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Filosofía
Alicia Puleo: “El ecofeminismo nos recuerda la ayuda mutua de la naturaleza, que la vida buena es solidaridad”
Alicia H. Puleo es filósofa, profesora y escritora. Catedrática de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valladolid, dirige desde hace cuatro años el curso online Ecofeminismo: Pensamiento, Cultura y Praxis, que ha formado a más de mil personas de distintos países. Dirige la colección Feminismos de Editorial Cátedra desde 2014, y en 2020, el Senado de la República Argentina, a propuesta de la Red de Defensoras del Medio Ambiente y el Buen Vivir le otorgó la distinción Berta Cáceres por sus contribuciones a la filosofía ecofeminista. Con motivo de su visita a Galicia como ponente en la XL Semana Galega de Filosofía: Filosofía y Tiempo, en una mesa titulada “Filosofía y ecofeminismo en tiempos de Hybris”, conversamos con Alicia H. Puleo sobre filosofía, ecofeminismo e Ilustración.
Puleo ha escrito libros que hoy son una referencia como Filosofía, Género y Pensamiento crítico, Ecofeminismo para otro mundo posible o Claves ecofeministas para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales o su obra más reciente Ideales ilustrados: La Encyclopédie de Diderot, D’Alembert y Jaucourt.
¿Cuándo empieza su historia con la filosofía y qué significa para usted?
Empezó bastante pronto. Yo era una gran lectora de pequeña. Entonces, comencé a interesarme por la filosofía a través de la literatura, particularmente de las novelas rusas y francesas de finales del siglo XIX y principios del XX que había en mi casa. En ellas se trataban temas como la existencia de la realidad y, en fin, distintos temas filosóficas que llamaron mi atención. Después empecé a leer algunas biografías, como la de Stefan Zweig sobre Erasmo de Rotterdam, una biografía que abrió mi curiosidad por este tipo de figuras filosóficas. Ya en la adolescencia, empecé a leer los textos filosóficos de Platón, Sartre… Pero sin duda, un libro que me impactó mucho en aquel momento fue el Segundo Sexo de Simone de Beauvoir.
La filosofía la entiendo como un pensamiento crítico, como algo que nos permite mirar mejor: como una mirada distinta de la realidad que nos permite imaginar otros mundos posibles.
Estuvo en la en la Semana Galega da Filosofía presentando una ponencia que se titulaba Filosofía y ecofeminismo en tiempos de Hybris. ¿Por qué vivimos en tiempos de Hybris?
El concepto de hybris se refiere a la 'desmesura' y es central en el pensamiento de la Grecia clásica. Es un concepto muy útil para entender nuestra actualidad. Vivimos en tiempos de desmesura: el sistema en el que nos encontramos, el capitalismo neoliberal, es una hybris que ha incrementado la crisis ecológica, acelerando los tiempos de vida no sólo de los seres humanos, sino también de los animales. La hybris es no ponerse límites, no admitir ningún límite.
Pensemos, por ejemplo, en lo que es la producción ganadera industrial: una auténtica monstruosidad que consiste justamente en una aceleración y en un no respetar los ciclos de vida. Lo mismo con la agricultura y la utilización intensiva de toda clase de agrotóxicos que aceleran los ciclos de las plantas y cuyo objetivo es aumentar sin cesar el beneficio. Tenemos otros ejemplos de hybris en la idea de felicidad basada en el consumo o en el clima prebélico que se nos quiere imponer, el cual podría llevarnos a una III Guerra Mundial o a un enfrentamiento entre potencias nucleares. Para los griegos la desmesura era el peor error que se podía cometer.
Vayamos con la otra palabra del título de su ponencia: ecofeminismo. Ha comentado que el feminismo y el ecologismo son los dos movimientos sociales fundamentales del siglo XXI, y también ha planteado que existe una relación de enriquecimiento mutuo entre ambos. ¿Qué es el ecofeminismo? ¿Qué relación guardan los dos términos entre si?
Lo primero que cabe indicar es que el término ecofeminismo fue empleado en los años setenta por la pensadora francesa Françoise d'Eaubonne. En aquel momento, había un punto de conexión entre la preocupación del ecologismo por el crecimiento excesivo de la de la población mundial y la lucha feminista por el derecho de las mujeres al aborto y por el acceso a anticonceptivos. Ella dijo que no se habría llegado a una situación como la que se estaba viviendo si las mujeres no hubieran sido forzadas a ser madres a lo largo de la historia. Ese fue el punto inicial.
