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Artes escénicas
Ayatollahs en Santiago y la teocracia española
En cada ocasión en que alguien osa hacer algún tipo de burla que roce, siquiera de un modo banal, a la religión católica, una exaltada y violenta horda de groseros inquisidores emerge de sus catacumbas para atizar de nuevo las antorchas de los autos de fe. Y en cada ocasión se escucha, entre amenazas de muerte e insultos homófobos y machistas, más o menos la misma cantinela: “¡a ver si tienes cojones a meterte con Mahoma!”, “¡vete si tienes huevos a decirles esto a los de la mezquita de la M-30!”.
Reconociendo, en suma, que el integrismo islámico y el suyo propio es lo mismo, que a ambos les molesta e indigna de igual modo el ejercicio de la libertad de expresión y que en lo único que difieren es que los fundamentalistas islámicos que asesinan, ponen bombas o condenan a muerte, “tienen más cojones”.
La última víctima de esta chusma enfurecida es el dramaturgo compostelano Carlos Santiago. Carlos Santiago lleva tres décadas siendo unos de los referentes principales de la vida cultural gallega. Licenciado en filosofía, formó parte de algunos de los grupos de música más singulares de este país. Es uno de los impulsores del Grupo Chévere, reciente Premio Nacional de Artes Escénicas, y de la Sala NASA, un espacio cultural de excelencia, genialidad y divergencia con el que toda una generación estamos en deuda.
Varios articulistas juzgaron con duros improperios el contenido de un pregón que ni escucharon, ni leyeron, ni conocieron ni una frase textual, salvo por ciencia infusa o inspiración del Espíritu Santo
Publicó poesía, ensayo, teatro y hoy desarrolla su carrera como dramaturgo, actor y monologuista en Portugal. Pero todo esto es solo el trazo grueso de una breve reseña biográfica de solapa de libro y no es capaz de explicar su importancia como núcleo irradiador de cultura.
Exactamente igual que ocurría con el llorado NARF, la importancia de Carlos Santiago se eleva sobre los hechos concretos de su brillante carrera artística. Ambos pertenecen a ese género de personas que funcionan como consejeros colectivos, como modelos de coherencia y compromiso vital con la sociedad y el arte; esos que son los primeros en abrir un camino que otros transitan después. Y para que un país tenga una vida cultural viva y fecunda son imprescindibles estas personas, los pioneros en todo, los que siembran, los que siempre ven un poco más lejos que los demás y es su mirada lejana la que expande también nuestro universo posible.
Sin embargo hoy, como tantos otros en tantos otros lugares de España, una figura de este relieve está siendo acosada y escarnecida por un enjambre de articulistas de los que no se sabe interés, conocimientos ni talento en arte alguna y de los que bien se puede dudar a ese respecto viendo las nulas destrezas estilísticas y las carencias gramaticales que exhiben. Uno de estos ubicuos opinólogos podrá tener maestría en Derecho Constitucional, pero cuando despotrica sobre dramaturgia con su estilo desabrido y machacamartillo causa sonrojo. Por debajo de él, volando al unísono en escandalosa bandada negra de vencejos, otros aún peores hacen del periodismo un revoltijo de ensordecedoras murmuraciones.
El instigador de la caza de brujas fue el fanzine decimonónico local, El Correo Gallego. Pero pongámonos en contexto: unos días antes, el periódico había organizado una fallida performance junto al portavoz del PP local, Agustín Hernández, de cuya talla política ya hablamos en otras ocasiones.
Ante el solícito fotógrafo de El Correo (quien le sostenía entre sus útiles fotográficos una misteriosa jarra), Agustín se dedicó a hurgar con un palo encontrado allí mismo en la ribera del Río Sar con objeto de denunciar la suciedad de sus orillas. El antiguo Conselleiro de Medio Ambiente removía el lodo buscando trapos con el palo y, ante la mirada estupefacta del público congregado, arrojaba luego los desperdicios a la corriente. La grabación en vídeo de las gorrinadas de Agustín pronto se hicieron virales y no solo lo dejaron otra vez en ridículo sino que inutilizaron la campaña de acoso que estaba en marcha contra el Concello gobernado por las Mareas. En esa tesitura, alguien tenía que pagar y servir de chivo expiatorio. Y fue a Carlos Santiago, pregonero del carnaval, al que le tocó la china. Mala suerte.
