Congreso de los Diputados
Casado se despide del Congreso y Sánchez anuncia que no adelantará elecciones

El líder del Partido Popular pregunta por última vez en el Congreso. Se espera que en cuestión de horas o días presente su dimisión.
Votación Reforma Laboral Congreso - 7
El escaño vacío de Pablo Casado durante la votación de la reforma laboral. Álvaro Minguito (©)
23 feb 2022 09:21

Un anuncio importante y una despedida anunciada. Pedro Sánchez ha anunciado que no adelantará elecciones, es decir, que no tratará de aprovechar electoralmente la descomposición del primer partido de la oposición en el año 2022. Lo ha hecho tras la despedida de Pablo Casado. 

Las horas políticas que le quedan al líder del PP son una cuenta atrás. Las ha aprovechado para emitir un discurso en clave de despedida, con un tono distinto al de las sesiones de control de sus tiempos como número uno de su partido. El contenido era el mismo: críticas a las alianzas que sostienen hoy al Gobierno, pero el tono no pretendía aumentar los decibelios. Daba igual, Casado ya es pasado político.

Y, como tal, una vez que ha escuchado la respuesta de Sánchez, el primer político del PP que ganó unas primarias y el que peores resultados ha tenido en las elecciones generales, cogió sus papeles y se fue, desapareciendo del Congreso y pronto de todo cargo de responsabilidad. En los pasillos, los periodistas corrían para conseguir un gesto o unas palabras. En vano, Casado se fue por la salida más discreta del hemiciclo, la misma por la que llegó, y la sesión de control transcurrió como cada miércoles.

Tras la comparecencia televisiva del que ha sido el secretario general del PP hasta ayer, Teodoro García Egea, parece claro que el anterior tándem en el poder del partido no quiere plantar más batalla. Egea esquivó todas las preguntas incómodas, no cargó contra Isabel Díaz Ayuso, quien desde la presidencia de la Comunidad de Madrid ha sido clave para el final de Casado, y evitó calificar como “traición” la retirada de apoyos de decenas de cargos del PP a Casado.

El presidente del PP se ha querido ir sin hacer demasiado ruido y sus compañeros de bancada le han premiado con un último aplauso, algo forzado. El PP inicia una nueva vida sin los líderes del ayer pero, como ha anunciado Sánchez, sin la urgencia de afrontar unas elecciones generales a corto plazo.

Cronología de una crisis

Un relámpago ha cruzado la derecha española en solo 19 días. El 3 de febrero, tras una votación agónica y mal calculada por los arúspices de La Moncloa, el Gobierno salvaba la legislatura con la aprobación de la reforma laboral. Más allá de la aprobación del contenido de la norma, el presidente Pedro Sánchez y las dos vicepresidentas Nadia Calviño y Yolanda Díaz respiraban aliviados al comprobar que el error del diputado popular Alberto Casero salvaba el compromiso con la Comisión Europea —ineludible para recibir los 12.000 millones del segundo tramo de los fondos Next Generation— y la credibilidad del Ejecutivo, que salía tocado pero no hundido.

El resultado azaroso de aquella jornada tuvo influencia en las elecciones autonómicas que diez días después se celebraron en Castilla y León. Pablo Casado no había avanzado un metro en su empeño por deponer a Sánchez. En lugar de como una figura presidenciable, el líder del PP se disfrazó de airgamboy y recorrió explotaciones, granjas y talleres para lanzar un mensaje que se fue desinflando a medida que pasaban los días: el PP acabó la campaña pidiendo la hora, sin opciones de optar a la mayoría absoluta y viendo crecer a su derecha a Vox, que acabó como la gran triunfadora de la noche en la escala nacional. 

Desde ese momento, Casado parecía un líder poco convincente y poco convencido de los siguientes pasos. El lunes 14, tras escuchar y leer los análisis post-electorales, Génova lanzó la idea de un “cordón democrático” que impediría a Vox entrar en el próximo gobierno de la Junta de Castilla y León. La de Díaz Ayuso fue la voz más alta en contra de ese cordón sanitario. La disputa tardó poco tiempo en levantar el foco sobre Castilla y León —donde Fernández Mañueco podrá negociar lo que sea con Vox— para alcanzar una nueva dimensión. 

