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Culturas
El teatro travesti que une generaciones y rompe estigmas en el barrio obrero gallego por antonomasia
El ambiente en el hall del auditorio no parece anteceder a una obra de teatro canónica. Hay risas que no disimulan su ruido, besos familiares y conversaciones cotidianas. Es como si la mayoría de personas esperasen encontrarse allí. No hay abrigos de piel ni corbatas ni tacones. Al menos entre el público. La mayor parte, conviene aclararlo, es femenino y peina canas. Y son precisamente ellas las que parecen sostener el espectáculo que están a punto de ver. La imagen se repite una y otra vez cada treinta días. El primer grupo de teatro travesti de Galicia y uno de los primeros del Estado se engalana para subir al escenario una vez al mes y romper estigmas a través de comedias de enredos, cabarets y shows de variedades. Son Marinita y sus maromas y el lugar que las acoge, el barrio obrero de Teis, en Vigo (Pontevedra), que se abarrota sin excepción. Llueva o truene.
Lo que acontece encimas de sus tablas y fuera de ellas no es para menos. Leo Sangabriel, Roberto Casal, Carolin Sanders, Nico Elsker y Edu Domínguez, cuyos personajes ilustran la imagen de este reportaje, se preparan entre bambalinas. Purpurina en las barbas, barbas pintadas, masculinidades parodiadas y vestidos de gala. También hay pelucas coloridas, maquillajes sofisticados y zapatos brillantes. “Marinita [Edu] anda mejor en tacones de lo que he andado yo nunca. Es impresionante”, confiesa a las puertas del patio de butacas una señora que hace varios lustros que vive jubilada. Y en solo una frase, desde su subjetividad, una espectadora anónima resume a la perfección cómo, en algo más de una hora de función, un colectivo artístico consigue transgredir prejuicios e introducir identidades disidentes sin que ese sea el fin en sí mismo.
Hasta que aparecieron como tal, con el nombre que les representa, unas y otros hacían shows que se acercaban más al playback y al drag hasta que, por el año de 2016, se solidificó el grupo que hasta hoy no ha parado. “Comenzamos a teatralizar más, que era algo que siempre habíamos buscado pero que no había cuajado y empezamos a incorporar escenas drag, aunque preferimos hablar de transformismo”, matiza Dominguez, Marinita en los escenarios y el más veterano del grupo. De entrada es un matiz semántico, pero en él subyace también uno de clase: “Las drag queens que había aquí como referentes eran las del carnaval canario, una realidad muy ajena a nosotros. El resto era y es transformismo. Antes imitaban a las folclóricas y ahora se ha expandido más, como nosotros”, desarrolla. “En nuestro contexto histórico, desde los años sesenta, la travesti era un hombre transexual que quería ser mujer y se travestía y la realidad era que lo único que podía hacer era prostituirse en la marginalidad”, añade.
Con el paso a la siguiente década, aquellas personas empezaron a poder ocupar espacios artísticos y comenzaron a ser identificadas como transformistas en detrimento de un término que había sido denostado socialmente. Y en parte por esa historia y por una no alineación tan clara con la estética drag, reivindican el término travesti: “En el fondo, hacemos ilusionismo de género. Según qué país y qué contexto se han desarrollado unos trazos culturales y nosotras nos encajamos en este”, argumenta Nico Elsker, que no escatima esfuerzos en desarrollar su visión sobre el género, el circo social, lo políticamente correcto y, sobre todo, a respecto de la dignificación del arte que, conjuntamente, colocan sobre el escenario. Sin duda, uno de esas tablas peculiares la encontraron en un barrio paradigma del movimiento obrero en Galicia: “Desde que empezamos allí, hasta hoy, la acogida en Teis siempre ha sido tremenda”, concuerdan.
Un barrio vinculado a la lucha política y social
Casualidad o no, Marinita y sus maromas triunfan sobremanera en un barrio costero que desde comienzos del siglo XX fue tomado por la presión de la industria naval, algo que marcaría hasta hoy su identidad en el contexto gallego. Miles de trabajadores vinculados a astilleros como Vulcano o Ascon fueron tejiendo sólidas redes sindicales que asumieron una de las grandes resistencias al golpe de Estado de 1936, con su consiguiente represión, pero cuya organización mantuvo viva una conciencia de clase colectiva que persevera hasta hoy. Allí se crearon los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), también atesoraban poder popular sindicatos de clase que emanaban de la organización de los trabajadores del metal y vivió su juventud política Moncho Reboiras, sindicalista y líder galeguista asesinado por la Brigada Político-Social y cuyo crimen quedará impune tras el archivo de la que ha sido la primera querella contra crímenes del franquismo tras la llegada de la nueva ley de memoria.
