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En el colegio habíamos naturalizado el miedo. Y parecía que la educación fuese acostumbrarse a vivir bajo el ojo vigilante y omnipresente de un Gran Hermano amenazador y violento. Pero cambiamos de década y los 80 iniciaron nuestra adolescencia. Entonces llegamos al Instituto y sentimos, casi de un modo físico, el golpe violento de la libertad. Como si en las aulas hubiésemos estado años respirando un aire enrarecido y de repente un soplo oxigenado y fresco ensanchase nuestros pulmones.
Escuchábamos Radio 3, veíamos La Bola de Cristal, recibíamos el Boletín de Discoplay y asistíamos a aquel estallido creativo como emocionados espectadores distantes. Recuerdo aquellos años con parecido sesgo al de los demás nostálgicos de mi generación: como si cada día trajese la promesa de un nuevo asombro.
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Pero si algo estaba pasando, desde luego era lejos de allí. Aquel pequeño pueblo de interior, conservador y algo chismoso, había sido un amable espacio de juegos para nuestras correrías infantiles: las cabañas en árboles o coches abandonados, las jaurías de niños explorando distancias kilométricas en bicicleta para robar fruta o los partidos de fútbol en la calle.
Pero ahora el mismo lugar, inane, culturalmente yermo, se percibía agotado y como un freno a una libertad diferente que demandaba de otros estímulos para expandirse. A los niños les basta el espacio físico para ser libres pero, más mayores, necesitábamos espacios sociales. Nos sentíamos libres para otras cosas pero, ¿Qué se podía hacer allí?
Como en esas películas de David Lynch en las que una comunidad misteriosa y excitante habita en el subsuelo de una sociedad tradicional, no tardamos en descubrir que existía ese sitio distinto. Había una generación anterior a la nuestra que había conseguido crear un tejido civilizatorio y contestatario izando la bandera de la cultura. Una generación que había permanecido oculta a nuestros ojos infantiles bajo el estigma de ser peligrosos conspiradores contra el orden social. Acercarse a sus territorios estaba radicalmente prohibido, y cuando osamos atravesar el portalón que nos introducía en el viejo casino que albergaba su Asociación Cultural, nos pareció estar siendo observados por mil ojos censuradores y, de algún modo, cruzar un puente que nos separaba definitivamente de la infancia.
Aquellas personas eran mayoritariamente militantes del BNG pero también había sindicalistas de raza, comunistas de grupúsculos hoy olvidados o librepensadores vinculados a la izquierda. Todos ellos nos acogieron en sus círculos, en sus actividades, en sus charlas de barra en los viejos bares de madera donde se cambiaba el mundo. Fueron pacientes con nuestras impertinencias, con nuestra arrogancia juvenil y nos transmitieron sus distintas visiones del mundo de un modo sencillo, generoso y amable.
En aquellos bares conversamos por primera vez con personas que se declaraban feministas o ecologistas y escuchamos argumentos que eran radicalmente distintos a lo que irreflexivamente habíamos asumido
Aquella Asociación programó infinitas mesas redondas, cineclubs, conferencias, vistas al patrimonio histórico y paisajístico, exposiciones y debates en los que a veces se anticiparon a cuestiones que hoy aún son candentes. En su escuela de ajedrez aprendí a jugar, se atrevió con el primer concierto de rock de aquel pueblo, publicó fanzines y programó lunáticos carnavales. Pero, al margen de la actividad reglada, en aquel ecosistema libertario también pudimos ver de un modo natural otras prácticas distintas a la heterosexualidad, que entonces se imponía con una violencia muchísimo más coactiva que hoy. También en aquellos bares conversamos por primera vez con personas que se declaraban feministas o ecologistas y escuchamos argumentos que eran radicalmente distintos a lo que irreflexivamente habíamos asumido por verdaderos. Entre todos, pese a la abierta hostilidad que recibían de la sociedad respetable, expandieron nuestros horizontes, enriquecieron nuestras vidas y, sobre todo, nos mostraron alternativas, otros modos vitales posibles.
