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Huelga feminista
De las cigarreras a las kellys: cien años de mujeres y huelgas
La relación entre mujeres y huelga no es nueva ni exótica. De las cigarreras o las trabajadoras del textil a principios del siglo XX hasta las recientes movilizaciones de las kellys o las gerocultoras de las residencias de Bizkaia, la organización de las mujeres en sus trabajos desborda el contexto laboral y despliega una agenda que va más allá de las reivindicaciones tradicionales sobre el salario.
Los jefes de taller se referían a ella y a sus compañeras como las “niñas”. Si hablaban mucho, las ponían a trabajar de cara a la pared. Algunas dicen haber recibido “azotes”, como recoge Pilar Díaz Sánchez en su investigación.
“Dejabas de estar bajo el mando del padre para estar bajo el mando del jefe de taller”, recuerda Soledad Pérez. Con 15 años, entró a trabajar en Induyco, la empresa más importante del sector textil-confección de Madrid, que abastecía a El Corte Inglés. Creada en 1940, en los años 60 y 70 llegó a dar trabajo a más de 7.000 personas. La mayoría eran mujeres.
Soledad Pérez entró como aprendiza en el año 1972. “Primero quitaba hilos, luego cosía a máquina, poco a poco ibas aprendiendo el oficio y al final terminas en una máquina de coser en cadena haciendo una parte mínima del proceso, que era lo que se hacía en una cadena de producción: es una tarea muy repetitiva y se trabajaba muchísimo”, rememora.
Efectivamente, el trabajo en Induyco era duro. Como recoge Pilar Díaz Sánchez en El trabajo de las mujeres en el textil madrileño, 1959-1986 (Universidad de Málaga, 2001), lo que caracteriza a Induyco es que introdujo el sistema fordista de trabajo en cadena. Quienes tenían que adaptarse a los ritmos que exigía este sistema eran las miles de mujeres, muchas muy jóvenes, sobre las que recaía el mayor peso de la producción.
Sin tenerlo teorizado, las trabajadoras de Induyco —la mayor empresa de confección en los años 60 y 70— participaban de la idea de que lo personal
Pese a la juventud y la ausencia de tradición sindical del grupo, las trabajadoras de Induyco se organizan. “Yo tomo conciencia a través de un grupo de las Juventudes Obreras Cristianas (JOC) de una parroquia; entonces empiezo a ir a reuniones —clandestinas, en esa época— y entro en contacto con CC OO”, recuerda Soledad Pérez. “Sin tenerlo teorizado, participan de esa idea feminista de los años 70 de que lo personal es político”, explica la profesora Pilar Díaz Sánchez. “Se enfrentaban con la Guardia Civil, se organizan y eso les da mucha seguridad”.
Fue esa seguridad la que sostuvo las huelgas de Induyco de 1976 y 1977, que tuvieron una gran repercusión. La primera estalló con el despido de cuatro personas en 1976. Tras el parón de los meses de verano, se inició una huelga secundada por más de la mitad de la plantilla. La empresa respondió cerrando la fábrica. Durante esos días, unas 300 personas iban cada día a las puertas para plantear sus demandas. También iban a las puertas de El Corte Inglés. Eso, subraya Soledad Pérez, nunca se lo perdonó la empresa.
“Todo lo que se consiguió en los años siguientes, como el derecho al divorcio o los derechos laborales de las mujeres, no se hubiera conseguido sin la lucha de estas mujeres anónimas, que fueron empujando y cimentando”, dice la investigadora.
Invisibles en las fuentes
El trabajo de Díaz Sánchez sobre las obreras del textil en los años 70 está fundamentado, en gran parte, en los relatos de las propias mujeres. Porque, muchas veces, las mujeres son invisibles en las fuentes documentales. Así lo explica también José Babiano, historiador y director del Archivo de Historia del Trabajo de la Fundación 1º de Mayo de CC OO, que ha analizado la participación de las mujeres en el movimiento obrero a partir de los años 60.
Para entender el origen de la relación del movimiento obrero con las mujeres, como analiza en Del hogar a la huelga: trabajo, genero y movimiento obrero durante el franquismo (Catarata, 2007), hay que tener en cuenta dos cosas, asegura: la cultura de familia que se basa en la idea de que los hombres tienen que ser capaces de ganar el pan para la familia y la dinámica por la cual, cuando se trata de mujeres y trabajo, proteger es prohibir.
