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Enfoques
Vivir sin espejos en la mayor cárcel para mujeres de Nueva York
Un trabajo de la fotógrafa Clara Vanucci se adentra en el interior del centro penitenciario para mujeres de Rikers, en Nueva York.
Situado en una isla en el East River, entre los distritos del Bronx y Queens, el complejo de Rikers Island es el mayor centro penitenciario de Nueva York, aunque la mayor parte de sus hoy 7.300 personas reclusas no han sido condenadas en firme y viven a la espera de juicio.
La fotógrafa Clara Vannucci comenzó a trabajar en uno de esos centros en 2009. El aterrizaje de esta fotógrafa, su trabajo en Rikers Island, se desarrolló en el módulo de mujeres maltratadas, una sección en la que están encarceladas mujeres que en el pasado fueron víctimas de violencia machista y abusos sexuales y cuyos crímenes están vinculados con esas experiencias. Su situación les permite algún contacto con sus hijos en las fiestas navideñas, el día de la madre y Acción de Gracias.
Una de las presas a las que Vanucci retrató fue Arlene Adams, que contó su historia en The New York Times en septiembre de 2019. Su vida antes de pasar por Rikers es la de una de tantas mujeres que han pasado por el módulo. Golpeada y violada por su entonces pareja, un día dijo basta. Con un cuchillo se liberó de su maltratador. Y cumplió su pena. Primero, esperando durante 18 meses el juicio. Después, tras un acuerdo por el que pasó los siguientes cinco años a la sombra. Hoy, Arlene Adams es abogada. Su propósito es defender a hijos e hijas de personas encarceladas.
Aunque suena como otro relato de redención al genuino estilo americano, la vida de Arlene Adams es una excepción en un sistema que ofrece más ejemplos de lo contrario. Nicholas Feliciano intentó suicidarse en diciembre de 2019. Estaba en una celda de aislamiento. Los agentes de la prisión vieron, a través del circuito cerrado de cámaras, cómo colgaba durante siete minutos de una tubería. Feliciano llegó en coma al hospital. El joven tenía problemas de salud mental, como cuatro de cada diez personas presas en Rikers.
Uno de cada cuatro encarcelamientos en todo el globo lo están en Estados Unidos. El sesgo racial es una denuncia clave de los movimientos latinos y afroamericanos del país. Las peculiaridades de Rikers, el hecho de ser un complejo en el que también se encuentran detenidos adolescentes y menores de edad, lo convierte en un nombre asociado a la injusticia del sistema de justicia.
La disputa entre libertad y seguridad es uno de los vectores de disputa política del siglo XXI. En Nueva York, la teoría de “ventanas rotas”, que impuso en los años 90 el alcalde Rudolph Giuliani a través de los programas de “tolerancia cero” y “calidad de vida”, ha creado en Rikers un auténtico depósito de pobres.
El actual alcalde neoyorquino, Bill de Blasio, ha anunciado su intención de que Rikers cierre en 2027. Aunque la población de Rikers ha descendido desde el récord que se produjo durante el mandato de Giuliani, el hostigamiento contra los reclusos —y los episodios de violencia entre presos y presas— ha seguido aumentando año tras año. Como relató la serie The night of, en la que Rikers es uno de los escenarios, la situación de hacinamiento en el complejo penal deriva en una doble condena para la población de esta isla.
La condena, como explica Clara Vannucci con su trabajo, se extiende a sus familias. Los trayectos en bus y ferry hacia Rikers se hacen eternos, la política penitenciaria les lleva a ser sujetos de cacheos largos y humillantes —aunque la mayor parte de la droga o las armas con las que trapichean los presos no han entrado en las visitas familiares— y la imposición de fianzas, independientemente de su importe, es una losa para personas que pasan meses e incluso años a la espera de juicio por delitos menores. La trabajadora social Mary E. Buser ha explicado cómo la estancia en Rikers antes del “día del juicio” lleva a la población reclusa a aceptar acuerdos judiciales perjudiciales, a aceptar la culpabilidad para cambiar de prisión.
Clara Vanucci aprendió que una de las medidas de seguridad impide a las presas de Rikers tener espejos para verse. “Algunas de estas mujeres encarceladas no han visto sus caras en años”, relata Vanucci, que quiso que sus fotos ofrecieran un espejo a las presas. Su trabajo no se ciñó al interior del módulo de maltratadas. Acompañó a sus familiares y fue a los barrios de donde salieron aquellas víctimas del sistema penal. Tras el objetivo de su cámara, Vanucci halló la zona cero de un sistema que condena, antes que nada, la pobreza.