Pero esto no nos sucedió únicamente a nosotros. Con los años descubrí que de modos similares el fenómeno se daba en pueblos y villas pequeñas de toda Galicia. Y en Betanzos, Cangas, Noia, Cee... había otros como yo abriendo su mundo en idénticos espacios de aprendizaje y creatividad.
En el Instituto, tuve la enorme suerte de recibir clases de literatura de Paco Rodríguez, el que luego sería parlamentario del BNG en Madrid. Todo el mundo tiene un profesor de referencia, el mío fue él. Nos enseñó a analizar un texto, a penetrar en sus significados no evidentes, a atender a su contexto social y psicológico. Desdeñaba el estudio de la literatura como una cansina memorización de hitos y se volcaba en los textos. De repente, en aquel tiempo de descubrimiento se operaron nuevas maravillas: los libros se convirtieron en otra cosa, adquirieron una magnitud extraordinaria como si hubiesen crecido en todas sus dimensiones rompiendo las costuras de la estrechez academicista en la que antes los habíamos estudiado. Igualmente los autores, que hasta entonces eran poco más que nombres y fechas, adquirieron corporeidad y se nos presentaron en su imperfecta e inasible humanidad.
Paco nos enseñó a leer. Nos enseñó también a reinterpretar la realidad y a poner bajo sospecha lo que se nos presentaba como natural o incontrovertible. También nos enseñó a apreciar nuestra cultura, que hasta entonces juzgábamos bajo gruesas capas de menosprecio jocoso. A partir de él, aquellos autores, Rosalía, Celso Emilio, Castelao...se elevaron distancias cósmicas en nuestra valoración. Y comprendimos que nos habían usurpado su importancia.
También luego descubrí que en otros Institutos, en otros pueblos, había otros Pacos enseñando historia, galego, biología, filosofía..., igualmente vocacionales, didácticos, rebeldes, cultos, inteligentes, comprometidos con sus alumnos. Y hay casi como una ley de hierro en los recuerdos nostálgicos de los que componemos mi generación: si tuviste la suerte de tener un profesor “del Bloque” fue del que más aprendiste.
En el 23F muchos buscaron refugio en Portugal. Cuando regresaron tras fracasar el golpe, a la sociedad bienpensante no le escandalizó que el nombre de estas personas figurase en las listas de asesinables
Con Paco Rodríguez, muy a su pesar, se nos mostró claramente la violencia invisible que ejercía el nacionalismo español sobre los periféricos. Entonces, se estilaba que en el día de la Constitución algún ponente fuese a los institutos a cantar sus alabanzas. En una de estas charlas, Paco y el conferenciante debatieron crudamente y esa misma tarde se presentaron dos coches de la Guardia Civil en el Instituto para indagar si se había hecho apología del terrorismo, algo que de ningún modo había ocurrido. Nosotros, que hacíamos burla y tratábamos de fantasías conspiranoicas las denuncias de acoso y espionaje policial que decía sufrir la militancia nacionalista empezamos a preguntarnos: “¿pero qué ocurre aquí?”.
En el 23F muchos buscaron refugio en Portugal. Cuando regresaron tras fracasar el golpe, a la sociedad bienpensante no le escandalizó que el nombre de estas personas figurase en las listas de asesinables que circularon después, sino que con indisimulado desprecio los acusaban de cobardes. Corrían como conejos en el 23F, decían entre risitas, como si los machos hubiesen sido los golpistas.
Como no pudieron matarlos, intentaron encarcelarlos. Y así, tras un proceso judicial plagado de arbitrariedades, Paco Rodríguez, el autor de la tesis canónica sobre Rosalía de Castro, ingresó en la prisión de A Lama bajo la falsa acusación de haber quemado una bandera. Aunque luego el Tribunal Constitucional anularía la sentencia, la persecución ideológica contra estos intelectuales se nos hizo absolutamente evidente. Pensábamos entonces: ¿Quiénes son aquí los cobardes?