Pero por supuesto que hay una conexión entre muchísimos otros aspectos. Hay una relación de enriquecimiento mutuo en la medida en que el feminismo, a través del ecologismo, adquiere consciencia tanto de los límites ecológicos del planeta como de los daños que sufren las mujeres por el deterioro ambiental. Tal como ha demostrado la medicina ambiental, aunque todos los seres humanos o todos los animales —humanos, inhumanos— somos vulnerables a los agrotóxicos y a otros tóxicos ambientales, las mujeres lo son particularmente más, especialmente las mujeres pobres y rurales del sur. Esta conciencia la adquiere el feminismo gracias al ecologismo.
El ecologismo adquiere del feminismo la conciencia social de igualdad entre hombres y mujeres, y la comprensión de ciertas dinámicas de género que influyen en la crisis ambiental. Toda una serie de comportamientos relacionados con los mandatos de género tienen que ver con las dificultades que se encuentran para cambiar los modos de vida. Podemos percibir esto en el uso del coche, que para muchos resulta una muestra de poder, o en la industria de la moda para las mujeres donde lo que se intenta vender va asociado a formas de seducción que siguen unas normas de género. Son dos ejemplos que tienen un gran impacto ambiental y que se relacionan con los estereotipos de género.
¿Sería algo así como como dos procesos que van imbricados? El uno con el otro.
Sí. Son dos procesos que van imbricados y, hasta hace poco, feminismo y ecologismo no se reconocían entre sí. El ecofeminismo sí comenzó a reconocerlo hace tiempo, pero siempre fue un una rama o corriente minoritaria dentro del feminismo. Ahora está en un proceso de auge y tanto en el feminismo se está escuchando al ecologismo como en el ecologismo se está escuchando al feminismo.
Ha comentado que en los movimientos ecologistas y en el activismo contra la crisis climática suele haber una mayor presencia de mujeres.
Es cierto, las mujeres son las bases del movimiento. Pero sobre esto cabe indicar que muchas veces, ahora un poco menos, ocurría que mientras los hombres ocupaban las posiciones de representación del grupo, por ejemplo hablando en entrevistas, las mujeres eran responsables de las tareas y acababan relegadas en términos de visibilidad. Muchas estudiantes me han comentado que esto también sucedía en grupos ecologistas más pequeños. Estos son aspectos que el feminismo ha ido denunciado y que se están corrigiendo.
Ha señalado que al ecofeminismo le subyace una “hermenéutica de la sospecha”, y que este interpreta que la subordinación del colectivo femenino está vinculada con las relaciones de dominación humana sobre la naturaleza no humana. La crítica ecofeminista se sumerge entre los fragmentos de vida aparentemente inconexos (los cuerpos, la alimentación, la cultura, la economía...) y nos propone una interpretación que pone en primer plano que todas las cosas se relacionan entre sí. Pero ahí se corre el riesgo de caer en posiciones esencialistas y/o mistificantes, por ejemplo, sobre la “naturaleza”. Que haya algo así como una esencia a preservar, inmutable, exterior a nosotros. ¿El ecofeminismo es un esencialismo? ¿Postula algo así como una verdad última sobre el ser que debe desvelarse?
Cuando comencé a trabajar en el ámbito del ecofeminismo, una de mis preocupaciones fue desarrollar un ecofeminismo que no fuese esencialista. Un ecofeminismo que no planteara que las mujeres son, en esencia, más próximas a la naturaleza o más adecuadas para la lucha ecologista. Esta perspectiva parte de que todos los seres humanos somos naturaleza y somos cultura, y de que en todo lo que existe en nuestro mundo siempre hay algo de de ambas cosas.
Ahora, con respecto a la a la naturalización de las mujeres, diría que esta naturalización ha sido utilizada históricamente para subordinarlas. Ahora bien, discrepo con algunos de los discursos actuales sobre la naturaleza como cultura. Lo he observado en algunos pensadores, incluso cercanos al transhumanismo. En ellos se da cabida a la idea de que no hay naturaleza, de que todo es cultura, con lo cual se legitima la intervención y la mercantilización del mundo natural.
En una conferencia, una asistente me dijo que una lata de Coca Cola tirada en un bosque es tan natural como el bosque. Según esta idea, lo fundamental para discernir lo que es o no es naturaleza es si aquello está o no compuesto por materia: todo lo que existe está compuesto por materia y la materia, transformada o no, es materia. Esa materia es parte del ser que existe. Entonces, le llamaríamos naturaleza a cualquier cosa, incluso a una lata de refresco. Algunos de estos discursos constructivistas son la antesala de la irrupción totalmente mercantilizadora en el mundo natural.
Para pensar la naturaleza debemos considerar como llegó a su estado después de un largo proceso de millones de años, además del equilibrio ecosistémico al que llegó, siempre frágil, con transformaciones, pero sin la mano del hombre. Cuando hablamos de naturaleza en este sentido, como factum y realidad y no en un sentido mistificador, estamos hablando de salud: porque dado que somos parte del ecosistema, si el ecosistema se destruye, enfermamos y se da la posibilidad de nuestra propia muerte.
