Extrema derecha
La ultraderecha en Austria aprende a cabalgar el tigre

El Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) lidera desde hace meses los sondeos para las próximas elecciones europeas en el país centroeuropeo, con entre un 22% y un 28% de la intención de voto.
Herbert Kickl
Pegatina contra Herbert Kickl, líder del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) desde 2021. Foto de Ivan Radic (Flickr).
11 may 2024 05:49

Todas las encuestas de intención de voto coinciden en señalar un importante avance de la ultraderecha en las próximas elecciones al Parlamento Europeo. Identidad y Democracia (ID), uno de los dos grupos parlamentarios en los que está representada –el otro es el de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), del que forman parte Hermanos de Italia o Vox– podría incluso adelantar a los liberales de Renew y quedar como tercera fuerza en la Eurocámara, complicando la formación de mayorías parlamentarias y condicionando la agenda legislativa.

El caso que más ha ocupado la atención de los medios de comunicación internacionales estos días es el de Francia, donde Agrupación Nacional (RN) podría ganar las elecciones con una distancia de casi quince puntos porcentuales respecto a Renacimiento, el partido del presidente Emmanuel Macron. Una victoria aplastante de Jordan Bardella, el candidato de RN que con su juventud y estilo ha conseguido normalizar el partido en sectores a los que Marine Le Pen apenas llegaba, pondría en serios aprietos a Macron y, quizá, allanaría el camino del antiguo Frente Nacional al Palacio del Elíseo. Un escenario en el que RN ostente los cargos tanto de presidente (Le Pen) como de primer ministro (Bardella) parece una posibilidad cada vez menos extemporánea y más real.

Un escenario muy parecido podría darse en Austria, donde el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) lidera desde hace meses los sondeos para las próximas elecciones europeas con entre un 22% y un 28% de la intención de voto. El FPÖ quedaría por delante del Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ), que obtendría un 22% y empataría o superaría ligeramente al Partido Popular de Austria (ÖVP), con entre un 21% y un 22% de los votos. Por detrás de ellos quedarían Los Verdes con un 13%, los liberales de NEOS con un 12%, y el Partido Comunista de Austria (KPÖ) con un 2%. En las encuestas de intención de voto para las próximas elecciones al Parlamento, que se celebrarán este otoño, el FPÖ se ha instalado en unos porcentajes de intención de voto de en torno al 28-30%, a una cómoda distancia de los socialdemócratas (22’6%).

Kickl cabalga el tigre

Hasta hace unos pocos años el FPÖ estaba muy lejos de ser el favorito en las apuestas. El Caso Ibiza, un escándalo de corrupción de 2019 que afectó al entonces líder del partido y vicecanciller de Austria, Heinz-Christian Strache, llevó a la disolución de la coalición de gobierno con el ÖVP y a la convocatoria de elecciones anticipadas. La crisis arrastró también al entonces canciller, Sebastian Kurz, quien, aunque sobrevivió al golpe como para formar un segundo gobierno en 2020 –en esta ocasión con Los Verdes, el primero de este tipo en Austria–, se vio él mismo investigado al año siguiente por corrupción, dejando el cargo con octubre y poniendo fin a la que todo el mundo esperaba que fuese una meteórica carrera.

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Peor le fue al FPÖ, que en las elecciones de 2019, con el antiguo candidato a la presidencia, Norbert Hofer, liderando el partido, pasó del 26% obtenido en 2017 a un 16%, una caída de diez puntos. Aunque sin llegar a expedir su certificado de defunción, los comentaristas señalaban que el agotamiento de los austríacos hacia los casos de corrupción y la pandemia de covid-19 –con sus devastadoras consecuencias sociales, evidentes para todo el mundo, que llevaron a los gobiernos europeos a aprobar políticas económicas anticíciclas, en contra del consenso neoliberal– suponían un serio revés del que la ultraderecha no se recuperaría, al menos por un largo período de tiempo.

En el caso de Austria, Kickl, con su apariencia apocada y discreta, podría ser el inesperado jinete del tigre que llevase al FPÖ a la cancillería federal en Ballhausplatz

Herbert Kickl, que había sido titular de la cartera de Interior en el primer gobierno de Kurz, tomó las riendas del partido en junio de 2021. Pero las elecciones presidenciales de 2022 parecieron confirmar la tendencia apuntada por los analistas, y, con un 56% de los votos, Alexander van der Bellen se impuso cómodamente al candidato del FPÖ, Walter Rosenkranz, que obtuvo un 17%.

