Salud
Susana Carmona: “No encuentro nada más feminista que estudiar lo que pasa en nuestros cuerpos”

La psicóloga clínica recoge en ‘Neuromaternal’ casi todo lo que la neurociencia puede enseñar sobre las madres. Por ejemplo, que la maternidad, como la adolescencia, es una época de neuroplasticidad y de adaptación: la matrescencia.
Susana Carmona
Susana Carmona, psicóloga clínica y doctora en neurociencia.
13 may 2024 06:00

Un sol frío recibe a Susana Carmona (Terrassa, 1980) en la Plaza de Felipe II de Madrid. No viene sola, la acompaña su hija cargada con una mochila azul en la que guarda uno de sus libros preferidos. “A mi hija también le gusta Diario de Greg”, les digo señalando a la mía, que también se ha apuntado a la cita en este miércoles festivo de calles vacías. Psicóloga clínica y doctora en Neurociencia, Carmona lidera el grupo de investigación Neuromaternal del Instituto de Investigación Sanitaria Gregorio Marañón, no muy lejos de donde estamos. Allí firmó en 2017 el primer estudio centrado en el impacto del embarazo en el cerebro de la mujer. Encontraron entonces que se producen cambios profundos en este órgano propiciados por las hormonas, demostrando así lo que la antropóloga Dana Raphael ya sospechaba en los años 60: que la maternidad, como la adolescencia, era una época de neuroplasticidad y de adaptación. La matrescencia. A aquella primera investigación del Grupo de Neuroimagen del HGUGM le han seguido muchas más, y todo lo que hasta el momento se sabe lo ha contado Carmona en el libro Neuromaternal (Ediciones B), publicado recientemente. Yo, como su hija, lo cargo en mi mochila cuando nos encontramos.

¿Para qué puede servir la neurociencia a las madres?
Pues últimamente he reflexionado mucho sobre esto. Una de las cosas que creo que aporta el libro es poner nombre a los confusos sentimientos que acompañan a la maternidad. Solo si entiendes qué es lo que te pasa, de dónde viene y su razón de ser puedes verlo desde arriba, con perspectiva, entenderlo, y, si lo consideramos necesario, intentar modularlo, pensar ahora me va bien sentir esto o ahora no. No es fácil, pero si no tienes ni idea de dónde te viene ni qué, es muy difícil poder controlarlo. En cambio, si tienes información, entiendes que lo que pasa es un proceso adaptativo por el que pasamos la mayoría de las mujeres.

¿Qué ejemplo pondrías sobre eso que podemos intentar modular? ¿A qué te refieres?
A mí por ejemplo me pasó una cosa muy curiosa. Yo antes podía pasar por debajo de un andamio sin problema. En cambio, cuando iba con la niña eso era algo impensable, lo veía como un gran peligro y lo evitaba. Este tipo de cosas ocurren: el cerebro se pone en hipervigilancia para evitar que pase algo malo. Conocer que esto pasa, nos puede ayudar al menos a comprenderlo, y podemos intentar cambiarlo o regularlo.

Háblame de la conducta maternal en humanos.
En humanos sabemos muy poco de esto, pero lo que intuimos podría estar muy relacionado con lo que hemos visto en modelos animales: las hormonas de la gestación entran en regiones cerebrales, se unen a receptores y desencadenan mecanismos de plasticidad. Es decir: cambian cómo se comunica el cerebro para que la cría se convierta en lo más relevante para la madre. Vemos que ya durante la gestación, empiezan a fijarse mucho más en las crías. Si antes las ignoraban o incluso las atacaban, ahora ya cambia la cosa. En el momento en el que la cría nace, lo más relevante es la cría y eso motiva a la madre a interactuar con ella. ¿Qué sabemos en humanos? Que tenemos también estas hormonas, que igualmente entran en el cerebro, y que son capaces de desencadenar neuroplasticidad. Que los cambios cerebrales que hemos visto facilitan el vínculo.