Una de sus ramas de investigación es la referida a la Ilustración. Buena parte de las izquierdas y los movimientos sociales tienen una percepción negativa-crítica de la Ilustración. Muchas veces se entiende como sinónimo de metáforas mecanicistas y embrutecimiento, de la exclusión de las emociones, del dualismo cartesiano, de la legitimación de la industrialización y la modernidad capitalista. ¿Cuál es su evaluación del proyecto ilustrado? ¿El ecofeminismo es un movimiento ilustrado?
En una ocasión invité a Val Plumwood, una filósofa ecofeminista australiana ya fallecida, a un congreso en la Complutense en el que conversamos sobre la Ilustración. Le dije que estaba de acuerdo con ella en casi todo excepto en su rechazo absoluto de la Ilustración, y ella me respondió que tampoco la conocía demasiado.
A menudo se toman a uno o dos pensadores y no se recorre ni la variedad de la Ilustración ni lo que significó en su contexto. La Ilustración fue una lucha contra los poderes establecidos en su momento, que eran, fundamentalmente, la unión de la Iglesia y el Estado, y también fue la protesta contra la imposibilidad de expresar las opiniones propias que no eran acordes con el dogma. En la Ilustración francesa, que es en la que yo me he especializado, vamos a encontrarnos con autores como Diderot o Maupertuis que han criticado los procesos de colonización, y que han desarrollado un materialismo panenergetista que hoy está volviendo con el auge de los nuevos materialismos. En gran medida, estos han sido precursores ignorados de muchas de nuestras posiciones.
Con respecto a las emociones no es verdad que la ilustración fuera un intelectualismo árido y seco. Lo que sí fue un intelectualismo, o más bien, un rechazo de las emociones, fue el racionalismo del siglo anterior. Entonces, ¿qué pasa? Que a veces se habla de la ilustración uniendo los dos siglos, el XVII y el XVIII, pero ese rechazo de las emociones como perturbaciones del alma era más propio del XVII. En el XVIII, en cambio, se desarrolla un cultivo de las emociones que desembocará en el romanticismo. Cuando comienzas a meterte en un período histórico de pensamiento te das cuenta de que no se puede esquematizar tan fácilmente y que a veces hay ideas preconcebidas erróneas.
Yo sostengo que necesitamos una Ilustración de la Ilustración. En mi último libro Ideales Ilustrados trato de hacer una revisión crítica de la Ilustración para ver qué se puede rescatar de la misma y qué cosas pueden sernos útiles hoy.
El ecofeminismo comparte con otros movimientos contestatarios esa idea negativa de la Ilustración, pero no hay duda de que finalmente los conceptos de igualdad, libertad y solidaridad, o incluso la apertura de la ética más allá de un antropocentrismo que lo limita todo a la humanidad, tienen sus raíces en la ilustración. Por ejemplo, la crítica al trato dado a los animales comenzó ahí.
Me llamó mucho la atención esto que respondió en una entrevista: “En algunas obras de la Ilustración Francesa, me llamaron la atención ciertos indicios claros de que había existido una fuerte resistencia femenina a las ideas de Descartes sobre los animales. Rastreando en textos de la época, descubrí que se reprochaba a las mujeres que dedicaran sus cuidados a sus animales de compañía. Se las exhortaba a centrarse únicamente en su familia y algún filósofo llegó a sostener que adoraban y defendían a los animales porque 'los autómatas' halagaban su ego con su aparente apego incondicional”. ¿Qué nos dice esta sensibilidad por los animales? ¿Se puede medir el nivel moral de un pueblo por el trato que da a los animales?
La frase de Gandhi de que se puede medir el nivel moral de un pueblo por el trato que se da a los animales me parece bastante acertada, y es un aspecto muchas veces olvidado de este autor.
El hecho de que Descartes haya planteado que los animales eran incapaces de sufrir, que eran simples autómatas, como robots, y que por lo tanto no sufrían facilitó el desarrollo de los laboratorios de disección y permitió la explotación total de los animales en un momento histórico que constituía una especie de protocapitalismo. En esa época muchas mujeres y el mismo Voltaire combatieron la idea de Descartes y abrieron el camino a una crítica de lo que en filosofía denominamos el abismo ontológico entre humanos y animales. Esa crítica implicaba abrirse a la compasión como una capacidad que tenemos, como una virtud.
