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Flamenco
Claudia Ruiz Caro: “El escenario no me interesa tanto como la vida real de esas personas que son artistas 24 horas al día”
Diego del Morao, Antonio Reyes, Juana la del Pipa, Salmonete de Jerez, Mari Peña, Manuela Carrasco, Saray García o Antonio Agujetas son algunos de los más de 50 artistas flamencos vivos que la fotógrafa Claudia Ruiz Caro ha captado con su objetivo. La mirada antropológica hace de su archivo una pieza ya imprescindible de la historia de este arte.
“Tú ve al concierto, por ese vínculo que se genera con los artistas cuando vas a verlos y les apoyas en directo... pero no hagas escenarios, vete detrás y prueba a hacerles fotos cuando estén tranquilos y cuando confíen en ti... una cosa más íntima”. Las sabias palabras del fotógrafo Pepe Lamarca fueron sin duda proféticas en un mundo flamenco poco retratado fuera de los focos o tras las bambalinas. Para Claudia Ruiz Caro (Barcelona, 1993) fue el mejor consejo de quien reconoce como su mayor influencia. Un regalo que le ha dado la posibilidad de reunir un interesante y amplio archivo de artistas flamencos en los ambientes más cotidianos. “Las imágenes míticas que tenemos de Paco de Lucía y Camarón las hizo él”, se refiere Claudia a Lamarca. De niña y adolescente se le quedaron grabadas esas fotos de los discos de clásicos del flamenco cuyo autor es Lamarca, como aquellas de Camarón con chamarra de cuero sobre los hombros.
Hace cinco años, Ruiz Caro comenzó a adentrarse en el mundo del flamenco siguiendo la pauta que le dio su maestro. Acababa de terminar el máster de fotografía de espectáculos en Barcelona y conoció a Pepe, como ella le llama. “Fue la única regla que me puso, así cogió forma lo que al final soy, más retratista que fotógrafa al uso porque el escenario no me interesa tanto como la vida real de esas personas que son artistas 24 horas al día”, afirma la joven creadora de la colección de retratos que ha titulado Adocamele (En cualquier parte, en caló) y que ya ha tenido recorrido también como exposición.
El saber estar flamenco
Ruiz conoce la inevitable atracción que tiene el flamenco para los ojos de un extraño: es fiesta, es noche, es locura, es alegría y un torbellino, pero advierte que sus artistas también se cansan de los oportunistas que no van a disfrutar del flamenco o del cante, sino a ver si pillan la exclusiva o ‘la foto’. “Eso lo ven desde el primer momento, saben ver venir a alguien, como se dice en andaluz, de ojana, es decir, nada más que a llevarse un souvenir y no una experiencia —observa Claudia—, tienen que ver que tú te acercas por un verdadero interés y por una verdadera afición a lo que hacen y a lo que son”.
Muchas horas ha pasado ella con todo tipo de intérpretes del arte flamenco y sus familias, con paciencia y sin prisas, desde las ocho de la tarde de un día, pasando por la madrugada y acabando a las tres de la tarde del día siguiente. Reconoce que no le fue fácil al principio porque era más joven y su pinta, cuenta, no era la que inspira confianza sobre todo a los viejos. “Luego me di cuenta de que la solución era simplemente pasar tiempo con ellos aprendiendo los códigos y el respeto que hay que tener de por sí, y acercándome a los mayores porque uno de los valores más importantes que tiene el pueblo gitano es ese. Cuando esas personas ven que te acercas de corazón porque te interesa, te gusta, te atrae el flamenco más allá del exotismo, entonces te comienzan a aceptar”.
Observar mucho y escucharles, preguntar por la familia, por cuestiones personales pero sin invadir. “Se trata de generar un lazo suficientemente fuerte para que se relajen, se sientan cómodos y sean como ellos son delante mía, aunque yo sea una extraña. Esa es la manera de trabajar... con mucha psicología a la hora de trabajar sin molestar, sin estar por el medio, no tiene más”, admite la fotógrafa.
La paciencia y la humildad en plena fiesta flamenca han recompensado a Ruiz Caro con instantáneas únicas, en movimiento o en pausa, por alegrías o por soleares, con naturalidad pero con pasión, con dignidad flamenca. “Es importante saber cuál es el momento, para que ese momento se pueda captar sin ofender a nadie, con la gente cómoda y sin romper el momento, sin cargarte esa intimidad de arte, ese ratito que están teniendo entre ellos, y que tú estás ahí como privilegiada pudiendo asistir a ello. Muchas veces vale más asistir y vivirlo que sacar la cámara”, afirma con la sabiduría que le ha dado curtirse en largas madrugadas de arte jondo. “Me ha pasado mucho ir, por ejemplo, a una fiesta con la cámara y a lo mejor no la saco, o a lo mejor la saco a las cinco horas, tomo fotos, y la vuelvo a guardar porque al final es como estar en un salón de una casa, es muy íntimo”.
Una anécdota: Antonio Agujetas
Una larga lista de leyendas vivas del arte flamenco ha visto Claudia desde la mirilla de su cámara. A cada cual le pertenece una anécdota particular. Miradas hacia el infinito, un ensayo, una fiesta familiar en el patio, la intimidad del camerino o de una habitación. Y el blanco y negro como elemento democratizador. Los brillos y colores chillones se convierten en puro contraste. Recuerda especialmente la foto de Antonio Agujetas que causó polémica entre los más puristas del mundillo. La sesión se hizo en un centro de recuperación donde le cuidaban unas monjas después de un accidente y de haberlo pasado muy mal. “Hice la foto en su propia habitación. Le puse al lado de la ventana que era por donde entraba buena luz, y él mismo quiso salir sin camisa porque estaba orgulloso. Quiso salir así, como diciendo, estoy vivo”.
A alguna gente del ambiente no le gustó. Alegaban como falta de respeto que un cantaor saliera sin camisa. “La interpretación depende mucho de tu propia sensibilidad. Seguramente tú ves esa foto y te transmite algo totalmente diferente de lo que le transmite a esa otra que se ofendió, cuando yo realmente lo único que quiero es dignificarlo estéticamente”, sostiene Claudia. Y se reafirma en su filosofía de trabajo: “No busco otra cosa más allá de hacer un archivo antropológico de todos ellos. Mi única misión es que salgan bien y que esa foto sirva luego de referente para acordarse de esa persona”.
Muchos artistas le han pedido quedarse con alguna foto suya. “Cuando tú ves que esa foto la ponen en su casa, esa pieza tiene ya una vida. Una foto en la que no te reconozcas puede estar muy bien hecha, pero si no te gusta no la vas a recordar. En cambio, una foto en que tú te ves tú —que eso es muy difícil—, queda para ti, para la historia, y para todo el que te vea y piense en ti”.