En mi Instituto editábamos una revista. Por aquel entonces yo estaba embobado con Los hermanos Karamazov y El Anticristo, así que escribí una crítica contra el cristianismo. Aunque hoy los nostálgicos recuerdan aquellos años como un paraíso de libertad, al día siguiente se suspendieron las clases para celebrar un claustro extraordinario. Los profesores de religión y filosofía pedían mi cabeza y mi expulsión. Hasta el párroco del pueblo abandonó su iglesia para patrullar los pasillos del centro con su sotana negra y mirada torva. Los alumnos me “agradecían” la hora libre y me daban palmaditas en la espalda consolándome como si fuese al matadero. Entonces, fueron los profesores “del Bloque” los que sacaron la cara por mí -que ni era galegofalante ni simpatizante-, los que defendieron a cara de perro mi libertad de expresión y los que me salvaron de una expulsión cantada.
Cuarenta años después, he visto mi experiencia reproducirse en incontables ocasiones. Y por toda la geografía galega, cuando los vecinos se sienten víctimas de un abuso, llaman a “los del Bloque” -aunque no los voten-. Y cuando un trabajador tiene un problema grave en su puesto de trabajo acude a pedir socorro a los sindicalistas de la CIG, el sindicato nacionalista. Como otra ley de hierro que conoce hasta el último de los trabajadores gallegos, solo en la CIG puedes confiar para defender tus derechos.
Con el tiempo, el BNG fue penetrando en las corporaciones municipales obteniendo una representación -salvo rutilantes excepciones- al principio minoritaria. Sin embargo, su presencia estaba muy lejos de ser simbólica o inane. El concejal del BNG en mi pueblo era carpintero. Esto despertó el clasismo burlón de las fuerzas vivas: ¿qué puede saber un carpintero de gestión? Pero no tuvo que transcurrir mucho tiempo para que incluso circunspectos funcionarios reconociesen que aquel carpintero era “el único que se leía los expedientes”. El “del Bloque” en mi pueblo y en todos los otros pueblos, revisaba cada gasto, cada papel y ejercía de incansable mosca cojonera y estricto guardián de la legalidad. La vigilancia permanente de aquel concejal solitario, que se repetía en cada rincón de Galicia donde obtenían representación, tenía un efecto disuasorio sobre las arbitrariedades o ilegalidades rampantes acostumbradas en las mayorías absolutas del PP. Y, cuando menos, las hacía visibles. Pero no solo eso, en el muchas veces grosero ecosistema de la política local conservadora, “el del Bloque” solía ejercer de contrapunto profesional, capacitado, serio, frente al hacer político conservador, habitualmente populachero y zafio.
Cuando hoy vemos la imagen de natural cercanía y competencia que transmite su candidata, Ana Pontón, y la contraponemos a los chabacanos spots publicitarios de Rueda, conduciendo un autobús y llenándolo de músicos de orquesta a los que solo les faltan los cubatas, los dos arquetipos reproducen a la perfección lo que el PP y el BNG llevan representando décadas en Galicia.
Creo que el BNG es uno de estos “reguladores clave” y sospecho que la sociedad gallega sería muy, muy distinta, de no haber mediado su influencia irradiadora
Huelga decir que probablemente ni todos los profesores del BNG eran maravillosos, ni todos sus militantes dinamizadores culturales, ni todos los concejales trabajadores infatigables, ni todos los sindicalistas nobles adalides. Pero lo importante es que ese es el arquetipo que se ha trasladado a la sociedad gallega y que ha calado hasta tal punto que ni siquiera sus adversarios son capaces de cuestionarlo.
El biólogo Sean B. Carroll ha demostrado que existen un cierto tipo de especies que son fundamentales para la salud y la biodiversidad de un ecosistema. Son aquellas a las que llama “reguladores clave” y que ejercen un impacto desproporcionadamente grande sobre su entorno. No tienen por qué ser muy numerosas pero su influencia es fundamental en la dinámica general de todo el hábitat y su presencia desata efectos positivos en cascada.
Creo que el BNG es uno de estos “reguladores clave” y sospecho que la sociedad gallega sería muy, muy distinta, de no haber mediado su influencia irradiadora. Los resultados electorales, adulterados por una ley electoral ventajista, no son capaces de transmitir el verdadero carácter de Galicia, un territorio más dinámico, creativo y comprometido de lo que las mayorías absolutas del PP podrían sugerir. Y tengo la impresión de que la interacción socio-histórica del BNG con la sociedad gallega explica en gran parte ese dinamismo y que, de no haber existido, la conciencia medioambiental sería muy otra, la sensibilidad feminista o LGTBI sería muy otra, la conciencia de justicia social sería muy otra, las condiciones sociolaborales serían muy otras, el reconocimiento de nuestra cultura y patrimonio -no digamos de la lengua- sería muy otro y la riqueza creativa y artística sería muy otra.