“No sé por qué me tengo que ir. No he hecho nada”, publicaba El País. Unas palabras que como un epitafio político poco memorable señalan las carencias de un dirigente de entretiempo

En la noche del miércoles 16 de febrero, el periodista José María Olmo, de El Confidencial, publicaba una noticia-torpedo, que iba a desencadenar la crisis. Según la misma, la Empresa Municipal de Vivienda Social del Ayuntamiento de Madrid había intentado contratar a una agencia de detectives para que elaborara un dossier con información sobre la familia de Díaz Ayuso. Quedaban señalados el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y su coordinador general de la alcaldía, Ángel Carromero. Las miradas se dirigieron entonces a García Egea y a Casado, y la presidenta de la Comunidad de Madrid no tardó en denunciarlos. Una comparecencia el jueves a mediodía desde la Puerta del Sol marcaba la irreversibilidad de la crisis: solo podía quedar uno.

La comparecencia posterior de García Egea anunciando el expediente a Ayuso y las declaraciones de Casado en la Cope en la mañana del viernes, en las que por primera vez denunciaba personalmente la comisión de Tomás Díaz Ayuso obtenida por la venta de unas mascarillas a la Comunidad de Madrid, prefiguraban un pulso que, sin embargo, la dirección del partido no pudo mantener.

En todo momento, Ayuso consiguió dibujar el marco que quería. Se presentó como la víctima de un complot y negó tener conocimiento de las comisiones obtenidas por su hermano. La presidenta de la Comunidad recibió los apoyos que necesitaba. La principal portavoz del ayusismo fue Esperanza Aguirre, expresidenta de la CAM, quien apuntó a los “chiquilicuatres” que rodeaban a Casado en Génova y obtuvo la cabeza de Carromero el mismo jueves. Cayetana Álvarez de Toledo, la desubicada con mejor fama de la política nacional, se unió al coro desde primera hora para cumplir su venganza personal. Olida la sangre, el ecosistema mediático y político tenía claro que Egea y Casado eran accesibles. 

El sábado, finalmente, quizá por miedo a la concentración del día siguiente, seguramente en un último intento de salvar su carrera política, Casado cedió y “aceptó las explicaciones” de Ayuso. No le iba a servir de nada. A esas alturas, Núñez Feijóo y la presidenta de la Comunidad de Madrid ya estaban de acuerdo en que se repartirán el partido —lo que es lo mismo decir que empezarán una confrontación— a partir de la marcha del palentino.

El lunes 21, el presidente de la Xunta de Galicia ya había pasado del “espero que no necesitemos llegar a un congreso extraordinario para solucionar el problema” a un premonitorio “hay que tomar decisiones. No serán fáciles, serán complejas, pero deben ser urgentes”. Casado intentó ganar tiempo lanzando al martes 1 de marzo la convocatoria de una Junta Directiva Nacional, posteriormente, el plazo se redujo hasta la reunión de los dirigentes territoriales que tendrá lugar hoy miércoles, pero el fin ya estaba escrito.

El martes ya se superaban las dos docenas de editoriales y artículos de las primeras firmas de la llamada Brunete Mediática que pedían la dimisión de Casado sin rebozo e incluso con un tono amenazante, como el empleado por el director de Voz Pópuli, Jesús Cacho. Entre los suyos, 15 de los 17 dirigentes territoriales del PP estaban en el otro barco. Su portavoz y hombre de confianza, José Luis Martínez Almeida, había dimitido de su cargo a primera hora “para centrarse en Madrid” y su grupo de afines se había reducido a la cantidad de personas que caben en un taxi. 

La investigación abierta tras la Fiscalía Anticorrupción, derivada de las tres denuncias presentadas por PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos por el contrato de las mascarillas, no ha sido la salvación que Casado podía pretender. No se trata solo de la lentitud de la justicia en un caso en el que las horas pasaban contra Casado, si no que en cualquier caso las investigaciones no se dirigirán a personas físicas —los Ayuso— y eso solo pasaría en el curso de las pesquisas. 

Sin una “bala de plata” con la que derribar a Ayuso y tras el error forzado del sábado, los minutos que le quedaban a Casado han sido una cuenta atrás. “No sé por qué me tengo que ir. No he hecho nada”, publicaba El País en palabras atribuidas al exlíder del PP. Unas palabras que como un epitafio político poco memorable señalan las carencias de un dirigente de entretiempo, que fue abducido y arrasado por el trumpismo, y que no tuvo ningún recurso para cambiar las dinámicas corruptas de su partido si es que realmente lo intentó en algún momento.

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