Opinión
Capital erótico y cosificación

Vivimos en una sociedad hipersexualizada. El mercado, las redes sociales y la industria cultural nos generan constantemente la necesidad de cosificarnos y no siempre es posible escapar a la lógica capitalista.
Encuentros Inesperados Mala Rodriguez
Una imagen del programa Encuentros Inesperados.
28 mar 2022 13:56

El programa de televisión Encuentros Inesperados reunió recientemente a un grupo de mujeres en el que han participado, entre otras invitadas, La Mala Rodríguez, Esperanza Aguirre, Luz Sánchez Mellado y Carolina Iglesias. Tal vez por haber seguido bastante a esta rapera durante mi adolescencia, el discurso de Mala Rodríguez, me ha generado un profundo malestar:

“Antes usaban a las mujeres para sacarle partido y beneficio de sus cuerpos y ahora somos nosotras nuestras propias proxenetas”. La crudeza con la que la conocida referente del rap español, Mala Rodríguez, expone sus argumentos a favor de la sexualización como forma de empoderamiento, puede causar rechazo. Al menos causa el rechazo de muchas de sus antiguas seguidoras. A muchas chicas de nuestra generación, la millenial, ver a la Mala haciéndose un merecido hueco en la masculina industria del rap español, fue inspirador. Ahora la Mala promociona su Onlyfans y defiende un discurso neoliberal, que considera a las mujeres mercancía bajo la premisa de que puedes ser tu propia jefa y sacar rédito de tu belleza o de tu sexualidad.

La instrumentalización de la sexualidad femenina y el uso de los cuerpos de las mujeres como reclamo publicitario se justificó a través de discursos aparentemente transgresores que apelaban a la emancipación femenina y la libertad sexual

Quiero aclarar que este artículo no pretende atacar personalmente a la Mala. La hipersexualización de nuestros cuerpos no se debe a acciones individuales. No es solo Mala, numerosas artistas, nacionales e internacionales, de forma más o menos sutil, reproducen estos comportamientos. Tampoco son ellas las causantes, aunque no voy a victimizarlas o a tratarlas como a niñas. Dua Lipa y Rosalía lanzando billetes a las bailarinas de un club de striptease junto a los raperos Lil Nas X y Lizzo, estaban participando activamente en la cosificación de estas mujeres. Más allá de estas acciones individuales, que demuestran que también nosotras podemos reproducir conductas misóginas, mi intención es apuntar hacia el discurso que sustenta estas actitudes.

La emancipación femenina y la consecución de derechos civiles hizo que las mujeres, poco a poco y con muchas dificultades, accediesen a la educación superior, los empleos tradicionalmente masculinos y la política. Tras la I Guerra Mundial, en la que las mujeres sustituyeron en las fábricas a los hombres que luchaban en el frente, las mujeres adquirieron mayor libertad. Este no fue el único factor que propicio la apertura del mundo laboral para las mujeres. Tampoco podemos olvidar que las proletarias, con jornales mucho más exiguos que sus compañeros, no habían dejado en ningún momento de trabajar y que el discurso de domesticidad burgués no afectaba a todas las clases sociales. Sin extendernos excesivamente en este punto, a lo largo del siglo XIX y especialmente el XX, las mujeres fueron conquistando espacios tradicionalmente reservados a los hombres. La posibilidad de independencia que implicaba el acceso a un salario, el alargamiento de los noviazgos y las nuevas formas de ocio, propiciaron la aparición de nuevas reivindicaciones. Las mujeres también querían disfrutar de su sexualidad.

El divorcio y la despenalización de los anticonceptivos y el aborto se convirtieron en reivindicaciones prioritarias. En España, la dictadura franquista, retrasó estos debates hasta la década de los 70 pero durante el periodo transicional, el movimiento feminista se lanzó a las calles. Tanto a nivel internacional como en el Estado español, la liberación sexual y la reivindicación del placer femenino, que trascurrió muy ligada a las reivindicaciones del colectivo LGTBI, tuvieron una oscura cara B. Podría decirse, parafraseando la famosa frase del grabado de Francisco de Goya «El sueño de la razón produce monstruos», que la combinación entre liberación sexual y neoliberalismo, ha creado monstruos. En España los cambios políticos, la conflictividad social y laboral y las protestas, vinieron acompañados de un fenómeno al que se denominó como destape. La instrumentalización de la sexualidad femenina y el uso de los cuerpos de las mujeres como reclamo publicitario se justificó a través de discursos aparentemente transgresores que apelaban a la emancipación femenina y la libertad sexual (Ver Antes de ser modernos. Sexo, drogas y moda en el Madrid de los setenta, de Francisco Fernández de Alba, 2021). Las películas pornográficas, los desnudos en las portadas de las revistas de Interviú y las coristas que mostraban las piernas en los programas de televisión, conmocionaron a la sociedad española. Hoy en día la sexualidad, o mejor dicho la sexualidad heterosexual, ha dejado de ser un tabú. Las referencias al sexo explícito están presentes en la música que escuchamos, en las películas y en las series de televisión. Un desnudo femenino destinado al consumo no tiene nada de polémico. Incluso se ha avanzado en el tratamiento de la homosexualidad en la industria cultural, que, hasta hace relativamente poco, estaba totalmente invisibilizada o era motivo de burla.

