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Antiespecismo
Siguiendo las huellas de los animales en tiempos de guerra
Desde el punto de vista de un perro, un cerdo, una paloma y una ardilla, Ucrania no existe. Tampoco Rusia. Los estados y las naciones son irrelevantes para los animales, o mejor dicho: los animales no son conscientes de cómo tales órdenes repercuten en sus vidas. Esta repercusión, además, no siempre es significativa. Sin embargo, dentro de cierto tipo de relaciones humanas es decisiva: durante la guerra.
La nación y el estado son el combustible de la guerra. Esta obviedad queda reflejada por una definición simplificada e inferida del “Gran Diccionario de la Lengua Polaca”. En él se define la guerra como “una lucha armada organizada, generalmente llevada a cabo a gran escala durante un largo periodo de tiempo, en la que participan estados, naciones o grandes grupos sociales”. La escala y la duración hacen de la guerra un fenómeno total. Irrumpe en numerosos aspectos de la realidad, se apropia de ellos violentamente y los domina, tanto en la vida social como en la individual.
Dado que la vida humana inevitablemente conlleva una coexistencia entre especies, es comprensible que la guerra también tenga una dimensión no humana. En su marco se decide también la vida de los animales, su calidad y su duración. Esta dimensión extrahumana no está separada de la humana, aunque pueda ser selectivamente silenciada dentro de la narrativa de la guerra, borrada de la historia. “Víctimas silenciosas de la guerra” —se dice de los animales que viven y mueren durante los conflictos armados. Ese silencio no se debe a su naturaleza muda. Se debe más bien a la naturaleza del hombre, a su indiferencia, a su incapacidad de escuchar y a las omisiones derivadas de su incontrolable necesidad de ocupar el centro de atención.
Implicados en la guerra
La guerra es siempre una empresa colectiva. Ciertamente, es posible afirmar que los estados libran guerras y que las naciones participan en ellas, aunque esto no implica necesariamente su unanimidad a la hora de valorar esta participación. ¿Podemos decir que otros animales libran nuestras guerras con nosotros y participan en ellas? No, eso sería un abuso. Lamentablemente, conocemos este abuso tanto de la historia como del presente. En la guerra de Ucrania, está siendo perpetrado por ambos bandos beligerantes.
Un ejemplo emblemático de este abuso es la historia de Wojtek, el oso domesticado a quien le tocó vivir durante la Segunda Guerra Mundial entre los soldados del II Cuerpo Polaco del general Władysław Anders. Su imagen puede verse en la bandera de la 22ª Compañía de Suministros de Artillería. Por lo que cuentan, en Montecassino, imitando a los humanos, ayudaba a transportar cajas de munición, por lo que así es como quedó inmortalizado: cargando un cartucho de artillería. No tenía conciencia de para qué se le utilizaba ni contra quién. La historia escrita desde su perspectiva sería diferente, desprovista del patriotismo y de las divisiones que éste crea y de las que es producto. Es mucho más honesto llamar a Wojtek víctima de la guerra que héroe de la misma. Está claro que estuvo trágicamente implicado en una guerra que no era suya.
Patron no es ni el primero ni el único animal expuesto al riesgo de discapacidad o muerte dentro de las actividades de diversos servicios, pero de su ejemplo se desprende claramente que, si es necesario, la explotación también va acompañada de una intensa explotación simbólica
Hoy estamos observando la trayectoria vital del perro Patron, que el ejército ucraniano, o más bien el estado como tal, utiliza para sus necesidades. Su nombre puede traducirse como “bala” y es una prueba contundente de la naturaleza apropiadora de la guerra que estigmatiza hasta con los nombres. La historia de este pequeño y adorable perro ha sido reproducida por los medios de comunicación en numerosas partes del mundo. Se le llama perro zapador y, efectivamente, fue entrenado para detectar minas. Se afirma que encontró cientos de ellas antes de convertirse en un personaje público, es decir, antes de que se creara una historia socialmente útil a su alrededor. Sus imágenes —que también adornan los murales de las ciudades ucranianas y los sellos de correos— son extremadamente populares. También pueden encontrarse en los comunicados oficiales de las autoridades ucranianas. Patron no es, por supuesto, ni el primero ni el único animal expuesto al riesgo de discapacidad o muerte dentro de las actividades de diversos servicios, pero de su ejemplo se desprende claramente que, si es necesario, la explotación también va acompañada de una intensa explotación simbólica.