Por supuesto, no trato de decir que todo aquello que es virtuoso y digno de legítimo orgullo en nuestra sociedad lleve su firma. Ni de lejos. Pero sí que su esfuerzo ha contribuido a generar un sustrato fecundo donde otros y otras, distintos y muchas veces discrepantes, podemos desarrollarnos y expresarnos mejor, vivir mejor. Y, sobre todo, soñar mejor.
En todos esos años acertaron y se equivocaron, nos cayeron bien y mal, nos han parecido admirables y también insufribles, luminosos intelectuales y sectarios sabelotodo, los votamos y los dejamos de votar, pero siempre han estado ahí acompañando nuestro periplo vital, y nunca hemos dejado de verlos como parte fundamental del paisaje, intrincados en todas aquellas causas que merecían la pena. Tengo la sensación de que les debemos algo, de que como sociedad tenemos una deuda con todas esas generaciones pasadas y presentes que han contribuido a hacernos más diversos, más críticos, más conscientes y orgullosos de nosotros mismos. Yo, desde luego, la tengo y sé que mi mundo hubiese sido más pobre sin ellos.
No colexio o medo estaba naturalizado. E parecía que a educación fose afacerse a vivir baixo o ollo vixiante e omnipresente dun Gran Irmán ameazador e violento. Pero cambiamos de década e os 80 iniciaron a nosa adolescencia. Entón chegamos ao Instituto e sentimos, case dun modo físico, o golpe violento da liberdade. Coma se nas aulas estivésemos anos respirando un aire enrarecido e de súpeto un sopro osixenado e fresco ensanchase os nosos pulmóns.
Escoitabamos Radio 3, viamos A Bóla de Cristal, recibiamos o Boletín de Discoplay e asistiamos a aquel estalido creativo como emocionados espectadores distantes. Lembro aqueles anos con parecido rumbo ao dos demais nostálxicos da miña xeración: coma se cada día trouxese a promesa dun novo asombro.
Pero se algo estaba a pasar, desde logo era lonxe de alí. Aquel pequeno pobo de interior, conservador e algo marmurador, fora un amable espazo de xogos para nosas correrías infantís: as cabanas en árbores ou coches abandonados, o balbordo de nenos explorando distancias quilométricas en bicicleta para roubar froita ou os partidos de fútbol na rúa.
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Política galega Os 'nosos' populistas, entre a orde e o medo ao cambio
Pero agora o mesmo lugar, inane, culturalmente ermo, percibíase esgotado e como un freo a unha liberdade diferente que demandaba doutros estímulos para expandirse. Aos nenos bástalles o espazo físico para ser libres pero, máis maiores, necesitabamos espazos sociais. Sentiamos libres para outras cosas pero, que se podía facer alí?
Como nesas películas de David Lynch nas que unha comunidade misteriosa e excitante habita no subsolo dunha sociedade tradicional, non tardamos en descubrir que existía ese sitio distinto. Había unha xeración anterior á nosa que conseguira crear un tecido civilizatorio e contestatario izando a bandeira da cultura. Unha xeración que permanecera oculta aos nosos ollos infantís baixo o estigma de ser perigosos conspiradores contra a orde social. Achegarse aos seus territorios estaba radicalmente prohibido, e cando ousamos atravesar o portalón que nos introducía no vello casino que albergaba a súa Asociación Cultural, pareceunos estar a ser observados por mil ollos censuradores e, dalgún modo, cruzar unha ponte que nos separaba definitivamente da infancia.
Aquelas persoas eran maioritariamente militantes do BNG pero tamén había sindicalistas de raza, comunistas de grupúsculos hoxe esquecidos ou librepensadores vinculados á esquerda. Todos eles acolléronnos nos seus círculos, nas súas actividades, nas súas charlas de barra nos vellos bares de madeira onde se cambiaba o mundo. Foron pacientes coas nosas impertinencias, coa nosa arrogancia xuvenil e transmitíronnos as súas distintas visións do mundo dun modo sinxelo, xeneroso e amable.