Ese día, en su línea de rigor periodístico, El Correo Gallego se hizo presuntamente eco de los comentarios de “una familia indignada” que les llamó por teléfono denunciando las expresiones “soeces” del pregón. ¿Estaban cubriendo el acto los redactores de El Correo? Claro que no. Para esto ya están los correveidiles. ¿Cabe mayor reconocimiento de ineptitud en lo que debe ser el acto de informar?
Desgraciadamente para todos sus inquisidores, las palabras del pregonero no se recogieron —que se sepa— en ningún soporte audiovisual y, por tanto las disquisiciones sobre su exacto contenido no pasan de ser meras conjeturas, cotilleos o juicios de valor de alguien dijo que otro dijo. Aunque, por supuesto, esto no es ningún impedimento para el tipo de periodismo que practican La Voz de Galicia y El Correo Gallego.
Ya que nadie tenía datos concretos sobre que lo que allí ocurrió sus gacetilleros tuvieron que hablar una y otra vez de oídas intentando vilipendiar pero sin concretar, no fueran a incurrir ellos mismos en delito de injurias. Esto dio lugar a un sinfín de intervenciones de personas encolerizadas que no sabían muy bien por qué causa. Carlos Luis Rodríguez o Xosé Luis Barreiro Rivas pasan por ser articulistas serios. Ambos —entre otros muchos vociferantes gacetilleros— juzgaron con duros improperios el contenido de un pregón que ni escucharon, ni leyeron, ni conocieron ni una frase textual, salvo por ciencia infusa o inspiración del Espíritu Santo.
Este caso, y otros semejantes, podrían parecer los últimos estertores de los nostálgicos, de esa vida de postguerra en ciudad provinciana con sus ecos de sociedad, su misa diaria, su mojigatería carpetovetónica y sus compadreos de copazo y puro en el casino. Pero evidencia algo más. Evidencia la absoluta falta de rigor y ética periodística de medios que están a años luz de toda deontología profesional.
El Correo Gallego es un ejemplo permanente de obscena manipulación diaria. Si el Islam prohíbe la representación de Dios, El Correo prohíbe las fotografías del Alcalde Martiño Noriega del que jamás en tres años ha publicado una foto. Y no será por la falta de elasticidad de sus fotógrafos, que han sido retratados ellos mismos tirados en el suelo para fotografiar baches o baldosas rotas tal como si fueran el Abismo de Helm. Día sí y día también, el catálogo de tergiversaciones, omisiones y falsedades se exhibe de un modo casi impúdico y la víctima no es solo Carlos Santiago, sino la ciudadanía de Compostela, una ciudad donde este modo de entender la libertad de prensa impide el derecho de sus vecinos a una información veraz.
Esto, desde luego, sería muy legítimo si no fuese porque El Correo Gallego, en precaria situación económica, se nutre muy golosamente con un incesante caudal de dinero público con el que la Xunta de Galicia lo mantiene en respiración asistida. La legislación prohíbe subvencionar a entidades con deudas con la Hacienda Pública pero sí permite firmar Convenios. Una búsqueda en la web de la Xunta de Galicia arroja nada menos que 138 los firmados con esta empresa editorial.
El verdadero error, el monumental y catastrófico error que cometió Santiago, fue pensar que las libertades que tiene en Portugal rigen igual en la teocracia monárquica española
Para ponernos en perspectiva, la misma búsqueda arroja cuatro resultados cuando se trata de la Editorial Galaxia, emblema de la literatura galega. Y ninguno con gobiernos del PP.
Algunos de estos convenios son, además, verdaderamente asombrosos. Como el de de 115.000 euros para difundir las virtudes de la ciudad de Santiago; los 17.000 euros para mejorar la imagen de los productos de pesca, en una villa tan marinera como la compostelana (repetido varios años) o, mi favorito, el firmado por 15.700 euros con la Consellería de Industria para la emisión de un programa de tertulias, la organización de un foro empresarial del que yo no hallé noticia y la publicación de “al menos cuatro páginas en un año” sobre iniciativas de ese organismo.
Es de esperar que se publicasen, al menos, esas cuatro páginas, pero quizá no sería mala idea que alguna diputada o diputado de En Marea o el BNG se interesase por estos expedientes. Multiplíquese las cifras de cada convenio por 138 y súmesele otro medio millón de euros por la compra de fondos de archivo. Resulta una cantidad respetable. Quizá no estaría de más recordarle a los articulistas de ese medio, permanentes denunciadores del “despilfarro” en políticas sociales, que sus sueldos provienen en gran medida del mismo dinero público del que tanto abominan cuando son otros, y no ellos, los beneficiarios.
