría de la gente es que no suelen divertirse jugando a leones, o a tiendas.
Un comentario habitual de madres y padres es “¿y cuando mi hijo me pide que juegue con él…?” Yo suelo preguntar “¿a ti te divierte realmente? Si te divierte realmente ir a comprar a la tienda, tú también estás jugando”. La mayoría de las personas admiten que no les divierte. Y los niños se dan cuenta, quieren que te lo pases bien cuando estás jugando con ellos.
Cuando hablamos de jugar, y ahora no estoy hablando de edades, hablamos de algo que te interesa de verdad. Más que hablar de que un adulto y un peque tenemos juegos diferentes, yo hablaría de que tenemos motivos diferentes a los que jugamos, tenemos intereses diferentes.
El juego se concreta de maneras diferentes.
Todos los seres humanos tenemos esta necesidad de jugar, entendiendo juego como esto que acabo de describir, y se concreta en formas de acción diferentes.
Sin embargo, existe otra manera de estar presente: cuando asistimos el juego, los intereses y el aprendizaje. Esto no tiene que ver con participar jugando, tiene que ver con aportarles el material que necesitan para sus elaboraciones, sujetar un extremo de la cuerda que quiere atar mientras ata el otro extremo, responder o acompañarle a buscar información para saciar su curiosidad, etc.
En las semanas que llevamos de confinamiento, ha aumentado de manera considerable el uso que tanto peques como gente adulta hacemos de las pantallas. ¿Cuál es tu vivencia?
En relación con las pantallas, ahora tengo una vivencia ambivalente: me preocupa, y ya me preocupaba antes, su enorme presencia, cuánto puede restar a la vida y al mismo tiempo, ahora, también agradezco que existan para algunas cosas, tanto para cuidar de mis relaciones personales, como de posibilidades de trabajo.
Con respecto al uso que puedan hacer de ellas las niñas y niños, creo que la única opción que tenemos es acompañarlos en la gestión.
Hablar en general me resulta imposible porque supone situaciones muy diferentes y particulares en cada casa. Ahora ya nadie hablamos de la televisión, pero no hace tanto, recuerdo momentos concretos en los que mientras yo cuestionaba la presencia de la televisión, una persona cuenta cómo de peque, dada su situación personal, lo que le salvó fue precisamente la televisión. Entonces, no me atrevo a hablar en términos generales, solo puedo hablar desde lo concreto y particular.
¿Cómo habéis ido gestionando en casa el uso de las tecnologías?
Con nuestras hijas, pudimos retrasar el acceso a la tecnología y fue relativamente fácil ya que en su entorno no estaban demasiado presentes.
Los primeros móviles llegaron cuando tenían catorce y quince años. Me preocupaba y al mismo tiempo me parecía imposible posponerlo más. El único camino que veía era acompañarlas en este proceso. La primera vez que tuvieron acceso a un ordenador fue mucho antes, de forma puntual, para buscar y recoger información, y no estaba presente mientras ellas estaban haciendo otras cosas.
Creo que acompañar en la relación con la tecnología es importante, así como dar espacios donde poder hablar... poder hablar, no soltarles nuestra opinión sin escuchar la suya.
Por ejemplo, cuando ya tenían móvil, usaban WhatsApp y querían Instagram. A mí me parecía pronto por distintos motivos, y en ese momento me parecía difícil de gestionar (no sé si hay algún momento fácil para gestionar las redes sociales). Tenían argumentos que era imposible rebatir, cuando alguien te dice “sí, yo soy capaz de no estar todo el día conectada”, no es rebatible, ¿cómo vas a decirle a una persona “no eres capaz”? Hablamos durante un buen rato de ello, y mi respuesta fue un límite: “todavía no, entiendo que necesitáis conexión con vuestros amigos y al mismo tiempo me preocupa esta manera. Necesito estar segura de que os cuido de la mejor forma posible y quizás también, puede que me esté equivocando”. Por supuesto, un límite genera frustración.
Entonces, desde tu vivencia, ¿qué implica tener espacios de discusión y de escucha?
Me parece importante que haya esos espacios de debate y de confrontación de opiniones entre ellas y yo, porque se explicitan esos lugares donde ellas saben que yo tengo un límite y de momento va a ser que no, y esos otros en que yo misma me doy cuenta de que ya no toca ese límite, de que ya no está en mi mano y tengo que soltar.
Cuando un niño, una niña quieren estar con sus amigos por el móvil, puedo pensar que no es la mejor manera, que no es la que yo elijo. Y desde lo que yo quiero, me hago una construcción de lo que es mejor para ellos o para ellas, y al mismo tiempo entiendo que lo que intentan ahí es cuidar de su necesidad de conexión con sus amigas y amigos.
El uso de las pantallas trasciende a la necesidad de comunicación y conexión. Tiene que ver también con el entretenimiento y con el consumo de productos culturales y comerciales. ¿Crees que esto, en el contexto actual, podría ser problemático?
Por un lado, creo que en este contexto, no tenemos otra manera de comunicación y, como seres humanos, tenemos una necesidad intensa de comunicarnos y compartir; y por otro lado, tenemos una necesidad, también intensa de crecimiento, de construcción. Y me pregunto, antes del confinamiento, ¿teníamos recursos para cubrir estas necesidades? ¿Para poder crecer, poder aprender, poder investigar?
Si me pillas un día en el que he estado haciendo todo el tiempo cosas que no tienen nada que ver conmigo, con mucho trabajo y agotada, posiblemente lo único que quiera sea ver una película y parar mi cerebro. Pensando en las personas de cualquier edad, el asunto, quizás, no es tanto qué utilizo para descansar sino de qué está construida mi vida.