Actualmente Onlyfans está siendo investigado por posibles delitos como es el lavado de dinero, transacciones sospechosas y el uso de menores como generadores de contenido sexual y/o erótico

Podríamos hablar de una sobrerrepresentación del sexo siempre que este se ajuste a los cánones establecidos. Rigoberta Bandini se preguntaba en su canción por qué dan tanto miedo nuestras tetas. Lo cierto es que nuestras tetas, aunque las censure Instagram, no asustan en absoluto, excepto si están caídas y arrugadas, si presentan una mastectomía o si amamantamos en público. El capitalismo está dispuesto a celebrar incluso la masturbación femenina, siempre que pueda vendernos juguetes eróticos. No censuro en absoluto su utilización, pero me parece importante señalar hasta qué punto es posible responder a nuestras reclamaciones con productos. De hecho, se provee que la industria de los juguetes sexuales femeninos crezca en 5.686 millones de euros antes de 2023.

Otro fenómeno enormemente rentable es Onlyfans, plataforma de difusión de contenido erótico y sexual, en la que los suscriptores abonan una cuota mensual para consumir el contenido compartido en cada perfil. Según El País, esta red social, durante el año 2020 y en solo un día, ha sido capaz de sumar 200.000 personas usuarias y 7.000 creadoras de contenido (El País, 2020). La plataforma ha superado los cien millones de personas, donde 97 millones son personas consumidoras de contenidos y 1,5 millones personas creadoras. Las normas de suscripción de OnlyFans, incluyen, entre otros requisitos, ser mayor de edad, tanto para producir como para consumir contenidos. Sin embargo, actualmente Onlyfans está siendo investigado por posibles delitos como es el lavado de dinero, transacciones sospechosas y el uso de menores como generadores de contenido sexual y/o erótico (lo ha estudiado Sofía Santana en su trabajo Un análisis del fenómeno Onlyfans desde el enfoque de género).

La irrupción del fenómeno Onlyfans, viene acompañado por un discurso de empoderamiento profundamente individualista y neoliberal. La realidad es que muchas de las mujeres que comparten contenidos sexuales en la plataforma son jóvenes y están sumidas en la precariedad. Recientemente, entre los stands del campus de una universidad estadounidense, se promocionaba abiertamente Onlyfans como una forma de obtener independencia económica. Sin acudir necesariamente a Onlyfans y otras formas de explotación sexual, socialmente, especialmente durante la adolescencia y la adultez temprana, se propicia que las mujeres nos sexualicemos a nosotras mismas.

Sentirnos bellas, hermosas o sexualmente deseadas no tiene en sí nada de malo, el problema es que socialmente prevalece la idea de que una mujer debe elegir ante todo la belleza

Catherine Hakim, en un ensayo no exento de polémica, habla de capital erótico: “una mezcla nebulosa pero determinante de belleza, atractivo sexual, cuidado de la imagen y aptitudes sociales, una amalgama de atractivo físico y social que hace que determinados hombres y mujeres resulten atractivos para todos los miembros de una sociedad, especialmente los del sexo opuesto”. Según Hakim, las personas que explotan ese capital son percibidas como más atractivas o agradables y logran un mayor “éxito” laboral y personal. Para la mediática socióloga, este capital erótico funciona como una ventaja competitiva para las mujeres, tanto en la vida privada como en la profesional. Hakim considera que el capital erótico debe ser utilizado por las mujeres como ascensor social y el intercambio monetario, ya sea en el matrimonio o en la prostitución, es legítimo en una sociedad donde las mujeres gozan de más capital erótico que los varones y donde éstos desean obtener favores sexuales que a las mujeres les interesarían mucho menos (ver Alianzas conceptuales entre patriarcado y postfeminismo: A propósito del capital erótico, de Isabel Menéndez, 2015). En Encuentros Inesperados, Mala Rodríguez, seguramente conocedora de esta obra, hacía referencia directamente a la expresión capital erótico y defendía la explotación de nuestros propios cuerpos como una forma de obtener beneficios.

La presión por sentirnos deseadas y encajar dentro de los cánones de belleza nos acompaña desde adolescentes. Sentirnos bellas, hermosas o sexualmente deseadas no tiene en sí nada de malo, el problema es que socialmente prevalece la idea de que una mujer debe elegir ante todo la belleza. Cualidades como la fortaleza o la inteligencia son asociadas a la masculinidad. A nosotras se nos reserva el atractivo físico. Todas en algún momento de nuestras vidas nos hemos visto reducidas a un cuerpo, ya sea por desconocidos, por compañeros sentimentales o por nosotras mismas. La búsqueda de validación externa, especialmente cuando esta es masculina, puede generar una satisfacción corta e inmediata, pero a la larga genera sufrimiento e inseguridad. Nos puede llevar a dudar de nuestras capacidades físicas e intelectuales, a gastar dinero en productos que no necesitamos, a entrar en quirófano y modificar nuestro aspecto físico o a realizar dietas extremas. Vivimos en una sociedad hipersexualizada, en la que paradójicamente se continúa discriminando a las sexualidades disidentes. El mercado, las redes sociales y la industria cultural nos generan constantemente la necesidad de cosificarnos y no siempre es posible escapar a la lógica capitalista. No se trata de añadir presión externa y funcionar como policías con nuestro comportamiento o el de nuestras compañeras. Sin embargo, la influencia que tiene el propio sistema capitalista sobre las relaciones entre hombres y mujeres, así como la mercantilización de nuestra sexualidad, deberían ser objeto de debate. Es necesario politizar nuestros afectos porque alcanzar la igualdad real entre mujeres y hombres y convertirnos en compañeros, pasa por eliminar las lógicas de consumo de nuestras relaciones.

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