Lo cierto es que todo este lamentable asunto podría considerarse un vulgar sainete: chismorreos de familias escandalizadas, vigilias religiosas de desagravio, políticos aragoneses pidiendo explicaciones sobre el trato dado a La Pilarica, exconselleiros de Medio Ambiente encerdando ríos, analistas hablando de algo que nadie oyó… El problema es que en la teocracia española, otros episodios sainetescos han terminado con persecución judicial, como el del tuitero de Cádiz.
Lo que diferencia este caso de otros similares en los que el fundamentalismo religioso amenaza la libertad de expresión, es que, en esta ocasión, los inquisidores ni siquiera sabían exactamente qué perseguían. Como ellos, yo ni lo sé ni me importa. Todos tenemos derecho a satirizar, también la religión. Y en carnaval, más. Es parte de su idiosincrasia: los disfraces burlescos de curas y monjas a los que la cuaresma pone fin.
Una de las escandalosas expresiones que se le atribuyen a Carlos Santiago es que el Apóstol tenía unos grandes huevos. Cuesta trabajo creer que a un sector que suele militar en el rancio machismo y que estima tanto tener cojones le moleste que se pondere la hombría de Santiago Matamoros. Aunque para cojones dignos de figurar en un chiste de vascos, los de sus discípulos Teodoro y Atanasio, que trajeron sus restos desde Judea en una barca de piedra. Al contrario que sus detractores, no me parece Carlos Santiago un experto en testículos. Quizá erró en la estimación del tamaño. Aunque probablemente el verdadero error, el monumental y catastrófico error que sin duda cometió, fue pensar que las libertades de las que disfruta en Portugal rigen igual en la teocracia monárquica española.
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A Compostela real non ten nada que ver cos dementes que inventaron ista polemica. O esperpento de El correo gallego hai moito tempo que solo sobrevive a conta do erario público e o trato de favor dalgún banco, e non representa nin unha micra da cidade.
A presecución integrista que está a padecer o Carlos Santiago é unha VERGOÑA que nin o autor nin a cidade merecen.
Muy buen artículo. Debemos anteponer la razón y defender la justicia ante los tiempos de inquisición medieval que vuelven a reinar. Aunque las gentes de las que habla y los mal llamados periodicos (no merecen ese nombre, pues ningún asomo de periodismo hay en ellos) solo esten dispuestas a proclamar su barbarie intelectual contra todo lo que huela a honestidad y libertad. Gracias.
Parabéns, senhor Arnesto. Um artigo sobre o grotesco e esperpéntico espectáculo que El Correo Gallego e os seus acólitos estam a perpetrar em Compostela de umha lucidez brutal que ilustra, explica e mesmo divirte. Adorei, obrigado.
Sobre el himno de Marta S...(perdón que se me va la pinza) digo, sobre el himno para la huelga del día 8 alguien preguntaba por la letra y contesté que el título y alguna estrofa eran de Chicho Sánchez Ferlosio, del que cabría también destacar la canción El Ser, sobre Dios. Dicen algunas estrofas: "Dices que buscas el ser, cuando lo encuentres le dices que yo estoy en contra de él... No preguntes por el el hombre menos por la explotación que la pregunta pregunte su propia interrogación... Preguntar la realidad sin intentar transformarla eso es pasar por la vida sin romperla ni mancharla". Pero también hubo por aquellos tiempos otro cantante, portugués este, preocupado por estas cuestiones, muy conocido por que compuso el himno de la Revolución de los Claveles en su país "Gramdola Vila Morena". Aquí quería traer otra canción que tituló Arzobispada: "Rezais al cristo de braga, hacéis la guerra en la calle, siempre mirando hacia el cielo, siempre mirando a la virgen... la santa cruzada manda matar al chivo rojo,...iglesia de privilegios, mataste a cristo a galope, también franco el asesino mando bendecir el garrote...cristo reina, cristo venga en vuestros santos ovarios... abre nuncio vade retro, queréis vender a naçao..." Pues después de los años transcurridos, allá por los 70, la cosa no ha mejorado, está peor. Eso sí tanto el PP como el PSOE los han alimentado sobradamente con nuestros impuestos. ¿Y qué decir del alcalde de Cadiz que le otorga la medalla de la ciudad a la virgen por haberla librado en el siglo XIX de un tsunami? Abre nuncio, vade retro...