Naqueles bares conversamos por primeira vez con persoas que se declaraban feministas ou ecoloxistas e escoitamos argumentos que eran radicalmente distintos ao que irreflexivamente asumiramos
Aquela Asociación programou infinitas mesas redondas, cineclubs, conferencias, vistas ao patrimonio histórico e paisaxístico, exposicións e debates nos que ás veces se anticiparon a cuestións que hoxe aínda son candentes. Na súa escola de xadrez aprendín a xogar, atreveuse co primeiro concerto de rock daquel pobo, publicou fanzines e programou lunáticos entroidos. Pero, á marxe da actividade regulada, naquel ecosistema libertario tamén puidemos ver dun modo natural outras prácticas distintas á heterosexualidade, que entón se impuña cunha violencia moitísimo máis coactiva que hoxe. Tamén naqueles bares conversamos por primeira vez con persoas que se declaraban feministas ou ecoloxistas e escoitamos argumentos que eran radicalmente distintos ao que irreflexivamente asumiramos por verdadeiros. Entre todos, a pesar da aberta hostilidade que recibían da sociedade respectable, expandiron os nosos horizontes, enriqueceron as nosas vidas e, sobre todo, mostráronnos alternativas, outros modos vitais posibles.
Pero isto non nos sucedeu unicamente a nós. Cos anos descubrín que de modos similares o fenómeno dábase en pobos e vilas pequenas de toda Galiza. En Betanzos, Cangas, Noia, Cee... había outros como eu abrindo o seu mundo en idénticos espazos de aprendizaxe e creatividade.
No Instituto, tiven a enorme sorte de recibir clases de literatura de Paco Rodríguez, o que logo sería parlamentario do BNG en Madrid. Todo o mundo ten un profesor de referencia, o meu foi el. Ensinounos a analizar un texto, a penetrar nos seus significados non evidentes, a atender ao seu contexto social e psicolóxico. Desdeñaba o estudo da literatura como unha pousada memorización de fitos e envorcábase nos textos. De súpeto, naquel tempo de descubrimento operáronse novas marabillas: os libros convertéronse noutra cousa, adquiriron unha magnitude extraordinaria coma se crecesen en todas as súas dimensións rompendo as costuras da estreiteza academicista na que antes os estudamos. Igualmente os autores, que até entón eran pouco máis que nomes e datas, adquiriron corporeidade e presentáronllenos na súa imperfecta e inasible humanidade.
Paco ensinounos a ler. Ensinounos tamén a reinterpretar a realidade e a pór baixo sospeita o que se nos presentaba como natural ou incontrovertible. Tamén nos ensinou a apreciar a nosa cultura, que até entón xulgabamos baixo grosas capas de menosprezo xocoso. A partir del, aqueles autores, Rosalía, Celso Emilio, Castelao... Eleváronse distancias cósmicas na nosa valoración. E comprendemos que nos usurparon a súa importancia.
Tamén logo descubrín que noutros Institutos, noutros pobos, había outros Pacos ensinando historia, galego, bioloxía, filosofía..., igualmente vocacionais, didácticos, rebeldes, cultos, intelixentes, comprometidos cos seus alumnos. E hai case como unha lei de ferro nos recordos nostálxicos dos que compomos a miña xeración: se tiveches a sorte de ter un profesor “do Bloque” foi do que máis aprendiches.
No 23F moitos fuxiron a Portugal. Cando regresaron tras fracasar o golpe, á sociedade benpensante non lle escandalizou que o nome destas persoas figurase nas listas de asasinables
Con Paco Rodríguez, moi ao seu pesar, mostróusenos claramente a violencia invisible que exercía o nacionalismo español sobre os periféricos. Entón, se estilaba que no día da Constitución algún relator fose aos institutos a cantar os seus encomios. Nunha destas charlas, Paco e o conferenciante debateron cruamente e esa mesma tarde presentáronse dous coches da Garda Civil no Instituto para indagar se se fixo apoloxía do terrorismo, algo que de ningún modo ocorrera. Nós, que faciamos burla e tratabamos de fantasías conspiranoicas as denuncias de acoso e espionaxe policial que dicía sufrir a militancia nacionalista empezamos a preguntarnos: “Pero que ocorre aquí?”.