Fuera de control
De por sí, no tiene por qué ser algo malo. Mientras no tenga un impacto negativo en la vida del animal, parece aceptable que se utilice el interés y el afecto que despierta, por ejemplo para promover la concienciación sobre la amenaza de las minas o para apoyar la salud mental de los niños. Algo parecido ocurre también con los cerdos, por ejemplo. Estos animales son explotados y asesinados de forma rutinaria, haya o no guerra, pero también existen asilos donde se les respeta y se les permite vivir de acuerdo con sus necesidades. Los cuidadores de estos pocos supervivientes no dudan en compartir fotos e historias de sus protegidos, por lo que, a su manera, estos animales también se utilizan simbólicamente para lograr un objetivo socialmente útil: en este caso, la extensión de la protección de los animales. Con su ejemplo, los asilos quieren motivar a otros y demostrar que la gente es capaz de relacionarse sin violencia con animales cuyo estatus social es dramáticamente bajo y que rara vez reciben cuidados.
Volviendo a Patron, quizá sería injusto asumir anticipadamente que le dañe cuando se le hace viajar a las reuniones con niños, se le fotografía compulsivamente para que aparezca en las redes sociales o se le lleva a una ceremonia, como cuando UNICEF le concedió el título de Perro de Buena Voluntad o cuando el Presidente Volodymyr Zelenski le honró con un premio especial. Pero, ¿es posible considerar que el alboroto que le rodea no es problemático? A Patron no le importa cómo se utilice su imagen. Sin embargo, la forma en que se hace tampoco es indiferente, ni para él, ni para los demás animales.
Antiespecismo
Nuestra alimentación nos lleva a la extinción
En el caso de los cerdos mencionados, su inclusión en una historia sobre la que no tienen ningún control se justifica por un objetivo perfectamente noble. Por desgracia, la historia construida en torno a la vida de Patron tiene un lado más oscuro: normaliza aquellas formas de trato a los animales que pueden acabar trágicamente para ellos. La no-guerra llena de muerte Por supuesto, los humanos continuamente explotan a otros animales a escala masiva de muchas formas que resultan trágicas.
Algunos modelos de dañarlos no pueden ser desmontados ni siquiera por un fenómeno tan total como la guerra. Se la asocia con la destrucción, pero paradójicamente también tiene el poder de construir y perpetuar. El sociólogo Randall Collins, investigador de la teoría del conflicto social, ha escrito sobre una propiedad similar de la violencia como tal, señalando que es un fenómeno ambiguo entre la destrucción y la creación de orden. Además de reforzar los discursos etnocéntricos y una funcionalidad específica -—movilizadora, consolidadora y defensiva— del orden nacional, la guerra reproduce y perpetúa algunas de las jerarquías y categorías a las que están sometidos los animales en una época sin guerra.
Si un animal nace como cerdo, vaca o pollo y se le imputa pertenecer a un grupo de los denominados animales de cría, su miserable destino es, en la mayoría de los casos, previsible: la guerra no viola fundamentalmente este principio. Cuando no hay guerra, se espera de ese animal una utilidad concreta, se le proporcionan unas condiciones de vida mínimas y luego se le mata. El tiempo de no - guerra está lleno de este ritmo mortal, y su continuidad es un marcador de una época de prosperidad. Son los años gordos de la producción animal sin perturbaciones. A escala global, cada día se mata a más animales de este tipo que víctimas humanas ha habido en todas las guerras hasta la fecha.
Sin salvación posible
Mientras continúa la guerra, el cómodo escenario tanatopolítico puede verse alterado por la violencia de otro tipo. Sabemos por muchos relatos que las tropas del agresor ruso están destruyendo deliberadamente granjas y fincas ucranianas, matando y mutilando a millones de animales. Es uno de los elementos de la guerra alimentaria, cuya perfidia hemos observado casi desde el principio de la invasión. El hecho de que los animales se conviertan en objetivo militar está estrechamente relacionado con su estatus durante el período sin guerra: sencillamente se les sigue tratando de forma extremadamente instrumental.