Yo le puedo hablar a mi hija de lo importante que es ir al monte, pero si nunca voy al monte y nunca estoy en la naturaleza, lo más probable es que no le lleguen mis palabras
¿Quieres decir que cuando nuestros días están saturados solo de obligaciones, tenemos inevitablemente necesidad de desconexión, de parar?
No sé el tiempo que tendremos para construir algunas cosas, pero pienso en algunos niños, algunas niñas que tengo cerca, cuya parte importante de su día a día es en estructura escolar, cuando digo estructura escolar me refiero a un programa ajeno, no pongo en cuestión su función a nivel social. Pasan la mayor parte de su día en la escuela, en inglés, extraescolares, etc. Con el día saturado de cosas que en principio les son ajenas, y el poco tiempo que tienen para sus propios intereses. Es fácil estar en la dinámica de “Quiero parar el cerebro, voy a las pantallas”.
Entonces, ahora que pasamos todo el día en casa juntos, les decimos “no, mira, ahora vamos a contarnos cuentos” y nos miran como las vacas al tren. Es muy difícil hacer un cambio en dos días o dos meses.
¿Puede ser que veamos de una forma más clara la misma problemática en la infancia que en la vida adulta?
Por otro lado, me parece importante que existan otras cosas que nos den serenidad. La pregunta es “¿hay algún momento en el día en el que de verdad estoy yo conmigo misma, estoy disfrutando?” Insisto en que voy más allá de la infancia.
Muchas veces lo que hacen los niños es poner muy en evidencia la vida que los adultos estamos construyendo, y es difícil que ellas y ellos elaboren determinadas cosas o tengan espacios para determinadas actividades cuando nosotras y nosotros no los tenemos. Yo le puedo hablar a mi hija de lo importante que es ir al monte, pero si nunca voy al monte y nunca estoy en la naturaleza, lo más probable es que no le lleguen mis palabras.
¿Tienes alguna aportación a la reflexión en torno a secuelas que pueda dejar esta experiencia, para las personas en general, y en concreto para la infancia?
Cada situación es más o menos traumática en función de quien la vive. No puedo generalizar tampoco con la infancia. Todos estos días, en mi contexto virtual (ahora solo tengo contexto virtual) se habla mucho de educación. Mis hijas han crecido pero, por mi trabajo, la infancia sigue estando muy presente en mi vida.
Cuando escuchas a cada colectivo, las necesidades y las secuelas pueden ser muy grandes en todos ellos, y dentro de cada uno, según las condiciones en las que vive cada persona, tendrá consecuencias diferentes: no es lo mismo estar en una casa grande a estar en una casa pequeña, tener espacio exterior, a no tenerlo, que entre el sol o que no.
Y no es lo mismo para cada persona tener unas condiciones concretas. En casa, tenemos media hora de sol, mi vecina tiene la misma media hora de sol, porque estamos en la misma latitud, y lo vivimos de formas completamente diferentes.
Con respecto a las necesidades que tienen que ver con el movimiento ¿consideras que son exclusivas de la infancia?
Niños y niñas necesitan aire, necesitan moverse, necesitan sol, y los adultos también. Lo realmente alarmante, como decía Heike Freire, es que la infancia ni siquiera ha sido contemplada en los Reales Decretos. Pero tampoco es diferente de lo que ya pasaba, con respecto a sus necesidades.
Si ponemos el foco en la infancia hay muchas necesidades, si pongo el foco en las personas jubiladas, también hay muchas necesidades. Ponga donde ponga el foco hay necesidades, con lo cual, me vuelvo a este lugar donde veo que niños y niñas son una referencia que evidencia de manera muy clara necesidades humanas.
¿Crees que esta situación ha supuesto algún cambio en relación con las responsabilidades familiares y domésticas?
Creo que es algo que a la mayoría de las familias con las que tengo contacto se nos ha hecho muy presente y muy evidente.
A mis hijas sí las veo con una conciencia mayor de lo que se hace en casa. Siempre hemos tenido una organización y reparto de tareas, pero creo que había menos conciencia de lo que supone.
¿Se han visibilizado?
Se han visibilizado dos cosas, por un lado las tareas domésticas, y, por otro, se ha visibilizado eso de “mi madre trabaja en una oficina...” pero no sabes ni qué hace. En esta situación tan inusual, de repente todo el mundo en su casa ha podido ver la cotidianidad de los otros.
Y con relación al propio trabajo de casa, se ha visibilizado la importancia de los cuidados que sostienen esta sociedad. Es imposible que pare el padre, la madre que baja a hacer la comprar y prepara la comida. No podemos no comer.
Creo que los cuidados están en la base de cualquier sociedad que se pueda formar, que se pueda crear o recrear o inventar o reinventar, incluso en la que estamos.
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Madre separada con tres hijos pequeños, dos de ellos no tienes 2 años todavía. Ademas teletrabajo. Estoy donde quiero estar y lo he tomado como una oportunidad para conectar con mis hijos. Sin embargo, no he tenido ni un momento oficial para tomar mi oxígeno, para dedicarme a mí. Deseando que esto acabe para tener algo d tiempo para pasear sola, o no hacer nada
De verdad ha sido una experiencia grandes en mi vida, y me gusto muchisimo estos momentos que aprendi a vivir con conocimientos distintas con buenas gente de maravillas. Gracias por todo y a todos 🙏🙏
Llamadme loka pero yo viendo hoy como actuan los progenitores con sus descendientes el capital puede estar trankilo ke no le van a faltar esclav@s
Ay el Adanismo... los adultos no hemos construido nada, los adultos fuimos niños y con el tiempo nos vemos inmersos en un mundo del que casi nada controlamos... ay del voluntarismo y su miopía, eternos siempre ante el muro laico de las nuevas lamentaciones