No todas las mujeres tienen esa sensibilidad con respecto a los animales, pero estadísticamente es cierto que las mujeres sí son una mayoría reconocida en todas las asociaciones en defensa de los animales, o incluso en el cuidado doméstico con respecto a los animales de compañía. Lo que tengo planteado es que en esa sensibilidad con los animales las mujeres estaban haciéndole una especie de huelga de celo al patriarcado. Una huelga de celo porque estaban cumpliendo, digamos, con las demandas de cuidar que siempre se le hicieron a las mujeres, pero haciéndolo, en vez de con los objetos que se les proponen (los hijos, los parientes enfermos, las personas mayores de la familia, el marido…), con los seres que el patriarcado despreciaba. Aquí hay una rebeldía, aunque no siempre fuera entendida como tal por las propias mujeres. Una rebeldía contra los rangos y contra la organización jerarquizada que el patriarcado establece.
Actualmente, estamos viendo a muchos varones que empiezan a abrirse a esa sensibilidad, a los que considero disidentes de género. Son disidentes de género en el sentido de que se han abierto a una relación de cuidado hacia los animales: de cuidar a un ser al que se considera, en principio, para usar o matar.
Durante el tratamiento oncológico de mi abuela recuerdo cómo ella, después de llegar absolutamente fatigada, asistió al atropello de su perra, que casi muere en el acto. Recuerdo que mi abuela lloraba desconsolada y estaba desgarrada con el dolor del animal. Muchos a su alrededor, especialmente los varones de la familia, decían “que solo era un perro”. Había en aquella actitud de mi abuela un desafío al abismo ontológico entre humanos y animales.
Desde luego que si. Y una incomprensión: porque el mandato de género hacia los varones no es la exposición hacia la vulnerabilidad, sino hacia otro tipo de normas.
Quería acabar preguntándole por la relación entre lo masculino y determinadas formas políticas y culturales autoritarias-neoliberales. Comentaba en una entrevista: "Lo que ocurre en este momento histórico es que los modelos masculinos tradicionales basados en la competitividad, la violencia y el riesgo (el guerrero, el cazador, el bróker…) son poco adecuados para enfrentarnos a los nuevos desafíos del milenio, en particular al reto de lograr un mundo sostenible y no un planeta devastado en el que las generaciones futuras no puedan llevar una vida digna”.
Con esta frase suya no pude evitar pensar en que hay algún tipo de relación entre los mensajes de Llados Fitness llamando a hacerse unos burpees a las cinco de la mañana, a trabajar duro y ganar mucho dinero para ser mejor que el resto, y los mensajes belicistas en torno a invasión rusa en Ucrania o el exterminio en Gaza. Tengo la sensación de que en todos los elementos capilares de la sociedad están ascendiendo los guerreros, cazadores y brokers como nuevos referentes, y que estos están trasladando un mensaje claro: tenemos que prepararnos para la guerra, la rapiña y el dominio de los unos a los otros. ¿Cómo interpretas estos discursos?
Pues son son muy preocupantes, desde luego, y sin duda son expresiones de modos de pensar y de actuar que corresponden a la voluntad de dominio patriarcal. En el núcleo mismo del patriarcado lo que encontramos es el mandato de la dominación. Dominación que puede ser sobre el resto o sobre el propio cuerpo. Esos discursos son muy peligrosos y desgraciadamente nos encontramos con muchos de ellos a través de Internet. Me hacen pensar en esa frase de Petra Kelly, la ecofeminista pacifista, que señalaba que sino llegábamos a cambiar esta forma de ver la vida y de ver el mundo, el patriarcado terminal nos iba a llevar a una catástrofe ecológica o a una guerra nuclear.
El ecofeminismo tiene aquí mucho que decir frente a estas visiones del mundo. Nos recuerda que existe la ayuda mutua en la naturaleza, que no todo es competición y y que la felicidad no se consigue de esa manera. Hoy necesitamos cuidado, solidaridad, sororidad y otra forma de entender la calidad de vida. Lo que se llama en ética la vida buena. Estas perspectivas tienen su reflejo en algunas cosmovisiones de la Abya Yala, del mundo indígena en América Latina, como la Sumak Kawsay (vida buena), que ponen en primer plano que la calidad de vida es, además de tener lo que se necesita para para vivir, apreciar lo que realmente vale: las relaciones con los otros, la amistad y la naturaleza.
Estas concepciones me han hecho recordar la visión epicúrea. Lo planteo en claves ecofeministas: el pensamiento de Epicuro se parece a estas visiones de la felicidad y la vida buena, en la medida en que sostenía que no se necesitan objetos lujosos para ser felices. Lo que se necesita, además de lo básico, es de la amistad y el cultivo del pensamiento. Y de disfrutar de la naturaleza. Hacer lo que reclaman los textos epicúreos: sentarse junto a un rio en compañía de los amigos y discutir con ellos es un modelo de felicidad.