Es cierto que la guerra interrumpe su explotación estable, el funcionamiento de las industrias que se benefician de la vida y la muerte de los animales se dificulta mucho, pero finalmente, en una alianza fatal, ambos bandos acuerdan que estos seres están totalmente subordinados a los humanos y para ellos. El hecho de convertirlos en blanco de ataques demuestra adicionalmente, de forma perversa, una falta de respeto, porque en realidad los animales dañados no son ni siquiera el objeto per se de la agresión. Su sufrimiento y daño tienen una importancia secundaria para el agresor, se supone que su terrible destino es una molestia para la población y el estado.
Lo que ha de ser doloroso es que no se les permita crecer hasta la matanza estándar y que el enemigo no pueda utilizarlos eficazmente. La irrevocabilidad de la sentencia para estos animales y la inviolabilidad de su estatus de recurso natural que les conceden ambas naciones beligerantes también puede observarse en la forma en que se define lo que es el rescate en su caso. Son conocidas las reubicaciones de animales calificados “de cría” cuando se vieron amenazados por las acciones bélicas directas en Ucrania. Sin embargo, su objetivo no eran los asilos. Por lo tanto, es difícil decir que fueran supervivientes. Tampoco refugiados.
La guerra de Ucrania de forma singular ha ampliado el significado del término “refugiado”, dándole una dimensión no humana. Muchos animales, sobre todo perros y gatos, encontraron refugio y cuidados fuera de Ucrania. Los procedimientos en la frontera se simplificaron y los medios de comunicación tuvieron el valor de llamarlos refugiados. Sin embargo, nadie se ha preocupado de forma similar por los animales que hoy se clasifican como de granja. No hay naciones capaces de hacerlo.
El famoso dicho de Claude Lévi-Strauss que afirma que “los animales son buenos para pensar” confirma su pertinencia cuando reflexionamos sobre la guerra
Lo universal y lo excepcional
La pesadilla de la guerra revela lo excepcional, pero también lo universal. La búsqueda de ambos es una dolorosa lección de realismo, pero al mismo tiempo señala fuentes de esperanza. Cuando pienso en lo excepcional, veo el rostro de la voluntaria ucraniana Anastasia Yalanskaya, que murió llevando comida a unos animales hambrientos. Su historia demuestra que la vida de los seres no humanos no tiene por qué ser siempre secundaria.
Sin embargo, la gigantesca granja de Chornobayivka, donde se concentraron cuatro millones de gallinas, es también una imagen de lo excepcional. Antes de la guerra, esta espantosa instalación exportaba unos mil millones de huevos al año. Los invasores bloquearon primero el suministro de pienso y luego destruyeron el de electricidad. La mayoría de los animales murieron de sed e inanición. Los medios de comunicación discrepaban sobre si se trataba de la mayor granja industrial de Europa o del mundo. Ciertamente, con su existencia estaba escribiendo una historia excepcionalmente oscura de violencia legalizada. Lo que resultó ser universal e intemporal fue la existencia de la dimensión no humana de la guerra. En unas circunstancias dramáticas, lo que también confirmó esos rasgos fueron los valores encarnados por los —todavía escasos— veganos ucranianos. Resultó que quieren y saben ser fieles a sus principios incluso en condiciones extremadamente difíciles. La existencia de comedores con alimentos exclusivamente vegetales, que se distribuyeron con cariño a quienes huían del campo de batalla, restablece la fe en la humanidad.
Me atrevería a decir que es este grupo el que comprende excepcionalmente bien la multidimensionalidad de la injusticia y detecta rastros de violencia donde otros no son capaces de hacerlo. No le deseo a Ucrania que vuelva a los días anteriores a la invasión rusa. Le deseo que termine esta guerra con el menor coste posible y que, tras la difícil experiencia, aprenda a proteger a los animales, víctimas universales de todo tiempo y lugar, nación y estado. La guerra exige simplificaciones, nos priva de matices. La violencia y los dramáticos intentos de sobrevivir son difíciles de conciliar con la sensibilidad a la ambigüedad y con la capacidad de reflexión profunda, independiente y desprejuiciada. Por eso es tan importante cuidarles ahora. El famoso dicho de Claude Lévi-Strauss que afirma que “los animales son buenos para pensar” confirma su pertinencia cuando reflexionamos sobre la guerra.
Arículo originalmente publicado en Magazyn Kontakt