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Antimilitarismo
El verdadero enemigo es la guerra, dijo un ser deforme llamado Bourne
Solo quienes conocen bien casi todos los vericuetos del pensamiento anarquista del siglo XX de pe a pa sabrán dar cuenta del autor estadounidense Randolph Bourne (Nueva Jersey, 1886 – Nueva York, 1918). Alguna persona más conocerá su frase más célebre, la única huella que parece que ha dejado: La guerra es la salud del Estado. Y ese es el título del delicioso librito que Ediciones El Salmón ha tenido a bien publicar, traduciendo (hasta donde llego, por primera vez en castellano) dos opúsculos de este original, malogrado y compasivo autor.
Un repaso a la bibliografía científica demuestra que nadie en la Academia se ha preocupado por él en nuestra lengua, y poco en las otras, salvo excepciones en inglés. Tampoco entre los entornos militantes ha sido conocido. Desde luego, reconocido, no. Quizá les suene más a quienes hayan profundizado en cuestiones anticoloniales o internacionalistas, pues además de un antibelicista declarado (y tan declarado) fue el autor que ahormó el concepto de “transnacionalismo”. Consistía esta teoría, en trazo de brocha gorda, en dar voz a las minorías oprimidas y denunciar el mito que cimentaba la hegemonía WASP del Melting Pot tan en boga en EEUU a principios de siglo XX, es decir, que afirmaba que ese país era un crisol de culturas poco menos que en pie de igualdad. Bourne afinó la crítica y exigió que había que dar la voz a las minorías étnicas oprimidas, que en su tierra eran (son) tantas, más allá de quedarse en eslóganes vacuos. A partir de ahí viene su diferenciación entre Estado, nación y pueblo.
Influye en este poco interés que ha despertado la corta vida que tuvo este hombre, breve y difícil, por las enfermedades que le retorcieron el cuerpo y la cara, por su origen humilde y por su insobornable pensamiento. Quizá también, si nos vamos a nuestra tradición, por lo poco que conocemos del pensamiento libertario (libertario en el sentido que le damos en nuestra lengua, no en el que los gringos utilizan) de Estados Unidos. Exporta la potencia mundial casi todo… menos lo que no le interesa. Y más allá de nombres como Emma Goldman, Murray Bookchin, ya históricos, del prolífico Noam Chomsky o el del historiador Howard Zinn poco conocemos de la rica tradición de pensamiento anarquista de allá, o de los grupos que activamente se mueven.
Más allá de Emma Goldman, Murray Bookchin, Noam Chomsky o Howard Zinn poco conocemos de la rica tradición de pensamiento anarquista de EEUU
Los dos escritos que componen el libro titulado con la frase de calendario son “La guerra y los intelectuales” y “El Estado”, redactados en 1917 y 1918 respectivamente. Una mirada a las fechas nos lleva a recordar que fue el primero de los años cuando EEUU decidió, con un presidente demócrata, entrar finalmente en la I Guerra Mundial y dejar su postura neutral. En el segundo, llegó el armisticio. Contra el desatino de la entrada en la contienda Bourne afiló el lápiz y comenzó una lúcida argumentación que hoy en día nos suena tan actual que si cambiamos algunos nombres propios y de países asusta, dirigida principalmente a la intelectualidad y a la clase política. A la segunda, por razones obvias. A la primera, por justificar el horror de la guerra en nombre de la “democracia” y mirar para otro lado frente a las leyes internas que trataban de reprimir la disidencia de quienes la denunciaban. Hace un tiempo escribíamos cómo las antimilitaristas somos insultables, como demuestran tantas proclamas que vienen de la “gente de bien”. No sabíamos entonces que en 1917 este norteamericano, a quien le cerraron las revistas en las que participaba denunciando la guerra acusadas de hacer propaganda de Alemania, escribió: “el exhumanitario [es decir, el intelectual pragmático opuesto a los pacifistas “idealistas”], convertido en realista, se mofa de la neutralidad snob”. Ay, cuántos nombres nos vienen a la cabeza en el coro casi unánime que la intelligentsia patria ha conformado en los últimos dos años para decirnos que hay que armar más y más a un país en guerra en aras de la consecución de la paz.
Las circunstancias vitales de este autor, su físico maltrecho y su callada persecución tratando de silenciar su voz nos hacen recordar a esos seres míticos aparentemente débiles, monstruosos, que, ante todas las adversidades, llevan a cabo su misión, aceptan su destino, un héroe en sentido estricto. Una voz de las pocas, junto a la citada Goldmann, que más de un siglo después de los hechos son espejos en los que mirarnos y enorgullecernos, frente a otros grandes y admirados autores que, llegado el momento, dejaron el internacionalismo atrás y apoyaron el afán bélico de sus estados nacionales. Bourne cumplió su misión y la recibimos más de cien años después. Nos fortalece.
Una voz de las pocas que, más de un siglo después de los hechos, son espejos en los que mirarnos y enorgullecernos. Nos fortalece
Me sorprendió una exigencia que plantea Bourne que pudiera parecer blanda pero, si se piensa bien, es demoledora. Lo mínimo que necesitaría un país para poder declarar la guerra, afirmaba, es un referéndum, que se le pregunte al pueblo plebiscitariamente. Ya sabemos cómo responde el Estado, al menos el nuestro, ante consultas públicas si no piensan que les puede favorecer.
La guerra ha de ser a la guerra, y no entre países (ni Estados), en opinión de Bourne, y lo dice así explícitamente antes de que Ernst Friedrich pariera un libro homónimo de fotografías de los horrores de la I Guerra Mundial (¡Guerra a la guerra!, disponible en Sans Soleil Ediciones). No sabemos si el estadounidense era antimilitarista o no, pero desde luego la frase va más allá del antibelicismo. En otro de los textos que llegó a publicar, El ocaso de los héroes, se preguntaba: “Si la guerra es demasiado fuerte para ser detenida ¿cómo luego podrá ser lo bastante dócil para controlarla y darle forma con fines liberales?”.
“Si la guerra es demasiado fuerte para ser detenida ¿cómo luego podrá ser lo bastante dócil para controlarla y darle forma con fines liberales?”
Se presenta hoy en la librería asociativa Traficantes de Sueños (Madrid) este libro que nos descubre a un autor lúcido, necesario y de tan oportuna publicación ahora. Porque vivimos tiempos de guerra y de eso van los dos ensayos que la editorial alicantina nos regala, con prefacio, por cierto, escrito por John Dos Passos en 1919, recién fallecido Bourne (por la epidemia de gripe), una suerte de elegía en verso libre, más unas notas del traductor, Salvador Cobo, y un afilado prólogo de Rafael Poch sobre la coyuntura de la guerra actual que no hay que resaltar, porque todo el mundo conoce al autor y dónde se sitúa. A todos ellos les damos las gracias.
Esta tarde continuará la discusión.