En esas mismas calles que hoy son historia viva del movimiento obrero —fueron centro neurálgico de las huelgas del 72, señaladas por algunos historiadores como los primeros desafíos que comenzaron a desestabilizar el tardofranquismo— son hoy presente de las conquistas del movimiento LGTBIQ+ en Galicia, en este caso, a través de la cultura. “Ensayábamos tres veces a la semana en el auditorio del barrio y fuimos forjando un vínculo sólido”, prosigue Elsker. Y ocurrió algo que no habían previsto: en seguida empezaron a construir un público fiel, que aunque cada vez es más transversal, es mayoritariamente femenino y mayor. “Estamos acostumbradas a escuchar de profesores de teatro esas ideas de que esto que hacemos solo es apto para determinados públicos más cosmopolitas y jóvenes”, apunta Carolin Sanders. “Y es una mentira absoluta”, la interrumpe Dominguez. “Son las que no fallan nunca, nos traen regalos, nos paran por la calle, nos juntamos en los bares, nos ayudan con todo lo que pueden”, reivindica Elsker. Y rompen los prejuicios edadistas de cada persona con la que comparten butaca.
“Fíjate, notamos mucha más polémica en los círculos LGTBI con estas puestas en escena que en cualquiera de nuestras funciones en Teis. No se escandalizan por nada, menos que cualquier persona joven”, reconoce riendo Edu Domínguez. “Desde el principio hacíamos llenos. Es un barrio activo, que quiere moverse y nosotros les acercamos esto que hacemos”, amplía Roberto Casal. En esta simbiosis hay un factor tan fundamental como sorprendente: las personas que están vinculadas a la parroquia. La madre de Leo Sangabriel, muy vinculada a ellas y a la labor social de esta iglesia mueve los hilos entre vecinas y vecinos: “En realidad se ha convertido en la jefa de producción”, bromean.
Y la recepción, contra lo esperado por todas, fue desde el principio inimaginable. Les ayudan a financiar proyectos como la primera Gala Drag King de Galicia, intervienen desde el público rompiendo las normas sin que a nadie parezca importarle o hasta los paran por las calles y les hablan como si todavía fuesen los personajes que interpretaron en la última función: “Nos ven vestidos de calle y aún así nos hablan como si fuéramos el personaje igual para echarnos la bronca por alguna maldad que hizo la última vez que nos vieron”, bromea Dominguez. Además, como en sus historias de teatro apelan a la cotidianeidad de la vida, se sienten todavía más si cabe integradas.
Marinita y sus maromas ya han decidido integrarlo en sus funciones al ver, muchas veces, que el público solo dejaba de intervenir desde las butacas en los números musicales: “Ahora bajamos entre ellas, las agarramos, hacemos juegos y lo reciben muy bien, siempre desde el respeto”, explica Sangabriel. Ellas responden también entrando al juego metiéndose con alguno de sus vestidos o sus interpretaciones: “Creo que nos consideran ya parte de su familia”.
Culturas
O teatro travesti que une xeracións e rompe estigmas no barrio obreiro galego por antonomasia
O ambiente no hall do auditorio non parece anteceder a unha obra de teatro canónica. Hai risos que non disimulan o seu ruído, bicos familiares e conversacións cotiás. É coma se a maioría de persoas esperasen atoparse alí. Non hai abrigos de pel nin gravatas nin tacóns. Polo menos entre o público. A maior parte, convén aclaralo, é feminino e peitea canas. E son precisamente elas as que parecen soster o espectáculo que están a piques de ver. A imaxe repítese unha e outra vez cada trinta días. O primeiro grupo de teatro travesti de Galiza e un dos primeiros do Estado engalánase para subir ao escenario unha vez ao mes e romper estigmas a través de comedias de enredos, cabarets e shows de variedades. Son Marinita y sus maromas e o lugar que as acolle, o barrio obreiro de Teis, en Vigo, que se abarrota sen excepción. Chova ou trone.
O que acontece enriba das súas táboas e fóra delas non é para menos. Leo Sangabriel, Roberto Casal, Carolin Sanders, Nico Elsker e Edu Domínguez, cuxos personaxes ilustran a imaxe desta reportaxe, prepáranse entre bambalinas. Purpurina nas barbas, barbas pintadas, masculinidades parodiadas e vestidos de gala. Tamén hai perrucas coloridas, maquillaxes sofisticadas e zapatos brillantes. “Marinita [Edu] anda mellor en tacóns do que andei eu nunca. É impresionante”, confesa ás portas do patio de butacas unha señora que fai varios lustros que vive xubilada. E en só unha frase, desde a súa subxectividade, unha espectadora anónima resume á perfección como, en algo máis dunha hora de función, un colectivo artístico consegue transgredir prexuízos e introducir identidades disidentes sen que ese sexa o fin en si mesmo.
Ata que apareceron como tal, co nome que lles representa, unhas e outros facían shows que se achegaban máis ao playback e ao drag ata que, polo ano de 2016, tornaron no grupo que ata hoxe non parou. “Comezamos a teatralizar máis, que era algo que sempre buscaramos pero que non callara e empezamos a incorporar escenas drag, aínda que preferimos falar de transformismo”, matiza Dominguez, Marinita nos escenarios e o máis veterano do grupo. De entrada é un matiz semántico, pero nel subxace tamén un de clase: “As drag queens que había aquí como referentes eran as do entroido canario, unha realidade moi allea a nós. O resto era e é transformismo. Antes imitaban ás folclóricas e agora expandiuse máis, coma nós”, desenvolve. “No noso contexto histórico, desde os anos sesenta, a travesti era un home transexual que quería ser muller e se travestía e a realidade era que o único que podía facer era prostituírse na marxinalidade”, engade.