Kickl no tenía ni el carisma de Strache ni la presencia respetable de Hofer. En 1960 el ideólogo fascista Julius Evola escribió Cabalgando el tigre, una obra oscura apreciada por algunos círculos teóricos de la ultraderecha. El título está inspirado en una metáfora védica, según la cual una persona no puede enfrentarse a un tigre, así que la mejor manera de derrotarlo es cabalgarlo hasta que se agote y, entonces, darle muerte. Para Evola, el tigre era la modernidad, y el jinete, el futuro soldado político de la derecha, quien en su empresa podía recurrir a todo aquello que le había estado vedado antes. La ultraderecha europea ha tomado esta figura retórica como guía, ampliando sus límites ideológicos dentro de sus propios parámetros –¿hubiese sido décadas atrás no ya posible, sino imaginable, que la líder de un partido como Alternativa para Alemania (AfD) fuese una lesbiana?– y apostando por “cabalgar al tigre” hasta que se canse. La estrategia ha dado frutos y hoy la ultraderecha avanza en toda Europa.

En el caso de Austria, Kickl, con su apariencia apocada y discreta, podría ser el inesperado jinete del tigre que llevase al FPÖ a la cancillería federal en Ballhausplatz, superando por primera vez al ÖVP. Kickl, que no terminó ni la universidad ni el servicio militar, ha hecho la mayor parte de su carrera política entre las sombras del partido. Como ha escrito el comentarista alemán Wolfgang Schäuble –basándose en un reciente libro de los periodistas Gernot Bauer y Robert Treichler, Kickl und die Zerstörung Europas (Ed. Paul Szonay)–, Kickl “es muy diferente a los líderes del partido previos”. Mientras Jörg Haider y Heinz-Christian Strache eran “carismáticos, sociables y comunicativos”, Kickl es “disciplinado, controlador y desconfiado”, un político que “ha construido su círculo de aliados en quienes confiar mientras dirigía el Ministerio del Interior” y que “carece de un pasado plagado de escándalos como sus predecesores” (Pocos días después de publicar Münchau su comentario, no obstante, la prensa local informó que la Fiscalía abría una investigación por corrupción contra Kickl, quien, a pesar de ello, hasta la fecha no parece haber visto mellada su intención de voto, que tampoco se ha visto afectada por otros escándalos recientes de malversación de fondos del partido). A diferencia de las dos últimas ocasiones, en las que el FPÖ llegó al poder sin un verdadero plan, Kickl, de acuerdo con Münchau, “vendría preparado” esta vez, con un nuevo equipo mucho más instruido que evitaría tropezar otra vez con las mismas piedras y que sería, por ende, más peligroso.

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Un nuevo bloque austrohúngaro reforzado

De su programa político, los autores del libro destacan, ya desde el título, su voluntad de debilitar a la Unión Europea para reforzar el estado nacional. Su método para hacerlo sería bonapartista: la convocatoria de plebiscitos, cuyos resultados aplicaría incluso si son contrarios a la legislación comunitaria. Kickl fue el redactor de los discursos de Haider, y, aunque no sea un buen orador, posee la habilidad retórica necesaria para conducir la agenda política del país a los temas del FPÖ, y para hacerlo en sus términos. En un acto en Linz, por ejemplo, Kickl se presentó ante sus seguidores como “el enemigo número uno del estado”, pero “el aliado número uno del pueblo”. “Todos los demás os han traicionado, oprimido, manipulado, dividido y lo seguirán haciendo”, declaró Kickl al asegurar que el FPÖ será un “torbellino azul [el color del partido] que traerá aires nuevos”, “el único partido en este país que está a favor de una vida, vivienda y consumo asequibles”, contra “el culto al arcoíris, la locura de género y el comunismo climático” y a favor de la “remigración”, la libertad, la propiedad, y una Austria fuerte y neutral.

El SPÖ, bajo la nueva dirección de Andreas Babler, aspira a recuperar a los votantes desencantados con los socialdemócratas y liderar un cambio

Su proximidad con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, podría hacer reflotar la idea de un nuevo bloque austrohúngaro que se barajó en 2019, en esta ocasión con la Eslovaquia de Robert Fico, y, quizá, dependiendo de los resultados de las elecciones legislativas que han de celebrarse antes de octubre de 2025 y abril de 2026 respectivamente, una República checa liderada por Andrej Babiš y una Eslovenia encabezada por Janez Janša, dos dirigentes populistas cercanos a las tesis de Orbán. Los dos lideran las encuestas de intención de voto en sus países.