Cuando se le pregunta por una huelga de mujeres que recuerde como icónica, Babiano evoca las huelgas del sector sanitario de los 70
Pese al relato oficial del male breadwinner —el hombre como sustentador único de la unidad familiar— “lo cierto es que el salario del hombre muchas veces no da y que la cultura de la prohibición solo empuja el trabajo de las mujeres a la economía sumergida”. El escenario, entonces, es que hay pocas mujeres en el mercado formal, que además son invisibles en las fuentes y que, pese a ello, tienen una importancia grande en la organización del conflicto. A esta situación, se suma, ya en el periodo democrático, un escenario de generación de empleo público en el que entran muchas mujeres, sobre todo a partir de los años 90.
Cuando se le pregunta por una huelga de mujeres que recuerde como icónica, Babiano evoca las huelgas del sector sanitario de los 70. Lo mismo hace Ana Sigüenza, de CNT, primera Secretaria General de una central sindical de ámbito nacional en España. “Sin hacerla yo, las dos experiencias que me abrieron los ojos fueron la huelga de Sanidad en el 77, que fue tremenda, y la de Induyco”, explica. “Lo que he visto de las huelgas de mujeres es que son huelgas muy decididas, muy solidarias”, argumenta. Pese a que es reticente a establecer diferencias de género –“los hombres también son solidarios”–, reconoce que “las mujeres llevan una carga”. “Cuando han sido niñas, no estaba previsto que trabajaran ni que estudiaran; tampoco estaba previsto que interrumpieron su embarazo o que hicieran planificación familiar, ni que se resistieran a sufrir maltrato por parte de hombres… Pero se deciden, se ven empoderadas, en palabras de ahora”.
Una agenda propia
Como recoge la historiadora Mary Nash en Trabajadoras: un siglo de trabajo femenino en Cataluña [1900-2000] (Generalitat de Catalunya, 2010), pese a que los relatos sobre el movimiento obrero han eclipsado la presencia de las mujeres en huelgas, su participación va más allá de la anécdota. Nash acude a datos del Instituto de Reforma Social para afirmar que hubo un alto nivel de participación femenina en las huelgas entre 1905 y 1921. A principios del siglo XX, en Catalunya, fue el textil el sector que, por su alto grado de feminización, sacó a las mujeres a la calle. La huelga en Vapor Nou en 1909, la de Sedera Pascual en 1914, o la de Fabril Algodonera de Reus en 1915 son solo algunos ejemplos. En 1913 se crea el primer sindicato femenino del Arte Fabril y Textil de Barcelona, La Constancia, de tendencia anarcosindicalista, que impulsó una gran huelga textil que movilizó a entre 13.000 y 22.000 mujeres.
Además, cuando lo hacen, introducen en su discurso una agenda propia que va más allá de la reivindicación salarial. “En la mayoría de los conflictos, las huelguistas se volcaron en demandas laborales generales combinadas con las específicas de género. Aproximadamente el 60% de los conflictos se centraban en la exigencia de un aumento salarial, demanda poco sorprendente, ya que las mujeres sufrían una acusada discriminación retributiva. Otras demandas habituales se referían a la disciplina, el despido, los horarios de trabajo, las relaciones con los mandos, el rechazo al acoso sexual o la atención a la maternidad”, recoge Nash en su investigación.
Una consulta a la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo ayuda a completar ese panorama y deja claro que la participación de las mujeres en huelgas, no solo laborales, ha sido una constante. Además de protagonizar los motines del pan, y de ostentar un papel fundamental en las huelgas de alquileres de los años 30 —que tuvieron especial incidencia en Barcelona y Sevilla—, organizan revueltas con sello propio, incluso cuando su trabajo es sumergido y precario.
Una muestra del potencial organizativo de las mujeres es el de las cigarreras. En Gijón, cientos de mujeres fueron a la huelga en 1903 cuando la empresa quiso imponerles un trabajo más laborioso a menor precio
El escritor José Antonio Jiménez Cubero recoge la experiencia del Sindicato de Empleadas del Servicio Doméstico, de la CNT, que en 1936 presentó en el ayuntamiento de la localidad las bases de trabajo para regular su actividad profesional, previamente aprobadas en asamblea. Ante la indiferencia de los patronos, las mujeres fueron a la huelga. Apenas dos meses después, el 12 de agosto de 1936, la localidad fue ocupada por las tropas sublevadas y comenzó un ajuste de cuentas en el que decenas de ellas fueron asesinadas, como recoge Jiménez Cubero en Cazalla de la Sierra: Crónica de la infamia franquista (autoedición, 2014).