No 23F moitos fuxiron a Portugal. Cando regresaron tras fracasar o golpe, á sociedade benpensante non lle escandalizou que o nome destas persoas figurase nas listas de asasinables que circularon despois, senón que con indisimulado desprezo acusábanos de covardes. Corrían como coellos no 23F, dicían entre risos, coma se os machos fosen os golpistas.
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Como non puideron matalos, tentaron encarceralos. E así, tras un proceso xudicial infestado de arbitrariedades, Paco Rodríguez, o autor da tese canónica sobre Rosalía de Castro, ingresou na prisión da Lama baixo a falsa acusación de queimar unha bandeira. Aínda que logo o Tribunal Constitucional anularía a sentenza, a persecución ideolóxica contra estes intelectuais fíxosenos absolutamente evidente. Pensabamos entón: Quen son aquí os covardes?
No meu Instituto editabamos unha revista. Por aquel entón eu estaba embobado cos irmáns Karamazov e O Anticristo, así que escribín unha crítica contra o cristianismo. Aínda que hoxe os nostálxicos lembran aqueles anos como un paraíso de liberdade, ao día seguinte suspendéronse as clases para celebrar un claustro extraordinario. Os profesores de relixión e filosofía pedían a miña cabeza e a miña expulsión. Até o párroco do pobo abandonou a súa igrexa para patrullar os corredores do centro co seu sotana negra e mirada torva. Os alumnos “agradecíanme” a hora libre e dábanme palmadas nas costas consolándome coma se fose ao matadoiro. Entón, foron os profesores “do Bloque” os que sacaron a cara por min -que nin era galegofalante nin simpatizante-, os que defenderon a cara de can a miña liberdade de expresión e os que me salvaron dunha expulsión cantada.
Corenta anos despois, vin a miña experiencia reproducirse en incontables ocasións. E por toda a xeografía galega, cando os veciños senten vítimas dun abuso, chaman a “os do Bloque” -aínda que non os voten-. E cando un traballador ten un problema grave no seu posto de traballo acode a pedir socorro aos sindicalistas da CIG, o sindicato nacionalista. Como outra lei de ferro que coñece até o último dos traballadores galegos, só na CIG podes confiar para defender os teus dereitos.
Co tempo, o BNG foi penetrando nas corporacións municipais obtendo unha representación -salvo rutilantes excepcións- ao principio minoritaria. Con todo, a súa presenza estaba moi lonxe de ser simbólica ou inane. O concelleiro do BNG no meu pobo era carpinteiro. Isto espertou o clasismo burlón das forzas vivas: Que pode saber un carpinteiro de xestión? Pero non tivo que transcorrer moito tempo para que mesmo circunspectos funcionarios recoñecesen que aquel carpinteiro era “o único que se lía os expedientes”. O “do Bloque” no meu pobo e en todos os outros pobos, revisaba cada gasto, cada papel e exercía de incansable “mosca cojonera” e estrito gardián da legalidade. A vixilancia permanente daquel concelleiro solitario, que se repetía en cada recuncho de Galiza onde obtiñan representación, tiña un efecto disuasorio sobre as arbitrariedades ou ilegalidades rampantes afeitas nas maiorías absolutas do PP. E, cando menos, facíaas visibles. Pero non só iso, nas moitas veces groseiro ecosistema da política local conservadora, “o do Bloque” adoitaba exercer de contrapunto profesional, capacitado, serio, fronte ao facer político conservador, habitualmente populacheiro e zafio.
Cando hoxe vemos a imaxe de natural proximidade e competencia que transmite a súa candidata, Ana Pontón, e contrapómola aos chabacanos anuncios publicitarios de Rueda, conducindo un autobús e enchéndoo de músicos de orquestra aos que só lles faltan os cubalibres, os dous arquetipos reproducen á perfección o que o PP e o BNG levan representando décadas en Galiza.