Co paso á seguinte década, aquelas persoas empezaron a poder ocupar espazos artísticos e comezaron a ser identificadas como transformistas en detrimento dun termo que fora deostado socialmente. E en parte por esa historia e por unha non aliñación tan clara coa estética drag, reivindican o termo travesti: “No fondo, facemos ilusionismo de xénero. Segundo que país e que contexto desenvolvéronse uns trazos culturais e nós encaixámonos neste”, argumenta Nico Elsker, que non escatima esforzos en desenvolver a súa visión sobre o xénero, o circo social, o politicamente correcto e, sobre todo, a respecto da dignificación da arte que, conxuntamente, colocan sobre o escenario. Sen dúbida, unha desas táboas peculiares atopárona nun barrio paradigma do movemento obreiro en Galiza: “Desde que empezamos alí, ata hoxe, a acollida en Teis sempre foi tremenda”, concordan.
Un barrio vinculado á loita política e social
Casualidade ou non, Marinita y sus maromas triunfan por todo o alto nun barrio costeiro que desde comezos do século XX foi tomado pola presión da industria naval, algo que marcaría ata hoxe a súa identidade no contexto galego. Miles de traballadores vinculados a estaleiros como Vulcano ou Ascon foron tecendo sólidas redes sindicais que asumiron unha das grandes resistencias ao golpe de Estado de 1936, coa súa consecuente represión, pero cuxa organización mantivo viva unha conciencia de clase colectiva que persevera ata hoxe. Alí creáronse os Grupos de Resistencia Antifascista Primeiro de Outubro (GRAPO), tamén atesouraban poder popular sindicatos de clase que emanaban da organización dos traballadores do metal e viviu a súa mocidade política Moncho Reboiras, sindicalista e líder galeguista asasinado pola Brigada Político-Social e cuxo crime quedará impune tras o arquivo da que foi a primeira querela contra crimes do franquismo tras a chegada da nova lei de memoria.
Nesas mesmas rúas que hoxe son historia viva do movemento obreiro —foron centro neurálxico das folgas do 72, sinaladas por algúns historiadores como os primeiros desafíos que comezaron a desestabilizar o tardofranquismo— son hoxe presente das conquistas do movemento LGTBIQ+ en Galiza, neste caso, a través da cultura. “Ensaiabamos tres veces á semana no auditorio do barrio e fomos forxando un vínculo sólido”, prosegue Elsker. E ocorreu algo que non previran: deseguido empezaron a construír un público fiel, que aínda que cada vez é máis transversal, é maioritariamente feminino e maior. “Estamos afeitas escoitar de profesores de teatro esas ideas de que isto que facemos só é apto para determinados públicos máis cosmopolitas e novos”, apunta Carolin Sanders. “E é unha mentira absoluta”, interrómpea Dominguez. “Son as que non fallan nunca, tráennos agasallos, párannos pola rúa, xuntámonos nos bares, axúdannos con todo o que poden”, reivindica Elsker. E rompen os prexuízos edadistas de cada persoa coa que comparten butaca.
“Mira, notamos moita máis polémica nos círculos LGTBI con estas postas en escena que en calquera das nosas funcións en Teis. Non se escandalizan por nada, menos que calquera persoa nova”, recoñece rindo Edu Domínguez. “Desde o principio faciamos cheos. É un barrio activo, que quere moverse e nós achegámoslles isto que facemos”, amplía Roberto Casal. Nesta simbiose hai un factor tan fundamental como sorprendente: as persoas que están vinculadas á parroquia. A nai de Leo Sangabriel, moi vinculada a elas e ao labor social desta igrexa move os fíos entre veciñas e veciños: “En realidade converteuse na xefa de produción”, din todas brincando.
E a recepción, contra o esperado por todas, foi desde o principio inimaxinable. Axúdanlles a financiar proxectos como a primeira Gala Drag King de Galicia, interveñen desde o público rompendo as normas sen que a ninguén pareza importarlle ou fálanlles coma se aínda fosen os personaxes que interpretaron na última función: “Vennos vestidos de rúa e aínda así nos falan coma se fósemos o personaxe igual para rifarnos por algunha maldade que fixo a última vez que nos viron”, bromea Dominguez. Ademais, como nas súas historias de teatro apelan ao cotiá da vida, séntense aínda máis se cabe integradas.
Marinita y sus maromas xa decidiron integralo nas súas funcións ao ver, moitas veces, que o público só deixaba de intervir desde as butacas nos números musicais: “Agora baixamos entre elas, agarrámolas, facemos xogos e recíbeno moi ben, sempre desde o respecto”, explica Sangabriel. Elas responden tamén entrando ao xogo meténdose con algún dos seus vestidos ou as súas interpretacións: “Creo que nos consideran xa parte da súa familia”.