Además del efecto de las hormonas, el contexto social e histórico en el que maternamos y nuestra propia voluntad también influye en la conducta maternal, pudiendo sobrescribir la “pulsión biológica” originada por las hormonas

En animales no humanos, una región clave para la conducta maternal es el hipotálamo, que se encarga también de controlar aspectos básicos para la supervivencia como el hambre, la sed, el sueño y la conducta sexual. En los humanos, esta región cerebral también cambia con el embarazo. Pero nosotros no actuamos de forma reflexiva como hacen los animales, sino que podemos modular la señal del hipotálamo en función, por ejemplo, de aspectos socio-culturales. Es decir, además del efecto de las hormonas, el contexto social e histórico en el que maternamos, las ideas preconcebidas que tenemos sobre la maternidad, la red de cuidados con la que contamos y nuestra propia voluntad también influye en la conducta maternal, pudiendo sobrescribir la “pulsión biológica” originada por las hormonas. Por ejemplo, aunque tengamos hambre, podemos decidir hacer una huelga de hambre por razones sociales o políticas. ¿Podemos modular la conducta maternal? Y, sobre todo, ¿queremos modular la conducta maternal? Es interesante seguir investigando qué ocurre en humanos.

Michelle Odent hablaba del “bebé mamífero” y, aunque es incuestionable que tenemos esa parte mamífera y que lo biológico está ahí, no podemos obviar el impacto del entorno. Hay una lucha constante entre esa parte biológica y la parte más social y cultural.
Que digas que hay una parte biológica que compartimos con las mamíferas placentarias no quiere decir que esa sea la parte que controla la conducta maternal humana. Tenemos esta parte, pero luego está toda la cultura. Los seres humanos somos mucho más complejos. No tenemos por qué escoger entre biología y cultura, porque sabemos que somos el resultado de la interacción entre ambas. 

Si solo nos quedamos con uno de los relatos, nos perdemos muchas cosas. Piensa que cuando hablamos de comportamientos mamíferos en la naturaleza también encontramos a madres que matan a sus crías. Esto está muy estudiado en ratas: cuando la crían nace con una malformación o enferma, la madre las mata. Es un poco trampa escoger en qué nos parecemos y en qué no. Yo creo que ayuda mucho ver el cerebro pensando en la evolución de Darwin: nuestro cerebro también es resultado de la evolución se ha ido construyendo porque han resultado beneficiosas para la supervivencia del individuo y de la especie y nuestra especie está entretejida en la cultura y la sociedad. La cuestión es, ¿queremos controlar esta parte biológica? ¿Vivimos en una sociedad que nos permita dejar ese “instinto” libre?

Está muy mal visto hablar del “instinto maternal”. En humanos, ¿es instinto o no es instinto?
Cuando me preguntan esto siempre repregunto: ¿qué es instinto? Porque depende de a qué diccionario vayas descubres que es una cosa u otra. A veces los científicos creemos que por poner nombre a algo ya entendemos el proceso. Pero el instinto es algo muy complejo. Si tú me defines instinto como un comportamiento estereotipado que todas las mujeres hacen igual, que es incontrolable, puedo decir que no, porque los seres humanos podemos controlarlo en cierta manera y cada madre escoge cómo criar. Pero si definimos instinto como ese impulso a actuar, a estar con el bebé, entonces sí. En humanos no podemos hablar de un instinto hacia el deseo de ser madre o de saber exactamente cómo cambiar pañales, pero esa motivación por estar en contacto con el bebé y asegurar su bienestar físico y psíquico en el momento en el que nace —la puedes llamar amor, preocupación, necesidad— sí está presente. Estás ahí porque el bebé es muy relevante para ti. Y eso te evoca a interactuar con el bebé. Luego la interacción hace el resto. Esto existe en mamíferos placentarios porque de no ser así nos habríamos extinguido. El bebé nace necesitando el cuidado de otra persona, si no recibe ese cuidado, si alguien no antepone sus necesidades a las propias, no sobrevive. 

Se ha pervertido tanto el relato en torno al instinto…
Y los silogismos falsos que derivan de esto. “Si existe el instinto, es la madre la que sabe qué hacer con el bebé”, por ejemplo. Es como si con el embarazo y nacimiento de un hijo nos descárgasemos un software de actuación, pero esto no es así. A ser madre, a cuidar del bebé, se aprende por prueba y error.