Creo que o BNG é un destes “reguladores clave” e sospeito que a sociedade galega sería moi, moi distinta, de non mediar a súa influencia irradiadora
Sobra dicir que probablemente nin todos os profesores do BNG eran marabillosos, nin todos os seus militantes dinamizadores culturais, nin todos os concelleiros traballadores infatigables, nin todos os sindicalistas nobres adaíles. Pero o importante é que ese é o arquetipo que se trasladou á sociedade galega e que calou até tal punto que nin sequera os seus adversarios son capaces de cuestionalo.
O biólogo Sexan B. Carroll demostrou que existen un certo tipo de especies que son fundamentais para a saúde e a biodiversidade dun ecosistema. Son aquelas a as que chama “reguladores clave” e que exercen un impacto desproporcionadamente grande sobre a súa contorna. Non teñen por que ser moi numerosas pero a súa influencia é fundamental na dinámica xeral de todo o hábitat e a súa presenza desata efectos positivos en fervenza.
Creo que o BNG é un destes “reguladores clave” e sospeito que a sociedade galega sería moi, moi distinta, de non mediar a súa influencia irradiadora. Os resultados electorais, adulterados por unha lei electoral vantaxista, non son capaces de transmitir o verdadeiro carácter de Galiza, un territorio máis dinámico, creativo e comprometido do que as maiorías absolutas do PP poderían suxerir. E teño a impresión de que a interacción socio-histórica do BNG coa sociedade galega explica en gran parte ese dinamismo e que, de non existir, a conciencia ambiental sería moi outra, a sensibilidade feminista ou LGTBI sería moi outra, a conciencia de xustiza social sería moi outra, as condicións sociolaborais serían moi outras, o recoñecemento da nosa cultura e patrimonio -non digamos da lingua- sería moi outro e a riqueza creativa e artística sería moi outra.
Por suposto, non trato de dicir que todo aquilo que é virtuoso e digno de lexítimo orgullo na nosa sociedade leve a súa firma. Nin de lonxe. Pero si que o seu esforzo contribuíu a xerar un substrato fecundo onde outros e outras, distintos e moitas veces discrepantes, podemos desenvolvernos e expresarnos mellor, vivir mellor. E, sobre todo, soñar mellor.
En todos eses anos acertaron e equivocáronse, caéronnos ben e mal, parecéronnos admirables e tamén insufribles, luminosos intelectuais e sectarios sabelotodo, votámolos e deixámolos de votar, pero sempre estiveron aí acompañando o noso periplo vital, e nunca deixamos de velos como parte fundamental da paisaxe, intrincados en todas aquelas causas que merecían a pena. A miña sensación de que lles debemos algo, de que como sociedade temos unha débeda con todas esas xeracións pasadas e presentes que contribuíron a facernos máis diversos, máis críticos, máis conscientes e orgullosos de nós mesmos. Eu, desde logo, téñoa e sei que o meu mundo sería máis pobre sen eles.
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Opinión Quem quer ser refugiada linguística?
Muy buena lírica, y sin duda hay buena gente en el Bloque, sobre todo en el primer bloque, el BNPG o Bloque Nacional Popular Galego, que gritaban en sus grandes marchas por Santiago: "Paro no, Cuba si". La deriva hacia la socialdemocracia soberanista impuso una moderación y un cambio de nombre, BNG, que alcanzó el Gobierno de la Xunta en coalición con el POSE. E inclumplieron sus promesas electoreras y crearon una cadena de "Galescolas" para atentar contra la memoria histórica galega pretendiendo que fueron los galegistas los que hicieron frente al golpe de Franco en el 36, cuando todo el mundo sabe que fueron los anarquistas y anarcosindicalistas (mayoritarios en A Coruña), los que se tiraron al monte junto a un puñado de comunistas y algunos socialistas del ala revolucionaria. Las mentiras, la falsificación de la historia y el incumplimiento de sus promesas electorales provocaron que cuatro años después el PP recuperara la mayoría absoluta. Ojalá, si es que llegan al sillón, no vuelvan a repetir semejante decepción ...o tendremos caciques peperros para otros cuarenta años,... Vota o Bloque ! mais non te fies