Una muestra del potencial organizativo de las mujeres es el de las cigarreras. En Gijón, por ejemplo, cientos de mujeres fueron a la huelga en 1903 cuando la empresa quiso imponerles un trabajo más laborioso —liado de tabaco fino y de peor calidad— a menor precio.
Como ejemplo de la capacidad de organización de las mujeres, Pilar Díaz Sánchez llama la atención sobre el “paro de las tricotosas”, que ella documenta en un artículo de la revista Espacio, Tiempo y Forma organizado por un grupo de mujeres que trabajaba con sus máquinas de coser en sus domicilios, en una zona de Córdoba. Según constata con fuentes orales y alguna publicación comarcal, todas las chicas que trabajaban en casa pararon la producción durante unos días en demanda de mejoras salariales en una barriada del pueblo de Posadas después de que les bajaran el precio de la labor. “Durante varios días, no se oyó una máquina en todo el pueblo de Posadas. Al final la huelga se ganó y el precio de la labor se subió, pero lo más significativo de este proceso fue el interés que resaltan todas las mujeres en demostrar que esto se hizo sin líderes, ni dirigentes”, recoge Díaz Sánchez.
Nuevo viejo sindicalismo
“La relación que existe entre mujeres y movimiento obrero es histórica”, explica Isabel Benítez Romero, socióloga y coautora de Panrico, la vaga més llarga (Ediciones del 1979, 2016). “En general, en el movimiento obrero desde el inicio del siglo XIX vas a encontrar mucha movilización de mujeres, sobre todo por la segregación sexual que hay en el mercado de trabajo, y también por la feminización que se da en algunas industrias o ramos”, analiza Benítez. “Pese a que las dificultades estructurales desincentivan la participación, su presencia no es exótica”.
De un ejemplo reciente, el de las gerocultoras de Bizkaia, habla Ainhoa Pérez Liedo, delegada sindical de ELA y trabajadora de la residencia Fundación Aspaldiko. “Los ancianos empeoraban y la situación era insostenible”, dice sobre los motivos de la huelga. “El trabajo principal era concienciar a la sociedad, porque no se podía intentar hacer valer una labor fundamental cuando la gente lo desconoce”. El conflicto, que acabó en octubre de 2017, se prolongó durante casi dos años en los que se han producido 370 días de paros. Sin embargo, “no nos ha dado tiempo a decaer, porque veíamos que teníamos razón y que no se trataba solo de nuestras condiciones laborales sino de las condiciones de los ancianos ”.
“Aunque el activismo discursivamente esté en las plataformas sindicales, el protagonismo lo tienen las mujeres, y además las más precarias”
¿Qué ocurre cuando las mujeres participan en el movimiento obrero? “Pues que van a desplegar una agenda reivindicativa más amplia de la economicista y salarial inmediata”, dice Benítez. “Sí, van a reclamar un salario digno, cuando además tienen una situación peor que la de los hombres, pero normalmente tienen una perspectiva más a medio plazo e incorporan aspectos de la vida cotidiana como la cuestión medio ambiental, conciliación, distribución de horas, esfuerzo físico, o la salud”. Para Benítez es significativo, por ejemplo, que las trabajadoras de Bershka que organizaron en octubre de 2017 la primera huelga indefinida contra Inditex incluyeran en sus demandas medidas de conciliación. También menciona a las kellys como ejemplo de la capacidad organizativa de sectores precarios y muy feminizados.
¿Hay un nuevo sindicalismo protagonizado por mujeres? “Esto del nuevo sindicalismo es el nombre que le estamos dando al hecho de recuperar las herramientas clásicas del sindicalismo de clase”, puntualiza Benítez. “Sí que están reanimando una agenda sindical que estaba un poco en segundo plano, pero herramientas nuevas no sé si hay”, dice. Y pone en valor: “Aunque el activismo discursivamente esté en las plataformas sindicales, el protagonismo lo tienen las mujeres, y además las más precarias”.