No estudiar los procesos que atañen exclusivamente a las mujeres desde la idea de que “somos iguales” va en detrimento de la igualdad de conocimiento sobre el cuerpo del hombre y de la mujer

Cuentas que los cambios que se producen a nivel cerebral parecen preparar a la madre para afrontar los retos de la maternidad. ¿Hay quien puede malinterpretar vuestra investigación y pensar que la explicación de todos estos cambios puede asentar la idea de que las mujeres están programadas para ser las cuidadoras?
Para nada nuestra investigación justifica esto. A ser madre se aprende por prueba y error y a ser padre también. Es cierto que hay un punto en la historia en el que el feminismo tenía que posicionarnos como iguales, y ahora estamos en otro punto en el que creo que es obvio que debemos tener los mismos derechos, pero no podemos negar nuestra biología. Negar nuestra biología nos pone en una situación de inferioridad. Negar que las mujeres tenemos ciclos menstruales, que esos ciclos se acompañan de fluctuaciones hormonales, que esas hormonas entran en el cerebro y que se unen a receptores en regiones cerebrales que controlan la emoción y la cognición, nos hace un flaco favor. Del mismo modo que nos hace un flaco favor negar que las hormonas del embarazo entran en el cerebro y lo modifican o negar que las mujeres durante la menopausia van a tener una caída de estrógenos y progestágenos y que eso se traduce en cambios físicos, pero también cognitivos o emocionales... 

Hasta ahora la biomedicina se ha construido ubicando al hombre como norma de lo humano. No estudiar los procesos que atañen exclusivamente a las mujeres desde la idea de que “somos iguales” va en detrimento de la igualdad de conocimiento sobre el cuerpo del hombre y de la mujer.

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Es muy interesante esto que dices del modelo biomédico basado en el estándar masculino.
Es que, negar todo esto es seguir perpetuando esa tendencia. Es una biomedicina basada en el hombre. Incluso en modelos animales también se tiende a esto: se estudia a los machos para evitar que las fluctuaciones hormonales enturbien los resultados. Por suerte, hay un movimiento internacional de muchas mujeres investigadoras luchando contra ese sesgo, como Claudia Barth, Lisa Galea o Emily Jacobs. Esta última, que es una investigadora americana, cuantificó que de los 50.000 estudios que hay en neuroimagen, solo el 0,5% evalúan todos estos procesos que afectan a las mujeres.

Si no tenemos en cuenta todos los cambios que se producen en las mujeres, nunca vamos a poder desarrollar nada para mejorar la calidad de vida de esas mujeres que tienen problemas cognitivos o emocionales. Por ejemplo, en la menopausia ahora hay tratamiento hormonal de reemplazo, pero aún está muy verde. También existe cierto desconocimiento sobre cómo actúan los anticonceptivos a nivel sistémico. 

Esto es alta ingeniería feminista.
No encuentro nada más feminista que estudiar lo que pasa en nuestros cuerpos. Yo estudio la parte biológica, lo relacionado con el sexo, pero es obvio que el género tiene un impacto. Que una mujer haya tenido un rol determinado, un contexto marcado por el género, también hay que estudiarlo. Hay que saber qué es género, qué es sexo, y qué impacto tiene esto en las mujeres.

Creo que la distinción entre sexo y género nos puede ayudar mucho. Y esto se ha estudiado muy poco. Ocurre lo mismo con las minorías étnicas, las clases desfavorecidas o todas las identidades que se salgan del binomio hombre-mujer. Yo creo que la posición que se está tomando muchas veces es la de divide y vencerás. El patriarcado nos ha dejado una parcelita muy pequeña y nos ha invitado a que nos la repartamos, sin que ceda su terreno. Me entristece este enfrentamiento dentro de ese espacio reducido que nos dejan. 

Los padres deben contribuir sí o sí, sin que tenga que venir la ciencia a justificarlo. A veces creo que queremos justificar cosas que no se pueden justificar con la neurociencia

Siempre que hablamos de los cambios en el cerebro de las madres pensamos: ¿y los padres? ¿Por qué ocurre esto? ¿Prestamos mayor atención o curiosidad?
Creo que aquí hay varios factores. Por un lado, es cierto que uno de los estudios que hicimos en Neuromaternal sobre los cambios en el cerebro de los padres era un estudio en colaboración con los americanos, que siempre tienen más bombo en cuanto a repercusión. Por otro lado, creo que se confunde que yo encuentre cambios en el cerebro de los padres como una justificación para que el padre sea corresponsable en casa. Los padres deben contribuir sí o sí, sin que tenga que venir la ciencia a justificarlo. A veces creo que queremos justificar cosas que no se pueden justificar con la neurociencia. Admito que la alternativa es peor: gente que usa su opinión y no los datos para justificar lo que piensan. Cuando no hay dato, hay relato, y el relato que nos han contado de la maternidad ya sabemos cómo es. Que haya datos que nos permiten re-narrar este relato me parece importante.

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