El futuro, por supuesto, no está escrito. Como recuerda Münchau, el nombramiento de Kickl dependerá de los resultados de las elecciones. El SPÖ, bajo la nueva dirección de Andreas Babler, aspira a recuperar a los votantes desencantados con los socialdemócratas y liderar un cambio. Tras obtener la alcaldía de Graz en 2021, el KPÖ obtuvo casi un 20% en las elecciones municipales de Salzburgo y podría regresar al Parlamento. “Podría haber una coalición de tres o cuatro partidos para prevenir que el FPÖ formase gobierno”, observa Münchau al añadir que éste “parece ser el escenario preferido del presidente, Alexander Van der Bellen”. Ahora bien, ninguno de los posibles escenarios de coalición para cerrar el paso al FPÖ cuenta con buenos augurios, desde una gran coalición entre conservadores y socialdemócratas que a pesar de su probada solvencia transmitiría la peligrosa idea de “más de lo mismo” a los votantes a una coalición entre socialdemócratas, verdes y liberales que en la vecina Alemania está ahora mismo naufragando. La propia coalición Tesla entre conservadores y verdes que gobierna Austria, que prometía unir “lo mejor de dos mundos” y que el presidente del Partido Popular Europeo (PPE), el alemán Manfred Weber, llegó a calificar de un “modelo de futuro” que podría replicarse en otros países, parece hoy un matrimonio de conveniencia, cargado de contradicciones y que no conduce más que a un callejón sin salida.

Incluso si Kickl se quedase en esta ocasión fuera de la cancillería, muy bien podría, como advierte Münchau, “apostar a esperar, como líder de la oposición, un poco como hizo Marine Le Pen, cuyo apoyo solamente creció cuando el partido quedó primero en las elecciones legislativas de 2022 y se convirtió en el principal partido de la oposición.”

A 25 años de la victoria de Haider

Una victoria de Kickl este otoño prácticamente coincidiría con el 25 aniversario de la llegada del FPÖ más ultraderechista al poder –los socialdemócratas Fred Sinowatz y Franz Vranitzky gobernaron en los ochenta con el FPÖ, pero entonces se trataba de un partido liberal–. En 1999, el entonces líder de la formación, Jörg Haider, consiguió que el FPÖ no únicamente abandonase el ostracismo gracias a su discurso populista y buen manejo de los medios de comunicación, sino que fuese la segunda fuerza, con el mismo porcentaje que los conservadores (un 26,91%), pero un mayor número de votos (1.244.087 frente a 1.243.672). El candidato del ÖVP, Wolfgang Schlüssel, decidió entonces romper un tabú y pactar con la ultraderecha. Haider optó por ceder el título de canciller a Schlüssel para evitar un escándalo internacional, aunque no sirvió de mucho: además de la oleada de indignación desde los medios de comunicación, la UE optó por castigar a Austria –que había entrado en el bloque solo cuatro años atrás– con la reducción de relaciones bilaterales, lo que en la prensa fue presentado como “sanciones”. A la medida se sumaron Canadá, Israel, Noruega y la República checa, que entonces no formaba parte de la UE. Hoy semejantes medidas se antojan como imposibles.

El gabinete de Schlüssel no terminó su mandato: los malos resultados del FPÖ en varias elecciones regionales llevaron a que, astutamente, el político conservador convocase en 2002 unas elecciones anticipadas en las que el ÖVP salió como claro ganador con un 42%, con el que formó una coalición de gobierno con un debilitado FPÖ que para entonces Haider ya había abandonado para formar su propio partido, Alianza por el Futuro de Austria (SBÖ). Con todo, Haider había conseguido desarrollar una fórmula que permitía a la extrema derecha salir de su rincón marginal, noquear al centinela de la historia que velaba esa posición y salir más o menos libremente a campo abierto para obtener mayorías políticas y sociales. La fórmula no pasó desapercibida a los partidos homólogos de su entorno. En la misma Austria, Strache tomaría las riendas del partido en 2005 y las mantendría firmemente hasta llevar, con un populismo de cuño haideriano, al FPÖ de nuevo al gobierno en 2017. Hoy Kickl podría emular a Le Pen en Francia y llevar al FPÖ a superar por primera vez a los conservadores en una Europa escorada cada vez más a la derecha.

“El tan querido modelo constitucional va saltando en astillas”, lamentaba meses atrás Elfriede Jelinek, Premio Nobel de Literatura en 2004. “Hombres y mujeres armados con cincel y martillo”, continuaba, “trabajan para que cada vez entren más bajo estos arcos, y los viejos y nuevos nazis son de nuevo socialmente aceptables.” La escritora austríaca alertaba de los peligros de un gobierno liderado por la ultraderecha: “Casi sin darnos cuenta, la sociedad se transformará e incluso creerá que es ella la que se ha transformado para que a las personas les vaya mejor, y por descontado para quienes se lo prometieron desde hace tiempo.” Media Europa podría caer pronto bajo ese embrujo.

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