Inteligencia artificial
Inteligencia Artificial o la alucinación consensual masiva

Si tenemos claro que el uso de coches de gasolina o diésel, la sanidad privada, la compra de un iPhone, el turismo o los viajes en avión no son actos neutros políticamente, el uso de productos de Google, Microsoft, Amazon, Facebook o Twitter tampoco
Inteligencia artificial, Gertrūda Valasevičiūtė
Fot.: Gertrūda Valasevičiūtė (Licencia Unsplash)
Asamblea Antimilitarista de Madrid
23 abr 2024 07:50

En numerosos medios de comunicación se habla con frecuencia de Inteligencia Artificial (IA), pero incluso para las personas implicadas en la comercialización y desarrollo de esta vieja/nueva tecnología no está del todo claro qué es exactamente y cómo funciona. Abarca tecnologías de muy distinto tipo, desde la llamada IA Generativa que produce todo tipo de contenidos (artículos, imágenes, canciones…), software de reconocimiento facial o relacionado con la biometría (cuyos usos van de los controles racistas en fronteras o a gestión de RRHH) o la creciente aplicación dentro del complejo militar-industrial. Cultura, derechos civiles y nuevas formas del militarismo están muy relacionados con la popularización de la IA.

Smartphone rojo, volamos hacia Ucrania

En la película de Stanley Kubrick “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú”,  realizada en pleno pánico nuclear, hay una frase muy significativa: “una cosa, si no logra contactar con el presidente de los Estados Unidos, tendrá que responder ante la casa Coca-Cola”. Detrás de la IA están tanto IBM y Microsoft como Google y Amazon, además del consorcio chino Alibaba Group. La IA es un campo de batalla donde se mezclan fortísimos intereses corporativos y geopolítica pura y dura. Los drones que utilizan la IA para detectar objetivos son la punta del iceberg de nuevas formas de destrucción que nos recuerdan demasiado al bombardero B-52 de la antes citada “Teléfono rojo” y que al perder la comunicación es responsable de la aniquilación nuclear.

Los movimientos sociales, y más concretamente el antimilitarismo, deben abordar distintas consecuencias del uso de la IA. Las mismas tecnologías de control social que tienen evidentes sesgos racistas ‒se programaron así de manera consciente‒, se están comenzando a usar para la selección de plantillas. Además del control social, el impacto en los medios de comunicación y el sector cultural va a ser enorme. La IA produce los mismos sesgos raciales y patriarcales que tecnologías previa pero con repercusiones más amplias y rápidas. Por otra parte, en las luchas de denuncia del cambio climático se encuentran implicados colectivos de lo más diversos, y en la denuncia y lucha en el campo de la IA debería suceder lo mismo.

Y por supuesto, la denuncia del uso de la IA en un militarismo tecnocráctico que no tecnológico: ya no son militares (de carne y hueso) quienes deciden a quién masacrar. Esta será tarea del algoritmo detrás de una IA, que convertirá esa labor en algo más “aséptico” y “limpio” desde las nuevas formas que adopta el militarismo. ¿Se ha bombardeado población civil? Ya ajustaremos el software, disculpen las molestias. En este caso no habría ninguna responsabilidad política o militar: la culpa es del algoritmo, llévenle a juicio a él.

¿Alucinación consensual masiva?

Anticipando lo que luego sería Internet en los años 90, el ciberpunk William Gibson introdujo en 1982 el neologismo aplicado al ciberespacio como una “alucinación consensual masiva”. En pleno 2024 algo similar sucede con cada oleada de nuevas tecnologías que, usando jerga neoliberal, son “disruptivas” y van a “revolucionar” desde los servicios públicos al mundo del trabajo, pasando por todas las tecnologías relacionadas con el control social y el militarismo. Blockchain, Internet de las cosas, Big Data, Metaverso, IA… Es prácticamente imposible seguir el ritmo de las tecnologías intrusivas, ubicuas y cada vez más complicadas de entender.

¿Se ha bombardeado población civil? Ya ajustaremos el software, disculpen las molestias.

La “alucinación consensual masiva” es la nueva forma que adopta la fe ciega en el progreso y la tecnología. Pero si tenemos claro que el uso de coches de gasolina o diésel, la sanidad privada, la compra de un iPhone, el turismo o los viajes en avión no son actos neutros políticamente, hay que empezar a entender que el uso de productos de Google, Microsoft, Amazon, Facebook o Twitter tampoco… Los bandazos de Elon Musk en Twitter, ahora X, son un buen aviso de que no se puede dar por sentado el uso gratuito y sin censura de herramientas corporativas. La autocensura que usualmente practican las empresas propietarias de las redes sociales nos recuerda que de ninguna manera son servicios públicos y que siempre deben responder ante sus accionistas.

Atascados en la plataforma en tiempos del colapso medioambiental

En su libro Atascados en la Plataforma Geert Lovink nos advierte:

“En Internet hay una enorme diversidad de aplicaciones, ¿verdad? Pero si nos fijamos en los teléfonos de la gente promedio, veremos que hay solo un puñado de aplicaciones clave que se utilizan todo el rato. Seguimos volviendo constantemente a las mismas, a pesar de que ya llevamos más de 10 años buscando alternativas con mucha intensidad. Es mucho tiempo, ¿no? Pero no hemos logrado que la gente utilice la diversidad que existe en Internet, ni siquiera para probarlas”.

Coincido con Lovink en que hay que empezar a usar otras tecnologías, aunque sea simplemente un Plan B ante, por ejemplo, la desaparición o mal funcionamiento de cualquier red social. Nuevos movimientos relacionados con la desobediencia civil y el ecologismo, ahora calificados de terrorista,  han desarrollado un discurso muy sólido en torno al uso de combustibles fósiles, la industria alimentaria y los inminentes colapsos medioambientales que vamos a sufrir.

Hay que prepararse para el uso de nuevas tecnologías y redes, descentralizadas y vinculadas a intereses corporativos. Hay que construir alternativas en los usos de la red que sirvan frente a las nuevas formas de autoritarismo, la defensa del militarismo en conflictos como el de Ucrania o tecnologías cada vez más opacas  e invasivas. Para defendernos de las IA hay ya herramientas. Además de cláusulas que prohíben el uso de materiales por parte de las IA ahora se ha planteado un contraataque.

La lucha contra las IA y la aparición de nuevas herramientas y prácticas no ha hecho más que empezar

Hablamos de Glaze y Nightshade. El equipo del  profesor Ben Zhao de la Universidad de Chicago ha creado Glaze, que aplicado a fotos confunden a los algoritmos de IA y hace que esa imagen no pueda ser usada. Pero más importante nos parece Nightshade: “envenena” el entrenamiento del algoritmo y hace que confunda lo que ha “aprendido” hasta el momento esa IA, pudiendo quedar inservible. La lucha contra las IA y la aparición de nuevas herramientas y prácticas no ha hecho más que empezar.

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